20 abril 2019

Ese partido del que usted me habla

Impasible el ademán; ahí están todos y todas
Desde hace unos meses y tras su aparición triunfal en las elecciones andaluzas, lo cierto es que por una razón u otra los medios y los lectores de esos medios no paramos de hablar de ese partido que unos califican de nazi, otros de extrema derecha y ellos mismos de «extrema necesidad». Habrá que verlo y para eso nada mejor que repasar el programa de este partido.

El problema es que lo que esta gente reclama es una especie de compendio de lo que casi todos hemos dicho una u otra vez mientras comíamos o contemplábamos el telediario. ¿Quién no ha desbarrado alguna vez contra tal o cual comunidad autónoma y pedido al cielo su desaparición como tal? Lo cierto es que nos guste o no, el estado autonómico ha mejorado la vida de los ciudadanos, que ahora no soportarían la vuelta al régimen de hace más de 40 años, cuando la cosas había que solucionarlas en Madrid. Cierto que ha mejorado demasiado la vida de algunos de los que están en las administraciones autonómicas, pero hay que tomarlo como algo prácticamente inevitable y podemos aspirar como mucho a la reducción de tanto vividor. Hay que recordar que en todos los países hay corruptos, nuestro problema es que aquí no son castigados como debieran.

En su momento tuvo gran éxito la mentira lanzada por un folclórico canal de televisión que afirmó que en España había nada menos que 450.000 políticos chupando del bote. Hay muchos, cierto, y quizás bastantes más de los que debería haber, pero esa cifra es incuestionablemente un disparate, salvo que incluyamos en ese número a los presidentes de comunidades de vecinos.

No tiene discusión que en la actualidad el Senado es más un panteón de notables que aquello para lo que fue creado: una cámara autonómica; así que lo que se debe reclamar no es su desaparición, sino su funcionamiento acorde con el propósito inicial.

Hay una medida de gran éxito entre los partidos de la derecha y seguramente entre los españoles que no reflexionan como deberían acerca del asunto: las bajadas de impuestos. A todo el mundo se le ilumina el rostro pensando que una bajada general del IRPF al 20% como proponen estos desnortados, significaría casi siempre mucho más dinero en casa, sobre todo en las casas de los muy ricos. Claro que si el Estado no recauda dinero no tendrá para gastar y por lo tanto se reducirán todas esas prestaciones sociales que tanto gustan a casi todos, porque la maquinita de hacer dinero sin más, como el ratoncito Pérez, no existe.

No diría yo que no tengan algo de razón cuando afirman que hay que controlar la inmigración ilegal y el auge del islamismo, porque efectivamente parece que ambos asuntos están ligeramente desmadrados y, por ejemplo, no se acaba de entender qué aquí haya que dar acogida a todos los que quieran venir desde África y que si yo visito una mezquita en algún país musulmán (de los pocos que lo permiten) deba quitarme los zapatos y dejarlos en la puerta, pero sorprendentemente las féminas de esos mismos países que vienen a vivir aquí no se quitan el pañuelo −yihab o similar− cuando visitan un edificio público o van a la escuela, universidad, etc. imponiendo a todos una prenda de significado claramente religioso que además dificulta la identificación.

Hay enunciados a los que alegremente nos sumaríamos todos, como el apoyo a la familia o recuperar nuestro peso en el mundo, pero hay mucha tela que cortar en estos asuntos, puesto que cuando ellos hablan del apoyo a la familia se refieren a la familia según su idea de lo que debería ser, es decir, que por ejemplo la ley del aborto sería derogada. Yo no he utilizado nunca lo que esa ley facilita ni creo que nadie lo haga tocando castañuelas, pero es un derecho que a estas alturas no es discutible y al que decididamente no le guste tiene en su mano no acogerse a esa ley. En cuanto al peso de España en el mundo sería algo maravilloso de conseguir, pero no tenemos ni idea de cómo lograrían esos propósitos. Ni aclaran lo más mínimo ese asunto.

Recientemente y supongo que más que nada para conseguir portadas en los diarios han salido con esa idea terrorífica del derecho a portar armas, algo que entusiasmaría a alguien tan equilibrado y sensato como Donald Trump, pero salta a la vista que es un disparate que traería más problemas de los que solucionaría. Ni ellos se lo creen. Otra cosa es el derecho a la legítima defensa, que cuando va acompañado del allanamiento de la morada propia debería ser abordado con más realismo. Si yo, que soy mayor, tengo que enfrentarme a un ladrón que entra en mi casa, es absurdo que tenga que enfrentarme a una persona seguramente más joven sin sobrepasarle en mis medios de defensa. Si alguien invade mi hogar, yo debo tener derecho a casi todo lo que considere oportuno para defenderme a mí y a los míos. Si tengo un misil, también.

Todo casi indiscutible y aparentemente del agrado de la mayoría, el problema es que si se mira el programa completo llega el horror: quieren cargarse las pensiones, la sanidad pública, bajar los impuestos a los más ricos, etc. Este es el auténtico retrato de estos aparentemente iluminados y en realidad al servicio de los de siempre.

Hay ciertos políticos, entre los que se encuentra alguno con el que simpatizo enormemente, que proponen la ilegalización de ese partido. Aunque mi opinión no tiene el mínimo peso, considero que no se puede ilegalizar nada ni nadie que haga propuestas que no impliquen el uso de la violencia ni la desobediencia de las leyes, fundamentalmente la Constitución. No se puede prohibir algo simplemente porque no nos gusta.

04 abril 2019

Alguna pregunta

Hace un siglo, había una serie de televisión, cuyos guiones eran del magnífico Adolfo Marsillach, que se llamaba Fernández, punto y coma, que tenía un inicio extraño; se oía la voz del narrador diciendo Fernández nació punto, el mundo le hizo coma, por eso esta es la historia de Fernández punto y coma. Detalles aparte, eran capítulos que me parece que practicaban el surrealismo, aparte el placer de ver actuar a Marsillach, pero quizás por eso me daban que pensar y me hacían preguntarme todo aquello que no acababa de entender. Viene a ser lo mismo que me sucede ahora, pero con todo lo relacionado con lo que llamamos vida normal.

Hay cambios culturales casi repentinos (que 20 años no es nada...) que no consigo entender y a los que no consigo incorporarme. Hace nada, ser marica −hoy se denominan con una palabra extranjera, gay− era lo peor del mundo y súbitamente es casi lo más honroso que se puede llegar a ser. He tenido compañeros de trabajo homosexuales y salvo uno, que era además un cabrón, yo no acababa de entender el porqué de cierta hostilidad general hacia ellos. Posiblemente ahora les ascenderían con mayor rapidez para evitar ser acusados de homófobos.

Hace muy-muy poco, las mujeres le arrojaban sus sujetadores a Jesulín de Ubrique cuando toreaba y, anteriormente, acostarse con un torero era lo más y si no que se lo preguntaran a Ava Gardner. Ahora son casi como leprosos y están expuestos a agresiones cuando caminan por la calle. Una noticia relacionada con Francisco Rivera y algunas opiniones suyas, tan respetables como las de cualquiera, ha hecho que la noticia se llene de comentarios de cuyos autores es fácil imaginar que arrojaban espuma de rabia por la boca al escribirlos. Nunca me han gustado las corridas de toros y ni pagándome asistiría a una, pero ¿por qué esa saña contra la fiesta y esas prisas porque la prohíban? 

Desde siempre, cierto gestos que podían hacerse con los dedos eran considerados groserías del tipo que ninguna persona con un mínimo de educación podía repetir en público. No hace tanto, una persona de categoría y educación fuera de toda duda, José María Aznar, se lanzaba a representar el gesto llamado peineta o peseta dirigiéndolo al público en general; después otros de su misma cuerda como Luis Bárcenas lo repitieron con el respaldo moral que suponía semejante antecedente. Sin embargo no son estos casos los que me asombran, al fin un miembro del PP está legitimado para hacer lo que le venga en gana, lo que me viene maravillando es el entusiasmo con que los jóvenes, abiertos a todo lo que suponga progreso, han abrazado estos gestos y ahora mismo es normal que un cantante haga el gesto a su público, no sé si debe entenderse como una muestra de cariño o de desprecio a tanto imbécil.

Me llamaba la atención que también se prodigara el gesto que habitualmente se llamaba «poner los cuernos», es decir, doblar sobre la palma los dedos corazón y anular manteniendo tiesos el índice y meñique. Esto se da también en amplias capas de la juventud, pero de manera especial en el mundo de los grupos de música que podríamos llamar oscuros. Como tenía la posibilidad de preguntar a un miembro de un grupo musical heavy le planteé la cuestión y simplemente me respondió que era un gesto que repetían con frecuencia aunque no sabía exactamente por qué ni lo que significaba. Entonces, ¿de quiénes parten esas iniciativas y por qué las copian?