25 noviembre 2019

Los telediarios

No sé si conocen esa historia −o alguna similar− de ese hombre que le presta a un amigo una cierta cantidad de dinero con la promesa de este último de devolvérsela un mes más tarde. Pasan los meses y el dinero no vuelve, así que cada semana el hombre que prestó el dinero reclama al otro el reembolso. Pasan las semanas, a reclamación por semana y al cabo de varias el caradura que se quedó con el dinero le dice muy molesto: pero mira que eres pesado... ¿A que conocen algún caso parecido?

Ocurre a menudo que quien tendría que hacer algo califique de pesado a quien se lo reclama, sin darse por enterado de que es ÉL el único que está en falta. El pesado.

Todo este rollo es para que entiendan que si me repito no es porque sea pesado −que lo soy por otros motivos−, sino porque pasa el tiempo y la situación errónea no cambia. Al grano.

Desde que apareció la televisión en España, con José Luis Álvarez (padre), veía los telediarios inicialmente en TVE (al principio necesariamente, no había otra), pero dejé esta cadena por mentirosos y desde hace un par de años veo A3; no es que sean mucho mejores, pero al menos cambio. En realidad da igual qué canal sea, parece que los que hablan al espectador están aleccionados para cargarse el idioma español y difundir errores que sean gratos a los espectadores, por lo general poco sobrados de conocimientos.

Concretamente, hace pocos años decidieron copiar una estructura del inglés −casi siempre los errores vienen por ahí− y emplear las expresiones partitivas prescindiendo del artículo que debería incluirse; así, dicen la mayoría de países, el resto de asistentes, el 50% de capitales, etc. cuando según la gramática y la costumbre, debería decirse la mayoría de los países, el resto de los asistentes, el 50% de los usuarios, etc. Lamentablemente se ha impuesto el modo erróneo y no parece que vaya a tener remedio.

¿Cuántas veces han oído en la tele eso de las miles de personas, las miles de víctimas, las miles de veces, cuando resulta que miles es siempre masculino? Por tanto lo correcto es los miles de personas, los miles de víctimas, los miles de veces... ¿no hay nadie que les llame la atención y les obligue a rectificar? He llegado a oír en la televisión las millones de mujeres. En fin.

Hace poco días oí a una persona a la que tengo por muy inteligente y preparada aunque algo "fachendosa" −la ministra Calviño−, decir en televisión en el medio plazo como tantos otros iletrados hicieron antes y, la verdad, lamenté que también ella cayera en el error de hablar español con estructura de inglés, pues en español es a corto plazo, a medio plazo y a largo plazo y no en el corto plazo, en el medio plazo y en el largo plazo, puro inglés con vocabulario español que se está extendiendo como la gripe. Ojo, que este disparate viene arrasando.

Como casi final, un lamento que ya lanzo sin esperanza de remedio: el abandono del verbo "oír" para sustituirlo por el verbo "escuchar", como si fueran sinónimos, que no lo son, como no lo son "ver" y "mirar". Un feo error que nos vino desde el otro lado del Atlántico y que aquí abrazamos con pasión. Ahorraba el esfuerzo de pensar.

Y ya como final-final una pregunta para que se la haga usted mismo: ¿por qué hemos olvidado la palabra "maremoto" para utilizar "tsunami", que significa casi lo mismo pero en japonés?

10 noviembre 2019

Ese partido de nombre latino

No hay día en que no lea u oiga eso del agotamiento de los electores por tantas elecciones en cuatro años. Han sido los medios los que han ido creando ese sentimiento de agotamiento en la ciudadanía, porque yo me pregunto desde cuándo es agotador acercarse un día al año al colegio electoral que está en la esquina para depositar su papeleta. ¿De verdad produce tanto agotamiento?, ¿los que somos mayores protestamos alguna vez porque en cuarenta años apenas nos dejaron opinar una o dos veces y eso sin posibilidad de debatir el sentido del voto? Todavía recuerdo en diciembre de 1966 cuando fui a votar en aquel referéndum y en el instante en que fui a depositar mi papeleta con el NO, el presidente de la mesa me la quitó de las manos diciendo que no la podía meter directamente. Me quedé horrorizado y por mi cabeza ya pasó la película imaginada de la «policía armada» −así se llamaba entonces la policía nacional− tirando abajo la puerta de mi casa para llevarme detenido por votar negativamente.

De acuerdo, era una visión exagerada, pero no era exagerado lo que yo sí sabía sobre amigos y familiares a los que llevaron a la Dirección General de Seguridad por razones aparentemente banales. Aquí todo era posible −lo malo, quiero decir− y el miedo era algo presente en todos los que utilizábamos la cabeza para pensar y no solo para ir al fútbol.

De verdad, quejarse por tener que votar solo lo veo plausible en los jóvenes que se creen que la democracia y las libertades se reciben en el kit de nacimiento junto con la inscripción en el Registro Civil.

Estamos en una tesitura desagradable: no se ha podido formar gobierno y aparentemente no se podrá formar a corto y medio plazo, porque las mayorías absolutas son especie extinguida y si algo nos gusta a los españoles es la dispersión, el desacuerdo beligerante. Todo se vuelve reproche al PSOE por «no haber sabido o querido» llegar a un acuerdo con Podemos (perdón, ahora lo llaman Unidas Podemos). Solo una vez he leído una reflexión sobre lo que hubieran montado los partidos de derechas si Pedro Sánchez llega a aceptar un gobierno de coalición con esos anarco-comunistas tan distantes del sentir socialdemócrata. Ahora es muy cómodo: se critica que no haya sido capaz de llegar a un acuerdo y listo, sin tener en cuenta que una cosa es lo que une a PP-Cs-Vox y otra las enormes discrepancias entre PSOE y Podemos.

Para rematar la faena, ha surgido un partido que debería inquietar a todos y empujarles a votar en sentido opuesto. Hablo de VOX, nombre latino como Audi o Volvo, pero mucho más peligroso que un coche. Lo tachan de ultraderecha y eso es cierto, pero también de falangista: qué más quisiéramos. Los falangistas −los auténticos− son elementos peligrosos, pero también son partidarios de una política social y económica que no tiene nada que ver con las que preconiza Vox. Muchos se identifican con tal o cual propuesta de esta gente, sin caer en la cuenta de que en realidad son ultraliberales y que desean acabar con las pensiones, la seguridad social, todo lo que signifique protección social; también bajar los impuestos a los más ricos, mirando más a Trump o Bolsonaro que a José Antonio Primo de Rivera o incluso a Franco.

Tienen un éxito aparentemente inesperado y no hay nada de eso, porque desde el siglo XIX son numerosísimos los enemigos de la libertad agrupados entonces bajo el nombre de absolutistas de Fernando VII −¡vivan las caenas!− y más recientemente conocidos como franquistas. Hay muchos más de los que imaginamos, tantos como escasa es la cultura en nuestro país, y no hay que descartar que más adelante lleguen al poder de la mano de Vox.

Hoy es día 10 de noviembre y celebramos las elecciones. No voy a hacer predicciones porque no tengo muy claro lo que va a ocurrir. No puedo dar por tanto datos muy concretos, pero sí uno que considero incuestionable: no va a ser posible formar gobierno y al cabo de un cierto plazo, como no es aceptable la celebración de otras elecciones que no resolverían nada, habrá que acudir a medidas extraordinarias para salir de esa situación. Al tiempo.