16 septiembre 2017

Andaluces

Es habitual y estamos acostumbrados a que cualquier español muestre desprecio por los andaluces y su  supuesta categoría intelectual. Ya se sabe, son gente muy divertida para tomarse unos vinos, pero es inútil plantearse una conversación algo profunda con ellos porque sería perder el tiempo.

Esas muestras de desprecio suelen darse en conversaciones privadas, porque para el hipócrita buenismo actual todo el mundo es magnífico, pero no se crean, hay personajes muy populares como Jordi Pujol −sólo dejó de ser popular cuando se descubrió que él y su familia eran peores que la Cosa Nostra− que se despachó a gusto en un libro de su autoría donde se refería a los andaluces como seres infrahumanos o incluso el más templado Gonzalo Torrente Ballester que hace ya años, en una entrevista en El País Semanal, afirmaba sin ruborizarse que Felipe González no podía ser inteligente porque era andaluz. Eso lo decía un gallego de pura cepa. 

No hubo muchas protestas en ninguno de los dos casos ni en otros muchos que se produjeron y producen ante la indiferencia de toda la nación, la realidad es que los andaluces son valorados casi a la par de los murcianos, estos últimos un poco por debajo porque no son precisamente conocidos por su gracia. Claro que los eternos dolidos ya se sabe que son los catalanes.

Leí hace 35 años «Memorias de Adriano», de Marguerite Yourcenar, un libro que en aquellas fechas estaba en pleno éxito −entre los lectores, claro− y como tengo mala memoria, de esa lectura sólo me quedó el buen sabor de un lenguaje delicioso gracias a la autora y por supuesto al traductor, nada menos que Julio Cortázar. Se me ocurrió hacer recientemente una relectura de la obra y me alegro, porque gracias a mi mala memoria lo he disfrutado como la primera vez. Incluso me ha llamado la atención la extensa bibliografía que la autora incluye al final de la obra; más que extensa, abrumadora.

Como casi todo el mundo sabe, Adriano nació en Itálica, casi un barrio de lo que hoy es Sevilla, al igual que el anterior emperador Trajano, y ambos disfrutan de calles a sus nombres en el centro de esa ciudad. Los sevillanos que saben de este origen se enorgullecen de ello y hacen bien, no quiero ni pensar lo que tendríamos que soportar si hubieran nacido en Tarraco u otra ciudad de aquel imperio del noreste de la península con civilización más que milenaria.

Claro que si usted pregunta a un sevillano por el arquitecto autor de la famosa plaza de España, o la plaza de América, o tantos y tantos edificios −buena parte ya derribados− una mayoría de los sevillanos no sabrá decirle ni su nombre, pese a tratarse del más famoso arquitecto regionalista andaluz.

Ahora bien, aquel enorgullecimiento es de corto recorrido y parece que no hay ningún andaluz −ni ningún español, dicho sea de paso− que con la erudición suficiente, se haya ocupado de hacer estudios sobre esos emperadores o escribir libros sobre ellos, porque de los cientos de obras que Marguerite Yourcenar cita en su bibliografía ni una sola está en español, todas han sido escritas en alemán, francés, inglés, italiano o lenguas clásicas, ¿cómo es posible? Me parece muy expresivo este detalle y hace pensar que quizás esa superficialidad que se les atribuye a los andaluces sea en buena parte bastante merecida, porque ya es chocante que la autora no haya encontrado un solo texto en español que le aportara algo sobre el personaje. Poner un nombre a una calle lo hace hasta Ana Botella, escribir con conocimiento sobre una materia es otra cosa.

03 septiembre 2017

Mamoncetes

Atravesamos una época en que cualquier resquicio es aprovechado por el feminismo reivindicativo para organizar una campaña de protesta y reclamación de pretendidos derechos. Me refiero a ese asunto de si se puede dar de mamar en público sea cual sea el lugar.

Cuando yo era niño, vivía en una ciudad de provincias y era normal para mí ver a una mujer en el tranvía dando el pecho a su hijo. Debo advertir que casi siempre eran mujeres con cierto aspecto pueblerino a las que no cortaba lo más mínimo la exhibición. No descarto que alguna vez en el colegio hiciéramos bromas picantes sobre el tema, pero lo cierto es que no recuerdo que a nadie le resultara verdaderamente escandaloso o inoportuno.

Se perdió esa costumbre y llegan nuevos tiempos, los actuales, en que lo de ser hombre viene siendo perseguido con saña y ser mujer un salvoconducto que permite de todo, desde escribir contra el sexo masculino lo que se desee (ni soñar lo contrario) a desafiar al poder judicial no acatando una orden del juez y consiguiendo el apoyo incondicional de todos esos que consideran que la verdad suprema se encuentra en Facebook y alrededores.

Aparecía estos días en la prensa la queja de una mujer que lamentaba que le habían pedido que se saliera de la piscina donde le daba el pecho a su hijo. Ella argumentaba que peor era algún tipo que estaba en el agua completamente borracho. Cabría preguntarle si no había en la piscina un lugar mejor donde situarse que no fuera junto a un beodo y si eso justificaba en algún caso el amamantamiento dentro del agua, cuando estaba prohibido comer o beber en el recinto de la piscina. Me pregunto hasta qué punto sería agradable que, como suele suceder a los bebés cuando se alimentan, se pusiera de repente a vomitar en el agua.

Hoy viene en la prensa el caso de una mujer a la que prohíben dar el pecho a su niño −por cierto que un niño ya crecidito que debería estar jugando al fútbol como todos− nada menos que en el museo Victoria and Albert de Londres. Como es natural, se ha producido un revuelo enorme y, como es habitual, con miles de retuits y comentarios sobre el despotismo machista a que están sometidas las pobres mujeres. A ver, ya se sabe que a los niños lo que de verdad les priva es que los lleven a los museos a mamar. Por cierto, quiero llamar la atención sobre el hecho de que la protagonista se haya hecho la foto −lo que suena a cosa preparada, observen además la sonrisa de triunfo− delante de una escultura que representa precisamente a una mujer amamantando, pero, ha pasado por alto la diferencia de tamaño y edad de los niños. Si el niño fuera gamba...

Estamos perdidos y en vez de reivindicar el derecho a dar de mamar en el parque o en el banco de una plaza, se trata de agitar a todas las féminas por el supuesto derecho a amamantar en el momento y lugar en que a la mamá se le ocurra. Supongo que eso incluye hacerlo en medio de una ópera en el Teatro Real, en una conferencia o durante la Santa Misa.