Falleció Forges hace ya más de tres años −el 22 de febrero de 2018− y con ello desapareció el cincuenta por ciento del contenido inteligente de ese diario que ahora se dedica preferentemente a la publicidad de succionadores de clítoris, productos de Amazon y a la celebración de homosexuales y transgéneros, algo que quizás muestre su modernidad y liberalismo, pero por lo que no siento el mínimo interés y sospecho que no preocupa en exceso a la mayoría de los lectores. También prestan una atención para mí parcial y desmedida hacia los inmigrantes en general y los que vienen en patera en particular; parecen compartir el criterio expresado por Manuela Carmena, cuando era alcaldesa de Madrid, y afirmó sin ruborizarse que los que venían eran los mejores.
Los otros diarios por los que me intereso son habitualmente El Mundo, 20minutos, Diario de Sevilla y El Periódico de Barcelona. Después hay más a los que no tengo como de lectura obligada, pero que frecuento: La Vanguardia, Diario.es, Infolibre, Público de Lisboa, The Guardian, O Globo de Río de Janeiro y A Folha de São Paulo. Me llama la atención el nulo interés de The Guardian −en realidad de todos los ingleses− por España y los españoles; cualquier suceso que tenga lugar en Ruanda o Bután es para ellos más interesante o trascendente que los que se producen en el país donde pasan sus vacaciones: somos para ellos tan solo una especie de resort. A cambio, aquí seguimos con pasión hasta los gestos mínimos de la familia real británica y allegados. Así somos, nos va el vasallaje (y la crónica rosa).
Noto que pongo los verbos en presente de indicativo y con eso falto a la verdad, porque desde hace un tiempo la mayoría de esos periódicos obligan a estar suscritos para permitir el acceso a las noticias y eso es algo que no quiero ni me puedo permitir, porque sería preciso abonar una cantidad elevada cada mes y asumir el cargo de conciencia que supone contribuir económicamente a la existencia de los que me desagradan. Por ejemplo, estuve tres meses pagando por El Mundo, pero las cosas que defendían me producían tal malestar y hasta asco que no pude continuar abonando mi suscripción. Y conste que sus lectores suelen ser peores que la propia línea editorial.
Desde que apareció esta novedad −que considero justa− de pagar por leer, se me ocurrió que seguramente se implantaría lo que considero más lógico: la creación de una mancomunidad (los modernos lo llamarían pool) a la que los lectores pagarían una cuota con lo que se podría acceder a los contenidos de todos los diarios mancomunados que, según los controles de lectura tan sencillos de establecer hoy en día, se repartirían las cuotas en función de los lectores o incluso del tiempo de lectura en cada uno.
Ni siquiera he oído hablar de la posibilidad de llevar a cabo este sistema y no es difícil suponer las razones: celos profesionales, desprecios, odios, miedo a que se conozcan las difusiones reales, etc. Como sin duda la prensa en papel tiende a desaparecer, esa falta de acuerdo llevará a la extinción de más de uno de los digitales, que será lo que desean los más poderosos, sin percibir que la desaparición de los más débiles arrastrará a la totalidad, porque la población optará por lo más fácil: ver solo televisión y redes sociales. Un desastre para el conocimiento y para la democracia, porque esta última solo es posible con ciudadanos informados.
Mientras deciden alguna solución al problema de las necesarias multisuscripciones actuales, procuro apañarme mediante el recurso a los más generosos −por ahora− o trucos para poder leer lo que me interesa, trucos cada vez más difíciles y complicados y que poco a poco van resultando imposibles de emplear. Terminaré como la mayoría: viendo solo los telediarios y aceptando la completa alienación y el engaño.