01 febrero 2013

Más se perdió en Cuba


Me apostaría lo que fuera a que si a alguien menor de cuarenta años se le pide que cuente lo que sabe sobre Cuba, apenas si dirá algo sobre la salsa, las playas y, cómo no, sobre Fidel Castro. No sabrá qué decir si se le pide que diferencie Cuba de la República Dominicana, Puerto Rico o Jamaica. No despertará en ese alguien ningún tipo de sentimiento, no digamos pasión o amor, y es que al fin y al cabo se juntan varios factores: de una parte, es lógico que quienes como yo nacieron cuando Cuba no cumplía el medio siglo como país independiente, consideren a Cuba como algo cercano, una parte importante del mundo al que miramos con mucho más que afecto. De otro lado, las tremendas lagunas de los sistemas educativos de las últimas décadas ha impedido que se transmita la idea, antes tan extendida entre los españoles, de que Cuba es otra cosa; Cuba era la joya de la corona y no por motivos banales, pese al mal trato que España le dispensó en los últimos tiempos coloniales.

Es en La Habana donde uno se reconoce como si estuviera visitando ciudades españolas de otra época y es frecuente que se establezcan similitudes entre esa ciudad y Cádiz, al menos en las partes más recoletas, pues no debe olvidarse que La Habana fue una ciudad de urbanismo y actividad tan notable como para compararse con ventaja con Madrid en ciertos periodos de la historia.

La gente de Cuba es cercana y basta con sentarse en algún lugar público para que alguien trate de entablar conversación y saque a relucir el inevitable antepasado español, supongo que no siempre de existencia real. Me gusta muchísimo el acento cubano y la franqueza con que entablan conversación con uno. Yo mismo, en una de las ocasiones en que estuve allá, tuve la ocurrencia de meterme en casas con excusas no muy convincentes y la gente me recibía y me hablaba con la mayor frescura sobre política o su situación personal. Un conductor de autobús turístico en el que días antes había viajado desde el aeropuerto a la ciudad, frenó al verme sentado en una terraza, me contó parte de su vida y me invitó a dar un viaje por la ciudad sin consentir cobrar nada por el servicio.

Durante muchísimo tiempo, buena parte de la música española ha sido en realidad música cubana, y ahí están para respaldar esta afirmación desde Antonio Machín a Pérez  Prado, desde Lecuona a Ignacio Cervantes y por supuesto las habaneras, ese género que hasta hace bien poco se cantaba desde Gerona a Cádiz y desde La Coruña a Murcia, demostrando que lo que nos unía era bastante más profundo que la supuesta dictadura homogeneizante practicada desde Madrid.

Desde luego, tropecé allí también con algún taxista que intentaba engañarme o aprovecharse del turista (son homogéneos a escala mundial), pero en general el trato era afable y la ventaja de tener en común –aquí sí– el idioma, facilitaba la comunicación y el entendimiento mutuo.

Pueden imaginar que recomiendo y mucho viajar a Cuba si es que se tiene oportunidad, pero no limitarse a las playas de Varadero, muy bonitas, pero ni mejores ni peores que otras del Caribe, al menos las que yo pude conocer. Lo que de verdad merece la pena es conocer las ciudades, callejear, hablar con la gente… y reencontrar a una España de la que ya casi no queda huella. Puede descubrirse que el dicho “más se perdió en Cuba” no es ni mucho menos exagerado.

Lo más triste es que España pierde de nuevo Cuba a estas alturas: la compañía Iberia, ha renunciado a volar a La Habana y cedido sus derechos a British Airways. Iberia llevaba volando a esa ciudad más de 60 años.

No hay comentarios: