Es
difícil que exista un pueblo con más desapego por su propio país que el
nuestro e igual de difícil encontrar uno que esté más apegado a su
patria cercana o, si lo prefieren, a su patria chica. Son mayoría los
que miran casi con desprecio a la bandera nacional, pero se le saltan
las lágrimas si escuchan una melodía típica y propia de su terruño. Si a
usted se le ocurre poner una bandera española en cualquier lugar, será
tildado de inmediato de casposo, viejuno y, con suerte, hasta de
fascista. Sin embargo, si usted lleva una bandera de esas que tienen
nombre en el idioma local, será un patriota, un progresista, una persona
de bien a respetar por sus paisanos y por todos los tontos de otras
latitudes.
Nada
que oponer, pero no está mal recordar que ese sentimiento llevado a su
extremo puede causar y ha causado mucho daño a la totalidad de los
ciudadanos. Ha sido y es especialmente dañino el proceder de ciertos
periféricos ‒con perdón, que yo mismo soy periférico‒ que nos han tenido
casi 50 años con el corazón en un puño, porque ciertos chicos traviesos
de ese territorio que antes llamábamos Vascongadas y ahora País Vasco
decidieron producir sangre y terror, porque amaban tanto sus raíces que
no se podían contener.
Hemos
vivido con el miedo a perder la vida y viendo como cerca de nosotros la
perdían otros con peor suerte, por no hablar de los trastornos que nos
producían los controles policiales y hasta el riesgo de muerte como el
que yo mismo padecí con mi familia, en una ocasión en que viajando de
noche al norte de La Rioja no vi la linterna con que me daban el alto en
un control de la guardia civil y no me detuve hasta más adelante en que
casi me saltan encima del vehículo unos agentes. La crispación era
evidente y nuestro susto descomunal.
Acabamos
de quedar casi tranquilos porque la banda ETA ha desaparecido
prácticamente, pero ahí estaban en la lista de espera otros patriotas
regionales esperando turno para amargarnos la vida. Hablo, naturalmente,
de los abertzales catalanes que el PP ha procurado incrementar
en número mediante una política hacia Cataluña que a los más templados
ha cabreado y a los que han sido educados en la normalización lingüística
y la sintonización de la TV3 ha transformado en radicales, que en buen
número odian a todo lo que suene a España o, como gustan decir, el
estado español. Ahí están los revolucionarios de la CUP y ERC para que
no decaiga.
Estamos
en el mes de julio de 2017 y cuelga sobre nuestras cabezas la fecha que
unos desnortados han fijado para hacer un referéndum con tantas trampas
que causaría la envidia de Franco, si siguiera con nosotros. Se dicen demócratas
y cumplidores de la ley, pero están dispuestos a aceptar y poner en
práctica su independencia aunque la participación sea escasa y con tal
de que los síes sean la mitad más uno de los votos... contados por
ellos. Y mientras, ese líder del mundo mundial llamado Rajoy continua
comportándose como si frente a este problema bastara con actuar como su
paisano de los 40 años, esperando que los asuntos se soluciones solos.
No
hay que preocuparse. Yoko Ono ‒que ya tiene práctica en disgregar desde
que deshizo The Beatles‒ apoya el referéndum y la secesión y también
esa dama ilustre llamada Rigoberta Menchú, a la que le tocó un Nobel en
la tómbola, como a la tal Malala.
En fin, no es ninguna novedad que el nacionalismo es el refugio de los incapaces, seamos pacientes con esta pobre gente. Por cierto, yo soy periférico.