13 abril 2012

Sin final

Párense un momento a pensar, ¿no se han dado cuenta de que por primera vez en muchos años las noticias de economía están pasando al primer puesto en la atención de periódicos y noticiarios de televisión, superando casi al fútbol?, ¿es que eso no les alarma?

No sé si quienes vivieron el desastre económico de 1929 pasaron por algo parecido, pero no lo creo, porque aquello fue de mucho menor calado que lo actual y además los medios de comunicación no cubrían la totalidad del planeta, como sucede en la actualidad. Ya me he referido a este asunto en otra entrada, pero es que la intensidad del fenómeno va en aumento. No hay día en que los periódicos y la televisión no nos tengan en un sinvivir por aquello de la prima de riesgo, la posibilidad de un rescate económico de España, la caída casi diaria de la Bolsa, los recortes sociales, el peligro en que se encuentran la sanidad y la enseñanza públicas, la vulnerabilidad del sistema de pensiones, etc.

¿Es esto todo? Pues no señor, porque todo esto no es más que una confusa polvareda que: 1º) va acostumbrándonos a la idea de que la situación es irremediable y que mejor no resistirse y 2º) oculta la verdadera finalidad de tanto desastre; la desaparición de eso que llamábamos «estado del bienestar» –tampoco era para tirar cohetes– y la instauración de una sociedad que no tiene nada que ver con la que hasta ahora considerábamos como algo natural o aspirábamos a que lo fuera. Esto que estamos llamando crisis no es tal, sino una verdadera involución que implantará lo que bien podríamos llamar un nuevo orden mundial.

Quienes como usted y yo –o al menos una gran mayoría– nos alegramos en su día de la desintegración de la URSS, la caída del muro de Berlín y en fin, la desaparición de ese comunismo, no podíamos imaginar que, eliminada esa competencia al sistema capitalista, se dejaba las manos libres a quienes dirigen los resortes económicos del planeta para que establecieran el régimen que de verdad ambicionaban. Por eso en EE.UU. el 1% de la población ha llegado a poseer el 28% de la riqueza, por primera vez desde que se tienen datos; no tengo las cifras de España, pero algo debe significar el aumento en la venta de automóviles de lujo mientras disminuye enormemente la de los vehículos más modestos. A una gran mayoría no nos apetecía vivir en uno de aquellos países comunistas –la verdad es que atractivos no eran–, pero no nos dábamos cuenta de que aquellos regímenes estaban, aunque suene mal, “salvándonos el culo”.

Y es de cajón, además, ¿de verdad se creía que esos chinos, pakistaníes, indios, marroquíes, bangladesíes (con perdón), etc. trabajando por un salario de miseria no iban a afectar a nuestra propia vida? Si un empresario consigue que fabricar una unidad de lo que produce le cueste cinco en otro país, ¿a cuento de qué va a seguir pagando quince por el mismo artículo a los trabajadores de la fábrica de ahí al lado? Hasta el más lerdo se da cuenta de que el empresario sólo considerará dos alternativas: llevar a cabo eso que eufemísticamente llaman “deslocalización”, cerrando la fábrica local y trasladándola a ese otro país, o negarse a pagar ni un céntimo más a los paisanos de lo que cobran aquellos pobres esclavos del país lejano, para que lo fabricado aquí le cueste también cinco. O mejor cuatro, para compensarle los desvelos que todo esto le está ocasionando.

Olviden todas esas pamplinas del reparto de la riqueza, de la igualdad, de la mejora de las condiciones de vida, del "allons enfants de la patrie...". Esto es peor que la caída del imperio romano –también nos pilla en plena decadencia y hedonismo– y simplemente trae un cambio social que perdurará bastante más que cualquiera de los que ahora estamos vivos. Por primera vez en mucho tiempo, las siguientes generaciones, en vez de mejorar su nivel de vida respecto al de sus padres irán empeorando, al tiempo que recuerdan con envidia, nostalgia y desconcierto los tiempos pasados.

Dejen de esperar el final de la crisis, todo señala que esta vez no va a haber ningún final.

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