23 abril 2020

♪Subvencióname otra vez...♫

Sospecho que deben ser muchos los españoles que adoran todo lo relacionado con los estadounidenses, a pesar de Trump y muchos precisamente por él, en especial para contraponerlo con el gobierno actual, que desean derribar como sea, ya que no pueden cambiarlo con la fuerza de los votos. ¿Cuántos han estado calificando al actual presidente de «ilícito» ignorando a propósito lo dispuesto por la Constitución española, esa que supuestamente dicen defender como buenos patriotas? Creo que era ayer o anteayer cuando Iñaki Gabilondo recomendaba a los amantes de la Constitución recordar y defender el cumplimiento de todos sus artículos y no solo de aquellos que en un momento dado les conviene. Yo admiro mucho cierta cualidad de esos norteamericanos: cuando llegan sus elecciones presidenciales pueden luchar a muerte contra el candidato del partido contrario a su predilecto, pero una vez celebradas esas elecciones, todos casi sin excepción pasan a considerar al presidente electo su presidente, sin más. Algo que no le vendría mal aprender a los españoles.

Aunque algo se va sabiendo con el paso del tiempo, la mayoría de los españoles ignora que la filosofía que sostiene el régimen político de EE.UU. es la de un absoluto liberalismo económico y la reducción al mínimo de la presencia del Estado. De ahí la práctica inexistencia de una seguridad social al estilo europeo y de ayudas o subvenciones como las que son la esencia de la Unión Europea.

Aquí queremos un sistema que sea como el que en las películas americanas podemos ver cada día, pero apenas tenemos una pupa acudimos a papá-estado llorando para que nos cure y consuele. Allí, por ejemplo, las distintas confesiones religiosas se sostienen en general con las aportaciones de sus fieles y las donaciones privadas. Aquí, prácticamente todas las confesiones religiosas reciben aportaciones del estado y se da la paradoja de que quienes son agnósticos o ateos aportan −involuntariamente, claro− una parte de sus impuestos para el sostenimiento de la Iglesia católica y las demás que aquí funcionan. Es muy conocida la anécdota de lo que sucede en Alemania y otros países europeos de que en la declaración anual del IRPF hay un capítulo que incrementa el pago −no como aquí, que sale de la cuota normal− en función de la confesión religiosa a la que uno pertenezca. De ahí que los españoles residentes en esos países se declaren invariablemente ateos, porque les parece disparatado pagar para el sostenimiento de su religión, ¡hasta ahí podríamos llegar!

No cabe sorprenderse, vistas las tradiciones patrias, de que con motivo de la pandemia todo el mundo pide o más bien exige ser ayudado económicamente o subvencionado de alguna manera. No sorprende que hasta el momento haya en España más de 450.000 ERTE, de tantas y tantas empresas que consideran que puesto que ahora les va mal, el Estado debe compensarle económicamente y hacerse cargo de sus trabajadores. Nadie parece recordar que una mayoría, cuando las cosas iban bien, regateaban o eludían el pago de sus impuestos.

La lista de los que de una u otra forma piden dinero al Estado es interminable: cineastas y salas de cine, profesionales del teatro, clubs deportivos, ganaderos, agricultores, autónomos de todas las actividades imaginables, hostelería (bares, restaurantes y hoteles), pequeños comercios, colegios y universidades, etc. etc. TODOS reclaman dinero del Estado, al tiempo que suelen pedir el aplazamiento sine die del pago de sus impuestos. Supongo que uno de los que pide ayuda es mi fisioterapeuta, que según me confesaba gana más de 6.000€ al mes (y paga poco más de 300€ en impuestos; engañando, claro).

Estoy de acuerdo en que las pérdidas que ha producido y va a producir el virus chino han sido más que cuantiosas y la situación es ruinosa para casi todos, está previsto que el déficit anual alcance el 9,5% del PIB (¿solo?). El país tardará años en recuperarse de este desastre, si es que llega a recuperarse.

Para compensar, han debido ser muy pocos los que se han parado a pensar unos segundos de dónde saldrá todo ese dineral que se gastará en ayudas y aunque la mayoría no haya dedicado ni unos segundos a preocuparse por eso, apostaría cualquier cosa a que casi todos imaginan que bastará con que el gobierno dé la orden de tener más tiempo funcionando a la maquinita de hacer dinero. Así somos. Resignación. 

05 abril 2020

Un virus con corona (y III)

La frase «cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro» es atribuida alternativamente a Diógenes, a Lord Byron y a Adolf Hitler, así que para resolver esta cuestión, y con su permiso, he decidido atribuírmela a mí, lo que en apariencia es doblemente sorprendente porque yo ni siquiera tengo perro, pero viene a establecer con precisión el aprecio que siento por la humanidad. En especial por la nacida o residente en China.

Porque sigo con eso. Estoy convencido por lo que he ido leyendo, de que la responsabilidad de todo el desastre que estamos viviendo es de China, que por ineptitud o por maldad ha sido incapaz de controlar que el virus no saliera de allí. No hay dinero en China para pagar la indemnización que debieran dar al resto del planeta, así que no darán ni un euro y en occidente seguiremos sin fabricar nada y comprándoles de todo.

También sigo con mi indignación por el trato a los mayores. Se dice cada día que debemos quererlos y cuidarlos, pero la consigna es no desperdiciar un respirador en alguien a quien no le queda demasiado de vida, más o menos viene a ser eso de "ya han vivido suficiente" y las comunidades autónomas fijan la edad a partir de la cual eso será puesto en práctica, sean 70, 75 u 80 años. Son ciudadanos de segunda a los que se abandona a su suerte, simplemente administrándoles tranquilizantes para que no incordien. «El coronavirus ha resucitado la barbarie en lo que creíamos la civilización y la modernidad. Hemos visto en Madrid cosas horribles, como en las residencias: ancianos abandonados al parecer por cuidadores que no tenían mascarillas ni remedios ni ayuda alguna», eso afirma hoy un columnista en El País.

Me subleva también comprobar que todos se creen con derecho a ser subvencionados. Puede ser el mundo de la cultura, el del transporte, los autónomos, los comerciantes, los que habitan una vivienda en alquiler, los agricultores, ¡absolutamente todos! He visto incluso a ese grandísimo felón llamado Marhuenda abogar en televisión por que no se den préstamos −que luego habrá que devolver− sino que se regale dinero; así de sencillo. Hay incluso nada menos que un 35% de insatisfechos con la manera en que el gobierno está conduciendo la situación, en muchos casos manifestando una insatisfacción sonora y violenta; son esos que "piensan" que Casado o Abascal lo harían infinitamente mejor y desearían que el gobierno en pleno dimitiese y cediese el lugar a ese par de tuercebotas. Caramba, si Abascal hasta se ha permitido no ponerse al teléfono cuando hoy le llamaba el presidente para hacerle alguna propuesta de reunión o acuerdo.

Todo el mundo sabe cómo mejorar la situación: de momento, con mucho dinero. Nadie sabe de dónde debería salir ese dinero, porque en sus limitaciones pertenecen a ese sector convencido de que el gobierno puede fabricar tanto dinero como le apetezca y que si no lo hace es porque odia a los españoles (y españolas). Ya se sabe que es un gobierno pagado por los masones.

Estoy harto de presenciar cómo los países de más al norte se ufanan de haber abordado el problema con previsión, templanza y acertado cálculo. Lo peor es que aquí los contemplamos con un sentimiento de inferioridad que cuesta entender. Toda Islandia tiene unos 350.000 habitantes, algo así como la ciudad de Bilbao y los nórdicos −ya se sabe− no se relacionan. Así es fácil imponer un confinamiento. Lo mismo sucede con esa panda de catetos llamada Noruega o los listillos de los suecos, que como hoy tenían un día soleado han salido en masa a la calle para sentarse en las terrazas. Vamos, que son españoles de ocasión; luego, con acusarnos de que no pensamos más que en la juerga se sienten plenamente reconfortados en su estúpido calvinismo.
 
No sé en qué condiciones saldremos de esta, lo que es seguro es que no volveremos a ser como éramos. Los que me conocen me han oído decir desde hace meses que pienso que para 2050 la vida habrá cambiado a algo que ahora no llamaríamos vida. Para 2100 mejor no decir nada.

Miremos el lado bueno: actualmente apenas se habla de Cataluña.