14 agosto 2011

Gente respetable

Para que nadie se engañe, desde ya, anticipo que voy a hacer una crítica de eso que se conoce como gente respetable. Por supuesto que yo también me considero incluido en esa categoría, pero porque soy coherente con lo que el adjetivo significa y no pertenezco, por supuesto, a esos que piensan que la respetabilidad consiste tan solo en no robarle la cartera al vecino o en fingir adecuadamente lo que uno no es.

Estoy más que harto de todos esos que piensan que ser respetable es ir a misa –no necesariamente cada fiesta de guardar– y marcar la casilla de la iglesia católica en la declaración de Hacienda, pero tratan por todos los medios a su alcance de engañar a esa misma Hacienda, ocultando ingresos o haciendo valoraciones a la baja y otros truquillos propios de la gente respetable.

Estoy harto de quienes presumen de prudentes por respetar los límites de velocidad establecidos en la conducción de automóviles, pero cabalgan con desparpajo sobre la línea continua, aunque esté prohibido pisarla siquiera y no perciban que ponen en grave peligro las vidas ajenas, mientras sufren un empacho de autocomplacencia al pensar lo buenos y prudentes conductores que son.

Estoy harto de quienes se declaran católicos practicantes, pero se niegan tozudamente a leer el antiguo o el nuevo testamento o las encíclicas, porque en lo profundo de su ser saben que su pertenencia a la iglesia católica es más una cuestión visceral, geográfica o política que de auténtica religiosidad. Claro que por algo se les llama «creyentes» y no «razonantes». Vargas Llosa pone en boca de uno de los personajes de su obra El sueño del celta la frase «En lo que se refiere a Dios hay que creer, no razonar. Si razonas, Dios se esfuma como una bocanada de humo».

Estoy harto de quienes de manera incoherente y cerril dan su voto en las elecciones al partido al que se consideran cercanos sin preocuparse siquiera de conocer su programa político o las propuestas que ése, su partido, hace o deja de hacer a lo largo de la legislatura. Eso sí, criticando el resto del tiempo cosas que están siendo llevadas a cabo por esos mismos políticos. Los antifranquistas más furibundos, tras la muerte del dictador pasaron a ser sus defensores más radicales.

Estoy harto de quienes consideran que una persona respetable es la que asume una postura de súbdito y por tanto no mantienen una actitud crítica hacia los poderes, porque les parece que quien reclama una mejora en lo que sea es simplemente un inadaptado irredento y no alguien que quiere colaborar con su crítica a la mejora de los derechos o, al menos, a conservar su nivel actual.

No hace mucho tiempo, en un viaje con unos amigos a los que quiero pero con los que no siempre coincido, manifesté mi intención de presentar una reclamación por escrito por un atropello del que habíamos sido víctimas ellos y yo. Sus palabras fueron un exponente de los preceptos por los que se rigen. Unos de ellos me espetó: «si ya no puedes beneficiarte de un cambio que evite este atropello y de tu reclamación sólo se aprovecharán los que vengan después, ¿por qué te molestas?». Me pareció toda una declaración de principios o, mejor dicho, de falta de principios.