Pasaba
por mi cabeza mientras hablaba con él la imagen de tanto automovilista
arremetiendo con saña contra los que van sobre ese débil y limpio medio
de transporte e imaginaba que si aquella actitud es la que adoptan
quienes sin duda poseen una educación bastante completa y teóricamente
controlan sus bajos instintos, qué cabe esperar del patán ensoberbecido a
bordo de su cochecito, camión o cualquier chisme a motor. ¿Cuántos de
los ciclistas atropellados por vehículos a motor lo han sido por descuido consciente, por un arrebato de ira del que iba al volante?
Los
argumentos que esgrimía este amigo iban desde las fechorías que –para él, todos– los ciclistas cometen continuamente, al supuesto absurdo
de un código de la circulación que permite que rueden en pie de
igualdad con otros vehículos de mayor porte. No le importaba mucho que
yo argumentara que permitir y fomentar el uso de la bicicleta descargaba
el tráfico de vehículos a motor, un poco hoy, más el día de mañana (si
es que a los ciclistas se les permite llegar con vida).
Lo
cierto es que yo monto con frecuencia en bicicleta –sólo como ejercicio
y casi en exclusiva por carriles bici– y me asombra la alegría de la
mayoría de los ciclistas pasando con los semáforos en rojo para ellos,
circulando por las aceras a velocidades que suponen un peligro para los
peatones, etc., pero como le decía a mi futuro ex-amigo, el problema es
de falta de educación y respeto hacia los demás en cualquiera que sea el
rol que se desempeñe, y esto es válido lamentablemente para buena parte
de los españoles en particular y humanos en general. Hay muchos, demasiados, que son unos animales cuando
andan, cuando montan en bicicleta, cuando van en moto, en coche y hasta
cuando se sientan en un banco público y el resultado es esa falta de
seguridad que atenta contra los más débiles, pero que es un gran peligro
para todos.
Hasta
como peatón es abundante y evidente la falta de respeto a los demás.
Cada día que monto en bicicleta me toca lidiar con los que utilizan el
carril bici sin corresponderles y ponen en serio peligro a quienes
inocentemente imaginamos que el carril bici es para quienes van montados en bicicleta.
Tropiezo constantemente con padres que dejan a sus hijos pequeños
corretear por el carril, o dueños de perros sueltos o con esa correa
extensible que, no hace falta que lo diga, son trampas para el ciclista
(el perro y la correa), jubilados paseando a su nieto en el cochecito,
señoras mayores en grupo, y toda la fauna que puedan imaginar. Las
justificaciones de todos ellos para usar el carril son a veces
pintorescas: que caminando por él se ensucian menos los zapatos, que hay
más sombra, que el firme es mejor, que no molestan a nadie, que también ellos pagan impuestos...
Otros
ni se molestan en justificarse y entre los desagradables episodios que
me ha tocado vivir, está el de un padre de un niño de unos tres años, un machote treinta años más joven que yo,
que sin más me amenazó con partirme la cara porque según él "cuando yo vea un
niño en el carril bici, debo bajarme del vehículo para llevarlo de la
mano" hasta que no haya menores. ¡Qué difícil es convivir con tanto
cafre que sólo reconoce un derecho: el suyo!