16 octubre 2021

Vulcanología

Creo que todos nos sorprendimos −hasta cierto punto− cuando aquel día empezó la erupción del volcán de La Palma al que todavía no le han adjudicado un nombre, parece que es cuestión de suma importancia eso del bautizo. No fue mucha sorpresa porque ya llevaban días con movimientos sísmicos y eso, en islas volcánicas como son las Canarias, solo puede significar una cosa: erupción a la vista.

Tampoco sorprendía porque ha habido varias erupciones en el último siglo, que yo recuerde en 1949 y en 1971, pero seguro que hubo más. Hay que tener muchas ganas de sorprenderse cuando viven muchos testigos de erupciones anteriores y se da el caso de que muchas de las plataneras cuya destrucción ahora lloran, fueron puestas sobre anteriores superficies de lava. Lo que pasa es que siempre es bueno expresar sorpresa quizás por aquello de las simpatías y también porque es sabido que la memoria es débil, de ahí que tantos sigan votando a cierto partido pese a su tendencia irremediable a la corrupción. En todo caso, se debería solicitar el procesamiento de las autoridades que permitieron construir y habitar zonas claramente expuestas a lo que está ocurriendo ahora.

Es cierto que al principio del fenómeno todos compadecimos a los pobres palmeros que tenían que soportar esa murga y lo que más tarde resultó un desastre que se tragó tantos esfuerzos de tantos años... bien es verdad que deberían haber contado con la fragilidad que acompaña a todo lo que se hace sobre terreno inestable por naturaleza. Incluso cabe preguntarse cómo las autoridades permitían construir sobre terrenos en los que hace tan solo 50 años habían sufrido las consecuencias de lo que ahora se repite.

Sé que no estoy solo en lo que voy a decir: derramamos simpatías y ganas de ayudar al ver los sufrimientos de aquella pobre gente. Y la televisión nos informaba generosamente sobre la densidad de la lava, la altura que alcanzaba la humareda, las roturas del cráter, la composición del aire y de las coladas, los vuelos suspendidos, las evacuaciones... minuto a minuto somos informados con todo detalle hasta hacer de todos casi unos expertos en vulcanología y −al menos en mi caso− tenernos hasta el pelo de tanta información sobre lo que, con algunas variantes, es siempre lo mismo y previsiblemente va a durar muchas semanas y quizás meses. En casa, a los telediarios hemos pasado a llamarlos televolcán porque el asunto llega a ocupar la mitad del tiempo de cada programa y hasta más, lo que teniendo en cuenta que el programa inmediato anterior suele versar sobre lo mismo, es abusar.

Es típico del periodismo: ellos estiman que una noticia es de impacto, que interesa a los espectadores e intentan tenernos al tanto de manera que lleguemos a aborrecer el asunto por pura saturación; por ejemplo, ¿cuántos pinchazos de la vacuna habremos visto en el último año? Eso no quita que sigamos compadeciendo a los palmeros y deseemos una pronta solución que en este caso sería el rápido final de la erupción y la reparación hasta donde sea posible de los daños producidos.

Hablando de volcanes, estoy leyendo estos días las "Cartas de relación" dirigidas por Hernán Cortés a Carlos V, un relato de lo que aquello fue. Es impresionante el valor y la inteligencia de este protagonista de la conquista de Méjico al que cuando se estudia en el colegio se despacha con un "Hernán Cortés conquistó Méjico" y algún dato sobre la Noche Triste, Moctezuma y la batalla de Otumba. Aquello fue tan duro y los sufrimientos tantos que entristece que ahora se hable de 'genocidio' incluso en España, ignorando todo lo que aquello realmente fue y significó. Ya se sabe que los que peor hablan de España siempre han sido los españoles (y ciertos mejicanos).

Está relacionado porque en estas cartas se habla de todo, entre otras cosas de la necesidad de aprovisionamiento que durante mucho tiempo fue vetado por dejadez del rey y las intrigas de otros, en especial de un tal obispo Fonseca de Sevilla. Relata Cortés la dificultad incluso de fabricar la pólvora que necesitaban para los cañones y mosquetes, por lo que tuvieron que ir buscando componentes uno a uno en distintos lugares. Resulta que habían visto que de la cumbre de una montaña salía humo, así que se fueron a investigar subiendo hasta el cráter y descolgando a un hombre atado con cuerdas −Francisco de Montaño− por su interior unas 70 u 80 brazas (117 o 134 metros) para ver qué había allí. Y de allí, de esta manera, sacaron azufre en tal cantidad como para no tener que volver, porque según decían era peligroso. Me dan escalofríos solo de imaginarlo.