26 septiembre 2016

Turistas por millones

Playas españolas
Me acuerdo de una horrible canción de hace muchísimos años, que empezaba «el turista un millón novecientos noventa y nueve mil...» en la que triunfalmente se citaba el número de visitantes que, esa es la verdad, sirvieron para forzar la tolerancia del franquismo e iniciar el despegue económico que nos sacó de la pobreza de tantos siglos.

No es que haya llovido mucho desde entonces, es que ha diluviado y han cambiado su curso los ríos y ahora cada año se mide el aumento de visitantes en millones. No son sólo las bondades del sol-y-playa nacionales, sino que los países ribereños del Mediterráneo, al sur y al este, andan tan revueltos y poco fiables para el turista internacional −por desgracia para nosotros− que, fatalmente, ha fijado sus ojos en nuestras costas y para acá se viene huyendo del sol enfermizo de su país y de sus bonitas playas en las que uno no puede bañarse salvo que quiera sufrir una hipotermia.

Hay ciudades ‒como París, Barcelona, Florencia o Venecia‒ que ya han caído en la cuenta de que el crecimiento del turismo no puede ser ilimitado y por eso van ideando medidas, como esa de la tasa turística, que casi siempre redunda en beneficio económico de las Administraciones y apenas espanta la llegada de turistas. Hay más ciudades, como es el caso de Estambul, que tienen implantada esa tasa desde hace años, cuando pagamos el hotel ya va incluida, pero el efecto disuasivo es escaso o nulo.

¿Hace falta recordar que buena parte del turismo es ése que llamamos turismo de borrachera, que no deja dinero en las arcas públicas y sí supone un gasto en mantenimiento del orden y limpieza y restauración de lo que ensucian y destrozan?, ¿se imaginan qué clase de personajes nos visitan que hay que vigilarlos para que no salten de sus balcones y se maten?

No ha calado todavía la idea de que debe actuarse enérgicamente para reducir el turismo en las ciudades, pese a que los vecinos protestan hartos de encontrar sus barrios saturados y espacios turísticos como la Sagrada Familia o La Rambla están ya, la primera, como una sucursal de Disneyland y la segunda, como pura congestión que hasta impide caminar y que sólo beneficia a los rateros. Los barceloneses han perdido el control de su ciudad y poco a poco la convivencia se hará imposible, por eso en una encuesta reciente realizada por el ayuntamiento de la ciudad entre la población, el turismo es la segunda preocupación por detrás sólo del paro.

Pintada en Barcelona
Y tiene que acabar lo de soportar cada año ese contar triunfante del número de turistas que vienen a España, para acabar proclamando que han aumentado un no-sé-cuánto por ciento y que el total se eleva a una cifra disparatada, al tiempo que se reconoce que el turista cada día gasta menos. A cambio cada día tenemos menos espacio para nosotros mismos y es imposible visitar nada que hace unos años visitábamos tranquilamente y ahora debe ser en olor de multitudes.

El turismo es la primera industria del país y eso es cierto que supone un elevado aporte de riqueza, pero no es menos cierto que eso mismo nos ha hecho un país de servicios y que aquí la gran mayoría de lo que llaman emprendedores se limitan a poner un bar o un chiringuito, ahogando la posibilidad de iniciativas más deseables. Somos un país de servicios y sirvientes.

Yo creo de verdad que no hay casi nadie que haya caído en la cuenta de que el turismo no puede incrementarse indefinidamente. Actualmente vienen casi un 50% más de turistas que habitantes hay en España (estado español que dirían los rebeldes sin causa), y suponen ya un agobio para la población residente. A esto se suma la construcción en la costa, que gracias a las leyes promulgadas por el PP (aunque ningún gobierno se salva) avanza constante e inconteniblemente construyendo en primera línea a un ritmo que, pese a las crisis, ha supuesto un incremento del 33% en el tiempo transcurrido desde finales de los 80 hasta nuestros días. Los casos más graves son los de las provincias de Málaga y Valencia; la primera ya tiene un 81% de su primera línea de costa construida y la segunda alcanzó el 67%. ¿Qué vamos a hacer cuando la costa ya esté totalmente edificada, y todo se encuentre saturado y sea propiedad en buena parte de los extranjeros que nos invaden? Cualquiera sabe que en Mallorca, comunidad valenciana y el sureste, existen poblaciones cuyos habitantes son en su mayoría extranjeros y donde ni siquiera se habla español. Incluso la única bandera que puede verse izada es la del país predominante, en unos casos Alemania y en otras Reino Unido.

Por supuesto que el dinero que viene redunda en beneficios para la totalidad, pero hay que pensar cuánto nos beneficia y cuánto nos daña. A quien de verdad le supone ganancia indiscutible es a la hostelería. A usted y a mí, nos perjudica más de lo que nos beneficia, hasta los puestos de trabajo que crea son efímeros. Recuérdelo.

03 septiembre 2016

Escuche bien

Adivine quién no escucha a quién (aunque lo oye)
Estaba hace unos días atendiendo al telediario de TVE de las 15:00 y más concretamente lo referente al terremoto que había tenido lugar en Amatrice (Italia), cuando algo que dijo la corresponsal me quitó las ganas de continuar y apagué el televisor. Describía las peripecias y esfuerzos de quienes intentaban rescatar a los enterrados bajo las casas desplomadas, y aclaró que «la búsqueda la hacían en silencio para poder escuchar cualquier sonido producido por los sepultados».

¿Le ha llamado la atención algo de lo que he escrito en cursiva? Si no es así, usted también ha sido poseído por el mismo problema que la mayoría padece y que en buena parte nos ha sido contagiado por los hablantes de otras latitudes y los más ignorantes de los españoles: la imprecisión en el habla. He escrito allí  poder escuchar y eso es algo que usted y cualquiera pueden hacer en cualquier lugar y circunstancia, puesto que escuchar es según la Real Academia de Lengua −porque así ha sido desde siempre− «Prestar atención a lo que se oye» o si lo prefiere «Aplicar el oído para oír algo» y así lo usábamos todo el mundo hasta no hace tantos años, aunque la mayoría lo ha olvidado. Fíjese que de ninguna manera para hacer eso se requiere estar en silencio, puesto que escuchar no es más que activar una capacidad de nuestra voluntad para hacer uso del sentido del oído. Otra cosa es que el ruido circundante le impida oír nada y por lo tanto pida silencio.

Ocurre algo peor con la frase tan repetida en los telediarios donde se afirma que alguien "escuchó" un disparo. Está muy claro, si no sabía que el disparo se iba a producir no podía prestar atención y por tanto lo más que podía hacer era "oír", porque escuchar sólo sería posible, en el mejor de los casos, a partir del segundo disparo.

El oído ya es otra cosa, y oír sí que requiere la suspensión de cualquier otro ruido para poder escuchar lo que nos interesa. Por decirlo de otra forma, yo puedo intentar escuchar lo que se dice u ocurre en Amatrice, pero el resultado será nulo porque estoy a mil quinientos kilómetros de distancia. Si estuviera allí, solicitaría el silencio de todos para poder oír cualquier sonido emitido por un hipotético superviviente. Por lo tanto, lo que la ignorante corresponsal de TVE debería haber dicho es que «la búsqueda la hacían en silencio para poder oír cualquier sonido producido por los sepultados».

Suelen compararse los verbos «oír» y «escuchar» con los equivalentes del sentido de la vista, «ver» y «mirar», en cuyo uso poco a poco y por desgracia se va imponiendo el mismo error. Por hacer una comparación paralela y volviendo al caso de inicio, imaginemos que hubiera una densa nube de humo que impidiera a la corresponsal ver los daños producidos en las edificaciones de Amatrice y ella dijera que el humo no le permitía «mirar». Está claro que mirar puede hacerlo todo lo que quiera, pero para ver necesita eliminar obstáculos, como el que supondría ese humo.

Si usted es una de las escasas personas que no comete ese error de decir «escuchar» cuando lo que quiere decir es «oír», debo pensar que lee esto impulsado por la curiosidad de lo que digo y cómo lo digo. Si pertenece a la gran mayoría que comete el error a diario, me gustaría que lo que explico le ayude a no soltar ese disparate que deja en mal lugar al hablante. Recomiendo la lectura del libro «Guía práctica del neoespañol» de Ana Durante (es un pseudónimo) en especial el capítulo 2, donde se señalan los numerosos errores que escuchamos a diario y los peligros que acechan a la supervivencia del español, incluyendo esta lamentable sustitución del verbo oír por escuchar.

¿Que le da lo mismo todo esto o que lo importante es que se le entienda? Bueno, puede darle lo mismo si usted es de esos a los que no importa que el idioma que habla se vaya degradando día a día y que dentro de algún tiempo ya ni nos entendamos, porque la capacidad de expresar algo mediante el lenguaje se habrá hecho imposible. Será quizás una regresión al Homo neanderthalensis que, según parece, se comunicaba por gruñidos; eso sí, ahora sería a través de smartphones. Qué más da.