29 diciembre 2020

Cómo dejar de votar socialista

Voy a escribir algo que quizás me dejará enfrentado a todo el que me lea, porque resulta que fastidio a unos y otros y lo peor es que también quedo bastante irritado conmigo mismo. Mejor será empezar por el principio. Lo que sí quiero dejar claro es que no se trata de un manual para hacerse de derechas, ni mucho menos. La derecha puede ser cerril o quizás no, pero siempre puede contar con mi rechazo.

Cuando murió el dictador −en la cama como todos saben− yo todavía no peinaba canas e incluso me faltaba bastante tiempo para ello, pero ya había estado siguiendo las aventuras de un tal Felipe González que aparecía en revistas políticas de entonces como Tiempo, Cambio16 o Cuadernos para el Diálogo. Siempre con su chaqueta de pana o con una cazadora, aparecía sin ser mencionado como secretario general del Psoe (r), sino como integrante de lo que por lo bajini se denominaba oposición al régimen. Incluso era llamado a veces Isidoro, que era su nombre de guerra en la clandestinidad. De clandestinidad poca, ya que para entonces el régimen había aflojado las riendas y permitía cierta relajación y porque quienes movían los hilos miraban a un lado y veían al dictador en estado premoribundo y al otro lado presentían que estaban los que iban a mandar en un futuro cercano y con quienes no convenía indisponerse por aquello del vaya usted a saber.

Le solían acompañar −solo en las fotos− los que se vislumbraban personajes del futuro político como José María Gil Robles y Joaquín Ruiz Giménez, Ramón Tamames, Enrique Tierno Galván y otros de cuyos nombres no consigo acordarme porque políticamente fueron flor de un día (o dos). Santiago Carrillo, el más importante de todos, no se mencionaba mucho porque era nada menos que comunista y esa palabra producía todavía en los españoles olor a azufre.  

Para que no faltara de nada teníamos hasta dos psoes diferentes: el Psoe-h (histórico) dirigido por Rodolfo Llopis y el Psoe-r (renovado) que tenía como líder al tal Felipe, sospecho que ninguno de los dos con una presencia real en el escenario político ni con una militancia que fuera más allá del grupo de amiguetes, porque el único partido con existencia real era el PCE. Afortunadamente y tras duras negociaciones aquellas dos versiones se unieron en una y ahí quedó de jefe Felipe. El PSP de Tierno Galván tuvo una vida efímera y pereció ahogado por las deudas.

En las primeras elecciones de 1977 me tocó formar parte de una mesa y asistí por lo tanto a una experiencia que hasta entonces nos parecía propia de la pura fantasía. Incluso me leí lo dispuesto por la ley electoral y expulsé a dos policías −que alucinaban− de la sala de votación porque portaban armas, impedí que un marido impertinente entrara en la cabina de voto junto con su esposa y al terminar todo quemamos los votos en el patio del colegio como entonces disponía le ley electoral. En elecciones posteriores actué dos veces como apoderado por el PSOE.

Lo cierto es que elección tras elección he ido votando al PSOE salvo en dos o tres ocasiones en que cabreado con el partido por lo que yo consideraba comportamiento político  inadecuado, di mi voto a Izquierda Unida o algún otro partido de izquierdas de esos que ya desaparecieron. Me di cuenta ya entonces de que Felipe González no era y nunca había sido socialista, tan solo antifranquista y sobre todo felipista. Muchos achacan la falta de seriedad de Felipe González a su origen andaluz. No tanto, ¿es que no saben que su padre, de quien heredó maneras, era santanderino?

He mantenido una relación difícil con el socialismo, aunque −quede claro− si no me abstengo, algo que de momento rechazo, mi voto irá para la izquierda. Y es precisamente esa izquierda la que me produce acidez estomacal día tras día, esa otra "izquierda" que ahora recibe el nombre de Podemos. Son los sans culottes actuales, y más falsos, desideologizados y vulgares que ellos. Son quienes se propusieron tocar poder rápidamente y lo consiguieron mediante artimañas.

Me costó entender la coalición con los de Pablo Iglesias, aunque yo mismo me repetí una y otra vez que tras resultar el PSOE el partido más votado en las elecciones aunque sin mayoría, Pedro Sánchez, visto el bloqueo a que era sometido por todos, sin olvidar la "espantá" de Rivera, solo tenía dos opciones: la coalición con Pablo Iglesias (y esposa) o llamar a Pablo Casado y cederle los trastos de mandar. Y se acabaría el PSOE para siempre. Entiendo el agobio de Pedro Sánchez, aunque me agradaría verle con ojeras por no poder dormir.

Si me preguntaran qué partido y comportamiento detesto más, me costaría decidir si es el PP, Vox o Podemos. Los de este último simbolizan lo que más aborrezco: arribismo, oportunismo, deslealtad hacia su país, feminismo radical, nepotismo y aspecto personal poco presentable o higiénico. Estoy en contra de la práctica totalidad de las leyes que proponen y hacen que se tambalee mi lealtad al socialismo. No sé en qué quedará este aborrecimiento, porque desde luego no caminaré de la mano de Podemos.

14 diciembre 2020

Templanza, concordia y opiniones políticas

Antes de que falleciera el dictador, acompañé a unos familiares a visitar a unos amigos de ellos que residían en una ciudad cercana. Yo era entonces un jovencito con algunas ideas políticas, algunos sentimientos políticos y escasa prudencia en lo referente a ese asunto.

En casa de estos señores merendamos un café con pastas y no sé cómo llegamos a un punto que me hizo exclamar −inocente de mí− ¡pero es que en España no tenemos democracia! Nunca hubiera dicho tal cosa, porque el dueño de la casa −para mí un anciano y ahora que lo pienso debería tener poco más de 60 años− se levantó muy agitado al tiempo que sufría un temblor enorme en todo su cuerpo, desde su escasa cabellera hasta sus piernas y me gritó: ¡Ni falta que nos hace!, ¡si Franco me pide que me baje los pantalones lo hago donde él me diga! Pura elegancia.

Me quedé aterrorizado y temblón del susto, porque aquel hombre parecía que iba a ser víctima de un ataque epiléptico, un infarto o cualquier otra lindeza; también porque ya preveía la que me iba a caer encima más tarde de parte de mis familiares −fachas sin remedio− al salir de allí o llegar a casa. Lo intentaron, pero cometieron el error de contarme que el de la bajada de pantalones era el que tenía la contrata de la confección de los uniformes de la Guardia Civil en la zona. Entonces lo entendí mucho mejor.

Nacemos casi-casi condicionados para ser una u otra cosa, quizás por conveniencia económica, puede que por influencia de nuestro entorno (familia, educación, amigos), bien como reacción de signo contrario a todos esos factores. Sea como sea, lo que nos debería preocupar es usar la razón y no hacer nunca de nuestra postura política un motivo de enfrentamiento serio o de forofismo como lo somos con el fútbol.

En general los españoles somos escasamente proclives a admitir los errores de los de nuestro bando y disfrutamos de una visión que envidiaría Superman para detectar los errores de los contrarios. Acabo de leer en el periódico a unos que piden que el Tribunal Supremo juzgue al gobierno actual por los errores cometidos durante la pandemia. Ya lo sé, tiene que haber de todo... Por supuesto, no son más que sueños húmedos de algunos que desearían quitarse a este gobierno de encima y subir a los altares a Casado o Abascal... para que lo hicieran probablemente peor y, dada la experiencia que tenemos, además sisaran. 

Olvidamos que nadie va a gobernar exactamente como nos gustaría, entre otras cosas porque un gobierno es la suma de voluntades dispares y la realidad circundante es la suma de millones de voluntades dispares y muchas veces también disparatadas. Esa es la causa de que, por ejemplo, no paremos de oír a pertenecientes a un gremio (actores, hosteleros, toreros, peluqueros, etc.) afirmar que han sido olvidados y frecuentemente son los mismos que reclaman una bajada de impuestos. ¿Han oído hablar del milagro de la multiplicación de los panes y peces?: pues bien, en el mejor de los casos fue un milagro que nadie puede repetir −en el peor un cuento− y lo más parecido es ese Fondo de Recuperación prometido por la UE que ahora amenaza con no llegar o tardar muchos meses o años, ¿esos que reclaman subvenciones están dispuestos a esperar tanto?  

Generalmente se habla con reverencia de lo bien que ha llevado el gobierno de Nueva Zelanda lo del covid-19, con apenas contagiados entre ellos. Supongo que el hecho de que según la OMT ese país haya recibido casi dos millones de turistas en 2019 (la mayoría australianos) y España más de 81 millones (la mayoría europeos), no tiene ninguna importancia ni varía la apreciación. Lo más desquiciante es que la presidenta de Nueva Zelanda ha declarado que considera a Pedro Sánchez y a la primera ministra de Dinamarca −por este orden− los mejores líderes mundiales, con lo que ha cortado en seco las alabanzas hacia ella desde la derecha. Lo que importa a algunos es sobrevalorar lo ajeno y menospreciar lo propio, sobre todo porque este gobierno es social-comunista-bildu-etarra-bolivariano-masónico, afirman.

El gobierno trata de paliar tantas dificultades y en el camino quedan errores lamentables, a veces inevitables, a veces imputables al hecho singular −en España− de que se trata de un gobierno de coalición en el que los "coaligados" son unos tuercebotas. Creo que yo sufro con esos −a mi juicio− errores más que quien desde el primer minuto se puso en contra y decidió que Pedro Sánchez era su enemigo personal, alguien pagado por la masonería internacional.

¿Alguien cree que me deja indiferente el que la esposa o compañera del vicepresidente segundo sea ministra porque sí?, ¿que incluso algún alto funcionario fuera a dar la bienvenida al barco Aquarius y ahora no sepan qué hacer con la invasión de pateras?, ¿alguien imagina que me parece normal que quien acompañe al rey en su viaje a Bolivia parezca un vagabundo con moño?, ¿que la portavoz del gobierno tenga un habla que Marujita Díaz consideraría vulgar?, ¿que Pablo Iglesias haga constantemente propuestas que van en contra del sentir de la mayoría?, ¿que se haga una nueva ley de Educación, probablemente correcta, pero muerta desde su inicio porque no ha sido consensuada con nadie?, ¿que la ministra de Transición Ecológica afirme irreflexivamente que los vehículos diésel tienen los días contados, tirando abajo el mercado de ese tipo de vehículo?, etc. etc.

Más templanza y un poco de seriedad. Del gobierno y de todos.

30 noviembre 2020

Veraneo con descubrimiento

Reconozco que no soy muy original: desde hace muchos años cuando llega el verano alquilo un apartamento en una población playera, en el que paso un mes entero de veraneo con tan solo la nota negativa del ruido −con frecuencia insoportable− de los vecinos de arriba, pero es que ya saben que una característica fundamental de buena parte de los españoles es comportarse como patanes sin la menor consideración hacia quienes les rodean.

Este apartamento es un lugar agradable hasta cierto punto, teniendo en cuenta que esos ochenta y tantos millones de visitantes que nos llegan (llegaban), más los viajeros nacionales, ponen perdidas las costas y poblaciones que hasta hace 50 años eran bonitas y tranquilas. Dicen las malas lenguas que somos un país de camareros, pero eso no sería posible si en España cada vez que surge eso que llaman emprendedor no se aplicara de inmediato a instalar un chiringuito, un bar, un restaurante... en definitiva esos establecimientos que precisan de camareros, lo que propicia que tantos nacionales se dediquen a ello. Requiere esfuerzo, pero no hay que estudiar ni pensar mucho para ejercer esa profesión. Por eso y pese a que no le deseo mal a casi nadie, me alegro infinito de la catástrofe de este año por causa del covid-19, a ver si tanta gente que se ha quedado sin trabajo agudiza su ingenio y se busca la vida de una manera menos acomodaticia y más creativa.

No sé si se han fijado que en las películas americanas cada vez que alguien se queda sin trabajo termina trabajando como camarera si es mujer y como taxista si es hombre. En España lo de taxista no vale porque ya se preocupan los profesionales de que no sea fácil dedicarse a eso, así que aquí ambos sexos van de cabeza a la hostelería. Ya saben ese chiste en que están juntos un ingeniero inglés, un ingeniero francés, un ingeniero alemán y otro ingeniero español, y va el español y les dice: ¿qué desean los señores? (admito que es un chiste totalmente retro, ahora todo el mundo tutea).

Decía que cada verano alquilaba un apartamento en el que pasar los calores durante un mes, pero este año ha sido diferente. No me apetecía el apartamento y la convivencia obligada en las zonas comunes con tantos, ahora que la situación es al menos amenazante −más de lo que muchos se imaginan−, de manera que me busqué unos de esos hoteles casi todo incluido con piscina y playa «a pie» de habitación, que dirían los eruditos.

Desayunar y cenar en el comedor del hotel me hizo descubrir cómo los "papis y mamis" actuales están preparando a los imbéciles de mañana. Por lo pronto dejando que los llamen "papis y mamis" (¿dónde quedó lo de papá y mamá?) y después a cada niño pequeño le ponían delante de su plato de comida un móvil −a veces una tableta− en posición tal que permitiese ver la pantalla horizontal en la que normalmente se reproducían dibujos animados (ganaba por goleada Bob Esponja): todo es poco para satisfacer al rey de la casa.

Me llenó de estupor la irresponsabilidad de esos papis y mamis que no se daban cuenta de que estaban iniciando la preparación de su hijito como un futuro zoquete de esos que padecen adicción grave al móvil y que pueden sufrir severas alteraciones de comportamiento si les separan de sus smartphones.

Realmente hablar por hablar, ¿quién tiene hoy en día interés en que su hijo no sea un cretino? Lo que todo el mundo busca para su descendencia es que no sean eso que modernamente se llaman losers (perdedores, en cristiano); quieren triunfadores, no importa cuántos cuellos haya que pisar ni la carencias de educación en modales y cultura de ese hijo. Así entre todos lograremos una humanidad aún más despreciable y sin fisuras. Como debe ser.

17 noviembre 2020

¿Inmigrantes o invasores?

En cuanto a la inmigración masiva descontrolada se puede decir que la población está dividida en tres grupos: los que están a favor, los que están en contra y los que son indiferentes y pasan del asunto; son quienes en las playas canarias se apresuran a darle comida y ayuda a los inmigrantes que desembarcan mientras ellas se están bañando en bikini.

Ha habido varias encuestas y el resultado, aunque cambiando las cifras, es siempre el mismo. Los menos numerosos son los que están a favor, los más numerosos los pasotas y los medio abundantes  −y más cabreados− los que están en contra. No voy a disimular, yo estoy entre estos últimos.

Evidentemente los pasotas no tienen razones para justificar su postura. Los que están a favor creen tener argumentos, pero no son capaces de afrontar una discusión razonada. Los que están en contra son los que tienen que discutir lo que parece básico: no se puede consentir la llegada masiva y descontrolada de inmigrantes que se comportan como si fueran turistas de vacaciones con visado de entrada al país. La foto de más arriba se corresponde a la llegada de una patera con argelinos que al llegar a la playa de Ibiza le preguntan con todo desparpajo a la Guardia Civil que acude a la patera por dónde se va al Hotel La Noria y se ponen a hacerse selfies. Observen que no son desheredados, llevan pulseras y anillos de oro. Según la prensa, ha habido alguno que ha llegado a pedir que le sirvan un whisky en ese momento. Ni siquiera nos respetan, está claro.

Hoy mismo, las noticias informan de que en lo que va de mes han llegado a Canarias 8.000 inmigrantes, espero que nadie se atreva a llamarlos "refugiados" porque no lo son. Proceden mayoritariamente del Magreb y también de Mauritania y países del África negra más al sur. Nadie parece darse cuenta del desastre que supone esa invasión: los que llegan traen enfermedades, habrá terroristas entre ellos −son casi todos musulmanes− y huyen de problemas y violencias que frecuentemente arrastran consigo, ¿es eso lo que queremos?

Se argumenta en ocasiones que según la propia Unión Europea, España va a necesitar anualmente del orden de 270.000 inmigrantes para suplir la escasa natalidad propia. Pero ¿queremos rellenar el país con personas de otra raza, de otra religión, de cultura tan diferente?, ¿les gustaría ir a Palencia y que sus habitantes fueran africanos? Y sobre todo, es cierto que Alemania deja entrar numerosos inmigrantes en su país, pero normalmente hay una selección previa −allí el paro es muy inferior−, hasta el punto de que si necesitan fresadores y torneros son esas profesiones las que tendrán preferencia y, en cualquier caso, no aceptarán personas que no sirvan para nada.

España no hace selección, se limita a aceptar lo que llega y en un mes como este con 8.000 llegadas solo a Canarias, ha devuelto a su origen un avión con nada menos que 22. Diga lo que diga Manuela Carmena, acogemos a lo peorcito y solo podrán valer para manteros, albañiles −quitando el puesto a españoles y tirando salarios− y pedigüeños en la puerta de los supermercados. También pueden dedicarse a asaltar ciudadanos o establecimientos, ¿o creemos que se van a resignar a pasar hambre? Antes teníamos el consuelo de que al no encontrar salida se marchaban hacia Europa y allí se apañaban, pero ahora Francia nos devuelve puntualmente a todos los que encuentra que han entrado a través de España. Y nosotros tenemos que aceptarlos como si fueran naturales de Cuenca.

En Baleares y Canarias no tienen dónde colocar a tanto invasor y como solución provisional los alojan en hoteles en los que usted pagaría más de 1.200 euros por alojarse una semana y lo peor es que la prensa extranjera está publicando en portada esto, con la correspondiente pérdida de atractivo turístico y anulación de reservas de visitantes de los que pagan. ¿Estamos locos? No lo están los hoteleros locales que al ver la repercusión internacional están protestando.
 
¿Cómo no van a venir inmigrantes si nos desvivimos por complacerles y cubrir sus necesidades mientras tantos españoles pasan hambre? Hasta la prensa de sus países de origen se burla de nosotros. Todos los españoles saben de la invasión musulmana del año 711 e imaginan aquello más o menos como el desembarco de Normandía. Pues no, según los estudios debieron ser menos de 10.000. Estamos de acuerdo en que aquello fue una invasión, ¿cómo llamamos a esto de ahora? 
 
Y a aquellos tardamos casi 8 siglos en echarlos...

**Según la RAE,
invadir:
Del lat. invadĕre.
1. tr. Irrumpir, entrar por la fuerza

09 noviembre 2020

Tuteo por imposición: ¿otra pandemia?

Efectivamente, es una pandemia, aunque en esta ocasión no produzca muertes, ni conciencia propia de padecerla y no hay ni habrá vacuna que inmunice. Empezó como a veces empiezan los chaparrones: un goterón aquí, otro más allá... para encontrarnos finalmente con una inundación de la que no nos salva ni un milagro. Hablo del tuteo, una funesta costumbre que se ha impuesto gracias a la falta de autoestima de la mayoría de mis compatriotas, porque en contra de lo que argumentan los encargados de marketing, el tuteo no refleja un acercamiento al cliente, sino la eliminación del respeto debido al prójimo y la consideración de ese cliente como un grano de arena de ese inmenso arenal anónimo que en la actualidad somos los seres humanos. Somos simplemente una ocurrencia más de esa multitud llamada vagamente clientela.

Casi nadie se ha dado cuenta de que según se va implantando el tuteo generalizado se van cortando o enrareciendo las vías a través de las cuales un cliente puede entrar en contacto con ese monstruo al que le compramos un servicio o un producto. ¿Ejemplos? Pues ahí tiene Amazon, cualquier operadora telefónica, los bancos, etc. A veces existe un cauce residual por el que comunicarnos telefónicamente (por escrito les horroriza), pero las locuciones automáticas van tamizando llamantes hasta dejar finalmente solo unos pocos afortunados que podrán hablar con... un gestor sudamericano que generalmente no sabe de qué va el asunto −en muchas ocasiones ubicado en un lugar remoto de Bolivia− y se limita a torearnos, que para eso le pagan. Lo que la empresa busca es interponer peones que hagan de rompeolas donde se estrellan nuestras justas reclamaciones o nuestras consultas, para ella impertinentes e inoportunas. Si consigue superar tanto obstáculo, no se preocupe, ya le harán ver que ha perdido el tiempo inútilmente.

Si esto lo leyera algún joven −que ya me extrañaría− pensaría además que padezco delirios y que la actual forma de dirigirse a otro es la que ha existido desde siempre y que lo que cuento no es más que la expresión de una locura no tratada o la lectura excesiva de libros de caballería. Pues no. Y además tengo pruebas.

¿Han oído hablar de aquellos remotos −no tanto− payasos de la tele? Gabi, Fofó, Miliki y no sé cuál más. En sus programas aparecían ante un graderío lleno de niños y al empezar le preguntaban a todos eso de ¿Cómo están ustedes? a lo que los niños debían responder y respondían con un general ¡¡Bieeeen!!

¿No notan algo extraño en el diálogo? Pues efectivamente, los payasos trataban de usted a unos niños que pocas veces superaban los diez años, ¿no es asombroso? Pues ya si les cuento que con esa misma edad a mí los profesores del colegio me llamaban de usted, seguramente llegarán a la conclusión de que todos somos unos dinosaurios y que carecíamos y carecemos de la más mínima modernidad. Lo verdaderamente moderno es lo contrario, el tuteo a todo el que se ponga en nuestro camino, da igual que tenga 10 o 90 años, que sea el papa de Roma, el notario que nos hace la escritura del piso o el mismísimo ministro de Asuntos Exteriores. ¿Qué puede compararse a la satisfacción de tutear y despreciar al profesor en el colegio?

Dice el diccionario de la RAE para el verbo tutear: 1. tr. Dirigirse a alguien empleando el pronombre de segunda persona para el trato de confianza o familiaridad. (el subrayado es mío). ¿A que es sorprendente?, ¿tiene trato de confianza o familiaridad conmigo el operador de Vodafone, el empleado del híper, el del banco? Ni hablar; entonces, ¿por qué me tutean? Solo cabe una respuesta: porque carecen de educación y desconocen lo que deben ser los modales de relación. Además, es inútil tratar de usted al tuteador, porque él no se dará por aludido y continuará tuteándonos como si nada, su carencia de formación le impide percibir lo evidente. Como el caso de esa periodista de Tele5 que entrevistaba al rey Felipe VI y lo tuteó con todo desparpajo, confundiendo seguramente respeto con temor o democracia con desfachatez. Está bien que ella no temiera al rey o se considerara su igual, pero ¿tutearlo?
 
Estos mismo tuteadores si tienen que comparecer ante un tribunal de justicia tengo la seguridad de que tratarían al juez de señoría sin ningún problema, porque consideran a los procedimientos de la justicia algo arcaico y porque además saben que si se atreven a tutear al juez les cae encima un proceso por desacato del que no saldrían bien librados. Nada como el palo para que aprendan modales esos modernos

Hablar por hablar; sé que es batalla perdida y ya casi todas las empresas tutean a sus clientes y hay que enfrentarse para que no sea así; no sé si merece la pena.

12 octubre 2020

Actualízameeee

Trataba en una entrada reciente anterior sobre el timo de las baterías recargables −sobre todo de móviles y portátiles− y me parecería poco serio dejar de lado otro timo habitual a los poseedores y usuarios de móviles.

Raro es el día que cuando por la mañana va a echar un vistazo a su dispositivo favorito no se encuentra con la petición de actualización de alguna app, algunas veces apremiándole para que la lleve a cabo. Puede que lo encuentre natural y justificado, pero no hay nada de eso, es simplemente algo muy parecido a la extorsión o el abuso.

Me doy cuenta de que estoy refiriéndome más a mi caso que al de la mayoría de los usuarios, estos suelen tener establecido en su móvil que las app se actualicen automáticamente cada vez que la empresa propietaria lo requiera y no controlan voluntariamente esos procesos. Simplemente se dejan hacer.

Supuestamente, las actualizaciones de aplicaciones pueden obedecer a dos diferentes razones: las mejoras o ampliación en sus prestaciones o la corrección de un error detectado. ¿Han notado en cada actualización −en muchos casos son semanales− alguna mejora? Yo no he notado nada nunca, si acaso un cambio en la interfaz para justificar alguna vez las molestias. ¿Funcionaban dando algún error esas app, error que se ha corregido? Ni hablar, es difícil que esas aplicaciones tan sencillas tengan errores y desde luego no se arreglan tras la actualización, porque no existe tal actualización. Entonces, ¿para qué tantas actualizaciones? Pues por supuesto no lo puedo afirmar con rotundidad y no poseo pruebas, pero tengo fundadas sospechas de que simplemente se trata de tenernos atentos a la aplicación y que no la dejemos ahí sin acordarnos de ellas una vez descargadas. Algo sé de lo que hablo.

En los inicios de todo esto de los smartphones y las tabletas, un amigo me comentó varias veces totalmente asombrado que le maravillaba que pusiesen a disposición de los usuarios tantas aplicaciones gratuitas. Pobre hombre, no existe tal gratuidad porque las empresas propietarias obtienen a cambio diferentes pagos. Siempre publicidad; en el caso de los bancos, consiguen descargar de trabajo otros medios de comunicación con el cliente y hacerle ofertas económicas apropiadas a sus medios o situación social, en otros se apoderan de nuestros datos personales nos guste o no, ante la indiferencia y pasividad de la mayoría de los usuarios que lo permiten.

Seamos sinceros: todo el mundo pone el grito en el cielo si considera que se ha violado su privacidad −una privacidad que es cualquier cosa menos virgen− si el Estado utiliza ciertos datos que no requieren identificar al usuario, para estadísticas fiscales o con propósitos sanitarios. Sin embargo, aceptan sin titubear cualquier petición de una app que acaban de instalar para acceder a los contactos, ubicación, las fotos o documentos inicialmente privados. ¿Privacidad?: no me hagan reír.

Mil veces que lo pienso, mil veces que no lo entiendo. ¿Cómo puede ser que los españoles, casi en su totalidad, hayan entregado sin recelo su intimidad a mil empresas a la que solo interesa elaborarles un perfil comercial para enviarles publicidad personalizada y usar sus datos personales para aquello mediante lo que puedan sacar algún beneficio. Para esas empresas no somos ciudadanos, solo especímenes a los que se les puede sacar provecho.

Hablando de provecho: hoy leo en portada del diario El País que «El 67% de las apps para niños de entre tres y cuatro años venden sus datos a terceros». A la vista de esta indecencia, producen risa los escrúpulos de quienes no quieren que el Estado use sus datos anónimamente para estudios estadísticos. Qué fineza. 

Sin duda existe una dejación en el Estado que tiene la obligación de protegernos de abusos de terceros ante los que nos encontramos indefensos −física o intelectualmente− y dejación también de los usuarios que aceptan mansamente, como simples ovejas, lo que quieran hacer con ellos.

Este asunto es algo parecido a cuando usamos mata cucarachas para acabar con esos desagradables bichos. ¿Por qué no usamos insecticida normal, del de los mosquitos? Pues porque usamos insecticida personalizado. Esa es la personalización de la que hablan ahora las empresas.

25 septiembre 2020

Pereza mental y comicidad

Desde que puedo recordar me ha interesado el idioma y como es natural su gramática, pero fue en los años 90 cuando le presté más atención y cuando la curiosidad hizo que me fijara más en las reglas y en los errores. Absurdamente soy yo, un profano, quien se afana en defensa ocasional de la lengua española y el señalamiento del abandono general y progresivo del interés por hablar y escribir correctamente. Temo que hay ya quien me rehúye por pesado, pero esto es lo que hay, tengo que admitir que no me interesan Messi, ni Cristiano Ronaldo, ni La Casa de Papel y como lo del virus ya está muy visto, ¿de qué voy a hablar?

Creo que ya he tratado de este asunto en otra entrada, así que alguien podría tacharme de pesado. Nunca lo seré tanto como quienes se empeñan una y otra vez en el mismo error: parecen no conocer otros adjetivos que importante y complicado. Así califican lo mismo a una pandemia, que a un chaparrón, que a un conflicto político o una película... lo que sea. Desaparecieron por lo tanto grave, extenso, tremendo, intenso, apabullante, copiosa, conflictivo y tantos otros adjetivos que nuestro idioma tiene por cientos o, quizás, miles. La pobreza de léxico manifiesta la pobreza mental y el desapego respecto del propio idioma, el español, y despierta más interés la noticia de una trifulca entre Iker Casillas y Sara Carbonero que el abandonado uso del verbo "oír". Tantos siglos de construcción para llegar a esto: la gente quiere más a su smartphone que a la lengua en que se expresa.

También  puede que me haya quejado anteriormente de algo que ya doy por perdido, como perdidas están casi todas las batallas libradas en defensa de nuestra lengua. Lo más llamativo es que nadie parece recordar cómo hablábamos no hace tantos años, quizás veinte o treinta, y resulta que hoy día, cuando la comunicación es lo que más ha evolucionado, el idioma no evoluciona como algunos afirman, simplemente se deforma y empobrece. Me refiero ahora a la eliminación del artículo −a la manera del inglés, claro− en lo que los expertos llaman «expresiones partitivas» y para mayor claridad bastarán unos ejemplos: "el resto de (los) españoles", "la mayoría de (la) gente", "el 16% de (los) participantes", "la mitad de (los) clientes", esos artículos obligados desaparecen en la práctica diaria, orgullosamente encabezados en el error por los presentadores de televisión.

Existían desde siempre las expresiones "a pie de obra" y "al pie del cañón" que son parecidas aunque no tienen nada que ver una con otra. La escasez de vocabulario y las prisas en el habla de los mismos que pierden horas con el whatsapp o twitter hace que en la actualidad todo se encuentre "a pie" de algo. He oído decir en la televisión "a pie de arcén", "a pie de playa", "a pie de pozo", "a pie de estadio" o lo que se les venga a la cabeza, para ahorrar el esfuerzo de pensar en la preposición o locución adecuada. Por lo pronto, yo diría que para estar "a pie" de algo habría que estar a un nivel físico igual o inferior, ¿cómo vamos a estar "a pie de pozo? Por supuesto, son expresiones no admitidas por la RAE, pero eso, ¿a quién le importa?

La gente no tiene ganas de perder su valioso tiempo en decir cosas como "se ha extendido rápidamente", "todo el mundo habla de ello", "es un tema que está en la calle", etc., ahora se ahorra muchísimo tiempo diciendo que tal cosa arrasa, se ha viralizado o −lo más− que es trending topic. Una sección de El País llamada Huffington Post (últimamente HuffPost) ha sido un ejemplo en la difusión de estos términos. Precisamente esa chabacana sección calificada por muchos de click bait, que trata de conseguir que la leamos con falsos señuelos, porque en eso les va su existencia.

Estoy seguro de que son pocos los periodistas que han hecho y aprobado la ESO, pero son entusiastas en eso de inventar −o destrozar− el idioma. Hoy mismo he leído en El Mundo la palabra "reportajeado" y no hay manera de que los periodistas se enteren de que las hembras de los animales se quedan preñadas y paren, nada de quedarse encintas o embarazadas y dar a luz, algo reservado inicialmente a las mujeres. Los tertulianos son otra de las especies propensas al disparate; a una tertuliana de la Sexta llamada Grazziela Almendral, que parece haber aprendido el español por correspondencia,  le he oído decir "espionar" (por espiar), otra ha soltado "tracear" (de trace, rastro), pero los disparates de esos supuestos expertos son tantos que no dispongo de espacio. ¿Alguien se acuerda de aquel antiguo programa llamado "La Clave"? Nada que ver con los actuales; aquellos tertulianos eran expertos en las materias, estos "cuñaos".

Podría escribirse un libro a base de los disparates gramaticales que sueltan los políticos. He oído decir a Calviño con frecuencia "en el largo/medio/corto plazo", cuando en español ha sido siempre "a largo/medio/corto plazo", pero resulta que aquello es pura traducción del inglés (in the long/medium/short term) que ella debe conocer y considerarlo más molón. Díaz-Ayuso dice "campar por sus anchas" (por "campar a sus anchas"), Maroto "en ciencia cierta" (por "a ciencia cierta"), Pedro Sánchez "cuarentenar", Mª Jesús Montero −la bien hablá− "a todas las luces" (por "a todas luces"), etc. etc. Parece que se hubieran criado en Estonia sin contacto regular con el español.

Para terminar, ¿alguien ha echado de menos el adjetivo "honrado" en los últimos años? Yo puedo decir la razón: ha desaparecido engullido por el otro adjetivo, "honesto"; ¿la razón?, pues resulta que en español la palabra honesto se refería inicialmente a asuntos de la entrepierna, después quedó como sinónimo de honrado y como da la casualidad de que en inglés solo existe honest, honesto es la palabra que ha triunfado y que ha conseguido la exclusiva en el español actual. Ya nadie es honrado, si acaso honesto, antes existía la frase "soy pobre, pero honrado" y ahora habría que decir "soy pobre, pero honesto", ¡qué horror!

Decía Felipe VI en su proclamación que observaría una conducta "honesta"; no dijo "honrada". ¿Usaría esa palabra por seguir la moda o por excluir −pensando en su padre− esos devaneos tan típicos de los Borbón en general y de su padre en particular?

10 septiembre 2020

La pandemia de la pandemia

A finales de 2019 me dio por decir a todos los que me conocían que el mundo iba a una situación que provocaría que para 2050 la vida posible sería algo a lo que ahora no llamaríamos vida y que para 2100 la humanidad habría desaparecido. No era que el espíritu de Nostradamus se hubiera alojado en mí, sino que la lectura acerca del ritmo de crecimiento de la población mundial, la evolución sin salida de la estructura social que conocemos, lo leído sobre el consumo de los recursos materiales y alimentos, la descongelación del permafrost con la liberación de virus desconocidos, la admisión en España/Europa de los sobrantes demográficos de África, etc. me había hecho pensar que esto así no podía continuar y, conociendo la naturaleza humana y su incapacidad para reaccionar pese a los avisos, llegué a la conclusión que describo más arriba.

Yo mismo me sorprendí cuando llegó el coronavirus, una vez que nos dimos cuenta de que el asunto no iba a ser cuestión de uno o dos meses; no esperaba una confirmación tan inmediata de lo que yo venía afirmando. Ahora que estamos pasando lo que unos llaman segunda ola y otros rebrotes aislados, se va perfilando la idea de que esto no acaba a corto plazo y que va a durar no ya meses, sino años. Porque habría que ir explicando a la gente que la vacuna va para largo, que no se la van a poner para estas navidades y que su eficacia dejará mucho que desear. No por mucho correr se va a conseguir una vacuna que nos libere del virus −de sus consecuencias− y no la recibiremos hasta bien entrado el año 2021, como muy pronto. El virus probablemente conviva con nosotros sine die.

Soy de los que piensan que la llegada del virus desde Wuhan no ha sido inocente y que, aunque sus efectos se les hayan ido de las manos a los chinos, había la clara intención de producir unos daños terribles en las economías occidentales de los que difícilmente conseguiremos recuperarnos. Lograron lo que querían y nuestros daños sanitarios y económicos son mucho mayores y persistentes de lo que ellos mismos padecieron y esperaban causar, ¿no resulta extraño? Ahora los chinos andan poniéndose medallas unos a otros para celebrar lo bien que han llevado lo del coronavirus. De traca.

Vistos los efectos del covid-19, no resulta chocante que haya otros virus en espera para rematar la faena, ahora que ha quedado claro que somos extremadamente vulnerables. No necesariamente tendrán que proceder de un laboratorio chino: por ejemplo, dicen que se calcula que existen entre millón y medio y dos millones de diferentes virus y apenas conocemos unos cinco mil. Buena parte pueden llegarnos desde el permafrost, ya que al tratarse de algo que estaba congelado desde hace miles de años −con posibles virus en su interior−, no sabemos nada sobre ellos ni tenemos defensas naturales o sintetizadas.

Hay algo que en todo caso nos ha dañado incluso a los que hasta el momento hemos conseguido librarnos de contraer la enfermedad y que supone una auténtica pandemia dentro de la pandemia: hace meses que los telediarios y los programas de debate no hablan de otra cosa que del covid-19. Ahí están dándole vueltas a lo poco que sabemos, y hemos podido ver mil veces las escenas de extracción de sangre pinchando un dedo o la introducción del palito con el algodón en la punta hasta el mismo cerebro para la prueba PCR o la paquistaní actuando como cobaya humana a la que se inyecta una prueba de alguna vacuna. Tampoco hay manera de librarnos del relato del número de contagiados o fallecidos en tal o cual comunidad e, incluso, en Arenillas de San Pablo con una población de 282 habitantes. Resulta obsesivo.

Tenemos que escuchar la dolida sorpresa de los políticos o autoridades en la materia porque ahora descubren que no hay médicos ni personal sanitario suficientes −hemos dejado que se marchen por Europa miles de ellos hartos de pasar miserias− para atender las necesidades de nuestra población −ay, aquellos recortes− y ahora que comienza el curso de todas las enseñanzas nos lamentamos de que no haya suficientes profesores −ay, aquellos recortes−, porque eso de tener 50 y más alumnos por clase no es admisible, y hablan de contratar 39.000 nuevos enseñantes, como si eso pudiera improvisarse de un día para otro. ¿De verdad piensan que hay ese número de profesionales, sentados en casa haciendo solitarios, esperando ser llamados?

Aunque fastidie a algunos políticos, lo cierto es que esta pandemia nos cogió por sorpresa a todos, ciudadanos llanos y políticos de todos los niveles y que unos lo han sorteado mejor y otros peor y ninguno bien, porque eso supondría tener previamente un país en estado de revista y todos sabemos que esa no es nuestra situación (ni la de casi ninguno). Del caso de la Comunidad de Madrid ya hablaremos otro día.

21 agosto 2020

Jóvenes actores españoles

Suelo ver más bien pocas series de televisión y casi siempre cuando ya se han exhibido en su totalidad y tengo constancia de que son algo más que una idea estirada hasta el infinito, caso de La casa de papel. Acabo de ver las dos temporadas de una serie que recomiendo a quienes no sufran gerontofobia, llamada El método Kominsky.

En mi opinión, se trata de una historia encantadora que me ha hecho reír y sonreír bastantes veces, algo casi olvidado teniendo en cuenta el repertorio del que habitualmente se dispone. Lamentablemente, solo hay dos temporadas de 8 episodios cada una y cada episodio viene a durar unos veinticinco minutos, por lo tanto apenas 400 minutos en total, aproximadamente lo mismo que tres largometrajes. Lamentable digo, aunque en esa limitación autoimpuesta radica también parte de su delicadeza y encanto. Para evitar desengaños, ya aviso de que no salen dragones.

El protagonista principal es el popular Michael Douglas y el segundo es otro menos conocido pero ni mucho menos desconocido, Alan Arkin. No se me ocurre contar de qué va la serie, pero sí voy a mencionar que en la serie Douglas se gana la vida en una escuela de interpretación propia −en la que se practica el método Kominsky− donde él es el único trabajador y que tiene una hija de aspecto poco atractivo. Por increíble que le parezca a los jóvenes actores españoles, en la serie hay quienes van a esa escuela a tomar clases de interpretación ¡pagando por ello!

Ahí es donde viene la relación de lo que estoy contando con el título de la entrada: parece que muchos españoles están convencidos −no me incluyo− de que por una extraña y bendita característica genética, todos nacen con capacidades sobradas para ser actores. De ahí que cueste soportar una película española actual donde suele ser hasta difícil entender lo que hablan, como si se tratara de indígenas amazónicos o miembros de un call center de alguna empresa española, pero situado en un lugar exótico de Hispanoamérica. Seguramente consideran unos torpes a todos esos actores que en el extranjero, antes de iniciar sus carreras profesionales, han asistido a escuelas de interpretación, pobres incapaces. 

No sé si existe algún actor español de las actuales generaciones que haya tomado seriamente clases de ese tipo y en especial de dicción, algo que en su totalidad ignoran y de ahí esa dificultad para entenderlos cuando actúan y nos cuesta comprender de qué van, quizás con la excepción de otros jóvenes espectadores que hablen como ellos. Un ejemplo perfecto es la serie que ya mencioné La casa de papel en la que sobre todo los más noveles deberían ser subtitulados para que los demás pudiéramos comprender lo que están diciendo.

En España parece que para ser actor basta con ser joven y tener un aspecto atractivo o, al menos, ser hijo o nieto de algún famoso. En el caso de las féminas basta con un rostro fotogénico, porque ya saben lo fácil que es colocarse prótesis que aumenten sus encantos, sobre todo los mamarios. Puro feminismo, por cierto. No quiero ni pensar lo que sucedería si aquí se hiciera una investigación del tipo a que han sometido a Harvey Weinstein en los EE.UU.

Días pasados, TVE ha tenido la buena ocurrencia de reponer la obra «Doce hombres sin piedad», tanto en su versión cinematográfica como la teatral llevada a cabo por esa cadena en 1973 dentro del espacio Estudio 1, un espacio desgraciadamente desaparecido perteneciente a la época del monopolio y blanco y negro, con más de una sorpresa agradable. He leído algunas críticas sobre esa versión teatral y todas coinciden en llamar la atención sobre su calidad y la muy superior dicción de los actores de aquella época, nada que ver con el confuso farfulleo actual.

Soy de los que evitan asistir a una película o serie española, no por esnobismo, sino porque hemos pasado de aquellas voces a veces impostadas en exceso a las actuales que suelen ignorar la lengua castellana y su pronunciación. Normal, teniendo en cuenta que la mayoría de los españoles actualmente no saben hablar ni escribir español.

03 agosto 2020

Los progres

La mayoría de quienes habitan este país están convencidos de que la población se divide entre españoles de izquierdas y españoles de derechas, que son los que tienen la obligación de agredirse mutuamente como si de una maldición existente desde Fernando VII se tratase. A los de izquierdas suman como si de una excrecencia se tratase a los que llaman «progres», convencidos que no son más que una manifestación degradada o folclórica de los rojos de siempre, pero rojos al fin.

Error. Para empezar, no debe confundirse a los «progres» con los «progresistas». Aunque aquella palabra parezca tan solo un apócope de esta última, yo aseguraría que no tienen nada que ver la una con la otra, como no lo tiene la palabra «narco» con «narcolepsia», es solo que la mente simplificadora de la mayoría asocia una con la otra.

No soy un definidor profesional, así que me atengo en cuanto a progresista a lo que dice la RAE: adj. Dicho de una persona o de una colectividad: De ideas y actitudes avanzadas. Es decir, lo contrario a aquellos que insistían continuamente en la venida de Fernando VII, hasta el punto de conseguir apodarle «el Deseado», algo que produce risa teniendo en cuenta que fue el mayor golfo entre todos los reyes españoles, lo que ya es para causar sensación.

Si usted busca la palabra «progre» en el diccionario de la RAE encontrará que lo despachan diciendo que equivale a progresista, así de sencillo. No dudo de que inicialmente fuese así, pero con el tiempo la realidad ha ido diferenciando entre una y otra cosa. El progre suele ser alguien que, ahora que la religión es algo decadente y fuera totalmente de la realidad social, precisa de algún sustento inmaterial sobre el que construir su esencia y se aferra a lo que yo llamaría la espumilla folclórica de la verdadera izquierda. Estos progres suelen ser postulantes o abanderados de las posiciones más extremistas y alborotadoras.

Un progre suele tener una creencia fundamental sobre un solo asunto, sin cuerpo doctrinal, y todo lo demás se supedita a su propósito principal. Suelen ser progres los que practican un feminismo radical, los partidarios de la inmigración no selectiva, los defensores del movimiento LGTB, los veganos proselitistas, los activistas antidesahucios, etc. Un ejemplo típico es la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Ha brujuleado por la vida sin decantarse por una actividad hasta que entendió que más que una actividad era más rentable hacerse activista: estuvo un tiempo trabajando como secundaria en series de televisión, se integró en el movimiento okupa,  acaudilló el movimiento PAH antidesahucios en Barcelona y desde ahí el de España, hasta que consiguió crear su minipartido y ha encontrado su nicho perfecto en esa alcaldía; no tiene muy claro cuál es su actitud política ni sexual y recurre a la artimaña de definirse finalmente como bisexual, algo parecido a tener un comodín en el juego de cartas.

Son progres muchos de los integrantes de ese partido llamado Podemos y cumplen bastantes de los requisitos para ser definidos como tales. Sin demasiados medios económicos, buena parte sin formación profesional o universitaria, hasta el punto de que no trabajan o tienen trabajos precarios de los que tristemente ahora abundan; son fundamentalmente iletrados aunque posean titulaciones. Son temerarios −no sé si valientes− y se enfrentan a los policías sin pestañear. Calificaban de «casta» a todo el estamento político y económico cuando el partido fue creado. Suelen tener facilidad de palabra, de esa palabra que consiste en hablar mucho y no decir nada. En la actualidad, sus dirigentes han caído en todas las tentaciones pequeño-burguesas que previamente aseguraban que les producían espanto. Sin embargo, eso no les ha hecho cambiar de aspecto y siguen pareciendo gente enemiga del peine, agua y jabón y devotos de los tatuajes y piercing.

Para la derecha, si alguien quiere investigar al emérito es un asunto de los progres. Si alguien tira una estatua de Colón −o asegura que le gustaría derribarla− es de progres. Si hay una manifestación feminista cuando la situación aconseja quedarse en casa, es de progres. Y ya saben, como si de un hijo tonto se tratara, el PSOE (formado por personas y por demasiados progres) carga con las culpas que corresponden a otros. Me permito recomendar la lectura de otra entrada titulada «Tres cosas hay en la vida» que figura a la derecha de este blog como una de las más leídas.

Muy sabiamente decía mi madre que todo se pega menos la belleza y por desgracia esa inevitable y desagradable alianza de gobierno entre PSOE y Podemos ha producido contagios −recuerden, nunca un sano contagia a un enfermo− y hasta hay ministras claramente progres como Carmen Calvo o María Jesús Montero, la bien hablá. Más que ministras, desgracias.

Progre era Berta Thunberg, ¿alguien se acuerda de ella?

22 julio 2020

Recargables

A los desprevenidos habitantes del siglo XXI se les vino encima una amenaza desconocida hasta entonces: los aparatos de baterías recargables. Surgieron en realidad a finales del XX en forma de teléfonos móviles que todavía no se llamaban smartphones porque eran lo que se consideraba como no-inteligentes, puesto que entonces todavía podían serlo quienes los portaban. Hoy eso ha cambiado: los aparatos (sus fabricantes, en realidad) son los auténticos inteligentes y quienes los utilizan son más zombis que auténticos seres humanos, van siempre con la cabeza inclinada para ver la pantalla del aparatito y en algunas localidades han llegado a instalar semáforos en el pavimento porque estos seres están tan aislados de la realidad que llegan al extremo de cruzar las calles sin mirar si vienen coches, causando una gran pérdida a la humanidad tras ser atropellados por algún vehículo. Selección natural, que dice un joven que conozco.

El caso es que cuando aquellos móviles fallecían por agotamiento permanente de la batería había posibilidad de comprar una batería nueva y cambiarla. Cierto que las baterías eran caras y difíciles de encontrar, aparte de abundar en imitaciones de ínfima calidad, así que el personal optaba por comprar un nuevo móvil con gran contento del fabricante.

Más tarde, al aparecer los llamados smartphones, los fabricantes, visto lo fácil que era timar a la clientela, optaron por la batería integrada y no sustituible, lo que significaba que junto con una duración de la batería intencionadamente reducida, había que cambiar de móvil cada dos o tres años aunque a muchos esto le sabía a poco y cambiaban cada año para tener el último grito en gadget y así poder presumir entre los otros pamplinas de su entorno de estar a la última y poseer dinero para ello. Para este fin son especialmente recomendados los aparatos de la marca Apple llamados iPhone que aporta un valor añadido de aparente poderío económico. Si le sabe a poco siempre tiene la posibilidad de comprar además una iPad que es como un móvil pero a lo bestia.

No son solo los teléfonos móviles los sujetos de esta estafa tecnológica, los ordenadores portátiles (llamados laptops por los insaciables de barbarismos) son también víctimas de este truco de las baterías recargables. Usted se compra uno y se entusiasma al comprobar que puede utilizar el aparato unas pocas horas −dos o tres a lo máximo− de manera autónoma olvidando que si las baterías de los móviles duran poco las de los PC portátiles entran de lleno en la categoría de efímeras. 

No ha transcurrido un año desde la compra cuando ya se plantea comprar una batería de repuesto, porque el magnífico portátil lo es tan solo en sentido de que puede llevarse de un lado a otro, pero no en el de que pueda trabajarse con él en cualquier ubicación sin un enchufe a mano. El último invento de los fabricantes es la batería no recambiable, integrada en el aparato, con lo cual poseer y usar un portátil pasa a ser tan costoso como tener una amante. Claro que una amante no sirve para leer la prensa o hacer la declaración de la renta...

Enloquecidos por el éxito del timo de las baterías recargables, los fabricantes de artilugios, visto lo fácil y rentable de engañar al personal, han decidido colocarla en todo tipo de aparato que se pueda imaginar: cepillos de dientes (yo he tenido que tirar varios a causa de las fenecidas baterías, d.e.p.), reproductores de mp3, aspiradoras, relojes inteligentes, maquinillas de afeitar, cortadores de cabello, consoladores −¿puede imaginarse el agotamiento de la carga a mitad de faena? −, libros electrónicos, patinetes, consolas, auriculares inalámbricos, automóviles, etc.    

Cierto que, salvo los PC y los automóviles, todos esos chismes podrían llevar pilas ordinarias, que son baratas y cada día duran más, pero entonces ¿dónde está el negocio?

16 junio 2020

Usted confínese; mientras, nosotros le robamos

Seguramente es usted uno de esos inocentes convencidos de que si se encierra en casa, echa el cerrojo de la puerta blindada y no sale para nada, se encuentra seguro y que su patrimonio no corre ningún riesgo. Error. Hoy en día todo está arreglado para que puedan desplumarle aunque usted se encuentre atrincherado en casa e incluso aguante la respiración.

*Debió de ser a finales del siglo XX cuando contraté con una empresa llamada MADRITEL el servicio de Internet, el teléfono fijo y los móviles que teníamos en casa. Algo más tarde, una empresa llamada AUNA compró Madritel y en el paquete iban incluidos todos los clientes que tuviese; como una compra masiva de ganado o, quizás, esclavos.

Poco después fue otra operadora llamada ONO la que compró Auna y por descontado, todos los clientes con que contase. Finalmente, fue VODAFONE la que compró Ono y con eso conseguimos  ser un cliente más de la empresa que siempre había evitado en pura defensa propia. Fue inútil, Vodafone nos compró y pasamos a formar parte de su patrimonio empresarial.

Ha llegado el confinamiento y con eso cierto descuido en la vigilancia de los bandidos que merodean alrededor de nosotros y hoy me encuentro una comunicación de Vodafone felicitándome porque disfruto ya en mi móvil de un antivirus −de dudosa utilidad− y que eso solo me costará 1 euro al mes. Dicho así parece casi un chollo, el problema es que yo tengo contratados 3 móviles y que por tanto esa modesta cifra pasa a ser de 36 euros anuales, más o menos lo que cuesta contratar un antivirus de solvencia para varios dispositivos de tipo PC. He tenido que ir de móvil en móvil anulando ese chollo a través de la red y no sé muy bien en qué quedará la cosa.

*Hace más de treinta años que estoy afiliado a un seguro médico privado y pago actualmente una cantidad que supera los 200 euros mensuales. Durante la mayor parte del confinamiento que ahora acaba no he recibido contraprestación alguna a cambio de ese dinero, puesto que si precisaba de atención solo me la prestaban telefónicamente, o sea, nada; lo mismo que la seguridad social. Ha sido inútil escribirles el pasado marzo un email preguntando qué iba a recibir durante el confinamiento a cambio de mi cuota. No recibí respuesta, aunque para disimular me han agobiado con correos electrónicos durante todo ese tiempo recordándome que podía hacer consultas telefónicas y que en la empresa pensaban mucho en mí. ¿No es tierno?

*Desde hace también unos cuantos años soy socio de un gimnasio al que procuraba ir unas tres veces a la semana para dejar allí −literalmente− mis sudores. Sudores de clase preferente, porque lamentablemente durante el verano la temperatura que puede verse en el termómetro que tienen en la sala de cardio y musculación a la que asisto muestra una temperatura cercana a los 26º C, pese a que entidades relacionadas con el gremio recomiendan para esas salas no superar los 22º C, porque ¡sorpresa! ni en España ni en la Comunidad de Madrid en la que vivo hay nada establecido al respecto. Usted puede disfrutar achicharrándose mientras trata de seguir eso de mens sana in corpore sano que todos conocemos; y empapar la camiseta al tiempo que se arriesga a sufrir una congestión.

El años pasado reclamé y supe por quien recibió mi queja que no era yo el único, pero se nota que estábamos en minoría y no éramos violentos y quizás por eso no cambiaron la refrigeración. Dejé de ir en julio y agosto y eso me supuso pagar en concepto de reserva 20 eurazos por mes, porque mi cuota mensual de 67 euros no da derecho a más y si falto un solo mes (sin pagar) tengo que inscribirme como nuevo y debo desembolsar 90 euros extras en concepto de matrícula. Ya me han escrito hoy día 15 avisando que reinician sus actividades (con cita previa) y que si no voy deberé abonar la cuota de reserva. ¿A quién le interesa ir al gimnasio con cita previa? A mí no y por esa razón renuncio a ir, aunque sea al precio de perder mis abdominales (¿o son lorzas?).

Por descontado, no han parado de escribirme correos electrónicos todo este tiempo recomendándome que utilizara sus servicios online para mantenerme en forma. Supongo que a nadie en el gimnasio se le ocurrió que si yo pudiera mantenerme desde casa no volvería a sus instalaciones.

*Tengo mi coche asegurado en la modalidad que llaman "a todo riesgo", lo que supone pagar un recibo anual cercano a los 1.000 euros. Como casi todo el mundo, he tenido este coche inmovilizado y tan solo le di una vuelta a la manzana hace un mes para evitar en lo posible que los neumáticos se deformaran por permanecer tanto tiempo en la misma posición. No ha habido por lo tanto percance alguno ni riesgo que la compañía de seguros tuviera que asumir. ¿Sabe cuánto me han descontado por esa inmovilización obligada?: NADA; seguramente es también su caso. Eso sí, han estado todo el confinamiento muy preocupados por mi estado de salud y por eso me han enviado varios correos interesándose por mi situación. Muy de agradecer.

*Para que no todo sean sustracciones: en estos fértiles días hemos aprendido que si en EE.UU. la policía mata a un hombre de raza negra, aquí −según la ínclita Teresa Rodríguez− debemos derribar todas las estatuas de Colón que tengamos. Por lo menos.

*Unas dos semanas después de la publicación de esta entrada, mi compañía de seguros anuncia que prorroga dos meses la duración de la anualidad, que de esta manera pasa a tener 14 meses. 

20 mayo 2020

Rabietas de malcriados

No es difícil observarlo: cada día son más comunes e incluso pueden verse por la calle, esas rabietas que los niños cogen porque se les niega algo que ellos quieren y no están dispuestos a dejar pasar la ocasión sin afirmar su autoridad y mando sobre sus padres. Hay −había− excepciones de padre más antiguos que estos actuales tan temerosos de traumatizar a sus hijos; los míos no eran así, y según me contaba mi madre, a la primera rabieta que agarré de esas de tirarse al suelo gritando y llorando me dio una zurra que me hizo abandonar de manera definitiva esas rebeliones de niño consentido, sin que fuera preciso requerir la ayuda de un psicólogo ni de un policía municipal. Fiel a la enseñanza recibida yo también apliqué el método con excelentes resultados. He presenciado varias veces esos espectáculos porque cada vez los padres tienen menos autoridad sobre sus hijos y el resultado es que no queda extraño que estos infantes califiquen a sus padres a gritos de gilipollas o alguna otra lindeza, sin que las reacciones paterna o materna pongan los medios para erradicar esos insultos que a mí me dejan despavorido porque no me imagino soltando esos calificativos a mi padre o mi madre; nunca.

La dictadura tampoco consentía las rabietas sociales, fueran justificadas o no, y al primero que se desmandaba le daban una buena tunda, quizás con encarcelamiento y multa incluidos. Pero llegó la democracia con todas sus ventajas y sin duda algunas fisuras, como la de permitir que haya ciudadanos que se suban a las barbas de la autoridad simplemente porque tienen un berrinche y creen que organizar un escándalo es un método válido para cambiar de gobierno o al menos causar un alboroto que le inquiete. Por supuesto, ignoran el artículo 115 de la Constitución que establece en su punto 3 que no pueden disolverse las Cortes antes de un año desde la última vez. 

Nadie hasta el momento ha sido capaz de explicar de manera razonada por qué Dinamarca, Suecia o Marruecos, por ejemplo, han sufrido una incidencia del virus mucho menor que la que hemos padecido países como Italia, Francia, Bélgica o España. Hay una explicación inmediata y es que todos sabemos que en el norte las efusiones son mucho menos profusas, pero eso no es suficiente motivo y será uno de esos misterios que quedarán sin resolver por siempre jamás. Lo del sur, mejor dejarlo.

No es posible saber si nuestro gobierno lo ha hecho muy bien o solo aceptablemente bien, pero comparando su actuación con la de países más o menos similares, puede decirse que han llevado el asunto de manera satisfactoria, entre otras cosas porque no pueden verse grandes diferencias en sus resultados. Ciertamente, el covid-19 ha sido una desagradable sorpresa para todos, nadie tenía claro cómo actuar y todos los líderes de la oposición acosando al presidente no lo ponía más fácil. Desde luego está fuera de dudas −salvo fanáticos ignaros− que lo está haciendo mucho mejor que los gobiernos de Boris Johnson, Trump o Bolsonaro, que han resultado una maldición para sus ciudadanos.

Por todo lo anterior es difícil entender a esos grupos que se manifiestan en Madrid, Sevilla, Salamanca, Valladolid y otras que desean imitar a la primera −en sus barrios más exquisitos− y alguna otra ciudad del extranjero, igualmente irresponsables y díscolos, expresando su indignación por el confinamiento o alguna de las otras medidas impuestas para la propia seguridad. Porque por más que insistan, nadie en su sano juicio puede pensar que −he llegado a leer tal cosa− se trata solo de un invento y una manipulación para acabar con España y los españoles. Aquello del complot social-comunista-judeo-masónico debería ser cosa del pasado y bien se sabe que estas protestas no son para arreglar nada, sino para intentar derribar al gobierno. Esa afirmación de Teodoro García Egea de que Pedro Sánchez odia Madrid es solo la ocurrencia de un lunático desesperado. Siento desilusionarles: no es ese el método y las elecciones ya las perdieron no una sino dos veces.

He leído incluso de una profesora de Madrid que sostiene que todo esto del covid es una superchería inventada, que todo es fingido y que ella ha llevado la vida que ha querido sin contagiarse de nada. ¿De verdad esta persona está capacitada para enseñar? Hay en Bielorrusia un tal Aleksandr Grigórievich Lukashenko que sostiene lo mismo.

Resulta también entre patético e indignante que existan quienes, como el gobierno catalán, reclaman cada día la continuación de la mesa de negociación sobre «lo suyo» o esos otros manifiestos como el que firman los «artistas contemporáneos» quejándose de que el gobierno no les presta la atención que merecen. Parece estar fuera de su alcance entender que no está el horno para bollos y que bastante trabajo tiene este gobierno -o cualquier otro que estuviera en el poder− como para ponerse a pensar en los derechos de ciertas minorías que deberían tranquilizarse, sin incordiar con problemas suyos que sin duda son de menor alcance y desde luego que no es este el momento de atenderlos.

Tristemente, nos espera un futuro en el que vamos a tener bastantes cosas de las que preocuparnos y deberíamos estar todos a una, en vez de dedicarnos a hacer política. Quizás habría que recordarles a algunos que las próximas elecciones generales están previstas para el año 2023.     

08 mayo 2020

Pudor gramatical


Repasando recortes de periódicos que guardo en mi ordenador, he encontrado que no hace mucho tiempo, concretamente en febrero de 2015, Javier Marías respondía en una entrevista en El País cosas como esta:

No sé, de aquí a cien años qué se va a hablar, porque cada vez hay más personas que no tienen dominio de la lengua. No es cuestión de cultura. Cada uno hablaba, digamos, a su nivel, con su vocabulario más o menos amplio, o más o menos limitado. Pero hablaban con aplomo, con seguridad y con una buena instalación en la lengua, cada uno en su nivel de léxico, o de capacidad para construir frases acabadas y más o menos inteligibles. La sensación que yo tengo es que ahora la gente chapotea en la lengua. Todo se confunde, todo se mezcla, da la impresión de que todo sirve; la gente, además, parece que anda muy mal de oído.

Sé que cito muchas veces a este escritor, pero es que encuentro que Marías es un intelectual que normalmente es tan asequible para cualquiera como pueda serlo Sergio Ramos, pero algo más inteligente, así que no cabe argumentar que lo que escribe, especialmente en los diarios, resulte críptico para nadie.

Está clara cuál es la preocupación del escritor sobre la evolución de la sociedad española y yo diría que no es el único, que somos bastantes los que tenemos la sensación de que tanto hablar de democracia, tanta tecnología, y desde luego las redes sociales han provocado que se prescinda del uso del cerebro a la hora de comunicarnos con quienes nos rodean, real o virtualmente. Antes, se expresaba con más propiedad un bracero del campo andaluz que un universitario de nuestros días, porque la triste verdad es que se ha democratizado la ignorancia y no el conocimiento. Eso sí: todos poseen su correspondiente smartphone, cuanto más caro, mejor; así, de camino, mostramos nuestro poderío.

La gente ha perdido en realidad el libre albedrío y se comportan en todo obedeciendo a sus instintos primarios o las consignas que reciben desde su entorno social. Por eso los movimientos actuales funcionan como religiones −que es lo más primario que se conoce− ya sea la ecología, el feminismo, el nacionalismo, la defensa de los animales, etc. y de ahí los fanatismos que con facilidad recurren a la violencia.

Quienes nos preocupamos por la sociedad actual vemos alarmados que casi nadie sabe hablar y escribir español y, lo que es peor, les da lo mismo. Las formas gramaticales erróneas se imponen sin vuelta atrás −lo he criticado cien veces en otras entradas− patrocinadas por la televisión; y no digamos la ortografía, que ha quedado relegada a quienes son tachados de cursis y pedantes. ¿Cuántas veces hemos dicho u oído decir que los alemanes son como son porque están conformados por su idioma?, ¿por qué entonces aceptamos dejar de hablar para pasar a "chamullar" esta jerigonza actual?, ¿cómo queremos conformar nuestro propio cerebro?

Diré otra vez lo que ya he dicho mil veces, lo que algunos están hartos de oírme decir: escribir y hablar correctamente no es difícil y produce un efecto agradable en quienes no son cómplices en la ignorancia. No hay que dedicarle horas y horas, basta con prestar un poco de atención, incluso menos que al resultado de los partidos de fútbol, pasear al perro o la crítica al gobierno; simplemente se trata de fijarse un poco, interesarnos.

La frase triunfante entre los iletrados cuando sueltan una ristra de disparates y se les reprocha, suele ser «bueno, pero se me entiende, ¿no?», porque reducen la expresión oral o escrita al mismo nivel que una comunicación entre simios. Eso si están en un entorno que consideran amigable, de lo contrario llueven los insultos o amenazas y, por descontado, la inquina eterna hacia el autor de la rectificación. 

Se ha perdido absolutamente el pudor, no nos preocupa que otros se den cuenta de que no sabemos hablar o escribir, porque percibimos que los demás son iguales a nosotros. Hermanados en la ignorante autocomplacencia.

P.S. No quiero dejar de enviar un recuerdo a los entusiastas usuarios de los verbos «aperturar» y «reaperturar». Es una pena que la RAE haya tenido que recordar en los medios que aquellos dos verbos no existen (y tampoco «desescalada») y que disponen de los clásicos «abrir» y «reabrir».