28 julio 2016

El rechazo a Rajoy

He estado prestando atención durante un rato a lo que se decía en el programa "Los desayunos" de TVE en contra de mi costumbre, pues lo que suele oírse en esos programas de debates o repaso de actualidad suele desagradarme por los disparates que algunos sueltan sin más reparo.

El tema era, cómo no, la investidura de Rajoy y lo que, según los asistentes, debe hacer cada partido del Parlamento. Allí cada uno soltaba lo que le apetecía y uno de los presentes, próximo al PP, afirmó sin ruborizarse que el PSOE era el partido más corrupto de la democracia española, algo que además no era el tema de la conversación.

Habrá quienes apoyarán y aplaudirán esa afirmación, todos esos que se agarran al manto de los ERE de Andalucía para tapar las vergüenzas del PP por toda España, pero sin negar ni de lejos la gravedad de ese asunto, cualquier persona con un mínimo sentido de lo razonable sabe que no hay comparación posible. No hace mucho, ese ejemplo de lo que no debe ser un periodista llamado Eduardo Inda, tuvo que aceptar en el programa La Sexta Noche la reducción de la cifra que se imputa al escándalo de los ERE. Durante mucho tiempo la derecha ha enarbolado la cifra 1.217 millones (más de 3.000 millones, he llegado a leer), como si todo el dinero invertido se lo hubieran llevado a Suiza o las islas Caimán. No hace mucho acusaban al PSOE de llevarse algo más de 600 millones y en el programa de esa noche los asistentes aceptaron la cifra fijada por el propio Ministerio de Economía de 152 millones no justificados, malversados.

Sigue siendo una cifra tremenda si se confirma en los tribunales que fue ése el importe del fraude, pero admitamos que está muy alejada de los 1.217 millones iniciales. Por supuesto que sea cual sea la cifra final, los culpables deben pagar duramente el haber manejado con esa alegría y desvergüenza los fondos públicos. Pero... para desgracia del PP, eso no tapa sus numerosísimas trapacerías, incluidos los beneficios obtenidos con la venida a Valencia de su amado Sumo Pontífice.

Ahora estamos en una situación en que todos los días se habla extensamente en la prensa y televisión sobre los problemas aparentemente insolubles para formar gobierno. Muchos se manifiestan escandalizados porque haya partidos que se nieguen a votar a favor o abstenerse en la investidura de Rajoy olvidando aquello de que quien siembra viento, recoge tempestades y que la oposición se llama así por algo. Al menos una vez ha dejado Rajoy a Pedro Sánchez ‒y en otra ocasión a Albert Rivera‒ con la mano extendida sin responder al gesto y estrechársela. Él, el que desconoce el respeto al contrario, cabecilla de una red de corrupción, es el gran obstáculo para una solución.
 
No somos los españoles un pueblo demócrata y toda nuestra historia es una permanente demostración de lo cierto de esa afirmación, aquí cada uno sueña con poseer un instrumento legal con el que hundir a su adversario y en su defecto se recurre a la violencia, golpe de estado incluido. Sin embargo, el gobierno del PP ‒hablo del reciente, mejor no recordar el pasado‒ ha sido un ejemplo de lo que es ignorar la democracia por el hecho de poseer una mayoría absoluta; democracia no es sólo votar y contar los votos y conviene recordar que esa mayoría se obtuvo con tan solo un 30,27% de los votos del censo. 

Rajoy ha gobernado sin escuchar ni una voz que no fuera de los suyos, ha despreciado las peticiones que se le hacían desde los otros partidos y las manifestaciones multitudinarias que pedían un cambio de actitud y, siguiendo su comportamiento habitual, ha insultado con regularidad a sus contrarios en sede parlamentaria; fuera, son incontables los insultos porque es su estilo. Insultó a Zapatero llamándolo bobo inútil, indigno y cobarde, entre otras lindezas, insultó a Rubalcaba e insultó a Pedro Sánchez llegando en una de sus rabietas a pedirle que abandonara el Congreso y no volviera más ‒febrero de 2015‒, olvidando que al menos en teoría el Congreso no es cortijo de su propiedad. Ahora, Rajoy casi exije el apoyo de una u otra forma de ese dirigente, Pedro Sánchez, y ese partido, el PSOE, para su propia investidura con un compromiso adicional que permita una gobernación confortable durante la legislatura. Si el caso fuera inverso, ¿qué respondería el PP al PSOE, aparte de burlas y un chorro de insultos? No es política-ficción, lo hemos contemplado el pasado marzo.

En resumen, Rajoy ha despreciado sistemáticamente a todo y a todos, pero llega el momento de la investidura y pretende que los demás cambien el sentido de su voto para hacerle a él presidente, porque dice que ganó las elecciones. Habría que recordarle que en el sistema electoral español no existe el concepto de candidato ganador. Sí el de lista más votada, que es el caso.

La soberbia de Rajoy es ilimitada y no es capaz de comprender que no tiene aliados en ninguna parte porque él mismo se ha preocupado de buscarse enemigos, sin olvidar que está más que salpicado por toda la corrupción en que está inmerso el PP, que hace que todos huyan de arrimársele como si de un apestado se tratara. Sabemos que, por desgracia, nada de lo que haga o diga le privará de esos 7 u 8 millones de votantes cómplices, pero debería entender que si en España hubiera unas elecciones para señalar al político más odiado, ahí sí que ganaría por mayoría más que absoluta. La salida a la encerrona en que se encuentra la formación de gobierno se resolvería si diera un paso atrás y permitiera otro candidato de su partido. Pero no lo hará.

23 julio 2016

Porque tú lo vales

Creo que el título que he escogido corresponde a alguna frase lapidaria de un anuncio ‒con tuteo de coleguilla incluido‒, y como suele ocurrir con esto de los anuncios, me acuerdo del eslogan, pero no del producto. El caso es que la afirmación me parece un magnífico enunciado de lo que desde hace no tantos años se intenta imbuir en las mentes de los ciudadanos.

Me refiero a esa peregrina idea de que todos somos maravillosos y que nos merecemos todo lo del mundo ‒menos un contrato indefinido‒ gracias a nuestras características personales y a lo bien que las gestionamos. En esta época de buenismo desenfrenado parece que no hay nada que merezca la calificación de desagradable ‒salvo los toros y los toreros‒ y por el contrario toda anomalía encuentra su legión de comprensivos.

Hace algún tiempo ya publiqué una entrada sobre los obesos donde hablaba sobre las repentinas tolerancia y estima hacia las personas que poseen un tonelaje excesivo se mire como se mire. Es este tema el que más me llama la atención, sobre todo ahora que con la excusa de la belleza de las mujeres con curvas ‒detesto a esas espátulas con cara de mala leche que llaman modelos‒ pretenden meternos de matute mujeres con un peso que las aleja definitivamente de la consideración de seres normales. Concretamente, leo estos días en la prensa que está barriendo en la red ‒una frikada más de YouTube‒ una mujer que baila uno de esos bailes espasmódicos tan de moda pese a que en balanza da nada menos que 172 kilos. Eso no es una mujer curvy, eso es sin más rodeos una enorme foca que para colmo pretende culpar de su sobrepeso a una dolencia y al tiempo confiesa que come como una fiera.

Todos los seres frikis o peligrosos son constantemente animados a quererse a sí mismos ‒espero que Rajoy no vea esta campaña, sería sobredosis‒ sean como sean y vengan de donde vengan. Ahora todo el mundo, por miserable que sea, merece ser animado a continuar siendo de la misma forma. Es falso que ése sea el auténtico sentir general pero a muchos les hace ilusión decirlo.

Teniendo en cuenta que casi todos los seres humanos consumimos o nos vemos obligados a consumir los mismos productos, no es de extrañar que la publicidad intente atraer a los extravagantes o raros repitiendo machaconamente eso de porque tú lo vales. Da lo mismo que uno sea alto o bajo, débil o fuerte, torpe o ingenioso, la publicidad no quiere dejar a nadie al margen y para eso halaga a quien se le ponga por delante.

Como es natural, esto produce que muchos alcancen el éxito, a veces sin merecerlo y las más de las veces rebosantes de soberbia. Leí una frase del entrenador Mourinho que es ilustrativa de este convencimiento y alarde de la propia valía: No soy el mejor del mundo, pero creo que no hay nadie mejor que yo. Definitivo, ¿no?

Personajes mediocres, pero convencidos de su excepcionalidad, estallan de autocomplacencia en buena parte gracias a los halagos de otros que son todavía más mediocres. Un ejemplo de manual sería José María Aznar, que consiguió encandilar a muchos patriotas españoles y hasta al as mundial de los mediocres, George W. Bush, al que se le veía entusiasmado de ser el primer presidente de los EE.UU. con palanganero europeo propio. Por lo visto exigía cosas que ni el propio Blair aceptaba concederle.

Y hablando de Bush, ¿han visto el vídeo que el otro día salió en la prensa donde el ex presidente, cogido de las manos de su esposa y de Michelle Obama, bailaba en el funeral por los policías asesinados en Dallas, mientras esta última y el propio Obama le miraban temerosos ‒al principio‒ de que se hubiera vuelto loco (vídeo)? Es un consuelo, no somos los únicos en elegir a un presidente tonto de remate, los EE.UU. son nuestro permanente ejemplo y allí ya tienen cierta práctica en escoger lo peorcito. Si lo dudan, esperen a noviembre.

13 julio 2016

Cómo se ve a los viejos

Fui a la farmacia hace pocos días y delante de mí estaban una señora, a continuación un joven y luego un señor mayor –como yo, vamos– que era el que estaba siendo atendido en aquel momento. El pobre infeliz estaba cogiendo los medicamentos de su receta electrónica y era un permanente decir “esa no la quiero” para desdecirse a continuación y repetir el diálogo con otro medicamento. Montó un lío enorme con un medicamento  que estaba en la lista pero que ya se había llevado otro día y lo cierto es que quienes estábamos esperando nos desesperábamos, la señora de delante decidió renunciar y se marchó y el joven no paraba de resoplar para mostrar su fastidio, nerviosismo y falta de modales.

Finalmente el hombre acabó y se marchó feliz con sus medicinas, era el turno del joven, pero… volvió la cara y vi que era también un jubilado, aunque estaba muy delgado y  llevaba un gorro de lana, vaqueros muy ceñidos y una cazadora vaquera, todo ello muy gastado, lo que le daba aspecto desmañado y por la espalda engañaba sobre su aparente juventud.

Engañaba su aspecto, que no su comportamiento. Tenía al parecer un corte en la banda magnética de su tarjeta sanitaria y la farmacéutica le advirtió de que aquello impediría la lectura, pero fue inútil, el muy imbécil se empeñó, y pese a que ella lo intentó mil veces poniendo incluso papel celo, la tarjeta no pudo ser leída y el propietario se marchó gruñendo tras hacer perder bastante tiempo a la farmacéutica y a los que esperábamos impacientes.

Es cierto, la edad raramente mejora algo –lo del vino es excepcional y no siempre se cumple, pruebe a mejorar uno de brick– y lo peor es que aflora lo que se mantuvo latente durante toda la vida anterior del individuo. Si era premioso, se vuelve desesperante; si gruñón, insoportable; si era torpe, más torpe se hace, si maleducado... para pegarle. Las cosas van a peor y de ahí que uno de los insultos entre conductores suela ser la acusación de viejo. No hablo de mí porque evidentemente mi autovaloración buena o mala no cuenta, pero la gran mayoría de los talluditos que conozco conducen descuidadamente, sin respetar lo básico y por descontado que sin admitir la menor crítica. Aunque debo recordar que la mayoría no conducía demasiado bien cuando joven.

El repaso a los fallos de los mayores podría ser inacabable, pero no quiero dejar de mencionar un tipo especial que frecuenta las salas de espera de las consultas médicas. Se trata del abuelo o abuela que saca su smartphone en esos lugares y haciendo caso omiso de los letreros que recomiendan guardar silencio, reproducen en el móvil algún vídeo en el que el nieto hace unas gracias que enternecen al abuelo. Con eso aparenta disfrutar como si no lo hubiera visto nunca y de camino busca pegar la hebra con alguno de los que le rodean. Patético.

Leí no hace mucho que las clases sociales han desaparecido, sustituidas por las clases etarias. Algo de cierto hay en eso y he podido ver en los comentarios de las noticias en los diarios digitales, que muchos jóvenes desprecian –es duro pero es así– a los mayores y manifiestan sin apuro su deseo de que se mueran pronto sin dar más lata ni cobrar pensiones –supongo que hay que excluir a los jóvenes que viven de las pensiones de sus padres o abuelos–  o cuando menos que se les retire el carnet de conducir al cumplir los 60 ó 65. No hace falta que diga que quienes escriben esto son jóvenes que no reflexionan sobre que ellos también serán mayores algún día, está claro que en su cortedad piensan que la juventud es un estado perpetuo.

Es una injusticia evidente ese maltrato a los mayores, ese pasar a engrosar la clase más despreciada, la de los viejos, pero hay que admitir que en muchos casos esa injusticia ha sido provocada por la estupidez de las víctimas. Es verdad que uno transita por la vida y procura disimular sus carencias intelectuales o físicas hasta que al llegar a edades avanzadas se acaba con todo disimulo y se manifiesta sin ninguna hipocresía, para desgracia de quienes les rodean.

Sería de desear que, como en el caso de la farmacia de que hablaba al principio, se trate de no incordiar más de lo preciso. Sus conciudadanos se lo agradecerán y evitaremos inquinas simplemente por ser mayores. Nos guste o no, los mayores tenemos que hacernos perdonar el seguir vivos (o al menos eso es lo que piensan muchos).