23 septiembre 2013

Desmontando España

Un ingeniero español, otro francés y otro alemán están en un bar. Y va el español y dice: ¿qué desean los señores? Se trata de un chiste que circula hace algún tiempo por la red y que refleja perfectamente la postración a que nos ha conducido la crisis con este gobierno traído por los cándidos, que se creen cualquier promesa y, claro está,  por los de siempre, esos a los que horroriza cualquier progreso y se espantan porque pueda haber una ley que les impulse a abortar o temen que se les prohíba ir a misa, olvidando que lo normal en la historia de España es obligar a acudir a la iglesia, guste o no.

No hay día en que no vea en los periódicos en papel y digitales comentarios culpando al gobierno de Rodríguez Zapatero de todos los males que ahora y aquí se están sucediendo, como si eso no supusiera otorgarle un poder sobre el futuro que ya hubiera querido poseer.

Oigo a los miembros del gobierno acusar al anterior de haber congelado las pensiones en 2011, justificando con eso estar limitando para el futuro las subidas de las pensiones al 0,25%, con certeza será ese porcentaje de aquí a 2019 y después –con suerte, si siguen estos– puede que las suban un porcentaje generoso como el 0,75 o el 1,00%, porque las pensiones dejan de estar ligadas al IPC. Para quienes no sean duchos en aritmética les advertiré que el 0,25% de una pensión mensual de 1.000€ –¿cuántas llegan a eso?– significa una subida de 2,50€ al mes. ¿Para pagarse un crucero?: yo diría que ni un café. Eso sí que es congelación o, por su extensión sine die, sería mejor llamarlo glaciación. Se han propuesto hacer de España un país de pobres de solemnidad.

Compruebo alucinado que, según las encuestas, quienes están dispuestos a volver a votar a ese partido que está desmontando lo que España era, harían que de nuevo el PP fuera el partido más votado; ¿cómo puede haber tanto masoquista? Aunque sé que no debo asombrarme, éste es el pueblo que inventó el grito de ¡vivan las cadenas!

Qué pena no volver a nacer para hacerlo bien lejos de aquí (¡y que me dejen elegir!).

Reflexión: ¿qué le hubiera supuesto al gobierno de Zapatero subir las pensiones un 1% aquel año para quedar bien, en vez de congelarlas? Respuesta: unos 1.000 millones, que aun tomándolos del Fondo de Reserva de las pensiones, sería una mínima parte de lo que los machotes de este gobierno se han comido de ese fondo en menos de dos años, nada menos que 11.503 millones, es decir, aproximadamente mes y medio del gasto total anual en pensiones (y ya sólo quedan 59.307 millones). A esto hay que añadir que ese 1% que se subieron las pensiones en 2012 y el 1-2% en 2013 revierte a Hacienda por el aumento de las cotizaciones del IRPF, así que de generosidad, nada, todo comedia y mentiras (las cifras han sido obtenidas del I.N.E. y de la S.S.).Y se me olvidaba: lo que queda del Fondo de Reserva ha sido invertido en su mayor parte –97,46%– en Deuda Pública española, para mantener su cotización y sostener por tanto la política de este gobierno. Según los expertos, invertir todo en la propia deuda es un disparate; pero qué importa, es sólo "la hucha de las pensiones", cosa de ciudadanos de segunda a los que se puede despojar sin temor.

21 septiembre 2013

Derecho a decidir (II)

¿Cómo piensan liquidar los lazos económicos –en realidad una maraña– que unen todas las partes de lo que es ahora un país?, ¿nos van a compensar por haber sido ellos durante decenios receptores de ese dinero fugitivo de toda España que esperaba encontrar allí más posibilidades que en su origen?, ¿cómo nos van a indemnizar por propiciar su industrialización en el siglo XIX concediéndoles entre otros privilegios el monopolio del comercio textil con las entonces colonias, cuando con certeza ni se les pasaba por la cabeza eso de goodbye, Spain?, ¿no merecemos una satisfacción por aquel cardenal Gomá, puntal eclesiástico del franquismo?  Hasta el dictador les favoreció económicamente durante aquellos 40 años, ¿cómo se van a desprender de esos contaminados beneficios?
  
No tengo muy claro que a fecha de hoy sea una ventaja pertenecer a esa Unión Europea, pero se trate de lo que se trate, ¿de verdad esperan permanecer en la UE como país independiente?, ¿se imaginan que Escocia les sacará las castañas del fuego?, ¿de verdad se creen que ellos son o van a ser como los holandeses, pequeños y poderosos?, ¿se les ha pasado por la cabeza la cantidad de empresas que se trasladarán a España para no perder un mercado mucho más amplio?, ¿creen que les seguiremos comprando sus productos si son tan foráneos como los productos alemanes o italianos?, ¿piensan encarcelar a quienes allí se empeñen en sentirse españoles por encima de todo, que no son pocos?, ¿no les avergüenza a quienes dicen sentirse de izquierdas apoyar una actitud tan de derechas, tan burguesa en el caso de Cataluña?

Cuesta aceptar que tanto resentimiento por el tan aireado Decreto de Nueva Planta de 1716 sea por la pérdida de los privilegios de los que hasta entonces habían gozado, lo que significaba entre otras cosas que eran las dos Castillas las que soportaban la mayor parte de los gastos de la corona. Lo que ese decreto hacía era igualar los derechos y obligaciones de los catalanes a los de los castellanos, algo terrible por lo que se ve, y es que en nuestro país se soporta cualquier penuria con tal de que el vecino tenga algo menos. Sin embargo, fue una medida correcta en aquellos inicios del siglo XVIII, cuando otros países europeos también trataban de dar cohesión a sus reinos igualando derechos y deberes de todos los ciudadanos. 

Lo que más me duele no es que España se reduzca en potencialidad y espacio por la huída de una u otra comunidad, sino el rechazo y hasta odio que han conseguido establecer hacia lo español y que se corresponde con igual intensidad en sentido contrario. Lo que más me estremece es ver a todos esos pardillos jugando a la independencia con la estelada atada al cuello o pintada en la cara con la misma ligereza que si se tratara de la liga de fútbol. Trato de mantenerme al margen de toda esa manipulación, pero pueden creerme que cuando un día me senté en una terraza de Barcelona y el camarero se negó a decirme la carta en castellano, comprendí que aquello no tenía remedio o que en el mejor de los casos se tardaría decenios en repararlo. Y también dejé de intentar aprender frases y palabras en un idioma que –seamos claros– tiene la cuarta parte de hablantes que el swahili. Ya se sabe, no se ganan amigos abofeteando a quienes se nos acercan con buen gesto.

Hace bastantes años, recuerdo que leí en un periódico una entrevista efectuada a un etarra tras un atentado sangriento de la banda y el periodista le preguntaba si no lamentaban el odio y rechazo que hacia todo lo vasco podía despertarse en el resto de España. La respuesta era clarificadora del propósito de tantos políticos periféricos, pues decía más o menos: “eso es precisamente lo que procuramos, lo que nos interesa. Una vez creado un sentimiento de odio hacia lo vasco, se producirá una reacción contraria de igual o mayor fuerza en Euzkadi y eso facilitará nuestros fines, puesto que les hará sentir que no son como los españoles”.

¿Derecho a decidir? Al menos llamen a las cosas por su nombre: alucinaciones, egoísmo, irresponsabilidad, corrupción.

20 septiembre 2013

Derecho a decidir (I)

Si algo me llena de ira es el uso de eufemismos cuando por cobardía o doblez no se quiere llamar a las cosas por su nombre. Los políticos son grandes aficionados a este recurso lingüístico y por eso se permiten llamar ajustes a lo que son recortes o ahorro a esa congelación ad eternum de las pensiones que acaban de sacarse de la manga. Cierto, con un criterio muy tolerante podría considerarse que un recorte es un tipo de ajuste, pero me pregunto cuántos políticos están dispuesto a llamar ajuste a una subida salarial. ¡Por supuesto que se les llenaría la boca con la palabra aumento, subida o lo que fuera y ni de lejos nombrarían la palabra ajuste que a todos nos trae la misma imagen!

Cuando empezó a oírse la expresión derecho a decidir ya se adivinaba que lo que se quería decir era algo bien diferente –¿dónde está el complemento directo?–, el supuesto derecho a la secesión, pero se trataba de no espantar a los propios y a los foráneos usando la palabra apropiada, primero se iba calentando el ambiente y llegado un momento todos sabrían lo que se quería expresar con esas tres palabrejas.

Derecho a decidir, ¿qué? Me pregunto ¿es que ahora no eligen a sus gobernantes exactamente igual que el resto de los españoles?, ¿podrán decidir que no les gobiernen políticos corruptos, como ocurre actualmente allí y en el resto?, ¿podrán participar en las grandes decisiones de gobierno sin que algún iluminado pretenda interpretar el sentir general como sucede ahora?, ¿podrán acceder a derechos que se nos prometieron en la Constitución y que hasta este momento ni siquiera hemos vislumbrado o nos están arrebatando? Ahora han puesto en marcha una iniciativa pública –no, no me lo invento– para que el presidente Obama se pronuncie a favor de la independencia catalana; pero vamos a ver, si desean la total autonomía, ¿cómo se les ocurre mendigar la opinión del presidente de los EE.UU.? Se me olvidaba, fue el ministro Josep Piqué (nacido en Villanueva y Geltrú) el que se deshizo en reverencias ante George W. Bush cuando tuvimos la fortuna de que nos visitara.

Todos los españoles fuimos engañados durante la transición, pero hay unos afortunados que van a ser engañados una segunda vez por el mismo precio. Eso sí, al coste de quedar debilitados –los catalanes– en su próxima flamante independencia y debilitar por descontado a lo que quede de España, que menguará bastante, pues de inmediato los vascos, ahora agazapados observando qué pasa, saltarán exigiendo lo mismo. En realidad y gracias a la crisis económica y moral, la mayoría de los españoles queremos también algún exorcismo que nos saque de este agujero, pero por fortuna son minoría los que recurren a una estratagema tan infantil como es la de pretender transformarse en una república báltica de la mano de quien es muy poco de fiar.

Y es lógico lo que está ocurriendo, ahora que han llegado a la madurez aquellos niños que fueron educados en la normalización lingüística –otro eufemismo–, la historia reinterpretada desde la aldea y el rechazo a España y los españoles, como si ellos no hubieran sido y siguen siendo tan responsables para bien o para mal de lo que ahora tenemos todos entre manos. Es imposible estudiar un periodo de la historia de España de los últimos siglos en el que esas dos comunidades, la catalana y la vasca, no hayan estado profundamente implicadas. Si esto que tenemos ahora es un desastre –y casi no hay dudas de ello–, ¿van a indemnizarnos por su colaboracionismo de siglos para que esto llegara a ser lo que es actualmente, o se van a ir como si no tuvieran nada que ver con el asunto?, ¿en cuánto fijamos la indemnización que deben dar al resto de España por haberles estado comprando durante decenios sus productos a precios superiores a los del mercado internacional, para favorecer su industrialización?

11 septiembre 2013

Esa historia del peñón


En una noticia sobre Gibraltar en la prensa digital he leído un comentario, enviado por un “llanito”, que decía algo que me fastidió porque resultaba ser dolorosamente cierto. A propósito de las tímidas medidas que España está aplicando a Gibraltar, este vecino del peñón decía que un país que ha soportado 40 años de dictadura sin hacer nada para sacudirse la opresión y que permite que el dictador muera de viejo en la cama, no puede asustar amenazando a nadie, diga lo que diga. Es cierto, llevamos siglos gritando y gesticulando a propósito de la reclamación sobre Gibraltar, pero siempre terminamos vacilando, o peor, siendo inconsecuentes.

Ya en otras entradas he dejado claro que no soy un patriota típico, pero es que este asunto parece, con los datos de que se dispone, un claro ejercicio de british-filibusterismo permanente mezclado con una tomadura de pelo y ya se sabe que los habitantes del peñón tampoco son demasiado amantes de las leyes. El truco es sencillo pero exitoso y ya lo aplicaron en otros lugares: se importa una población de aluvión de lugares lejanos y se les permite que, aprovechando la propia condición territorial, disfruten de un nivel de vida muy superior al que tenían en origen, sin hacer ascos a ninguna actividad que pueda reportar ingresos. Así se fabrica una población dispuesta a permanecer rabiosamente fiel a la metrópoli, algo que España –torpe gestora de sus colonias– nunca supo hacer.

Imagine que usted va con un amigo y en un momento dado va a pelear con otro tipo. Por ello le pide a su amigo que le sostenga la chaqueta mientras dura la bronca. Cuando la pelea finaliza, su amigo se ha escapado con la chaqueta. Esto más o menos es lo que ocurrió con el peñón tras la Guerra Española de Sucesión, en la que Inglaterra apoyó a una de las partes. Pero lo tristemente cierto es que todo eso ya fue y lo que persiste hasta nuestros días es el Tratado. Lo primero es dejar claro que no se puede pretender que el texto es anacrónico, pero sí basarse en él para mantener la soberanía. El Tratado es un todo y, o vale en su totalidad o no vale en absoluto.

He buscado ese texto prestando atención fundamentalmente al artículo X que es el que trata de la cesión de Gibraltar. Usted también puede encontrarlo en Internet de fuente fiable (texto en inglés o en español). En ese artículo, que es relativamente corto, se establecen las bases por las que debería regirse la existencia actual de la colonia.

Se dice al comienzo ”El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortaleza que le pertenecen”. La relación de espacios o propiedades cedidas es bastante detallada. Ni una palabra sobre cesión marítima, de manera que está claro a quién pertenecen las aguas que rodean la colonia, en contra de lo que sus habitantes y el Reino Unido pretenden. Para qué hablar de lo relativo al istmo en el que se encuentra el aeropuerto, del que se apropiaron aprovechando que los españoles andaban enloquecidos por el golpe de Franco y la guerra civil que le sucedió. Las pretensiones británicas son tan disparatadas que, según ellas, a la población fronteriza de La Línea prácticamente no le corresponden aguas territoriales propias (ver ilustración).

No vale tampoco el recurso a la Convención del Mar de 1982 ya que de una parte, España al firmar esa convención hizo una reserva explícita en lo referente a Gibraltar y de otra parte, la propia convención establece en su artículo 15 que lo acordado en cuanto a aguas territoriales no es de aplicación cuando se trate de territorios sobre los que estén planteadas reclamaciones históricas.

Volviendo al Tratado de Utrech, se dice “la dicha propiedad se cede a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra.”. No hay que ser un experto en derecho internacional para entender claramente que basta la voluntad de una de las partes para que la frontera –la verja– sea cerrada nuevamente, dejando como cosa del pasado aquella estupidez de Felipe González de abrir la frontera a cambio de nada. Yo propugnaría que se cerrara de nuevo, para que –entre otras cosas– quienes se han enriquecido con las actividades ilegales de la colonia y viven en Sotogrande (Cádiz) y cercanías vean interrumpida su confortable vida de delincuentes impunes, pero en general para acabar con el contrabando y con la actitud inadmisible de quienes se aferran a la soberanía británica en el peñón porque les supone un magnífico negocio, pero prefieren vivir en zonas cercanas de España y traspasar cada día la frontera. Por supuesto que la Unión Europea se opondría al cierre, pero podemos respetar a la unión tanto como ella nos respeta a nosotros, ¿no?

Se dice “Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender o enajenar, de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla”. Se entiende por lo tanto que en el momento que el Reino Unido decida desprenderse de la colonia, traspasando su soberanía a quienquiera que sea –incluidos sus propios habitantes– España tiene la oportunidad legal e incuestionable de ejercer lo que ese punto establece, es decir, el puro derecho de tanteo. Me parece que lo de “cualquier modo” no deja lugar a la duda y no vale aquello del respeto a la voluntad de los actuales habitantes, como no valió cuando se trató de la devolución de Hong Kong o Macao a China.

Cierto es que España no es China y por lo tanto el respeto que el Reino Unido nos muestra está bastante lejos del que le tiene a aquel país –más que respeto, miedo–, pero quizás es aquí donde la Unión Europea debería actuar, aunque me temo que en esta funesta unión se apresurarán a dar la razón en el contencioso a quien forma parte del núcleo de los más influyentes, no nos hagamos ilusiones, olvidando que sigue en pie la clasificación que la ONU hizo de aquel territorio como “pendiente de descolonizar”.


*Inicialmente, el enlace que incluyo al texto en inglés y español del art. X del Tratado de Utrech dirigía a una página de un nacido y residente en el Peñón, que estaba aparentemente convencido de que esos textos respaldaban las pretensiones de gibraltareños y británicos. Se ve que alguien le ha avisado de que no era eso lo aconsejable, que estaba metiendo la pata, y ha retirado ese contenido, por eso he tenido que redirigir a otro sitio web.

01 septiembre 2013

A por los ateos

No revelo nada si recuerdo que durante siglos los herejes –y no digamos los ateos– fueron perseguidos por la iglesia y por el poder civil con el que esa iglesia siempre mantuvo estrechas complicidades. La heterodoxia nunca fue bien vista, y la perseguidora profesional de cualquier desvío de la ortodoxia, la iglesia, era diligente –con quien no fuese seguidor puntilloso de lo que a ella se le antojaba– para enviarlo a la hoguera, al hacha del verdugo o a la horca, por no citar siquiera ese simpático castigo que es la excomunión. Corrían tiempos que habrían entusiasmado a nuestro entrañable Rouco, que ahora tiene que conformarse con maldecir a los díscolos y sacarles el dinero mediante las pintorescas leyes fiscales españolas.

Todos hemos leído libros o visto películas en las que se perseguía y terminaba ejecutando a quienes osaban mantener posturas discordantes con lo que la iglesia ordenaba y tenemos desde Giordano Bruno a Miguel Servet como ejemplos bien conocidos, por no hablar de Galileo Galilei al que se limitaron a hacerle la vida imposible. Todos ellos simples discrepantes, porque a nadie se le pasaba por la cabeza declararse ateo, ya que la pena a aplicar sería algo difícil de imaginar. En España, podría pasársele por alto a Enrique VIII de Inglaterra su afición a casarse con una mujer tras otra y en ocasiones practicar con ellas lo que ahora mal-llamamos violencia de género, pero lo que de verdad no se le perdona es que se apartara de la iglesia de Roma.

No hay que remontarse a tiempos tan lejanos, pues en nuestro amado país se asociaba de siempre la disidencia religiosa a la política y por eso los librepensadores o herejes fueron perseguidos hasta hace bien poco y no fue hasta 1967, durante el franquismo y ante la presión internacional, que se promulgó una ley de libertad religiosa que permitía nada menos que... profesar una fe diferente de la católica, ¡menudo lujo!

No cabe culpar en exclusiva a la iglesia de su intransigencia ante el ateísmo, pues durante siglos la propia sociedad ha sido intolerante con quienes no profesaban la fe oficial de la "católica España", que así era y es conocido nuestro país. Eso significaba que usted debía bautizarse, aunque sus padres no fueran fervientes partidarios de la iglesia oficial, tenía que hacer la primera comunión, casarse por la iglesia católica le gustase o no, etc. Usted podía declararse practicante de magia negra o pegar a su mujer sin grandísimos peligros, pero eso del ateísmo era considerado al mismo nivel que el terrorismo, de ahí que muchos para disimular y que se les perdonase, se declaraban agnósticos aunque fuesen más ateos que el mismísimo Stalin.

Hace unos días estaba en una reunión de amigos donde surgió el tema, y una de las presentes salió con ese curioso argumento de que «alguien ha tenido que hacer todo lo que existe», cuestión que ya se sabe que es solventada por estos argumentadores mediante el ingenioso procedimiento de atribuir la autoría a dios, es decir, a alguien a quien no ha hecho nadie, lo que evidentemente contradice su primer postulado. Qué le vamos a hacer, es lo que les han enseñado.

Leí en el periódico que en cierta ciudad de Florida, en los EE.UU., se ha erigido un monumento al ateísmo que es el primero en aquel país y que curiosamente ha contado con la oposición de muchos de los ateos de aquellas tierras, pues por su propia esencia los ateos son poco dados a manifestaciones o alardes públicos, que no les son necesarios. En este caso ha sido sólo el hartazgo frente a los integristas religiosos locales lo que les ha empujado a levantar el monolito, para compensar irónicamente la abundancia de monumentos religiosos, el último de los cuales ha sido uno a los Diez Mandamientos (los de las tablas de la ley, no la película).

Esta misma actitud nos libra de que se celebre el Día del Orgullo Ateo, pues tanta o más persecución que los homosexuales han sufrido aquellos, aunque su diferente planteamiento y escaso exhibicionismo impide el éxito de manifestaciones públicas y hasta es nula la tendencia al asociacionismo.

Durante la II República Española, Azaña dijo con más optimismo que realismo «España ha dejado de ser católica». Esto hoy es en cierta forma una verdad irrefutable, pero no sirve de mucho, pues el catolicismo en España es más costumbrismo que fe, así que pase lo que pase, lo que aquí no pasará es que desaparezcan las procesiones, romerías o cualquier manifestación pretendidamente religiosa, y el que asiste a todo eso se considera a sí mismo creyente modélico. Eso sí, con las iglesias vacías, sin vocaciones religiosas y sin pararse a pensar ni un minuto sobre qué es eso que se dice profesar, de ahí que sólo un 9,7% se declare ateo.

Me encanta lo que declara aquella sociedad que ha levantado el monumento al ateísmo: «Un ateo cree que se debería construir un hospital en lugar de una iglesia». Y usted que lo vea y yo también, aunque yo lo modificaría ampliando “un hospital… o una biblioteca”, porque exactamente eso –pero al revés– sucedió hace pocos años junto a mi domicilio. Un solar en el que ya estaba aprobado construir un centro cultural y biblioteca fue repentina y sorpresivamente regalado por el alcalde a la iglesia católica, que levantó allí un nuevo templo. Adiós biblioteca, cambiamos conocimiento por superstición.