24 noviembre 2016

Que guarde silencio Rita (la cantaora)

Anda estos día muy revuelto el patio por, primero, la muerte de la insigne Rita Barberá y después por lo acontecido acerca del minuto de silencio solicitado en el Congreso de Diputados a todos los grupos parlamentarios y que aceptaron todos a excepción de Podemos, siempre proclive a guardar poco silencio y a dar la nota todas las veces que pueda, aunque en este caso tenían buen motivo. No hay que pasar por alto que, si bien en el Congreso Podemos se negó a guardar el minuto de rigor, en el Senado sí se sumaron a lo que el resto de los grupos hicieron, es decir, callar durante un minuto.

Ha habido debate porque cuando falleció José Antonio Labordeta en 2010 el PP se negó al minuto de silencio seguramente porque no le han perdonado ni le perdonarán aquella ocasión en 2009 en que este diputado mandó a la mierda a los integrantes de ese partido desde la tribuna de oradores −con esas palabras−, curiosamente porque todos hablaban ruidosamente mientras él estaba en el uso de la palabra. La argumentación oficial del PP para negarse entonces a guardar el minuto de silencio fue que en 2010 Labordeta ya no era diputado en el Congreso. Lo que me sorprende una vez más es la desfachatez de los integrantes del PP, porque Rita Barberá no era ni fue nunca miembro del Congreso, −aunque perteneciera al grupo mixto del Senado, cobrando sin asistir− fuera de cualquier disciplina del Partido Popular gracias a que desde este partido (y no otro) fue inducida a abandonar sus filas. Hasta donde yo sé, es la primera vez que se guarda silencio en el Congreso por la muerte de un senador.

Me cuesta muchísimo trabajo apoyar a Podemos y darles la razón en esta ocasión, pero es que la tiene y pienso que vivimos en un país en el que se considera normal escarnecer a los vivos y aprovechar la muerte del que sea para alardear de respeto a los muertos y sacar a relucir méritos no siempre ciertos del difunto. Así estamos los vivos...

Pues no, señores, desde mi muy modesta opinión −modesta porque no tengo muchos lectores, no crean− no debe hacerse ningún homenaje ni manifestar respeto público a quien tuvo un comportamiento sospechosamente corrupto −esa triquiñuela del PP de decir que ha sido por mil euros es eso, una mentira legal− actualmente estaba siendo juzgada por el Tribunal Supremo, que con motivo de su fallecimiento ha decidido cerrar el proceso, no sé si este proceder es normal en todos los casos similares. De verdad que no comprendo por qué hay que manifestar respeto por alguien que no se ganó −ni de lejos− el respeto en vida y eso de morirse no es una proeza a admirar puesto que está al alcance de cualquiera, hasta el punto de que todos vamos a morir (ojo, no todos en un hotel de 5 estrellas).

No suelo alegrarme de la muerte de nadie y este caso no es una excepción, entre otras razones porque lo que me hubiese gustado es que se completase el procesamiento de la difunta, que se hubiesen realizado tantas declaraciones de testigos como fuese preciso, que se probase que no fue por mil euros sino por bastante más y que se dictase sentencia. Está claro en qué sentido me hubiese gustado que fuese esa sentencia. No tengo por qué practicar la hipocresía de otros. Hablo de los miembros del PP que continuando con su táctica de culpar a los demás de lo que sea −ya queda un poco rancio culpar a Zapatero− responsabilizan totalmente de la muerte de la presunta corrupta a esa abstracción que son «los demás» o a los medios, olvidando que, como podemos ver en la hemeroteca de televisión, han sido ellos los que la echaron del partido y se jactaban por eso, ellos quienes se apresuraron a poner en duda su honorabilidad, ellos los que no querían ni hablar de la que fue apartada, para no ensuciarse con su contacto.

De verdad que no acabo de entender todo el revuelo en los medios por un no-silencio que no ha sido excepcional sino todo lo contrario, pero ya decía que en España se parte de la idea de que alguien puede ser un bribón sin paliativos, que a partir de su muerte sólo loas y halagos se le pueden dirigir y por mi parte no estoy de acuerdo. Ampliando el caso, yo no guardaría silencio por la muerte −si se produjese− de Donald Trump, ni Hillary Clinton, ni Eduardo Trillo, ni por una larga lista de aquellos a los que considero unos rufianes y entiendo que nadie puede obligarme a lo contrario y, aunque yo estuviera errado en mi valoración del difunto de turno, esa libertad debería ser respetada. Exactamente igual que la libertad de la que ha hecho uso Podemos en el Congreso.

Y no creo que los familiares de los 43 fallecidos y 47 heridos en el accidente del metro de Valencia, de los que Rita se burló públicamente, vayan a guardar ningún minuto de silencio.

17 noviembre 2016

Virales

No hay día en que no vea en la prensa alguna referencia a un comentario viral o que arrasa en la red, o bien algún personaje cuyas declaraciones o su persona han provocado trillones de retuits o cualquier otro fenómeno de los que vivimos (?) pendientes. Otra posibilidad es esa de las fotos como las de Justina Derroche que incendian la red un día sí y otro también con escotes cada vez más descendentes. Uno va a mirarlas con cierta concupiscencia y resulta que son fotos como las de toda la vida, solo que las ha publicado en la Red y ya se sabe que la red es sagrada y todo lo que circula por ella es lo más y tiene más transcendencia. Además, desde que existen las prótesis mamarias de silicona me ponen más las fotos femeninas anteriores a 1970 que las actuales, porque ahora las que triunfan son las que deciden meterse más silicona donde antes estaban las conocidas como tetas. Me encantan esas fotos de mujeres  con frecuencia prostitutas de aspecto cándido ̶  de los años 10 o 20, del siglo pasado por supuesto, como la que compré en un puesto callejero de Barcelona. Lo que ellas muestran es cien por cien natural.

No me gustan muchas de las cosas que tengo que ver, entre otras el poderío e importancia de lo que llaman redes sociales, aunque trato de mantenerme un poco al día de las que atrapan a los jóvenes y a muchos que ya no lo son tanto, pero es difícil. Cuando me entero de que existe Facebook, YouTube, Tuenti o Whatsapp, resulta que ya están pasadas y las que molan son Instagram, Telegram, Periscope o alguna de los muchas otras que existen, Twitter, Snapchat, Flickr, Google+, QQ, WeChat, etc. etc., ¿quién se acuerda ya de ICQ?

Hace algún tiempo protestaba yo de que ya resultaba imposible ser ciudadano si no se disponía de Internet y de un smartphone. La cosa no solo no ha mejorado, sino que ha vuelto más preocupante, porque quien no tiene cuenta en Facebook y Twitter, no existe. La cuestión es, ¿para qué sirven las redes sociales?: pues fundamental y lamentablemente para dar resonancia a la voz de los que no tienen nada que decir y a los frikis que gustan de llamar la atención o insultar a los demás. Las redes sociales están sostenidas básicamente por unos imbéciles sin nada que hacer que lanzan una nueva gracia y por los millones que se entusiasman siguiendo esa gracia. Recientes tenemos el numerito de tirarse un cubo de agua helada por encima, otra que consiste en congelar el movimiento de un grupo y grabarlo mannequin challenge o, más reciente, eso de ¡que viene Andy! Andy’s Comming! que no merece la pena ni explicar en qué consiste, si es que usted no lo conoce.

No hace mucho, dos hechos leídos en la prensa me han llamado la atención, ambos relativos a comunicaciones de las redes que hacen evidente su mal uso. El primero, el triunfo de un vídeo de YouTube en el  que una supuesta bailarina de 172 kilos de peso se agita convulsivamente despertando el interés de todos los que no tienen nada mejor en qué pensar y a los que el morbo de la híper-obesa les atrae. El segundo, los disparates que en una u otra red social escribieron quienes merecen más el calificativo de alimañas que de personas, insultando a los allegados del torero Víctor Barrio fallecido hace algún tiempo y a la memoria del propio torero, aprovechando el anonimato (aunque alguno no se va a salvar de una sanción). Se da la paradoja de que quienes cometen esta fechoría contra seres humanos, se autoconsideran  amantes de los animales y gente de bien.

Más reciente, otro fenómeno del que es difícil que no hayan leído u oído algo en los medios porque se han empeñado en que forme parte de nuestras vidas. Me refiero a ese juego llamado Pokemon Go que parece haber sorbido el poco seso de buena parte de población, y sabemos ya de quienes han cometido allanamientos o invadido comisarías o cuarteles en busca del bichito, de quienes han sido atropellados porque estaban en otro mundo mirando tan solo la pantalla de su móvil y mi hijo me cuenta que ha visto en Madrid a una mujer de unos 40 años que conducía un coche, pararlo en un semáforo, bajarse, y dejarlo abandonado en mitad de la calle con el smartphone en la mano en busca de su víctima virtual. Antes, si un adulto se comportaba como un adolescente procuraba contenerse y no hacer el ridículo; ahora se exhiben, porque son mayoría y se sienten fuertes. El caso es que parece haber aflojado la fiebre de cazar muñequitos, pero no ha desaparecido.

No tengo nada en contra de los juegos, yo mismo me acuerdo cada mucho de que existen y he jugado al comecocos ‒oficialmente Pacman‒ en mi tableta dos o tres veces, pero pueden imaginar que no pierdo por eso el contacto con la realidad (ya sé, es un juego de viejos). Un vídeojuego puede ser divertido si se le dedican unos ratos, pero puede hacer un daño irreparable si se vuelve adicción. Quien vive consagrado a eso es simplemente un idiota sin cerebro y no hace mucho se publicó un artículo en El País en cuyo título, a propósito del jueguecito Pokemon Go, el autor se pregunta si la humanidad puede caer más bajo. Mi respuesta es: más o menos; ahí tuvimos a doña Celia Villalobos jugando al Candy Crush mientras ocupaba su puesto en la mesa del Congreso de Diputados, claro que con el cerebro de esa señora no hay que hacerse ilusiones. Ni con su educación y modales.

Hoy mismo veo en la prensa una foto que según dicen arrasa en la red y que es sólo una foto del lugarteniente de Donald Trump, acompañado de esposa e hija delante de un espejo y que por el ángulo en que ha sido hecha la foto no permite ver reflejada en el espejo la imagen de la hija, lo que asombra a todas esas mentes elementales. Otra foto que dicen que arrasa muestra a un cerdo practicando surf. Me quedo arrasado.

03 noviembre 2016

Ayuntamiento de Madrid: eficiente y progresista

O al menos, eso debería ser. En 2007 fue elegido para alcalde de Madrid el muy modosito y atildado Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez, hijo de José María Ruiz Gallardón (sin guión; ¿lo pillan?). Pues sí, lo primero que hizo en su vida fue montarse un apellido compuesto con su guioncito y todo, para dar cierta sensación de hidalguía que de origen no poseía. Su padre fue también político durante el franquismo, en un entorno en el que pasaba por progresista. Ya se sabe, en el país de los ciegos... 

El caso es que el nuevo alcalde, al que le gustaba ser recordado, llevó a cabo las obras de soterramiento de la M-30 con un presupuesto inicial cercano a los 1.700 millones, que luego se disparó casi 12.000 millones con interesesy así dejó a Madrid con una deuda de cerca de 8.000 millones, por lo cual es efectivamente recordado aunque no precisamente con cariño. La deuda del ayuntamiento de Madrid era casi la cuarta parte de la deuda de todos los ayuntamientos de España, diez veces la del ayuntamiento de Barcelona y más del doble que la de la Comunidad de Andalucía, pese a lo cual fue reelegido alcalde en las elecciones de mayo de 2011. Ya se sabe que los votantes del PP no son muy exigentes.

Tras ser nombrado por Rajoy ministro de Justicia en diciembre de ese mismo año, deja su cargo como alcalde y pasa a ocuparlo esa joya llamada Ana Botella gracias a que por carambola y por ser la esposa del ínclito Aznar, ella era la siguiente en la lista. Muy parecida a Gallardón en cuanto a actitud y procedencia nacionalcatólica, pero infinitamente más tonta e ignorante.

Aparte de esas ocasiones conocidas de todos en que hizo que quienes vivimos en Madrid nos sonrojáramos de vergüenza ajena, la primera mitad de su mandato no tuvo grandes diferencias con la época de Gallardón. Fue más tarde, cuando comenzó a tener ideas propias y ahí fue la hecatombe: por ejemplo, rebajó el precio de la subasta de limpiezas de Madrid, y la cosa fue definitivamente mal, pues a cambio de resultar menos costoso, dejamos de disfrutar de la limpieza viaria que mantuviera una ciudad con demasiados puercos medianamente adecentada.

Llegaron las elecciones municipales de 2015 y en ellas se produjo el primer resultado desconcertante en cuanto a reparto de los votos de los muchos que vendrían después, gracias a la aparición de nuevos partidos. El PP, impasible el ademán, fue el más votado, pero el segundo fue el PSOE que por evitar que el PP continuase en el ayuntamiento se lo regaló a los chicos de Podemos o como quiera que se llamen. No hay que olvidar que desde entonces la nueva alcaldesa ha proclamado mil veces que ella no milita en Podemos.

No me importó mucho que resultara alcaldesa la ex-juez Manuela Carmena. De una parte, yo era partidario de la unión de las izquierdas y por eso en aquel entonces consideraba que al fin y al cabo el ayuntamiento iba a ser «de los míos». De otro lado, Carmena era de sobras conocida por sus acertadas sentencias y su posicionamiento progresista.

Craso error. Poco a poco he ido descubriendo que los militantes y votantes de Podemos son en general gente poco equilibrada, convencidos de su superioridad a la vez que manifiestan unas carencias culturales penosas. Echo de menos en ellos cierta experiencia vital que no se compensa ni de lejos con personajes como la nueva alcaldesa que, por cierto, no mucho tiempo después de tomar posesión afirmaba estar arrepentida de haberse presentado como candidata.

Desde que Carmena desempeña el cargo, las tonterías y disparates de Ana Botella han quedado en ocasiones eclipsadas por las de la nueva alcaldesa, seguramente engullida por el pelotón de incompetentes que ha tomado las riendas, mientras la ciudad está cada día más sucia, los servicios desatendidos y la eficiencia de los funcionarios municipales, que nunca fue ejemplar, alcanza niveles que se desconocían. Eso sí, el mismo día han aparecido en la prensa dos noticias: de un lado, Carmena trae a Madrid a 21 refugiados sirios enfermos y sus familiares, lo que conociendo el agrupamiento casi tribal de esta gente puede suponer un número ingente; de otro, en Madrid se ha superado el récord histórico en las listas de espera de la seguridad social (de competencia autonómica). Saquen sus conclusiones.

Lógicamente, me desagradan los comentarios que acusan a la alcaldesa de desvaríos a causa de la edad, pero no acabo de encontrar otra explicación a eso de afirmar que admira a quienes saltan la valla de Melilla y que ellos son los mejores, ¡una juez emérita, alcaldesa de la capital de la nación, animando a quienes incumplen las leyes y toman al asalto el país! Claro que recientemente ha descubierto la pólvora afirmando públicamente que el mundo de la democracia representativa se está acabando, ¿se refiere a esa que la ha aupado al puesto que ocupa?

Mientras, el edificio de la junta municipal del distrito en que vivo, tiene apenas a 10 metros una iglesia con una lápida recién restaurada en su fachada y unos nombres de «muertos nacionales» con el consabido ¡Presentes! al final, que los jóvenes leones de Podemos no han sido capaces de eliminar. Según parece pueden conquistar los cielos pero no la acera de enfrente de la sede desde la que gobiernan.

El experimento municipal de Podemos y sus extrañas alianzas es a mi parecer un sonado fracaso y no hay más que mirar a sus principales conquistas: Madrid, Barcelona y Cádiz. Creo que lo percibirán en las próximas elecciones municipales, aunque todavía queda mucho y los electores tienen mala memoria.