01 mayo 2012

A vueltas con los chinos

Parece que no hay manera de evitarlo, cada día se habla más de los chinos y están en los periódicos todos los días por una u otra razón. Muchas veces porque se ha corrido la voz de que no saben qué hacer con su dinero y andan buscando dónde invertirlo. Desde Guinea Ecuatorial a Argentina, todos suspiran por ese dinero quizás contando con que los réditos no serán altos porque ya “se sabe” lo fácil que es engañar a un chino.

Mientras, ellos van tomando posiciones en las economías que hasta hace poco eran boyantes, comprando deuda pública de los países en apuros no porque sean filántropos (ya casi son los propietarios de los EE.UU.), sino para lograr con ello mantener artificialmente baja la cotización de su moneda, con lo que consiguen su propósito: facilitar la exportación de todo lo que fabrican y dificultar la importación de lo que sea, llegue de donde llegue.  

Al mismo tiempo, países abarrotados de pánfilos, como España, están permitiendo que los inmigrantes de ese país se vayan apoderando del pequeño comercio y ya en Madrid tenemos, según dicen, un 60% en sus manos. No parece disparatada la cifra; en un radio de 200 metros de donde vivo hay un restaurante, una tienda de alimentación, cuatro bazares y un bar “típico” español, con sus jamones y demás, todos ellos propiedad de estos orientales. Y lo más gracioso es que dicen que ellos reciben facilidades fiscales para su instalación que los propios españoles no consiguen. ¿No es extraño que en los países de Centroeuropa no haya eso de las "tiendas de chinos" y España esté repleta de ellas?

No hay artículo, con marca de europea o americana, que no haya sido fabricado en China y hoy he leído en la prensa cómo un político, al que tengo por inteligente, afirma que éste es asunto que no debe preocuparnos en exceso y que debemos aceptar que todos los productos manufacturados sean de esa procedencia, porque lo de España y otros países occidentales ha de ser la originalidad y la investigación (pone el ejemplo de Apple). Según parece, tiene la idea –y no es el único– de que los chinos van a aceptar pacientemente ser la mano de obra del planeta, sin preocuparse de desarrollar su propia tecnología, de investigar lo que se les ponga por delante, para mandar al diablo las patentes occidentales que, de momento, sirven para que ellos fabriquen todo lo que consumimos, desde el bendito iPhone a la batidora que tenemos en la cocina.

¿Es que nadie se acuerda que así empezaron los japoneses, que Sony nació a base de llevar unos magnetofones desde EE.UU. y copiarlos componente a componente?. ¿A nadie le llama la atención que los chinos pongan satélites diseñados por ellos en órbita, utilizando sus propios cohetes lanzadores?, ¿que muchos artículos que compramos como de marcas europeas o americanas no tienen de tales más que la etiqueta, porque han sido diseñados y fabricados allí?, ¿que la pantalla de tinta electrónica de todos los eReader de cualquier marca son fabricados en China y es una patente exclusiva de esa nacionalidad?, y no han hecho más que empezar…

Pues nada, sigamos sesteando y consumiendo chino, dejando que nos invadan sus productos sin competencia posible en precio –¿cómo vamos a competir con un pueblo al que no parecer importarle trabajar en régimen de semiesclavitud?– y un día despertaremos con la gran sorpresa de que ya son los dueños de todo y que es a nosotros a quienes han engañado como a chinos.    

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