30 diciembre 2015

Teta, culo, pis

A esta alturas sería ridículo decir que me asombro de lo que cada día veo en los medios, pero tengo que admitir que me deja un tanto perplejo la velocidad a la que progresa el alarde de lo que siempre ha existido, pero de lo que no se hacía bandera como ahora se hace.

Las mujeres ya populares se han quitado cualquier máscara, han dejado de disimular y entran en la lucha por la popularidad entre las masas por el sencillo procedimiento de mostrarse más o menos en pelota.

Tengo que admitir que apenas si conozco a muchas de estas «artistas», porque tetas y culo tienen más o menos la mitad de la humanidad, y no presto suficiente atención al fenómeno como para aprenderme sus nombres, pero por desgracia no hay más que echar un vistazo a esa degenerada versión actual de lo que antes era la prensa y descubrir el rincón, no muy escondido, donde todas esas perlas culturales exhiben su poderío. Los modistos se las ven y se las desean para diseñar vestidos que dejen todo al descubierto excepto –no siempre– los pezones y el pubis de las artistas. Después, siempre queda el llamado «descuido» erótico mediante el cual pueden mostrarnos hasta esos reductos  «sin querer», revolucionando ese caladero de escasos neuronales llamado «redes sociales».

Tenemos ahí a quien, según creo, fue un ídolo de niños y jóvenes en una serie de Disney –Miley Cyrus–, pero que se ha propuesto con firmeza que todos conozcamos hasta el último centímetro cuadrado de su –poco atractiva– anatomía, incluyendo su lengua, a la que parece atribuirle un extraño e inexistente magnetismo. Para que no falte nada, se ha declarado bisexual, lo que significa que no le hace ascos a nada que se mueva y a juzgar por algunas fotos, eso incluye a seres no necesariamente racionales.

Es el caso más grave, que yo conozca, pero no hay que perder de vista a ese montón de hermanas de apellido Kardashian más o menos explícito. La cabecilla del clan, Kim, que es la que parece que lleva la voz cantante por su habilidad para mantener a la prensa pendiente de ella, aunque no se le conoce habilidad artística alguna, debe tener como rutina habitual al levantarse cada mañana y tras el ritual desayuno y –espero– ducha y lavado de dientes, pasar a su sesión de fotos con desnudeces con las que mantener a su público mundial pendiente de sus exagerados atributos, en especial su trasero, sobre el que podría jugarse desahogadamente una partida de póquer descubierto.

Jennifer López no ha querido quedarse atrás y hoy mismo ví en la prensa el repertorio de su último vestuario, donde no deja nada a la imaginación. Creo que esta mujer también canta, pero tengo que reconocer que sólo la conozco de una película en la que hacía de protagonista.

Kim Kardashian
No quiero abusar de la nostalgia, pero me parece que antes no era prácticamente ninguna la artista sexy que acudía a esos recursos físicos para mantener a los espectadores pendientes de ella. No eran hermanitas de la caridad, pero nunca pude contemplar un centímetro íntimo de los grandes símbolos: desde esa asombrosa Lauren Bacall a Kim Novak, Maureen O’Hara, Ava Gardner, Rita Hayworth y decenas más. La exuberante y tentadora Hedy Lamarr (a la que no contemplé mucho porque no era de mi época) resultó  un ser inteligentísimo, científica e inventora, lo que le restaba bastante sex-appeal (¡habrase visto, una mujer sexy, guapa e inteligente!) y la explosiva Marilyn Monroe, apenas consiguió la fama cinematográfica, abandonó los calendarios como pin-up y se dedicó a los Kennedy casi en exclusiva. Cuestión de patriotismo, que ya sabemos cómo son los buenos americanos.

Y conste, aunque estoy refiriéndome a extranjeras, no crean que las españolas no hacen sus pinitos. Cada día gastan menos en el tejido de sus modelitos y ya he leído declaraciones de alguna avisando de que el traje que lucirá durante la retransmisión de las campanadas va a causar sensación. Supongo que se propone calentar los ánimos mientras cambiamos de año.

No quiero ser hipócrita, me gusta –y mucho– esa especie de parque temático que forma parte de muchas mujeres y que tienen la amabilidad de mostrar a veces, claro que acepto exclusivamente componentes de origen biológico natural y no a base de polímeros, pero confieso que un empacho de tantas visiones no es lo mejor para mantener esa afición. No me extraña la era de desgana generalizada del varón por la que atravesamos. Para muchos, una mujer tiene menos atractivo en su conjunto que la portada del Marca el día después de uno de esos partidos del siglo.

¡Ah!, ya podían figurarse que del pis no voy a hablar, no es asunto demasiado interesante.

23 diciembre 2015

Pasen y vean: es gratis

Holograma de C-3PO (sin armadura) junto a R2-D2
El 24 de febrero de 2015, decía Rajoy a Pedro Sánchez en el Congreso: «No vuelva usted aquí a hacer ni decir nada, ha sido usted patético», dejando claro lo que todos sabemos: el PP y sus cabecillas están convencidos de que son los propietarios de lo que llamamos Congreso de Diputados, su cortijo, y que sólo gracias a su infinita generosidad permiten que algunos que no les son afines tomen asiento en el lugar. Ya en diciembre de 2005, Rajoy calificó a Zapatero en el Congreso de «bobo solemne», empleando una vez más esa descalificación que tanto les gustaba, olvidando que aparte de que Zapatero no es bobo ni imbécil –quizás poco arrojado a veces–, debían reprimirse el uso de esas expresiones teniendo en cuenta  que en sus filas hay al menos un personaje al que el apelativo le viene como un guante: se llama Aznar, y recordemos que no conviene nombrar la soga en casa del ahorcado.

El 13 de enero de 2005 en un mitin en Toledo, Rajoy calificaba a Zapatero de «indigno y cobarde», menos mal que tal día como hoy, hace exactamente 10 años y tras nuevos insultos, aclaraba «no es mi intención molestar, pero mi obligación es decir la verdad y no voy a renunciar a ello»; una persona cabal, ¿no? Ahora se escandalizan y sorprenden de que se emplee con el de los ojillos extraviados una dosis mínima de su propia medicina. Con una pequeña diferencia: lo de bobo, patético y demás es claramente algo no mensurable y por lo tanto subjetivo e indemostrable, mientras que indecente [DRAE- Del lat. indĕcens, -entis. 1. adj. No decente, indecoroso] aplicado al sujeto está debidamente documentado en el juzgado y lo tenemos bien fijado en la libreta de un tal Bárcenas y aquel SMS (Luis, sé fuerte). ¿Se imaginan al presidente Herbert Hoover enviando un mensaje a Capone a la prisión de Alcatraz diciendo «Alfredo, sé fuerte»?

Cambio de tercio. La Generalitat de Cataluña ha dado 97.000€ de subvención para el doblaje al catalán de la última película de Star Wars. El problema es que los pases previstos en Cinesa Diagonal Mar de Barcelona –como ejemplo– son 50 en castellano y 6 en catalán y por toda Cataluña la cosa anda en proporción parecida. Va a ser difícil amortizar ese gasto con el escaso interés en presenciar la película en catalán, lo que a mí al menos me produce cierto desasosiego, porque no entiendo ese rechazo a todo lo español de buena parte de la población y ese amor mayoritario al idioma castellano en la cinematografía. Hay que suponer que si algún día disfrutan de esa república catalana que tantos ansían –como otros la república española–, van a tener cine en catalán por un tubo. Una pena, porque Cataluña es de las comunidades donde mejor se habla el castellano.

Y a propósito del estreno de la séptima película sobre el asunto este de las galaxias, recuerdo que cuando vi la primera simplemente fui con un amigo –estábamos pasando unos días en Logroño y nuestras mujeres se negaron a ver “eso”–, la verdad es que nos divirtió y ahí quedó todo. Ahora no, ahora la productora –maldita Disney– tiene calculado con exactitud cuántos espectadores va a tener a escala planetaria, cuánto dinero se va a recaudar y los espectadores, al menos en los primeros pases, son cacheados para evitar que escondan ningún aparato grabador y son obligados a dejar su móvil en el guardarropa. Han cambiado los usos de las productoras y, lo peor, ha desaparecido la dignidad de los ciudadanos que soportan cualquier maltrato con tal de asistir a eso que tanto les subyuga. Conste que seguramente veré esa película, cuando haya pasado a ser sólo una película y no una oportunidad para que tanto friki y descerebrado dé rienda suelta a lo que ocupa su espacio craneal, allí donde algunos tienen el cerebro. Sinceramente, me cuesta entender que personas hechas y derechas anden como abducidos, se coloquen tanto disfraz y se pinten la cara sin ser carnavales.

Tercio de muleta. ¿Quién dijo que los andaluces son exagerados? Jorge Fernández Díaz (vallisoletano criado en Cataluña), ministro de Interior, afirmó en un debate entre candidatos catalanes en TV-3 que «el 77% de los contratos firmados eran indefinidos» y añadió «si no es verdad, que mañana me corten la cabeza». Según el Servicio Público de Empleo Estatal, en noviembre, en el total de España representaron el 8,2% y en Cataluña, el 12,3%. Hay que darle gusto al personaje, ¿algún voluntario como verdugo? (aviso, será un contrato de sólo horas, como la mayoría).

20 diciembre 2015

No somos nadie (o al menos no lo somos en América)


El día de las elecciones generales me he dedicado a curiosear en los diarios de varios países, algo que hago en alguna que otra ocasión y cuando hay algún hecho importante en España, como precisamente son estos comicios. El repaso tuvo lugar sobre las cuatro de la tarde.

No hubo sorpresas y es una pena que no apostara anticipadamente con alguien cuál iba a ser el resultado de mis pesquisas, suponiendo que hubiera algún despistado dispuesto a aceptar esa apuesta.

Por descontado, los primeros que consulté fueron los periódicos nacionales. Todos  estaban más o menos en línea, aparte de cierto barrer para casa según la línea del medio. Me hizo gracia que Ada Colau se olvidara de su DNI a la hora de votar y confirma lo que pienso sobre los que son profesionalmente activistas, muy activos pero poco efectivos. Eché un vistazo al Periòdic d’Andorra, que como muchos sabemos ha estado dando sondeos en los días en que en España estaba prohibido y sus resultados no me gustaban nada, porque confirmaban mis temores: como en Star Wars, aquí triunfa el lado oscuro.

Miré primeramente al que siempre miro para empezar: Le Monde, y efectivamente allí estábamos abriendo la primera página. No me parecían acertadas las valoraciones que se hacían, pero al fin y al cabo son asuntos subjetivos. Hay que admitir que nuestros vecinos suelen ser conscientes de que realmente somos vecinos. Liberation era más o menos lo mismo que el otro, ninguna sorpresa.

En Diário de Notícias de Lisboa, esos otros vecinos que con frecuencia olvidamos que lo son, nos corresponden ignorándonos de manera para mí casi ofensiva: la noticia de las elecciones españolas era un poco más pequeña que la relativa a la destitución de Mourinho, algo de lo que hasta yo, que detesto el fútbol, me he visto obligado a enterarme.

The Guardian, pasaba del asunto en primera página y sólo buscando en la sección “World” (no existe espacio específico dedicado a Europa) se localizaba un pequeño apunte sobre el evento. Y se acabó, ya se sabe que allí no somos muy queridos y nos otorgan menos relevancia que a Nepal, no olvidemos que, para ellos, España es esa extensión de territorio que se encuentra al norte de Gibraltar.

Miré O Globo de Rio de Janeiro y como de costumbre ni palabra, no quieren saber de nosotros. En A Folha de São Paulo había un pequeño recuadro en portada donde se remitía a algo más extenso en el interior y se relataba que la diversidad de opciones en esta ocasión era única. Como detalle, se dedicaba más espacio al galeón San José y al puñetazo a Rajoy que a las elecciones en sí. Más que las noticias, adoran las anécdotas.

Di una ojeada a Clarín de Buenos Aires y allí sí había una noticia española ocupando buena parte de la primera página. Se trataba de no sé qué triunfo de Messi, ya se sabe que allí le tienen mucho aprecio al hombre que dice que sólo ha leído un libro en su vida: no, no es el de "Cómo defraudar a Hacienda", sino una biografía de Maradona. De las elecciones, ni mu.

Para terminar, en The New York Times simplemente no existimos o, lo que es lo mismo, lo que pueda pasar aquí les importa un comino, una vez que no disponen en este país de ese amigo y pilar del imperio llamado J.M.Aznar. Y que conste que miré a las seis de la tarde, hora española, para darles ocasión de incluirnos.

En resumen, para ese continente que aquellos españoles intentaron civilizar, desde Niágara a Tierra de Fuego, no figuramos en el mapa, no somos nadie para la casi totalidad. Mientras, aquí hay una crónica a página completa si Michelle Obama se marca un baile, el príncipe Guillermo de Inglaterra se compra una gorra o Dilma Rousseff tiene problemas con Petrobrás. Merecemos lo que nos pasa, por papanatas. 

16 diciembre 2015

Aborrezco la Navidad

No se trata de una cuestión religiosa, sino de que cada año al acercarse estas fechas el desagrado que siento es mayor, mayor la depresión que me invade y mayor el deseo de marcharme a algún país en el que esto de la Navidad no penetre inevitablemente (¿el Tibet, Mongolia, quizás?). El año que viene, más modestamente, quizás voy a buscar alguna casa rural en la que no se oigan las navidades.

Nunca me han entusiasmado estas celebraciones en las que necesariamente hay que seguir el dictado de lo que se considera normal, y por eso quizás detesto las fiestas locales, el día de-lo-que-sea, y por descontado esa ración enorme, ese empacho llamado navidades.

Tenía 14 años cuando al director de mi colegio le dio por convocar un ejercicio simultáneo de todo el colegio, que consistió en una redacción sobre el día de la madre, que entonces se celebraba el 8 de diciembre, día de la Inmaculada (?) y que con posterioridad fue trasladado a mayo porque así se evitaba la cercanía de navidades, y además a los comerciantes les convenía espaciar algo las compulsiones a comprar para que diera tiempo a reponerse el bolsillo y la avidez por el consumo. Ya se sabe, son los comerciantes los que deciden cuándo hay que emocionarse al pensar en la madre propia. Siento contrariarles, el próximo día 27 mi madre cumpliría años si viviese y es ahora cuando procuro dedicarle muchos de mis pensamientos y un agradecimiento que seguramente no supe mostrarle en vida, siendo como fue una persona y madre excepcional.

Hice mi redacción y el resultado fue que el director me convocó a su presencia y no precisamente para premiarme. En su despacho y de manera solemne me reprochó mi materialismo y mi descreimiento –ya se me veía venir– porque mi redacción había consistido en un ejercicio de protesta contra una celebración que yo consideraba sólo mercantil y patrocinada por Galerías Preciados, que era la empresa que entonces llevaba la batuta de todo este tinglado.

No fue un encuentro muy desagradable porque aquel hombre era buena persona –aunque con un carácter tremendo– y ya en una ocasión yo le había ganado al ajedrez un día en que faltó el profesor y él lo sustituyó con su persona y una improvisada competición de ese juego entre algún alumno voluntario –yo– y él mismo. Estoy seguro de que me tenía cariño y yo también le tenía aprecio.

El paso del tiempo no ha mejorado mis malísimos deseos hacia estas fiestas y desde luego que las circunstancias personales no han ayudado a hacerme cambiar. Cuando niño además la cosa era bastante diferente, pues primaba la parte familiar y religiosa sobre ese imperio del gasto y consumo que es ahora y eso hacía que la aceptación fuera más fácil.

Tengo la suerte de que ahora en mi casa coincidimos todos en esa falta de motivación hacia las fiestas que se nos vienen encima: no cantamos villancicos (aunque me gustan), no hacemos comidas especiales (no más de lo que las hacemos el resto del año) y no hay regalos, si acaso esperar que las elecciones nos quiten de encima el gobierno actual, aunque yo soy realista, es en España donde se inventó el grito de ¡vivan las cadenas!, es aquí donde el pueblo, a la vuelta del exilio del rufián Fernando VII, desenganchó los caballos para ponerse ellos mismos a tirar de la carroza.

No puedo evitar sentir envidia de esos años del siglo XVII en que la celebración de la Navidad fue prohibida en Inglaterra y los primitivos EE.UU. por considerarla frívola. Si aquella gente no se hubiera acobardado y aceptado su restauración, ahora la segunda quincena de diciembre sería una época de tranquilidad, reposo y contemplación, nada que ver con la desagradable realidad actual.


(Esta entrada ya fue publicada más o menos igual hace un par de años, pero he visto que recientemente ha tenido algunas lecturas y se me ha ocurrido volver a incluirla)

10 diciembre 2015

Modales

Hace pocos meses publiqué una entrada titulada “El respeto que fue” que en su mayor parte consistía en la reproducción de un artículo publicado en no recuerdo cuál diario y que, desgraciadamente, se refería casi en exclusiva a faltas relacionadas con el móvil o cometidas en el cine. No hace falta que diga que el repertorio es mucho más extenso y que lleva camino de volverse casi infinito. Han cambiado los hábitos hasta del modo de bostezar; antes, cualquiera ponía su mano delante de la boca al hacerlo en presencia de extraños y ahora, en el transporte público o en cualquier lugar, la gente bosteza con total abandono permitiendo que si usted lo desea pueda examinar el estado de sus amígdalas. Precioso.

Estuve ayer en la consulta de un especialista y la paciente que se encontraba a mi lado, de unos cuarenta y tantos años, en un momento dado se sacó del bolso lo que resultó ser un caramelo de generoso tamaño, se lo metió en la boca y de inmediato empezó a masticarlo. Hacía tal ruido que pasado un par de minutos, como seguía royendo, me levanté para sentarme a unos tres o cuatro metros de distancia, donde no tenía que oír tan intensamente algo tan desagradable; se dio cuenta y me lanzó miradas envenenadas. Quizás para dejar claro que ella hacía lo que le daba la gana, pasado un rato –¡qué largas son las esperas en las consultas de los médicos!– fue un chicle el que de inmediato se puso a mascar y a hacer globitos que estallaban.

No es un caso excepcional, en nuestro país la ignorancia ha hecho que se identifiquen las libertades que llegaron tras la muerte del dictador con la posibilidad de hacer lo que a uno le venga en gana, sin más consideración hacia el vecino ni manifestando ningún fastidioso vestigio de educación. De ahí viene también el tuteo universalizado. Confieso que me sorprendió ver a Almudena Grandes y Wyoming tratándose de usted en el programa de este último hace unos días, lo moderno es tutear al mismísimo papa.

Para mí lo del chicle es un problema que ni siquiera se intenta abordar. Es normal que en zonas de gran afluencia peatonal podamos contemplar las huellas de miles de chicles arrojados al suelo y pisoteados hasta hacerles formar parte del pavimento. No hace muy bonito y deja en evidencia cómo somos; bueno, no todos, sólo buena parte de la población. Qué asco, me encantaría que aquí se actuase como en Singapur, donde masticar chicle le lleva a uno a la cárcel, y a cambio todo está más limpio y nadie tiene que soportar a los masticadores. Me parece una medida básica de higiene social, no entiendo por qué se puede masticar chicle si está mal visto soltar eructos o cuescos y no creo que haya mucha diferencia. Todavía recuerdo el asco que sentí cuando en otra sala de espera, al sentarme, pasé mi mano bajo el lateral del asiento y la planté sin querer en lo que sin duda era un chicle pegado allí por un masticador.

El otro día, en un gran supermercado de una cadena alemana, pregunté a un empleado de poco más de veinte años por la ubicación de determinado producto. Por descontado, se lo pregunté tras dar los buenos días y tratándole de usted, como debe hacerse con un desconocido. Su respuesta fue interrumpir lo que hacía, volverse hacia mí y responder dime, no te he escuchado, ¿qué querías? Tardé unos segundos en reaccionar a ese tuteo inmerecido y a ese reemplazo de oír por escuchar, que tomado en su literalidad parecía indicar que no le había dado la gana de prestarme atención cuando hablé antes. En realidad no debería sorprenderme, es el lenguaje con el que a diario convivimos todos en la calle, en la prensa, en la televisión, incluso en los telediarios de TVE, ¿por qué un joven moderno con aspecto de no haberse preocupado por aprender nada en su vida iba a comportarse de otra manera? Bastante tenía con saber mantener aquella bonita cresta de su cabello.

Hace pocos años durante un viaje turístico con amigos, uno de ellos me recriminó seria y groseramente por mantener mi sombrero puesto –lo uso desde hace tiempo– cuando deambulábamos por una cafetería en busca de una mesa libre. No pude evitar en el momento la imagen de esos mejicanitos con el sombrero de paja agarrado con ambas manos ante su patrón, según vemos en tantas películas americanas, ¿era eso lo que le servía de guía para exigirme que llevara el sombrero en la mano? Curiosamente, unas horas antes, estuvimos visitando una iglesia –yo descubierto, pese a que no soy creyente– mientras su esposa estuvo masticando chicle ostensiblemente todo el tiempo, como si paseara por Coney Island, algo quizás poco compatible con encontrarse en la casa de su dios. Parece que al experto en protocolo eso sí le parecía correcto; o quizás a ella no se atrevía a llamarle la atención como hizo conmigo.

No hay manera, a la mayoría de los españoles eso de los modales nos suena a chino y por lo tanto la mayoría actúa con total desconocimiento mientras unos pocos, sin sentido del ridículo ni de la prudencia, pretenden imponer normas plusversallescas que ellos mismos no practican.

En un viaje de turismo que realicé hace un par de años a Austria, el guía me dijo que era una suerte que los españoles que formábamos parte del grupo no habláramos alemán, porque allí el tuteo se considera casi una agresión. No sé si es cosa mía, pero me pareció adivinar algo de desprecio en el comentario.

Así son las cosas: yo soy español, estaba en un grupo de españoles y el guía asumía consecuentemente que yo formaba parte del contingente de tuteadores habituales. De ese contingente sin modales que mora al sur de los Pirineos.

No sabía él que soy un inadaptado y que no me he incorporado a la modernidad de mi entorno.

03 diciembre 2015

Epidemia de estupidez

Cuando era niño y más tarde en la adolescencia, gastaba buena parte del dinero que me daban en comprar lo que llamábamos tebeos, ya fueran de viñetas variadas –ahí nacieron Mortadelo y Filemón, el Carpanta, las hermanas Gilda, doña Urraca, o la familia Ulises– o de aventuras, hazañas bélicas o ciencia-ficción. Los tebeos del oeste o de superhéroes no tenían tanta implantación entre nosotros. Lamentablemente esa palabra –tebeo– hace tiempo que ha sido arrinconada por la modernidad y ahora hay que decir comic, un auténtico misterio para mí, que nunca entendí qué podían tener de cómicas las aventuras de Batman. Bueno, sí es cómica su vestimenta.

El caso es que aquellas publicaciones incitaban a la lectura y hasta tenían páginas sin un solo dibujo y columnistas como los periódicos de verdad. Me acuerdo de una sección que se titulaba Diálogo de besugos y de ahí quedó la expresión que ahora se usa sin saber de dónde proviene.

Todos esos tebeos desaparecieron y sólo sobreviven algunos, en formato de álbum con tapas duras y precio de jamón ibérico, que compran los nostálgicos, a veces empeñados en que sus hijos disfruten con lo que a ellos les gustaba.

No hay que llevar luto por esa desaparición, la verdad es que desde que llegó la televisión la cosa estaba cantada. Es más básico, pero tiene más atractivo para un jovencito ver lo que sea en televisión que leer, esa pesadez que sólo se le pudo ocurrir a un amargado. Ya con Internet, la competencia es brutal, cómo va a rivalizar ninguna lectura con una página porno que para contemplarla sólo nos pide declarar que tenemos más de 18 años, algo que un niño de 8 hace con toda naturalidad y sin remordimiento. Y los papás contentos, porque mientras se entretiene con el PC no molesta. ¡Y pensar que no pude ver Siete novias para siete hermanos hasta los 16 añitos (mostrando el DNI para entrar), para que mi delicado espíritu no se maliciara con semejante espectáculo depravado!

El jovencito de ahora, cuando se cansa del PC puede agarrar su propio smartphone y pasearse también por toda la red con el wifi hogareño y a ratos dedicarse a mandar mensajes a todos sus colegas o acosar a algún compañero de cole que no le caiga bien. 

Todo el mundo parece celebrar la entrada de la tecnología en el mundo infantil y adolescente y ahí los tenemos, zombis totales sin más ambición que ganar a sus amigos en número de seguidores en Facebook o conseguir entrada para ver a Justin Bieber.

No son sólo los menores quienes se encuentran aparentemente alelados, la prensa de mayores está repleta de estupideces que me dejan perplejo día tras día. Casi todos los diarios tienen ahora, aparte de su habitual sección soft porn, lo que podríamos llamar “el rincón del desocupado con pocas luces”. En los últimos tiempos se ha insistido mucho en varios de ellos dando consejos para estar calentitos en casa sin dilapidar dinerito en gas o electricidad. La recomendación suprema para eso viene a decir que hay que disponer de un plato, encima se colocan dos o tres de esas velitas cortas enfundadas en una cápsula de metal –suelen recomendar las de Ikea, vaya usted a saber por qué–. Hay que tener una maceta de barro vacía de tamaño mediano/pequeño y una vez encendidas las velitas se coloca encima el tiesto boca abajo. Hay versiones high-tec en las que se coloca un segundo tiesto más grande sobre el primero. Aseguran que con eso usted puede mantener la habitación a una temperatura confortable. Hasta el más tonto sabe que las calorías proporcionadas por las velitas son mucho más gordas y baratas que las calorías de las calefacciones ordinarias a gas o electricidad.

Parece mentira, pero por los comentarios puedo ver que son innumerables los que siguen esos consejos y me temo que son los culpables verdaderos de la bajada del precio del crudo. Si todos dejáramos de utilizar las energías tradicionales, no cabe duda de que tendría grandes repercusiones en la economía mundial, por eso supongo que hay gente destructiva como yo –estoy pagado por los grandes lobbies– intentando desprestigiar a toda costa ese invento calefactor revolucionario.

Este asunto de la calefacción es una auténtica mina y tiene cierta lógica porque es la rendija por la que se nos escapan bastantes euros. Otra cosa es que los consejos que se dan –hoy mismo hay una batería de ellos en El País– sean tan sorprendentemente astutos como no mantener las ventanas abiertas mucho tiempo –nunca se me hubiera ocurrido–, poner burletes si las ventanas no ajustan bien –tecnología puntera– o cambiar la caldera –unos 1.500 euros– por otra moderna con lo que ahorraremos entre 50 y 100 euros al año.

La verdad, si la gente se cree todas estas memeces que les cuentan, cómo no se van a creer las cifras de Rajoy sobre la mejora del paro o las promesas de un mundo mejor para después del 20 de diciembre. Le lloverán votos, ya lo aviso.