12 junio 2023

Cruz Roja y yo

El tiempo pasa muy rápido y han transcurrido ya 37 años desde que hubo un incendio en mi casa. Sufrimos graves quemaduras mi esposa, una hija y yo y nos llevaron al Centro de Quemados de la Cruz Roja en Madrid. De eso quiero hablar aunque haga ya muchos años, pero no se ha borrado de mi cabeza lo sufrido entonces y cómo cambió mi vida. No voy a hablar de mi esposa y mi hija porque prefiero no tener que recordar, así que me limito a mi experiencia personal.

Viene a cuento porque inevitablemente comparo lo que yo viví con lo visto hace meses acerca del comportamiento de una voluntaria llamada Luna con un individuo de raza negra que se encontraba en Ceuta gracias a su falta de respeto hacia las leyes de inmigración españolas. Un delincuente aunque haya quienes se empeñen en la absurda coartada: viene buscando un futuro mejor. Siguiendo esa socorrida argumentación supongo que debe disculparse a quien −encontrándose en apuros− atraca un banco en busca de un futuro mejor; para él, claro, igual que el negrito.

Cuando tuvo lugar el accidente en casa yo sufrí quemaduras de 1º, 2º y 3er grado en cerca del 50% de mi cuerpo −yo fui el menos quemado− y quiero comparar el comportamiento de los profesionales de Cruz Roja con el de esta joven, una voluntaria. Si existiera el infierno podría ser algo parecido a aquel −más bien pequeño− centro de quemados de Cruz Roja, en la calle Lisboa de Madrid. Mi habitación era la única individual en la planta, se trataba de un lugar infame. Estábamos en agosto y la habitación no disponía de aire acondicionado y por no tener ni siquiera la cama tenía algo tan normal como un colchón, sino tres cojines que, por supuesto, se separaban dejando un hueco por el que se colaba el cuerpo del paciente; en realidad, así eran todas las camas del centro. La razón de ello decían que era que si manchábamos el colchón con el Betadyne que se nos administraba abundantemente, no habría que cambiar o limpiar más que el cojín dañado. El somier creo que era de muelles, de aquellos felizmente desaparecidos veinte o treinta años antes. Yo dormía en precario equilibrio sobre uno de los barrotes laterales del marco del somier, para no hundirme.

Como supe más tarde por medio del director del centro Dr. Rico, todos los sanitarios que allí trabajaban percibían un veinte por ciento salarial extra como incentivo, contando que eso bastaba para que el personal extremara sus cuidados con pacientes tan sensibles como son los quemados. Qué candidez. La higiene era algo desconocido en lo que se refería a los sanitarios en su cuidado de los pacientes y eso provocó que me aparecieran unas llagas cercanas a las ingles, justo donde el muslo roza con los genitales.

Esas llagas me dolían mucho y por eso pedí que me hicieran una cura, ya que yo no podía porque estaba vendado desde el cuello hasta las puntas de los dedos de las manos y los pies. Las respuesta de la enfermera, de cuyo nombre no me acuerdo aunque sí que era de un pueblo de Madrid llamado Carabaña, fue que "ni hablar" porque no sería la primera vez que un paciente intentaba aprovecharse de la enfermera que le cuidaba. Mis condiciones eran de inmovilidad absoluta: no podía ni moverme ni usar mis manos. Esta mujer era una profesional de Cruz Roja mayor que yo entonces (ella más de 55 años), nada atractiva −resultaba difícil imaginar a alguien abusando de ella−, nada que ver con la voluntaria que en estos días en Ceuta abrazó con tanto interés al saltaalambradas, a mi parecer excediéndose en las efusiones. También es cierto que donde yo estaba no había un cámara de televisión; ni siquiera un televisor. No había otra cosa que hacer que mirar al techo o pensar.

Al cabo de unos días vino al Centro una enfermera de 22 años a hacer una semana de prácticas y como parece que le hablaron de mi caso, vino voluntariamente a curarme. Me limpió y me curó, dejándome aliviado del dolor y nunca volví a verla, pero le quedé eternamente agradecido. Parece que en su caso la profesionalidad y el deber estaban por encima de un imposible abuso.

Los médicos no eran mucho mejores y en los dos meses en que permanecí internado no creo que llegaran a cinco o seis las visitas que recibí en la habitación, aparte de la intervención a que fui sometido para practicarme injertos de piel y que aprovecharon para hacer burla de mí por algo ocurrido mientras yo estaba bajo la anestesia. Únicamente un joven médico que también hacía prácticas en el Centro tuvo un comportamiento humano conmigo y me confesó que la flebitis que padecí en la pierna izquierda fue por dejadez, porque, según sus palabras, "allí se practicaba una medicina más propia de hospitales de campaña de la 1ª Guerra Mundial", y no había empatía alguna con los pacientes. Por cierto que esta flebitis no fue descubierta por el personal sanitario del centro, pese a mis quejas por el dolor, fue una amiga mía, cirujana, la que en la única hora al día que permitían la visita de una persona, se dio cuenta de la dolencia. Es una fastidiosa secuela que padezco desde entonces.

La cantidad de horrores que me tocó vivir necesitarían al menos diez páginas para ser relatadas. Cruz Roja: nunca olvidaré lo que me hicieron sufrir innecesariamente.
 
¿Se extrañaría alguien si en alguna ocasión en que por la calle solicitan mi óbolo para esa institución, me cuesta no ponerme violento?