31 diciembre 2018

Avances

Compramos en casa el pasado enero un televisor para sustituir al que teníamos desde 2003. Han sido 15 años de vida útil del sustituido, bastante más de lo que suelen durar los aparatos de estas avanzadas épocas. El nuevo es 4K, y aún no he conseguido ver ningún programa con esta definición cuando ya anuncian los 8K, una innovación tecnológica precisa, según parece, aunque calculo que al paso que vamos las emisiones normales en esa definición no llegarán hasta 2025, si es que llegan.

Veo en la prensa el anuncio de una nueva tecnología de redes móviles, la 5G, que llega cuando en la población en la que paso mis vacaciones de verano apenas hay cobertura en 3G y mi móvil (y el de la mayoría), comprado este mismo año, no está preparado para el 5G. Se trata de forzarnos al cambio de dispositivo porque eso llena los bolsillos de los fabricantes al tiempo que vacía los de los adictos a la modernidad.

De todas maneras, es cierto que me encuentro perdido entre tanto avance que percibo escasamente interesante y que requiere grandes inversiones por parte de todos, mientras permanecen sin cura enfermedades infelizmente comunes como el cáncer o la leucemia. Está claro que no debe ser tan rentables investigar medicamentos como el negocio de los smartphones.

No es en lo único que me siento extraviado, cada día leo por Internet la prensa y diría que gran parte de las figuras que se citan en portada son absolutamente desconocidas para mí, especialmente los cantantes y los actores, a los que por mucho que procuro conocerlos, se renuevan a una velocidad superior a la que yo puedo alcanzar a la hora de actualizarme. Es verdad que tampoco me apasiono excesivamente por estar al día quizás porque percibo que la distancia entre −digamos− Miles Cyrus y Nicole Kidman como actrices o Nicki Minaj y Peggy Lee como cantantes, es tan tremenda que no es solamente cuestión de edades. 

Con razón o sin ella, mi desconcierto es enorme cuando descubro que una veinteañera con la que hablo desconoce cuándo perdimos Cuba y Puerto Rico −ni siquiera el siglo−, ni puede situarlos en el mapa, y que lo suyo no es ni de lejos un caso único. Ahora nada de lo pasado importa y bastante que se hace consiguiendo atender los numerosos requerimientos que se reciben por Whatsapp o Instagram.

En numerosas ocasiones leo o escucho en los medios que la mayoría mira su móvil nada más despertarse, que hay una adicción diagnosticada a este aparatito llamada nomofobia, que personas bien entradas en años me confiesan que no podrían vivir sin el móvil, que no tengo muy claro si no es peor que aquello de hacer los primeros viernes, que al fin y al cabo, eran solo los primeros viernes (seguro que alguien no sabe ni de lo que hablo).

Y creíamos que la televisión iba a comerse el cerebro de la gente... ¿qué cerebro?