27 diciembre 2019

Sin presente

Inicialmente iba a titular esta entrada «Sin futuro», pero pensando precisamente en lo que voy a decir, me pareció más adecuado poner el nombre que al final le di, porque es precisamente de eso de lo que voy a tratar: para los jóvenes no hay presente; ni futuro, está claro.

Es bastante fácil mirar a los jóvenes o a los que ya no lo son tanto porque tienen treinta y tantos, y limitarse a pensar que las cosas están duras para ellos, pero la realidad, la desagradable realidad, es que la situación es mucho peor de lo que podría pensarse en una rápida reflexión.

Ayer mismo se volvía en televisión a insistir en uno de sus temas recurrentes: no nacen niños y la mortalidad es bastante superior a la natalidad. ¿A alguien se le ocurre que la situación anima a formar un hogar y tener hijos? Ya he leído las palabras de algún político afirmando que eso se solucionará con los hijos de los africanos que nos están invadiendo. Cuesta creer que alguien piense seriamente en esa solución. Más de siete siglos y medio de reconquista para terminar abriéndoles la puerta y sustituyéndonos por ellos.

Trato de ver las cosas como los de estas generaciones pueden verlas y, sinceramente, me invade una desesperanza, una tristeza profunda sin solución, como no la tiene según parece la situación de los que ahora tienen entre 18 y algo más de 30 años.

Se habla mucho de todo esto, los políticos dicen preocuparse de esta situación, se intenta atenuarlo facilitando cosas como el abono de transporte a los jóvenes para que así puedan ir desde la casa que no tienen al trabajo que muy probablemente no han conseguido; todo muy ilusionante. No es cierto que sea la primera generación que va a vivir peor que sus padres, en realidad es la primera generación que va a vivir mucho peor que sus padres.    

Podría poner un ejemplo de cómo es la vida para cualquiera de los que se encuentran en este caso, pero lo tengo mucho más fácil: tengo un hijo de 28 años. Con su edad yo tenía un trabajo fijo satisfactorio, había comprado un piso, me había casado y mi mujer ya esperaba nuestro primer hijo. Ese hijo del que hablaba y que tiene ahora 28 ha tenido la inmensa suerte de conseguir un contrato fijo en su trabajo, pero un contrato fijo de los de ahora es más inseguro que los que antes eran eventuales. Su salario es de unos 1.200 euros mensuales −sin pagas extraordinarias, claro−, y vive en un piso compartido con otro como él, gracias a que yo he avalado el contrato que, de lo contrario, no habría conseguido porque los propietarios no quieren alquilar a quienes tienen tan escasos ingresos.

Como vivimos en Madrid, el piso tiene una renta que se corresponde con la fortuna de vivir en una ciudad maravillosa: 900 eurazos. Por supuesto que no encienden la calefacción y su naturaleza se ha adaptado a una temperatura hogareña que muchos no soportaríamos; a pesar de todo, a la renta de la vivienda hay que sumarle el recibo del gas y el de la electricidad, que gracias a vivir en el segundo o tercer país de la UE con la energía más cara, tiene un importe que agrava aún más la situación económica de estos dos infelices. Sé que medio renunció a formar un hogar alguna vez −mala experiencia de una anterior vida con pareja− y ya ha decidido no tener hijos.

Aquí batimos el récord de incongruencia: dejamos que nuestros hijos con estudios pasen penurias o  tengan que irse al extranjero para poder vivir y traemos a gente indocumentada de otros países a los que apoyamos y ayudamos y que, por no saber, no saben ni español. Va a ser verdad que los españoles somos más torpes de lo normal.

Viendo cuáles son las preocupaciones de nuestros jóvenes no puedo evitar sentir desagrado al comprobar que solo les interesa lo inmediato y banal, asuntos estúpidos a veces, pero contemplando cuáles son sus perspectivas futuras quizás sea lo mejor para evitar que se arrojen a la vía del metro. No tienen presente y el futuro quizás sea peor; mejor que vivan en las nubes.

Feliz año nuevo. 

09 diciembre 2019

El maravilloso coche eléctrico

Puede ser suyo por solo algo más de 48.000€
Ya expresé mis dudas acerca de la conveniencia de comprar un coche eléctrico en otra entrada anterior del 3 de febrero de este año de 2019. En aquel entonces expresaba mi incertidumbre acerca de la compra de un coche teniendo en cuenta todas las circunstancias que rodean cada tipo de motorización.

Una ministra bocazas ya soltó el disparate de anunciar la muy próxima desaparición de los automóviles diésel y eso de inmediato acarreó la caída de las ventas de coches de ese tipo y por supuesto la caída de los precios de segunda mano de esos mismos vehículos. Mientras, se permite la proliferación de los SUV que consumen más combustible, más neumáticos, más de todo.

Ahora, el director de la DGT Pere Navarro confiesa que no es posible promover la compra de coches eléctricos «porque son carísimos y no hay dónde enchufarlos». Era hora de que alguien que ocupa un puesto de responsabilidad reconozca lo que es evidente hasta para el más ciego. No es el momento del coche eléctrico y no está muy claro que sea la solución.

A todos nos hace ilusión eso de un coche que no contamine, que sea silencioso y gaste poquísimo, pero no hace mucho un periodista hizo el experimento de viajar desde Madrid a Cádiz y tardó más de 12 horas, considerando las paradas que tuvo que realizar para recargar −y eso que no tuvo competencia para ocupar el cargador− y sentarse a esperar que las baterías estuvieran bien cargadas. No hay que olvidar que había planificado el viaje para contar con cargadores que le permitieran seguir viaje. Imaginen si el viaje hubiera sido a un punto lejano de la península que no contara con cargadores en el trayecto.

A comienzos de este año, más o menos en la fecha de la anterior entrada sobre el tema, se me planteó exactamente la cuestión de la que ahora vuelvo a hablar. Yo tengo un coche diésel (el primero de ese tipo en mi vida) de tamaño medio-grande que acaba de cumplir 10 años y que, aparte de encontrarse en perfectas condiciones, tiene muy pocos kilómetros. Mi esposa tenía un coche pequeño de gasolina casi nuevo, pero que por esos caprichos de quienes toman esas decisiones, no tenía libertad para desplazarse por el centro de la ciudad.

Me planteé incluso hacer una elevada inversión para comprar un coche eléctrico de los de mayor autonomía y prestaciones. Aun así, sería imposible desplazarme con él hasta la localidad en que veraneo cada año, así que opté por lo que me pareció la solución más inteligente: vendimos a buen precio el coche de mi esposa y compramos otro de igual tamaño pero híbrido, con lo que desaparecía el problema del acceso al centro. Curiosamente este coche produce tanto CO2 como el anterior, pero −absurdos legales− debido a su mecánica se considera menos contaminante y por tanto dispone de libertad de movimiento por la ciudad.

En resumen: no compre un coche eléctrico; no es que lo diga yo, es que así lo recomienda el director de la DGT, lo que le costará un conflicto con la estúpida ministra del ramo. Y aguarden a que esté disponible otra tecnología verdaderamente no contaminante y barata, porque el eléctrico, hoy por hoy, no lo es (no pierdan de vista el hidrógeno). De momento, parece más voluntarista que otra cosa y quizás solo sirva para encubrir una subida desmesurada de precios que de otra forma no se atreverían a hacer, por la gran competencia actual.

25 noviembre 2019

Los telediarios

No sé si conocen esa historia −o alguna similar− de ese hombre que le presta a un amigo una cierta cantidad de dinero con la promesa de este último de devolvérsela un mes más tarde. Pasan los meses y el dinero no vuelve, así que cada semana el hombre que prestó el dinero reclama al otro el reembolso. Pasan las semanas, a reclamación por semana y al cabo de varias el caradura que se quedó con el dinero le dice muy molesto: pero mira que eres pesado... ¿A que conocen algún caso parecido?

Ocurre a menudo que quien tendría que hacer algo califique de pesado a quien se lo reclama, sin darse por enterado de que es ÉL el único que está en falta. El pesado.

Todo este rollo es para que entiendan que si me repito no es porque sea pesado −que lo soy por otros motivos−, sino porque pasa el tiempo y la situación errónea no cambia. Al grano.

Desde que apareció la televisión en España, con José Luis Álvarez (padre), veía los telediarios inicialmente en TVE (al principio necesariamente, no había otra), pero dejé esta cadena por mentirosos y desde hace un par de años veo A3; no es que sean mucho mejores, pero al menos cambio. En realidad da igual qué canal sea, parece que los que hablan al espectador están aleccionados para cargarse el idioma español y difundir errores que sean gratos a los espectadores, por lo general poco sobrados de conocimientos.

Concretamente, hace pocos años decidieron copiar una estructura del inglés −casi siempre los errores vienen por ahí− y emplear las expresiones partitivas prescindiendo del artículo que debería incluirse; así, dicen la mayoría de países, el resto de asistentes, el 50% de capitales, etc. cuando según la gramática y la costumbre, debería decirse la mayoría de los países, el resto de los asistentes, el 50% de los usuarios, etc. Lamentablemente se ha impuesto el modo erróneo y no parece que vaya a tener remedio.

¿Cuántas veces han oído en la tele eso de las miles de personas, las miles de víctimas, las miles de veces, cuando resulta que miles es siempre masculino? Por tanto lo correcto es los miles de personas, los miles de víctimas, los miles de veces... ¿no hay nadie que les llame la atención y les obligue a rectificar? He llegado a oír en la televisión las millones de mujeres. En fin.

Hace poco días oí a una persona a la que tengo por muy inteligente y preparada aunque algo "fachendosa" −la ministra Calviño−, decir en televisión en el medio plazo como tantos otros iletrados hicieron antes y, la verdad, lamenté que también ella cayera en el error de hablar español con estructura de inglés, pues en español es a corto plazo, a medio plazo y a largo plazo y no en el corto plazo, en el medio plazo y en el largo plazo, puro inglés con vocabulario español que se está extendiendo como la gripe. Ojo, que este disparate viene arrasando.

Como casi final, un lamento que ya lanzo sin esperanza de remedio: el abandono del verbo "oír" para sustituirlo por el verbo "escuchar", como si fueran sinónimos, que no lo son, como no lo son "ver" y "mirar". Un feo error que nos vino desde el otro lado del Atlántico y que aquí abrazamos con pasión. Ahorraba el esfuerzo de pensar.

Y ya como final-final una pregunta para que se la haga usted mismo: ¿por qué hemos olvidado la palabra "maremoto" para utilizar "tsunami", que significa casi lo mismo pero en japonés?

10 noviembre 2019

Ese partido de nombre latino

No hay día en que no lea u oiga eso del agotamiento de los electores por tantas elecciones en cuatro años. Han sido los medios los que han ido creando ese sentimiento de agotamiento en la ciudadanía, porque yo me pregunto desde cuándo es agotador acercarse un día al año al colegio electoral que está en la esquina para depositar su papeleta. ¿De verdad produce tanto agotamiento?, ¿los que somos mayores protestamos alguna vez porque en cuarenta años apenas nos dejaron opinar una o dos veces y eso sin posibilidad de debatir el sentido del voto? Todavía recuerdo en diciembre de 1966 cuando fui a votar en aquel referéndum y en el instante en que fui a depositar mi papeleta con el NO, el presidente de la mesa me la quitó de las manos diciendo que no la podía meter directamente. Me quedé horrorizado y por mi cabeza ya pasó la película imaginada de la «policía armada» −así se llamaba entonces la policía nacional− tirando abajo la puerta de mi casa para llevarme detenido por votar negativamente.

De acuerdo, era una visión exagerada, pero no era exagerado lo que yo sí sabía sobre amigos y familiares a los que llevaron a la Dirección General de Seguridad por razones aparentemente banales. Aquí todo era posible −lo malo, quiero decir− y el miedo era algo presente en todos los que utilizábamos la cabeza para pensar y no solo para ir al fútbol.

De verdad, quejarse por tener que votar solo lo veo plausible en los jóvenes que se creen que la democracia y las libertades se reciben en el kit de nacimiento junto con la inscripción en el Registro Civil.

Estamos en una tesitura desagradable: no se ha podido formar gobierno y aparentemente no se podrá formar a corto y medio plazo, porque las mayorías absolutas son especie extinguida y si algo nos gusta a los españoles es la dispersión, el desacuerdo beligerante. Todo se vuelve reproche al PSOE por «no haber sabido o querido» llegar a un acuerdo con Podemos (perdón, ahora lo llaman Unidas Podemos). Solo una vez he leído una reflexión sobre lo que hubieran montado los partidos de derechas si Pedro Sánchez llega a aceptar un gobierno de coalición con esos anarco-comunistas tan distantes del sentir socialdemócrata. Ahora es muy cómodo: se critica que no haya sido capaz de llegar a un acuerdo y listo, sin tener en cuenta que una cosa es lo que une a PP-Cs-Vox y otra las enormes discrepancias entre PSOE y Podemos.

Para rematar la faena, ha surgido un partido que debería inquietar a todos y empujarles a votar en sentido opuesto. Hablo de VOX, nombre latino como Audi o Volvo, pero mucho más peligroso que un coche. Lo tachan de ultraderecha y eso es cierto, pero también de falangista: qué más quisiéramos. Los falangistas −los auténticos− son elementos peligrosos, pero también son partidarios de una política social y económica que no tiene nada que ver con las que preconiza Vox. Muchos se identifican con tal o cual propuesta de esta gente, sin caer en la cuenta de que en realidad son ultraliberales y que desean acabar con las pensiones, la seguridad social, todo lo que signifique protección social; también bajar los impuestos a los más ricos, mirando más a Trump o Bolsonaro que a José Antonio Primo de Rivera o incluso a Franco.

Tienen un éxito aparentemente inesperado y no hay nada de eso, porque desde el siglo XIX son numerosísimos los enemigos de la libertad agrupados entonces bajo el nombre de absolutistas de Fernando VII −¡vivan las caenas!− y más recientemente conocidos como franquistas. Hay muchos más de los que imaginamos, tantos como escasa es la cultura en nuestro país, y no hay que descartar que más adelante lleguen al poder de la mano de Vox.

Hoy es día 10 de noviembre y celebramos las elecciones. No voy a hacer predicciones porque no tengo muy claro lo que va a ocurrir. No puedo dar por tanto datos muy concretos, pero sí uno que considero incuestionable: no va a ser posible formar gobierno y al cabo de un cierto plazo, como no es aceptable la celebración de otras elecciones que no resolverían nada, habrá que acudir a medidas extraordinarias para salir de esa situación. Al tiempo.

17 octubre 2019

Fin del bipartidismo; comienzo del caos

Vivimos largos años desde el restablecimiento de la democracia en 1977 disfrutando de un sistema parlamentario compuesto básicamente por dos partidos mayoritarios, y además durante un tiempo del Partido Comunista/Izquierda Unida más una serie de pequeños partidos vascos y catalanes que más o menos tibiamente procuraban la independencia de su región y que tenían un peso desproporcionado en la política del país gracias al sistema electoral. Era lo habitual que el partido que ganaba las elecciones, PP o PSOE consiguiera el apoyo parlamentario de algunos de ellos para llegar al gobierno a cambio de cuantiosas concesiones y una presencia institucional muy superior a la que les correspondía, y todo marchaba aparentemente bien o al menos de manera aceptable. Aceptable si no tenemos en cuenta que esos partidos regionales iban tomando fuerza y seduciendo a sus votantes cada vez más con la idea de la secesión, con la inestimable ayuda del adoctrinamiento en la enseñanza y la colaboración de las televisiones locales, y mientras, el gobierno central mirando para otro lado al tiempo que continuaba haciendo concesiones.

Pero aquello nos sabía a poco y a mediados de la segunda década del siglo XXI surgieron otros partidos que al parecer colmaban las aspiraciones de sectores del electorado, y con eso pasamos a disfrutar de seis partidos de alcance nacional −PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos, Más País y VOX− aparte de los regionales de siempre, en el caso de los catalanes cambiando de nombre o dividiéndose para enmascarar un caso de corrupción muy superior a lo que estábamos habituados.

Tras varias peripecias vividas por Mariano Rajoy, del PP, que dificultaron la formación de gobierno, llegamos finalmente a la moción de censura contra este último, presentada por Pedro Sánchez del PSOE y que tuvo éxito gracias a que había un general cansancio por la corrupción generalizada en el PP y durante la cual el presidente censurado se pasó la sesión tomando unas copas en un bar de enfrente del Congreso, algo inaudito.

Desde entonces, y exceptuando el periodo que medió entre la moción de censura y la convocatoria de elecciones, Pedro Sánchez ha sido presidente en funciones, con lo que eso supone de falta de operatividad, parón de la actividad legislativa, peso reducido en los organismos internacionales, etc. Por fin, tras las elecciones generales de 28 de abril parece que el panorama se aclara: el PSOE obtiene 123 escaños y el PP, siguiente, tan solo 66. Aparentemente el futuro está resuelto.

Error. La realidad ha confirmado lo que era un presentimiento de algunos, yo entre ellos: no es posible la coalición de gobierno con un partido como Podemos que no es de izquierda sino de extrema-izquierda con algo más que unos toques de antisistema y anarquista. Entiendo de corazón lo que Pedro Sánchez dijo de que no podría dormir con ministros de Podemos en el gobierno, la cosa sería hasta para quitar las ganas de comer a alguien que fuera responsablemente cabal.

Mucho me temo que el gobierno que salga después de las elecciones del 10 de noviembre sea un gobierno de derecha de la coalición de PP-Cs-Vox, que finalmente conseguirán más escaños que el PSOE y tanto Podemos como esa novedad de Más País no servirán para nada, pues al menos UP sigue con la idea de exigir presencia en el gobierno ya que no lo consigue con los votos. Y seguirá habiendo muchos que repetirán esa consigna extendida desde la derecha de que el PSOE no es capaz de llegar a acuerdos, ¿acuerdos, con quién?  

06 octubre 2019

Gitanos

Sueldo del Congreso embargado por deudas. El de la derecha
Leo hoy un artículo en El País en el que el autor se lamenta de las −supuestas− discriminaciones de que son objeto los individuos de raza −etnia si le gusta más− gitana en la actual República Checa. Según cuentan, son dados a formar guetos y a vivir de la beneficencia pública en cualquiera de sus formas, ¿le suena?

Haga recuento y piense en qué países no hay gitanos; por más que recorro mentalmente Europa y América no encuentro más que países donde sí los hay: Rumanía, Bulgaria, Hungría, Francia, Bélgica, Italia, Portugal, España, Cuba, Colombia, EE.UU, Brasil... ignoro si los disfrutan en lugares tan dispares como Lituania o Noruega, pero no me extrañaría, porque se encuentran incluso en lugares que nunca hubiera podido imaginar.

Según he podido leer, parece lo más probable que esta gente viviera en lo que hoy es Pakistán o la India y se vieran obligados a poner tierra por medio −hace ya cinco siglos− para evitar males mayores. Una parte de esa corriente migratoria llegó a Europa a través de Turquía e incluso países más al norte y otra parte se vino por el norte de África; estos últimos son los que nos han tocado a los países del sur de Europa, aparentemente lo peorcito del lote. No sé cómo llegaron al continente americano.

¿Ha estado alguna vez en un hospital público donde haya gitanos internados? Quienes los visitan no son como cabría imaginar parientes cercanos; allí va toda la tribu dispuestos a inundar todo lo que suene a sala de espera o habitación del interno, a fumar aunque esté prohibido, y a dejar todo hecho un basurero. Y, ay, si algún personal médico-sanitario les pone alguna pega, más le valdría irse directamente a comisaría.

Como casi todo el mundo, he evitado relacionarme con ellos para evitarme problemas, aunque en dos o tres ocasiones no he podido evitarlo o no he querido actuar de una manera que pudiera considerarse racista. Tuve una experiencia hace años cuando quise comprarle un coche usado a mi hija, que entonces iba a la universidad y quería un medio de transporte que le hiciera más fácil trasladarse.

Vi un anuncio en la prensa de un Seat Ibiza que aparentemente me convenía y me puse en contacto telefónico para saber de qué iba la cosa. Nada más comenzar a hablar me di cuenta de qué gente era la que vendía el coche, así que me disculpé y abandoné el asunto. Unas horas más tarde me remordió la conciencia y decidí continuar sin permitir que mis prejuicios me hicieran abandonar. Vimos el coche y nos gustó, nos aseguraron que nunca había tenido una avería, así que decidimos comprarlo y para ello quedamos en la puerta de la gestoría que ellos escogieron −eran dos amigos− en Hortaleza. Aparcaron en la puerta, pasamos al interior de la oficina e hicimos el traspaso. Al salir, ellos se marcharon rápidamente porque nos dijeron que tenían una gestión urgente.

Al entrar en el coche nos quedamos de piedra: habían arrancado el radio-cassette que habíamos visto anteriormente sustituyéndolo por un trasto que no funcionaba y habían quitado también los altavoces de las puertas dejando colgando las guarniciones donde iban insertados. Intentamos ir a donde vivían, según el domicilio dado en la gestoría, pero resultó que era un solar. Luego supimos que el coche lo habían comprado ellos la semana anterior en una agencia de la marca. Podrían haberse conformado con lo que ganaban en la venta, que ya era fraudulenta, pero prefirieron dejar su impronta. Y yo había picado como un pardillo.

Ahora que alguien se atreva a decirme que tengo prejuicios.

03 septiembre 2019

Técnicamente, ya no existo

Tiene cierta gracia que se mencione con frecuencia en los medios la obra de George Orwell «1984», la mayoría de las veces por personas que no la han leído y que piensan que ese es solo el nombre de un repugnante programa de televisión o algo de ese estilo.

Estamos en pleno 1984, pero como suele ocurrir cuando uno se encuentra en el interior de algo, son pocos los que se dan cuenta de esa situación y de que lo que hasta hace poco tiempo no era más que una pesimista previsión del futuro −distopía que dicen los modernos− está ya aquí, que caminamos ilusionados y satisfechos por lo peor de aquella previsión.

¿Cómo calificaría usted la ciega afición al uso de los móviles? Es muy probable que un avance tecnológico, un logro enorme en las comunicaciones, un sueño inimaginable, porque... siento llevarle la contraria −no mucho, porque no me tomará en serio− pero el móvil no es más que la plasmación de aquella fantasía literaria de 1984.

Al igual que muchas fantasías de Julio Verne se han ido haciendo realidad, aunque no necesariamente de la manera en que el escritor lo describía, el móvil representa el control absoluto del ser humano como nunca creímos posible. Un amigo de mi edad me decía hace ya algún tiempo que no podría vivir sin ese aparato y por descontado, eso no es más que la descripción del estado de la mayoría de los ex-humanos; no pueden vivir sin su smartphone, iPhone si uno ha hecho una disparatada inversión en el trasto.

Rezaban los niños en el pasado al irse a la cama eso de Con dios me acuesto/ con dios me levanto/ con la virgen María/ y el espíritu santo, pero ahora esos angelitos se acuestan y se levantan con ese smartphone que amorosamente sus padres han depositado en sus manos para que sean feliz (o algo así).

Aparentemente, la dependencia del móvil y el miedo a estar sin él es un problema al que incluso han dado nombre clínico −nomofobia−, pero no por nominarlo ha disminuido el daño que está produciendo en la humanidad, y digo humanidad porque según parece son casi la totalidad de los que poblamos el planeta los gravemente afectados por esta dolencia.

He pasado mi veraneo en la playa y había más personas mirando el móvil que personas aplicándose protector solar o bañándose. Caminan por las calles con la cabeza inclinada mirando el aparatito hasta el punto de que hay ciudades que están colocando semáforos en el pavimento; se deposita en la mesilla de noche al acostarse para mirarlo por la mañana apenas se abren los ojos, ¡se lleva hasta al retrete!, ¿cuántas veces ha tropezado o ha estado a punto de tropezar con un zombi que iba por la calle atento solo a su móvil, aislado del mundo?

Hoy he llamado al banco ING −donde tengo cuenta como muchos− porque no conseguía entrar desde el ordenador y me han dicho: a) que no funcionará hasta esa madrugada (¿cómo es posible tanta incompetencia?) y b) que utilice su magnífica app. Cuando le he contestado que no tenía instalada esa aplicación ni pensaba instalarla, me han contestado que ya veré cómo me apaño, porque desde dentro de unos pocos días será imprescindible tener la app para mantener la cuenta en el banco. Resignado, la he instalado y en ese proceso me ha preguntado si le permito conocer mi ubicación y entrar a mis archivos, fotos, etc. Poca vergüenza.

No es que yo sea pesimista, es que he comprendido que el auténtico titular de mis actividades no soy yo, sino ese aparatito que tantos días dejo sin encender porque no me interesa lo más mínimo. Yo soy tan solo el que figura como su propietario y paga la cuota; exclusivamente un financiador y cabeza de turco.    

19 agosto 2019

Desacuerdos

Hace dos días estuve cenando en casa de un matrimonio amigo, ella es mi amiga desde hace casi 50 años y él desde hace algo menos; eran compañeros de oficina. Por fortuna, no leen este blog.

Como es normal, durante el tiempo que estuvimos juntos hablamos de todo lo que se nos pasaba por la cabeza y así pude comprobar, una vez más, que los humanos solemos tener el mismo número de ojos, brazos o piernas y que ahí acaba toda la semejanza entre unos y otros.

Era casi imposible estar más en desacuerdo en lo que fuera. Si hablábamos de política, ellos consideraban que en el momento actual el presidente en funciones debería compartir el gobierno con los de Podemos y admitir sin problemas a todos los que este partido propusiera, empezando por esa eminencia llamada Irene Montero a la que ellos veían capacitada para cualquier tarea de gobierno y a la que no ponían pega alguna en cuanto a su categoría personal. Por supuesto, todo esto entre afirmaciones que dejaban bien en claro que la valoración que ambos hacen de mi actitud personal viene a ser la de que soy alguien de ultraderecha, aunque claro está, ellos me aprecian por encima de esta manera mía de ser y pensar. Generosidad incuestionable.

Inevitablemente, pasamos a tratar de la inmigración y de esos barcos que se ganan −muy bien− la vida transportando a todo lo que encuentran, desde las playas de Libia a España. Es inútil que yo pregunte, como hago siempre, qué se supone que se debe hacer con los 31 millones que esperan venirse a España −en 2015 eran 20 millones−, según la encuesta realizada sobre el terreno por el Instituto Gallup, además de otras decenas de millones cuyos ojos están puestos en Francia, Italia, Alemania, etc. A Bulgaria, Rumanía, Ucrania y en general todos los del Este no quiere ir nadie, porque su desesperación no llega a tanto según se ve.

Como es natural, no obtuve respuesta y sí una llamada a mi humanidad y posible deseo de justicia; lo de siempre. No entiendo cómo todos los que se sienten tocados en el corazón por el drama de todos estos africanos, no tratan de dedicar un par de minutos de sus pensamientos a resolver cómo podríamos practicar esa generosidad «hasta el infinito y más allá» sin cargarnos el país que ahora pisamos con nuestros pies.

Por supuesto, se trató el asunto del feminismo talibán que ahora está en alza, pero no quise prestarme a discutir un asunto que, sin duda, está completamente fuera de control. Ahí tenemos de actualidad el tema de Plácido Domingo al que se le arruina su vida profesional y familiar por unos sucesos que se dice que tuvieron lugar hace unos 35 años y sobre los que, por descontado, no se aportan pruebas, aunque se le condena sin más. Obra del #MeToo.

Finalmente, surgió el sempiterno asunto de la homosexualidad. Llegó traído de los pelos por mis amigos cuando yo me encontraba hablando de una obra de alguien a quien admiro como escritor: Javier Marías. Afirmaban que era absolutamente homosexual esperando con ello que yo abjurara de mi admiración y pasara a repudiarlo, ignorando que no condeno a nadie por ser tal cosa y sí por exhibirse como tal. Desde luego que no me gustaría que eso fuera cierto, como no me gustaría descubrir que se trata de alguien con comportamiento rijoso, pero ahí queda todo.

A una hora ya tardía terminamos la jugosa conversación con las tradicionales muestras de cariño y volvimos para casa mientras que yo meditaba de lo asombroso de que ellos y yo no nos atacáramos con cuchillos al tratar de nuestras convicciones. Pura civilización, imagino.   

01 agosto 2019

PSOE y Podemos: antagónicos ‒por suerte‒ (y 2)

Me va a costar exponer mi punto de vista sobre Podemos, aunque me lo facilita bastante las declaraciones del pasado 25 por la mañana de su portavoz Ione Belarra.

Aunque argumenta que la última propuesta del PSOE no la tienen por escrito ‒algo que no debe extrañar en unas conversaciones de urgencia‒ en cualquier caso el quid de la cuestión es que les parece poco lo ofrecido por los socialistas: una vicepresidencia para esa mujer, Irene Montero, cuya mayor experiencia de gobierno ha sido la de ex-cajera de una filial de Media Markt y lo de esposa del líder. Las atribuciones que se les ofrecen abarcarían Igualdad, Empleo, Vivienda y Sanidad. Esta Evita Perón de tercera no lo juzga suficiente para su enorme talla de estadista.

Su portavoz lo deja claro: quieren cargos que les permitan aplicar sus políticas porque desconfían del PSOE ‒el que ganó las elecciones‒ y quieren que las cosas se hagan a su modo, por eso sus peticiones iniciales eran Economía, Agencia Tributaria, Sanidad, Trabajo y Seguridad Social, Transición Energética y Medio Ambiente, Ciencia y Universidades. Tras esta cesión de competencias el PSOE disfrutaría de todo el tiempo del mundo para dedicarse a otra cosa, porque gobernar, no gobernaría. En resumen: Podemos quiere que el PSOE le entregue lo que no han logrado en las urnas, es decir, el gobierno del país.

No sé cómo se podría compatibilizar las políticas de gasto más que generosas de Podemos con los ingresos reales del Estado. Sería Podemos quien dispondría y el PSOE el que tuviera que bregar con la realidad y dar la cara en Bruselas. ¿Se imaginan a Iglesias o Montero codeándose con Merkel, Macron, etc.?

Por debajo de todo subyace la desconfianza mutua entre Sánchez e Iglesias y yo lo entiendo, ¿cómo meter en el gobierno ‒en casa, podríamos decir‒ a quienes son solo unos atolondrados extremistas a los que cuesta pronunciar la palabra España empleando en su lugar eso de "estado español" que tanto gusta a los independentistas y raritos? No se trata de adaptar nuestro comportamiento a los gustos de fuera, pero ¿se imaginan los problemas que pueden suponerle al gobierno esa alianza con Podemos de cara a Europa y al mundo en general?, ¿cómo confiar en quienes desde su radicalismo, hace unos meses que se empeñan en acabar con el castellano feminizando los plurales, pese a que esta lengua y todas las que provienen del latín usan el masculino en los plurales de género no marcado?, ¿han oído a todas las mujeres ‒y algún hombre también‒ de ese partido empleando únicamente el plural femenino sin sonrojarse? A cualquiera que hable o conozca nuestra lengua, nuestra gramática, eso de Unidas Podemos le tiene que producir entre risas y escalofríos.

Para finalizar, ¿cómo se tomarían los votantes del PSOE ese entreguismo a los de Podemos, al partido que quiere cargarse al PSOE?

Lo cierto es que la investidura ha fracasado ‒cuarta ocasión en que Podemos impide un gobierno socialista‒ y no se vislumbra una solución que no pase por nuevas elecciones. A saber cómo se lo tomarán los votantes, pero yo también prefiero un gobierno sin extraviados. Y si no puede ser ‒qué se le va a hacer‒, nuevas elecciones.

25 julio 2019

PSOE y Podemos: antagónicos ‒por suerte‒ (1)

No soy profeta de nada, ni siquiera adivino, pero hace meses ‒desde que se anunciaron los resultados de las últimas elecciones‒ que vengo diciendo a todo el que quiera escucharme que no hay posibilidad de coalición entre los dos partidos.

Y no es que sea el único que piensa así ni mi actitud es un capricho voluntarista, sino que una vez que se va más allá de lo superficial es evidente que poco tienen que ver las políticas de un partido y las aspiraciones del que hasta anteayer llamaba casta a los políticos y animaba a asaltar los cielos, algo que queda muy poético para esos seguidores que hacen guardia sobre los luceros y da ese toque espiritual apropiado para un movimiento político que nace, pero que teniendo en cuenta que hablamos de la gobernación a corto plazo de un país no es más que una estupidez.

La simplificación nos hace pensar que los dos partidos son de igual trasfondo ideológico y por lo tanto pensamos que los dos son de izquierdas. No es así y hace ya muchos años que incluso en otros países ambas tendencias han estado en guerra no solo ideológica.

Recordemos los orígenes de los dos: el PSOE nace a finales del siglo XIX fundado por Pablo Iglesias Posse en un entorno adverso donde el socialismo apenas había avanzado desde su forma utópica. En 1921 se niega a integrarse en la III Internacional promovida por la URSS y después de un periodo de décadas de convulsiones y hasta una guerra civil seguida de años de inactividad casi total, en el Congreso celebrado en 1979 en Madrid el PSOE abandona el marxismo y pasa a definirse como socialdemócrata.

Podemos fue fundado en 2014 por Pablo Iglesias Turrión ‒en realidad no era firmante del manifiesto fundacional‒ como consecuencia de la oleada de recortes y políticas reaccionarias aplicadas por el gobierno del PP en medio de la crisis que afectaba a todo occidente y aprovechando el descontento y la movilización popular que se produce. Desde el primer momento fue de inspiración anarco-comunista como el grupo Izquierda Anticapitalista sobre el que se aglutinó.

Su expansión fue casi explosiva y no solo ellos pensaron que podían hacerse con el poder en la nación cargándose entre otros al PSOE, su más directo rival; pero pese a un cierto triunfo inicial, la realidad les ha desinflado esas aspiraciones y hoy no son más que el cuarto partido en votos de España a gran distancia de su rival ‒elecciones de abril 2019‒, con la tercera parte de los escaños de aquel y una solidez muy discutible porque todas sus llamadas confluencias manifiestan marcadas diferencias con la política del líder y han sido muchos, incluidos miembros fundadores, los que han abandonado el partido por desacuerdos con la trayectoria impuesta por el líder. Más que un partido es una confederación de partidillos con profundos desacuerdos, como cabría esperar de quienes no tienen muy claro lo que son y a dónde van.

Escribo esto en la mañana del 25 de julio, cuando aún no se ha producido la votación decisiva de la investidura, pero todo hace prever que será un fracaso para su candidato Pedro Sánchez.

10 julio 2019

No nacen niños, ¿y ahora, qué...?

Según hemos podido leer todos, la práctica extinción de los osos del Pirineo y los Picos de Europa ha llevado a las autoridades a repoblar con osos procedentes de Eslovaquia esos espacios en los pasados años. Algo por el estilo llegó a pensarse hace tiempo respecto a repoblar con linces de otras latitudes y variedades las zonas tradicionalmente ocupadas por los linces ibéricos, aunque afortunadamente una política acertada de protección ha hecho que los linces ibéricos se multipliquen hasta el punto de hacer desaparecer el temor a su extinción (y han desaparecido también las ayudas europeas para ese fin).

Me parece perfecto el procedimiento seguido para afrontar el peligro de extinción de especies, al fin y al cabo es mejor un oso, aunque sea esloveno, que ningún oso (como sí les gustaría a los ganaderos de la zona). Sin embargo yo creo que no es lo mismo un oso que un ser humano.

Hoy leo en la prensa que en España han nacido el último año un 40% menos de niños que hace 10 años, un auténtico desastre demográfico, así que la solución que propone la prensa es sustituir a los españoles por refugiados asiáticos y africanos, de los que al parecer hay disponibles nada menos que casi 71 millones. ¿Qué les parece la idea?

En realidad era de esperar: de una parte, a mayor cultura y riqueza menor procreación y si ya una pareja tiene que contemplar aterrorizados lo que cuesta un hijo y todo lo que trae consigo, los potenciales padre y madre deben sumar también que un simple cachete a su niño puede costarles la cárcel. Esta semana venía en la prensa que un padre de 39 años había sido atacado por su hija de 17 por no tenerle la cena lista a la hora que ella quería y le había puesto un ojo morado y dado una cuchillada en la mano, además de destrozar el mobiliario de la vivienda. Probablemente ese padre se contuvo de repeler ese ataque porque temía ser encarcelado si ella le denunciaba; igual que ocurre con las denuncias de la pareja femenina, hay que estar muy loco para golpear a un hijo. Gracias a su pasividad hubo tiempo para que un vecino llamara a la policía que intervino y se llevaron a la menor para «una evaluación psiquiátrica», pobrecita. Con este panorama, ¿cómo va a querer nadie tener hijos?

No voy a andarme con rodeos: a mí esa propuesta de importar refugiados me parece un disparate merecedor de cárcel, porque simplemente plantearla deja claro que el proponente es un pervertido, un demente; diría que un nazi, puesto que trata a las personas como animales u objetos y pretende repoblar este país con gente absolutamente dispar: en cultura, raza, religión, historia, costumbres, etc. como aquello de los osos y los linces. La mayoría de los que vinieran serían musulmanes, gente sin formación, desarraigados... ¿qué pasaría con los infelices españoles que todavía pueblan este territorio?, ¿se encontrarían a gusto con ese vecindario?, ¿serían felices presenciando cómo unas personas completamente diferentes van infiltrándose a su alrededor y viendo cómo sus hijos están en minoría en los colegios y en todos los lugares, porque la mayoría son musulmanes de aluvión? Con tenue pero creciente intensidad es algo que ya estamos viviendo. 

Tampoco esa invasión nos resulta novedosa, aunque de momento son mayoría los  iberoamericanos y europeos del este, pero cada vez hay más magrebíes y subsaharianos. En 2018 nacieron 369.302 niños, la cifra más baja en los últimos 20 años. De ellos, más de uno de cada cinco tenían una madre extranjera (76.184). En el mismo periodo murieron 426.053 personas, luego el crecimiento vegetativo es negativo. Estamos apañados, porque los que mandan ya han decidido repoblarnos.

20 junio 2019

Cualquier tiempo pasado fue perverso (dicen)

Pero aquí estamos para enmendarlo. Ya hablé en otra entrada de la actitud casi nazi de quienes habían vuelto a doblar las películas de dibujos de Walt Disney para que, sobre todo en las canciones, no aparecieran frases o palabras que recordaran el mundo tal cual era hace tan solo un máximo de 80 años.

Se trata de aparentar que «Blancanieves» en ningún momento se dedicaba a hacer la casa y cocinar para los siete enanitos, sino que −más o menos− simplemente compartían piso y había hecho un reparto equitativo de las tareas domésticas. Con «La Cenicienta» andan desesperados sin saber qué hacer para que cumpla con las normas actuales, porque a ver, cómo se consigue disimular que un príncipe saca de la nada a una pobre muchacha maltratada por su madrastra ¡otra mujer mala! Ya puestos yo eliminaría los «101 dálmatas» porque el malo de la película, como saben, es una mujer y eso no se puede consentir; las mujeres no son nunca malas. Le doy vueltas a Mary Poppins porque digan, ¿por qué quien va a educar y ocuparse de los niños tiene que ser una mujer? También deberíamos cargarnos «Bambi» porque allí el personaje del padre no puede ser más machista y distante. De verdad, completamente de locos.

Con los cuentos tradicionales viene pasando lo mismo y ahí tienen a no sé cuántas creadoras (y creadores) tratando de explicar que en «Caperucita» el lobo simboliza al hombre maltratador y el cazador no es más que la justicia −feminista, por supuesto− que restablece el orden debido. 

Consecuentemente, esos chistes gráficos en los que un troglodita lleva en una mano un garrote enorme y con la otra arrastra del pelo a su pareja femenina será perseguido y a quien lo cree o difunda se le castigará con penas de cárcel superior a los dos años. Se trata de ocultar lo que siempre fue y de escamotear que hasta hace muy poco había un reparto de tareas y roles que hacía que la familia funcionara y que se permitían las bromas sobre el asunto. Ahora no, y pieza fundamental para la buena marcha de nuestra cultura actual es poner cambiadores de pañales en los lavabos de hombres, algo que no me parece mal, sobre todo si ese esfuerzo guardara turno hasta que se solucionaran otras carencias más importantes.

Hoy viene en El País un artículo hablando de la nueva política a seguir por los muy conservadores estudios Disney. Entre otras medidas se incluye la destrucción de la película «Canción del Sur» que yo vi de niño y que mezclaba imágenes reales con animadas. La razón de esa eliminación −dicen− es que en la película salen negros trabajando en los campos de algodón y parecen estar contentos, algo que no se puede consentir. Mientras, hoy mismo existe el trabajo esclavo en el campo bajo los plásticos en Almería y Huelva, pero como no salen en las películas no pasa nada.

También han decidido dar tijeretazo a buena parte de la antigua película Dumbo, porque salen unos cuervos que son unos golfos encabezados por un tal Jim Crow («crow» significa «cuervo») y dicen que ese nombre es muy parecido al de un personaje de color de los siglos XIX y XX que servía a todos de burla. Toda la parte donde salían esos cuervos, a la basura. Para que aprendamos y sepamos lo que es ser bueno y compasivo.

Entre los que admiramos la serie «Los Simpson» era normal preguntarnos hasta cuándo duraría la serie. Ahora que los estudios Disney la han comprado, es fácil deducirlo: hasta dentro de muy poco, porque los moñas de ese estudio acabará con lo que de rebelde o heterodoxo tenía la serie. Ahora hay que ver cosas más mansas y actuales, como Bob Esponja. Un personaje que a mí (creo que a los demás les gusta) me produce entre asco y miedo.

20 mayo 2019

Las mujeres y los niños... ni hablar

Cojamos el Titanic −o el Andrea Doria, que nadie se acuerda de él−; en el naufragio del primero murieron unas 1.500 personas y en el caso del otro unas 50, bastantes menos ciertamente, pero es que el segundo se hundió en 1956, ayer como quien dice. Ya sabemos que la importancia de las tragedias parecen medirse según el peso en kilogramos de los fallecidos.

¿Qué es lo que se oía cuando ambos barcos empezaron a hundirse? Ya lo saben: ¡las mujeres y los niños primero!, diga lo que diga la película que lanzó a la fama a Leonardo diCaprio. ¿Y eso por qué?, pues porque la especie humana tuvo desde siempre un fuerte sentimiento de supervivencia y de ahí el deseo de preservar a las mujeres y niños de todo mal, las primeras como hembras que pueden ser fecundadas y los segundos como crías que representan el mañana.

¿El mañana? Yo diría más bien que representan el ayer, puesto que la raza humana no se extingue ni de broma, si acaso desaparecerá precisamente aplastada por esa natalidad que nos lleva de cabeza al exterminio. Yo apuesto lo que quieran a que el final será antes del siglo XXII, ya verán cómo no me equivoco.

Y es que no hay planeta para todos con  lo que eso implica: no habrá para todos ni comida, ni agua, ni trabajo, ni vivienda, ni espacio, ¡ni siquiera aire! No hay más que mirar las cifras de habitantes de cualquier país o ciudad en una fecha reciente, pongamos que 1960, y ver las actuales para sentir un estremecimiento. En 1960 éramos 3.032 millones en todo el planeta; actualmente nos acercamos a los 8.000 millones. ¿Se imaginan a finales de este siglo?, ¿y en el siglo XXV (que nunca llegará)? Para mejorarlo, esta semana publicaba la prensa que en España −y no es el único país− ya hay más perros que menores de 15 años.

Resulta que el hombre blanco se empeñó en llevar medicinas y vacunas a África, India, etc., pero se le olvidó explicar a los que recibían esos adelantos que esas novedades deberían ser acompañadas de una reducción en el número de hijos, y a la vista están los resultados. Conocí a una keniata hace un par de años, que afirmaba que su país estaba fenómeno y que la gente vivía de lo mejor, que en Uganda sí que estaban mal; vale, pero ella tenía diez hermanos y de momento se vino a vivir a España, pese a que de inicio ni siquiera conocía nuestra lengua (ni de inicio ni de final, tenía poca idea de español). Ahora que vayan a contarle a sus hermanos que no se reproduzcan demasiado, que reciclen los plásticos, las botellas (¿qué botellas?)... Antes de que aprendan a contenerse en la producción de hijos y de que tengan todos esos contenedores de colores que tenemos por aquí, se habrá acabado el partido.

Las mujeres y los niños primero... ¿se refieren a esas mujeres cuyo mayor éxito es la guerra que han declarado a los hombres?, no tengo muy claro si para exterminarnos o someternos (más). ¿Se refieren a esos niños y niñas que ya no aprenden modales ni principios y que cuando van al instituto se hacen fotos y vídeos desnudos con el móvil para subirlos a la red? Quizás se refieran a mujeres como esa a la que cedí el paso en la entrada a un comercio y que por semejante villanía me montó una bronca de padre y muy señor suyo, por machista. Lo cierto es que la mujer no es ese ser tierno y más "débil" que el hombre a la que conocíamos o creíamos conocer.

Seamos prácticos: si en uno de esos fantásticos cruceros −a los que yo no iría ni atado− el enorme barco comienza a irse a pique, ni se les ocurra dar prioridad a las féminas o a los tiernos infantes. Intenten subirse a un bote salvavidas pisoteando si es preciso a los más débiles y después eviten que suba nadie que no sea hombre hecho y derecho. Los demás ya no merecen la pena.

20 abril 2019

Ese partido del que usted me habla

Impasible el ademán; ahí están todos y todas
Desde hace unos meses y tras su aparición triunfal en las elecciones andaluzas, lo cierto es que por una razón u otra los medios y los lectores de esos medios no paramos de hablar de ese partido que unos califican de nazi, otros de extrema derecha y ellos mismos de «extrema necesidad». Habrá que verlo y para eso nada mejor que repasar el programa de este partido.

El problema es que lo que esta gente reclama es una especie de compendio de lo que casi todos hemos dicho una u otra vez mientras comíamos o contemplábamos el telediario. ¿Quién no ha desbarrado alguna vez contra tal o cual comunidad autónoma y pedido al cielo su desaparición como tal? Lo cierto es que nos guste o no, el estado autonómico ha mejorado la vida de los ciudadanos, que ahora no soportarían la vuelta al régimen de hace más de 40 años, cuando la cosas había que solucionarlas en Madrid. Cierto que ha mejorado demasiado la vida de algunos de los que están en las administraciones autonómicas, pero hay que tomarlo como algo prácticamente inevitable y podemos aspirar como mucho a la reducción de tanto vividor. Hay que recordar que en todos los países hay corruptos, nuestro problema es que aquí no son castigados como debieran.

En su momento tuvo gran éxito la mentira lanzada por un folclórico canal de televisión que afirmó que en España había nada menos que 450.000 políticos chupando del bote. Hay muchos, cierto, y quizás bastantes más de los que debería haber, pero esa cifra es incuestionablemente un disparate, salvo que incluyamos en ese número a los presidentes de comunidades de vecinos.

No tiene discusión que en la actualidad el Senado es más un panteón de notables que aquello para lo que fue creado: una cámara autonómica; así que lo que se debe reclamar no es su desaparición, sino su funcionamiento acorde con el propósito inicial.

Hay una medida de gran éxito entre los partidos de la derecha y seguramente entre los españoles que no reflexionan como deberían acerca del asunto: las bajadas de impuestos. A todo el mundo se le ilumina el rostro pensando que una bajada general del IRPF al 20% como proponen estos desnortados, significaría casi siempre mucho más dinero en casa, sobre todo en las casas de los muy ricos. Claro que si el Estado no recauda dinero no tendrá para gastar y por lo tanto se reducirán todas esas prestaciones sociales que tanto gustan a casi todos, porque la maquinita de hacer dinero sin más, como el ratoncito Pérez, no existe.

No diría yo que no tengan algo de razón cuando afirman que hay que controlar la inmigración ilegal y el auge del islamismo, porque efectivamente parece que ambos asuntos están ligeramente desmadrados y, por ejemplo, no se acaba de entender qué aquí haya que dar acogida a todos los que quieran venir desde África y que si yo visito una mezquita en algún país musulmán (de los pocos que lo permiten) deba quitarme los zapatos y dejarlos en la puerta, pero sorprendentemente las féminas de esos mismos países que vienen a vivir aquí no se quitan el pañuelo −yihab o similar− cuando visitan un edificio público o van a la escuela, universidad, etc. imponiendo a todos una prenda de significado claramente religioso que además dificulta la identificación.

Hay enunciados a los que alegremente nos sumaríamos todos, como el apoyo a la familia o recuperar nuestro peso en el mundo, pero hay mucha tela que cortar en estos asuntos, puesto que cuando ellos hablan del apoyo a la familia se refieren a la familia según su idea de lo que debería ser, es decir, que por ejemplo la ley del aborto sería derogada. Yo no he utilizado nunca lo que esa ley facilita ni creo que nadie lo haga tocando castañuelas, pero es un derecho que a estas alturas no es discutible y al que decididamente no le guste tiene en su mano no acogerse a esa ley. En cuanto al peso de España en el mundo sería algo maravilloso de conseguir, pero no tenemos ni idea de cómo lograrían esos propósitos. Ni aclaran lo más mínimo ese asunto.

Recientemente y supongo que más que nada para conseguir portadas en los diarios han salido con esa idea terrorífica del derecho a portar armas, algo que entusiasmaría a alguien tan equilibrado y sensato como Donald Trump, pero salta a la vista que es un disparate que traería más problemas de los que solucionaría. Ni ellos se lo creen. Otra cosa es el derecho a la legítima defensa, que cuando va acompañado del allanamiento de la morada propia debería ser abordado con más realismo. Si yo, que soy mayor, tengo que enfrentarme a un ladrón que entra en mi casa, es absurdo que tenga que enfrentarme a una persona seguramente más joven sin sobrepasarle en mis medios de defensa. Si alguien invade mi hogar, yo debo tener derecho a casi todo lo que considere oportuno para defenderme a mí y a los míos. Si tengo un misil, también.

Todo casi indiscutible y aparentemente del agrado de la mayoría, el problema es que si se mira el programa completo llega el horror: quieren cargarse las pensiones, la sanidad pública, bajar los impuestos a los más ricos, etc. Este es el auténtico retrato de estos aparentemente iluminados y en realidad al servicio de los de siempre.

Hay ciertos políticos, entre los que se encuentra alguno con el que simpatizo enormemente, que proponen la ilegalización de ese partido. Aunque mi opinión no tiene el mínimo peso, considero que no se puede ilegalizar nada ni nadie que haga propuestas que no impliquen el uso de la violencia ni la desobediencia de las leyes, fundamentalmente la Constitución. No se puede prohibir algo simplemente porque no nos gusta.

04 abril 2019

Alguna pregunta

Hace un siglo, había una serie de televisión, cuyos guiones eran del magnífico Adolfo Marsillach, que se llamaba Fernández, punto y coma, que tenía un inicio extraño; se oía la voz del narrador diciendo Fernández nació punto, el mundo le hizo coma, por eso esta es la historia de Fernández punto y coma. Detalles aparte, eran capítulos que me parece que practicaban el surrealismo, aparte el placer de ver actuar a Marsillach, pero quizás por eso me daban que pensar y me hacían preguntarme todo aquello que no acababa de entender. Viene a ser lo mismo que me sucede ahora, pero con todo lo relacionado con lo que llamamos vida normal.

Hay cambios culturales casi repentinos (que 20 años no es nada...) que no consigo entender y a los que no consigo incorporarme. Hace nada, ser marica −hoy se denominan con una palabra extranjera, gay− era lo peor del mundo y súbitamente es casi lo más honroso que se puede llegar a ser. He tenido compañeros de trabajo homosexuales y salvo uno, que era además un cabrón, yo no acababa de entender el porqué de cierta hostilidad general hacia ellos. Posiblemente ahora les ascenderían con mayor rapidez para evitar ser acusados de homófobos.

Hace muy-muy poco, las mujeres le arrojaban sus sujetadores a Jesulín de Ubrique cuando toreaba y, anteriormente, acostarse con un torero era lo más y si no que se lo preguntaran a Ava Gardner. Ahora son casi como leprosos y están expuestos a agresiones cuando caminan por la calle. Una noticia relacionada con Francisco Rivera y algunas opiniones suyas, tan respetables como las de cualquiera, ha hecho que la noticia se llene de comentarios de cuyos autores es fácil imaginar que arrojaban espuma de rabia por la boca al escribirlos. Nunca me han gustado las corridas de toros y ni pagándome asistiría a una, pero ¿por qué esa saña contra la fiesta y esas prisas porque la prohíban? 

Desde siempre, cierto gestos que podían hacerse con los dedos eran considerados groserías del tipo que ninguna persona con un mínimo de educación podía repetir en público. No hace tanto, una persona de categoría y educación fuera de toda duda, José María Aznar, se lanzaba a representar el gesto llamado peineta o peseta dirigiéndolo al público en general; después otros de su misma cuerda como Luis Bárcenas lo repitieron con el respaldo moral que suponía semejante antecedente. Sin embargo no son estos casos los que me asombran, al fin un miembro del PP está legitimado para hacer lo que le venga en gana, lo que me viene maravillando es el entusiasmo con que los jóvenes, abiertos a todo lo que suponga progreso, han abrazado estos gestos y ahora mismo es normal que un cantante haga el gesto a su público, no sé si debe entenderse como una muestra de cariño o de desprecio a tanto imbécil.

Me llamaba la atención que también se prodigara el gesto que habitualmente se llamaba «poner los cuernos», es decir, doblar sobre la palma los dedos corazón y anular manteniendo tiesos el índice y meñique. Esto se da también en amplias capas de la juventud, pero de manera especial en el mundo de los grupos de música que podríamos llamar oscuros. Como tenía la posibilidad de preguntar a un miembro de un grupo musical heavy le planteé la cuestión y simplemente me respondió que era un gesto que repetían con frecuencia aunque no sabía exactamente por qué ni lo que significaba. Entonces, ¿de quiénes parten esas iniciativas y por qué las copian?

15 marzo 2019

Qué verde era mi valle

Mujer haciendo una cortés petición a un policía
Esta entrada no va en absoluto de nada verde ni de valle alguno, pero se me ocurrió que este título hace una llamada a cierta nostalgia y de eso sí que pretendo ir, a la vista de los tremendos cambios, no precisamente revolucionarios −más bien contrarrevolucionarios−, que estamos viviendo en los últimos tiempos.

Hablo de toda esta permanente reivindicación feminista que nos marea y en mi caso me produce un hartazgo que ya es excesivo e indigesto. Estos días ha podido verse más de lo habitual −que ya es bastante− eso de «si nosotras paramos se para el mundo». Pues estaría bueno que no fuera así, el mundo se para si paran las mujeres, si paran los hombres −¿hace falta decirlo?−, si para Internet, si paran los puertos, si paran los transportes... ¿en tan poquito se valoraban ellas mismas como para poner en duda el síncope mundial −perdón, colapso− sin su aportación?

Ya andaban envalentonadas gracias a personajes como Irene Montero, una auténtica estajanovista del cabreo y la ira feminista, agitando cada día a las mujeres y tratando por todos los medios de cargarse la lengua española con ese desdoblamiento de géneros propio de quien no conoce su idioma y además está orgullosa de su ignorancia. De momento, se dirige a todos en femenino y ha impuesto el nombre feminizado para su coalición con los infelices de IU. Ahora tras tanta huelga feminista y días de la mujer la agresividad ha aumentado hasta el punto de que en la manifestación del pasado 8 de marzo había pancartas que prácticamente pedían la aniquilación de los hombres. Han intentado pegar y expulsar a Inés Arrimadas, imaginen si la tal Inés hubiera sido un hombre.

Se ha podido ver y oír en la televisión dos de los eslóganes gritados y coreados entre otros muchos −también pintados en fachadas− en las manifestantes del día de la mujer: uno era «no salí de tu costilla, tú saliste de mi coño» y «la talla 38 me aprieta el chocho», lo que da una idea del elevado nivel de las reivindicaciones. He asistido en mi vida a bastantes manifestaciones y nunca presencié un tono semejante.

Se sabe que en la vida real no existe la igualdad ni el equilibrio en ningún plano, tan solo un espejismo de algo parecido; las feministas lo resuelven buscando no la igualdad, sino la supremacía en todos los temas. Ya la tienen ante la ley, ahora la exigen ante lo que se les venga a la cabeza y sorprendentemente la sociedad −en la que dicen que mandan los hombres− va cediendo y concediendo sin resistencia de ninguna clase. ¿Acaso hay algo más injusto e ineficaz que el sistema de cuotas?

Leí estos días en la prensa quejas femeninas porque hay pocas mujeres embajadoras. También he leído que ha habido una oposición interna del cuerpo diplomático para ser embajadores a la que se han presentado 103 hombres y 18 mujeres, ¿de verdad esperan que haya un 50% de embajadoras partiendo de esas cifras?, ¿deben nombrarlas para ese puesto por guapas?

Ahí tenemos al ilustre y correoso Pedro Sánchez, no del todo malo, si no fuera por cierta inmadurez y un empeño desaforado en complacer a todos sin atender a la importancia de lo que se le requiere. Por eso se siguen destinando cientos de millones a la prevención de la violencia doméstica con resultado de muerte, menos de 50 mujeres al año, sin dirigir siquiera una mirada al número de suicidios anuales, abrumadoramente masculinos y alrededor de 3.500 en el mismo periodo. No se hace nada para prevenirlos, pese a que según se afirma, bastantes de ellos sean hombres que toman esta decisión tras el divorcio que les deja solos, sin vivienda y sin medios económicos. O injustamente encarcelados a veces.

Su gobierno lo componen 17 ministros, de los que 11 son mujeres, lo que supone casi el 65% (en Suecia 49,15%); así es Pedro: más feminista que nadie. Por supuesto que ministros masculinos con escasa sesera hemos tenido decenas, pero cabe preguntarse qué necesidad había de nombrar a personajes tan escasamente competentes como la ministra de Justicia, torpe y soberbia hasta aburrir, o la de Transición Ecológica, que con tan solo unas frases ha estado a punto de cargarse la industria del automóvil española y desde luego ha producido severos daños; son varios los ERE en esa industria tras sus palabras.

Soy pesimista y me temo que esto no hay quien lo pare, y no será precisamente para bien, sino para que, como ocurre en todas las pseudorevoluciones, el mayor logro sea la ruina y el conflicto entre partes; en este caso entre el hombre y la mujer.

Esta semana hemos podido leer en los medios que las mujeres inventaron los intermitentes, el retrovisor, las luces de freno y los limpiaparabrisas. ¡La semana próxima nos dirán que inventaron el motor de explosión!, ¡y la siguiente, que inventaron la rueda!

09 marzo 2019

Buteflika y la democracia

Cada vez que surge una discusión acerca de la bondad o maldad del sistema democrático tradicional, alguien saca la más famosa frase de Churchill sobre este asunto «La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás» y no mencionan otra atribuida al mismo político que dice «El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio».

Viene esto a cuento de las manifestaciones que están sucediéndose en toda Argelia para impedir que Buteflika, el actual −y ausente− presidente del país vuelva a presentarse como candidato en las elecciones que se celebrarán el próximo 18 de abril. No sé si se han parado a pensarlo: esto evidencia una absoluta −y justificada− falta de fe en el sistema democrático, pues en teoría y si confiamos en ese sistema formal, aun presentándose sería casi imposible que saliera elegido un hombre que lleva gobernando como presidente 20 años, que tiene ya 82, que lleva más de 6 sin aparecer o dar un discurso, que se encuentra en silla de ruedas desde hace tiempo, que en la actualidad se encuentra −según dicen− enfermo en un hospital suizo ¡y que ni siquiera nació en Argelia, sino en Marruecos!

Todo esto debería suponer que no le votara casi nadie, pero hasta el ciudadano normal argelino sabe que ese aforismo de «un hombre, un voto» es el enunciado de una injusticia enorme que da el mismo valor al voto de una persona con formación e información que a un zoquete que se inclina por lo que más le suena o vota simplemente continuidad.

Hace ya mucho tiempo, yo diría que casi cuarenta años, en una charla entre amigos yo expresé mi opinión de que debería inventarse un dispositivo, quizás uno de esos cascos llenos de cables, que en el momento de emitir nuestro voto le diera una puntuación, digamos entre 0 y 10, según lo que el dispositivo pudiera apreciar acerca de nuestro conocimiento, raciocinio y conciencia de la importancia de ese simple acto de votar. En el mismo instante, un amigo que por cierto era más o menos del mismo pensamiento político que yo, saltó con mis palabras poniéndose de pie y calificándome de fascista, afirmando al tiempo que el voto debería tener el mismo valor fuese quien fuese el depositante.

Perdí el contacto con este amigo y no sé por lo tanto si se mantiene en la misma actitud, yo desde luego sigo pensando lo mismo y creo que el mayor inconveniente que puede argumentarse contra mi propuesta es la dificultad de fabricar este artilugio y cómo evitar su manipulación. Soy consciente de que es más una idea teórica que práctica, pero se me ocurre que con su aplicación se haría más real la democracia de lo que en la actualidad lo es, donde buena parte del electorado se deja llevar más por las vísceras que por el cerebro a la hora de votar. Y conste, si eso supusiera retirar el valor de mi voto, resignación. Lo que no puede ser es que el otro día saliera en televisión una encuesta callejera y varios jóvenes sobre los 25 años de edad afirmaran no saber siquiera quién es el secretario general o presidente de los principales partidos. De los programas de cada partido, mejor no hablar.

Tengo pendiente para leer próximamente un libro editado por Deusto titulado Contra la democracia (Against Democracy), publicado en 2016, cuyo autor Jason Brennan (nacido en 1979) creo que propone algo parecido a lo que yo mantuve hace ya décadas, concretamente lo llama epistocracia (el poder para los que saben); sé que mi idea no puede ser original y alguien podría formularla seriamente. Ignoro si el autor es en verdad un fascista profesional o alguien que desea que la democracia sea lo que pretender ser, ya veremos. Espero que el libro sea siquiera ameno y contenga alguna idea útil.

22 febrero 2019

Fue el 22 de febrero de 2018

Si algo inunda todos los aspectos de la vida española es la falta de memoria. Se nos olvida lo que hicieron o dijeron ciertos políticos, se nos olvida quién fue infiel a la democracia y se nos olvida que tal día como hoy, hace justamente un año, desapareció el que quizás haya sido el mejor humorista de España en décadas: don Antonio Fraguas, Forges. Ni siquiera el que fuera su periódico durante 24 años, El País, lo menciona hoy.

Vaya desde aquí un recuerdo hacia este hombre que no solo nos puso una sonrisa en la boca, cada día, durante muchísimos años, sino que hasta inventó un vocabulario que hoy usamos, conscientes o no, todos nosotros. La verdad es que, quizás por mi edad semejante a la suya, nunca pude imaginar que me fuera a faltar nunca su viñeta y me parecía lo más natural encontrarlo cada día al iniciar la lectura del diario, tan firme como la catedral de Burgos.

Mientras vivió, tuve el desparpajo de escribirle un par de veces mostrándole mi desacuerdo con algo que él había dicho o escrito y las dos veces me contestó dándome una explicación. No es frecuente ese comportamiento. Como de bien nacidos es ser agradecidos, gracias, Forges; por todo.

21 febrero 2019

Niños viejos

Puedo afirmar sin equivocarme que soy casi un fenómeno social: no he visto más de 5 minutos de Juego de tronos y no he oído nunca Despacito. Reconozco que no veo mucho la televisión −salvo noticiarios, películas y alguna serie casi siempre cuando dejan de emitirla− y además lo primero me ha sido fácil porque no me ha apetecido nunca ver los «jueguecitos» ya que me bastaba para rechazarla comprobar quiénes eran entusiastas de ella, como por ejemplo el insigne Pablo Iglesias, que tuvo la insolente ocurrencia de regalarle un paquete con DVD de la serie al rey en una recepción. En cuanto a la cancioncilla ocurrió algo por el estilo y bastaba con que sonara lo de Deeeess... para que de inmediato cambiara de canal, y así me he ahorrado acidez estomacal y rebajar aún más la opinión que me merece el gusto musical de la mayoría.

Me consta que hay una serie de programas-concurso en la televisión porque es inevitable asistir a la publicidad que las propias cadenas hacen si uno frecuenta los telediarios de varias de ellas y a las noticias en la prensa. Sé que existe «Gran Hermano» y sus variantes, «Operación Triunfo», «Master Chef» y sus variantes, «La Voz» y sus variantes...   

Precisamente hoy me ha tocado asistir a este último −sin sonido por suerte− porque he tenido que permanecer media hora delante de un televisor con ese programa sintonizado y ya se sabe que un televisor encendido atrae inevitablemente la mirada de quienes se encuentran por los alrededores. He podido presenciar las morisquetas y aspavientos de la tal Paulina Rubio al tiempo que me preguntaba hasta cuándo va a seguir vistiendo, gesticulando y comportándose como una adolescente la que ya se encuentra muy distante de ese periodo de la vida. No es difícil imaginar que dada su inanidad e ignorancia con certeza formaba parte del jurado y por eso estaba sentada en una butaca enorme. Me pregunto qué rencores nos guarda Méjico para enviarnos a esa maldición capaz de hacer desear a quien la observa la rápida llegada del fin del mundo. Puede que sea una venganza por las rancheras de Bertín Osborne, pero creo que se han pasado un poco en la revancha. Además, este último no se ha quedado a vivir allí; una pena. 

He tenido la ocasión de observar a quienes debían ser los concursantes, esforzándose por dar "lo mejor de sí mismos" y los que parecían miembros del jurado dando consejos. Me asombra, ¿algunos de los jueces ha tenido una carrera profesional de éxito incuestionable?, si no es así, ¿de qué van?

Me olvidaba citar a un concurso que aunque no pertenece exactamente a la misma categoría, me toca ver cinco o diez minutos cuando enciendo la televisión para ver el telediario al mediodía. Hablo de «La rueda de la fortuna», en el que el concursante tiene que adivinar las palabras de un panel mediante la inclusión por goteo de vocales y consonantes.

Todos los concursos son abundantes en la presencia de jubilados −facción «abueletes semirurales»− y en todos me he quedado asombrado por el aspecto y comportamiento de los que asisten como público o concursan: son infantiles hasta el punto que me hace pensar que no les ha servido de nada positivo cumplir años y aprender. Todos los concursantes parecen estar convencidos que con ese tiempo de aparición en pantalla han cumplido con los diez o quince minutos de gloria a los que parece que todos tenemos derecho y aparentan emocionarse como si les hubieran concedido el premio Nobel, riendo y a veces llorando conmovidos. Todo el público corea como niños los estribillos que les enseñan o que han aprendido presenciando en la pantalla de su televisor ese mismo espectáculo cien veces. Todos son inevitablemente niños jugando a lo que les ordenan y felices con ello, niños que lamentablemente carecen de la gracia e inocencia que suelen asimilarse a los infantes.

Y pensar que muchos pensaron cuando apareció la televisión que sería una herramienta formidable para formar a la gente...

03 febrero 2019

Comprando coche

No hay día en que no veamos en la prensa algún debate acerca de lo acertado o errado de lo dispuesto por el gobierno actual: 2040 como fecha límite para la venta de vehículos de combustión interna y desde ya una desincentivación de los vehículos con motorización diésel.

Hace ya 9 años cuando compré mi coche, me convencieron de que lo comprara diésel, porque era menos contaminante, al menos eso aseguraban los expertos. Yo me resistí porque nunca tuve un coche con motor a gasóleo −me parecía más propio de camiones− y porque en mi vida de jubilado los kilómetros anuales descendieron de manera notable, pero la idea de contaminar menos me atrajo y lo compré de ese tipo.

Está actualmente como nuevo, pero uno se cansa incluso de lo bueno, me he planteado comprar un sustituto y ahí he caído en el mismo dilema que todo el que ahora quiere comprar un coche. Hasta ahora uno se planteaba solo si comprarlo de gasolina o gasóleo, pero las posibilidades actuales son muchas en cuanto a los motores: gasolina, diésel, híbrido, eléctrico, GLP, GNC... desafortunadamente el hidrógeno, que quizás sea la verdadera opción del futuro, no está todavía a nuestra disposición.

Como lo del gas no acaba de satisfacer a casi nadie, las opciones se reducen a las tres o cuatro primeras y entre ellas el diésel tiene las de perder porque tras la metedura de pata de la ministra bocazas que soltó aquello de que esos vehículos tienen sus días contados, la gente huye del diésel como de la peste. En mi caso y en el de todos los que tienen un diésel, eso significa que no podemos esperar una valoración favorable de nuestro coche y por lo tanto no podemos contar con lo que nos den para pagar una parte significativa del nuevo.

A la hora de decidirnos por un eléctrico hay que tener en cuenta su elevado precio y falta de autonomía, por lo que no sirve como coche principal o único. Lo que son las cosas, según leo, la fabricación de las baterías y su desecho el día que le llegue la hora, contamina tanto como un diésel en toda su vida útil, pero la moda es la moda. Quedamos por tanto reducidos a dos opciones: gasolina o híbrido. El primero es la opción de toda la vida, la más probada y experimentada, pero en las grandes ciudades estos coches tienen sus días muy contados e incluso no nos valen para acceder al centro de estas ciudades en los días de alta contaminación, que cada día son más.   

Parece que los híbridos son la opción más conveniente, pero no hay que olvidar que son caros y que al disponer de dos mecánicas se pueden multiplicar los problemas y las averías y que el coche pesa más que uno similar con una sola motorización.

A esto nos ha conducido una política cegata que no ha previsto anticipadamente esta situación de la que quizás sea la primera industria exportadora del país (el turismo no es industria), mientras se mantienen en funcionamiento calderas de calefacción de carbón o gasóleo, vehículos pesados que literalmente gasean a los que les rodean y un transporte público no tan excelente como para disuadir del uso del vehículo propio. Para 2040 estará completamente prohibida la venta de vehículos privados de combustión interna, ¿se ha parado a pensar lo que eso significa? Pues que habría que sustituir los que hay a un ritmo de 750.000 vehículos anuales (cálculos oficiales); que para −digamos− 2025 (dentro de 6 años) nadie comprará un coche de combustión −¿qué menos que una posible vida de útil de 15 años? −; que las empresas generadoras y distribuidoras de electricidad nos tendrán en sus manos para todo y que, está claro, harán falta centrales nucleares para producir tanta energía como precisaremos, sin contar con que según nos dicen no hay litio para tanta batería y que la contaminación producida por las baterías desechadas nos matará de verdad al mismo tiempo que los residuos nucleares. Mientras, los optimistas están convencidos de que en cuatro o cinco años habrá baterías no contaminantes, de carga ultra-rápida y del tamaño de una caja de zapatos, que nos darán una autonomía de 2.000 km... Ya veremos, yo no me lo creo.

Entretanto, los «torpes» de los japoneses están promoviendo la compra de vehículos diésel como los menos contaminantes. Lo más gracioso es que eso es cierto para los diésel que ahora se fabrican, pero a nuestra ministra eso no le importa.