21 junio 2021

Lectura de la prensa

Creo recordar que en alguna ocasión ya he contado en este blog que me gusta echar un vistazo a varios diarios cada día tras el desayuno. Podría parecer una variante de masoquismo, pero es que leer solo lo que se cuenta en uno de ellos da una visión muy sesgada de la actualidad, más ahora en que el que siempre fue mi favorito −conservo todavía el número 1 de El País− se transformó en algo muy distanciado de lo que para mí debe ser un periódico serio y fiable.

Falleció Forges hace ya más de tres años −el 22 de febrero de 2018− y con ello desapareció el cincuenta por ciento del contenido inteligente de ese diario que ahora se dedica preferentemente a la publicidad de succionadores de clítoris, productos de Amazon y a la celebración de homosexuales y transgéneros, algo que quizás muestre su modernidad y liberalismo, pero por lo que no siento el mínimo interés y sospecho que no preocupa en exceso a la mayoría de los lectores. También prestan una atención para mí parcial y desmedida hacia los inmigrantes en general y los que vienen en patera en particular; parecen compartir el criterio expresado por Manuela Carmena, cuando era alcaldesa de Madrid, y afirmó sin ruborizarse que los que venían eran los mejores.

Los otros diarios por los que me intereso son habitualmente El Mundo, 20minutos, Diario de Sevilla y El Periódico de Barcelona. Después hay más a los que no tengo como de lectura obligada, pero que frecuento: La Vanguardia, Diario.es, Infolibre, Público de Lisboa, The Guardian, O Globo de Río de Janeiro y A Folha de São Paulo. Me llama la atención el nulo interés de The Guardian −en realidad de todos los ingleses− por España y los españoles; cualquier suceso que tenga lugar en Ruanda o Bután es para ellos más interesante o trascendente que los que se producen en el país donde pasan sus vacaciones: somos para ellos tan solo una especie de resort. A cambio, aquí seguimos con pasión hasta los gestos mínimos de la familia real británica y allegados. Así somos, nos va el vasallaje (y la crónica rosa).

Noto que pongo los verbos en presente de indicativo y con eso falto a la verdad, porque desde hace un tiempo la mayoría de esos periódicos obligan a estar suscritos para permitir el acceso a las noticias y eso es algo que no quiero ni me puedo permitir, porque sería preciso abonar una cantidad elevada cada mes y asumir el cargo de conciencia que supone contribuir económicamente a la existencia de los que me desagradan. Por ejemplo, estuve tres meses pagando por El Mundo, pero las cosas que defendían me producían tal malestar y hasta asco que no pude continuar abonando mi suscripción. Y conste que sus lectores suelen ser peores que la propia línea editorial.

Desde que apareció esta novedad −que considero justa− de pagar por leer, se me ocurrió que seguramente se implantaría lo que considero más lógico: la creación de una mancomunidad (los modernos lo llamarían pool) a la que los lectores pagarían una cuota con lo que se podría acceder a los contenidos de todos los diarios mancomunados que, según los controles de lectura tan sencillos de establecer hoy en día, se repartirían las cuotas en función de los lectores o incluso del tiempo de lectura en cada uno.

Ni siquiera he oído hablar de la posibilidad de llevar a cabo este sistema y no es difícil suponer las razones: celos profesionales, desprecios, odios, miedo a que se conozcan las difusiones reales, etc. Como sin duda la prensa en papel tiende a desaparecer, esa falta de acuerdo llevará a la extinción de más de uno de los digitales, que será lo que desean los más poderosos, sin percibir que la desaparición de los más débiles arrastrará a la totalidad, porque la población optará por lo más fácil: ver solo televisión y redes sociales. Un desastre para el conocimiento y para la democracia, porque esta última solo es posible con ciudadanos informados.

Mientras deciden alguna solución al problema de las necesarias multisuscripciones actuales, procuro apañarme mediante el recurso a los más generosos −por ahora− o trucos para poder leer lo que me interesa, trucos cada vez más difíciles y complicados y que poco a poco van resultando imposibles de emplear. Terminaré como la mayoría: viendo solo los telediarios y aceptando la completa alienación y el engaño.

10 junio 2021

Curso abreviado de español para extranjeros

He visto hace unos días en la prensa un anuncio que decía: «Descubre los "leggins" con efecto "push up"» (las comillas inglesas son mías). Después de meditar un buen rato sobre ese texto he llegado a la conclusión de que los españoles no vamos a aprender inglés porque no hay manera, pero sí es cierto que, gracias al neoespañol, el inglés nos suena lo suficiente como para apañarnos. Nadie pestañea si lee en la prensa u oye en la televisión cosas como backstage: bambalinas, bastidores, casual: (estilo) informal, celebrities: famosos, dress code: etiqueta, fashion o trendy: de última moda, tendencia, fitting: prueba de vestuario, front row: primera fila, it-girl: chica de moda, etc. De lo de bizarre: raro (y ya bizarro también), prefiero no hablar.

Sí sería conveniente que puesto que aquí nunca llegaremos a hablar inglés como lo hacen holandeses, suecos y demás indeseables, tratemos de enseñar nuestra lengua actual a los extranjeros, una vez que mediante burradas hemos conseguido que el español sea más simple que el swahili. Tengamos en cuenta que ellos ya se saben "fiesta", "sangría", "guerrillero" y "paella". ¡Se saben lo fundamental!

Para empezar, hay que explicarles que aunque en las escuelas de idiomas se insista en lo contrario, el único pronombre personal es prácticamente "tú". Olviden todo eso de usted, vos, etc.: si se encuentran frente a un campesino digan tú. Si están con el rey, digan tú. Si con un juez en el ejercicio de sus funciones, tú. Si ven al papa, tú. No falla y la prueba está en la periodista que ya se dirigió a Felipe VI tuteándolo. En Europa nos consideran sin modales, ¡qué sabrán ellos lo que es modernez!

Sabemos que en inglés se molestan en distinguir entre "hear" y "listen", en francés "entendre" y "écouter", italiano "udire" y "ascoltare", portugués "ouvir" y "escutar", etc. En español hemos olvidado el verbo "oír" y resuelto este tremendo lío y se dice siempre "escuchar". Aunque sorprenda, aquí los truenos, los disparos o las explosiones se "escuchan". Muy apropiado para mentes sencillas; es decir, casi todas.

Algunos ignorantes −muy pocos− siguen creyendo que los superlativos se forman anteponiendo el adverbio "muy" o añadiendo el sufijo "-ísimo", pero las mentes simplificadoras han inventado algo que anteponiéndolo a lo que sea extreme su significado: "super". Por ejemplo, superbueno, superlejos, supercaro, etc. Atractivo, ¿no?

Hay gente retorcida que en las escuelas han estado enseñando hasta hace bien poco que las preposiciones son "a, ante, bajo, cabe, con, contra...", ¡¡qué ganas de complicar la vida!! Solemos usar las preposiciones para indicar procedencia, destino, situación y cosas de esas, así que en neoespañol basta con preceder la palabra con la expresión "a pie de", con lo que se consigue un simpático efecto de modernidad al tiempo que se evitan complicaciones. No me negarán que, por ejemplo, "a pie de arcén" o "a pie de pozo" o "a pie de playa" queda genial, ¿verdad? No es muy académico pero ¿qué más da?

No todo van a ser buenas noticias y para eso ciertos políticos han inventado un truco para complicarlo todo. La mala es que si antes usted podía escuchar, por ejemplo, en una asamblea de padres en el colegio algo así como "Los profesores han decidido que a partir de ahora los alumnos y sus padres...", en la actualidad para ser correctos hay que decir "Las profesoras y los profesores han decidido que a partir de ahora las alumnas y los alumnos y sus madres y padres...", lo que evidentemente dificulta mucho el habla, pero la buena es que a un extranjero probablemente no se le va a exigir ese perfeccionamiento que, en realidad, es una solemne mamarrachada.

Complementando lo dicho en el párrafo anterior no está de más advertir que esa norma solo es aplicable a palabras que en su forma singular terminen en las vocales "o" o "e", como niño o abogado o monje, que son vocales asociadas al sexo masculino y por lo tanto, malas. Si por el contrario la palabra termina en "a", como policía o dentista o malabarista, no hay que cambiar nada, porque la "a" es una vocal buena. Resumiendo: si se trata de un policía masculino, diremos "policía" a secas. Si de una bombero femenina, diremos "bombera" (leído en la prensa hace pocos días).

Por último, pero no menos importante, recuerde que al finalizar una charla y despedirse de su interlocutor debe decir "¡venga!", que viene a ser un final entre cortés y cariñoso que invita al otro a sobrellevar pacientemente las adversidades que puedan alcanzarle.