03 diciembre 2015

Epidemia de estupidez

Cuando era niño y más tarde en la adolescencia, gastaba buena parte del dinero que me daban en comprar lo que llamábamos tebeos, ya fueran de viñetas variadas –ahí nacieron Mortadelo y Filemón, el Carpanta, las hermanas Gilda, doña Urraca, o la familia Ulises– o de aventuras, hazañas bélicas o ciencia-ficción. Los tebeos del oeste o de superhéroes no tenían tanta implantación entre nosotros. Lamentablemente esa palabra –tebeo– hace tiempo que ha sido arrinconada por la modernidad y ahora hay que decir comic, un auténtico misterio para mí, que nunca entendí qué podían tener de cómicas las aventuras de Batman. Bueno, sí es cómica su vestimenta.

El caso es que aquellas publicaciones incitaban a la lectura y hasta tenían páginas sin un solo dibujo y columnistas como los periódicos de verdad. Me acuerdo de una sección que se titulaba Diálogo de besugos y de ahí quedó la expresión que ahora se usa sin saber de dónde proviene.

Todos esos tebeos desaparecieron y sólo sobreviven algunos, en formato de álbum con tapas duras y precio de jamón ibérico, que compran los nostálgicos, a veces empeñados en que sus hijos disfruten con lo que a ellos les gustaba.

No hay que llevar luto por esa desaparición, la verdad es que desde que llegó la televisión la cosa estaba cantada. Es más básico, pero tiene más atractivo para un jovencito ver lo que sea en televisión que leer, esa pesadez que sólo se le pudo ocurrir a un amargado. Ya con Internet, la competencia es brutal, cómo va a rivalizar ninguna lectura con una página porno que para contemplarla sólo nos pide declarar que tenemos más de 18 años, algo que un niño de 8 hace con toda naturalidad y sin remordimiento. Y los papás contentos, porque mientras se entretiene con el PC no molesta. ¡Y pensar que no pude ver Siete novias para siete hermanos hasta los 16 añitos (mostrando el DNI para entrar), para que mi delicado espíritu no se maliciara con semejante espectáculo depravado!

El jovencito de ahora, cuando se cansa del PC puede agarrar su propio smartphone y pasearse también por toda la red con el wifi hogareño y a ratos dedicarse a mandar mensajes a todos sus colegas o acosar a algún compañero de cole que no le caiga bien. 

Todo el mundo parece celebrar la entrada de la tecnología en el mundo infantil y adolescente y ahí los tenemos, zombis totales sin más ambición que ganar a sus amigos en número de seguidores en Facebook o conseguir entrada para ver a Justin Bieber.

No son sólo los menores quienes se encuentran aparentemente alelados, la prensa de mayores está repleta de estupideces que me dejan perplejo día tras día. Casi todos los diarios tienen ahora, aparte de su habitual sección soft porn, lo que podríamos llamar “el rincón del desocupado con pocas luces”. En los últimos tiempos se ha insistido mucho en varios de ellos dando consejos para estar calentitos en casa sin dilapidar dinerito en gas o electricidad. La recomendación suprema para eso viene a decir que hay que disponer de un plato, encima se colocan dos o tres de esas velitas cortas enfundadas en una cápsula de metal –suelen recomendar las de Ikea, vaya usted a saber por qué–. Hay que tener una maceta de barro vacía de tamaño mediano/pequeño y una vez encendidas las velitas se coloca encima el tiesto boca abajo. Hay versiones high-tec en las que se coloca un segundo tiesto más grande sobre el primero. Aseguran que con eso usted puede mantener la habitación a una temperatura confortable. Hasta el más tonto sabe que las calorías proporcionadas por las velitas son mucho más gordas y baratas que las calorías de las calefacciones ordinarias a gas o electricidad.

Parece mentira, pero por los comentarios puedo ver que son innumerables los que siguen esos consejos y me temo que son los culpables verdaderos de la bajada del precio del crudo. Si todos dejáramos de utilizar las energías tradicionales, no cabe duda de que tendría grandes repercusiones en la economía mundial, por eso supongo que hay gente destructiva como yo –estoy pagado por los grandes lobbies– intentando desprestigiar a toda costa ese invento calefactor revolucionario.

Este asunto de la calefacción es una auténtica mina y tiene cierta lógica porque es la rendija por la que se nos escapan bastantes euros. Otra cosa es que los consejos que se dan –hoy mismo hay una batería de ellos en El País– sean tan sorprendentemente astutos como no mantener las ventanas abiertas mucho tiempo –nunca se me hubiera ocurrido–, poner burletes si las ventanas no ajustan bien –tecnología puntera– o cambiar la caldera –unos 1.500 euros– por otra moderna con lo que ahorraremos entre 50 y 100 euros al año.

La verdad, si la gente se cree todas estas memeces que les cuentan, cómo no se van a creer las cifras de Rajoy sobre la mejora del paro o las promesas de un mundo mejor para después del 20 de diciembre. Le lloverán votos, ya lo aviso.

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