20 junio 2019

Cualquier tiempo pasado fue perverso (dicen)

Pero aquí estamos para enmendarlo. Ya hablé en otra entrada de la actitud casi nazi de quienes habían vuelto a doblar las películas de dibujos de Walt Disney para que, sobre todo en las canciones, no aparecieran frases o palabras que recordaran el mundo tal cual era hace tan solo un máximo de 80 años.

Se trata de aparentar que «Blancanieves» en ningún momento se dedicaba a hacer la casa y cocinar para los siete enanitos, sino que −más o menos− simplemente compartían piso y había hecho un reparto equitativo de las tareas domésticas. Con «La Cenicienta» andan desesperados sin saber qué hacer para que cumpla con las normas actuales, porque a ver, cómo se consigue disimular que un príncipe saca de la nada a una pobre muchacha maltratada por su madrastra ¡otra mujer mala! Ya puestos yo eliminaría los «101 dálmatas» porque el malo de la película, como saben, es una mujer y eso no se puede consentir; las mujeres no son nunca malas. Le doy vueltas a Mary Poppins porque digan, ¿por qué quien va a educar y ocuparse de los niños tiene que ser una mujer? También deberíamos cargarnos «Bambi» porque allí el personaje del padre no puede ser más machista y distante. De verdad, completamente de locos.

Con los cuentos tradicionales viene pasando lo mismo y ahí tienen a no sé cuántas creadoras (y creadores) tratando de explicar que en «Caperucita» el lobo simboliza al hombre maltratador y el cazador no es más que la justicia −feminista, por supuesto− que restablece el orden debido. 

Consecuentemente, esos chistes gráficos en los que un troglodita lleva en una mano un garrote enorme y con la otra arrastra del pelo a su pareja femenina será perseguido y a quien lo cree o difunda se le castigará con penas de cárcel superior a los dos años. Se trata de ocultar lo que siempre fue y de escamotear que hasta hace muy poco había un reparto de tareas y roles que hacía que la familia funcionara y que se permitían las bromas sobre el asunto. Ahora no, y pieza fundamental para la buena marcha de nuestra cultura actual es poner cambiadores de pañales en los lavabos de hombres, algo que no me parece mal, sobre todo si ese esfuerzo guardara turno hasta que se solucionaran otras carencias más importantes.

Hoy viene en El País un artículo hablando de la nueva política a seguir por los muy conservadores estudios Disney. Entre otras medidas se incluye la destrucción de la película «Canción del Sur» que yo vi de niño y que mezclaba imágenes reales con animadas. La razón de esa eliminación −dicen− es que en la película salen negros trabajando en los campos de algodón y parecen estar contentos, algo que no se puede consentir. Mientras, hoy mismo existe el trabajo esclavo en el campo bajo los plásticos en Almería y Huelva, pero como no salen en las películas no pasa nada.

También han decidido dar tijeretazo a buena parte de la antigua película Dumbo, porque salen unos cuervos que son unos golfos encabezados por un tal Jim Crow («crow» significa «cuervo») y dicen que ese nombre es muy parecido al de un personaje de color de los siglos XIX y XX que servía a todos de burla. Toda la parte donde salían esos cuervos, a la basura. Para que aprendamos y sepamos lo que es ser bueno y compasivo.

Entre los que admiramos la serie «Los Simpson» era normal preguntarnos hasta cuándo duraría la serie. Ahora que los estudios Disney la han comprado, es fácil deducirlo: hasta dentro de muy poco, porque los moñas de ese estudio acabará con lo que de rebelde o heterodoxo tenía la serie. Ahora hay que ver cosas más mansas y actuales, como Bob Esponja. Un personaje que a mí (creo que a los demás les gusta) me produce entre asco y miedo.