29 noviembre 2021

El gesto mágico

Hace ya años, bastantes, que las cosas empezaron a ponerse feas para los hombres. Lo que en principio eran medidas más que justas para acabar con el maltrato doméstico, se transformó gracias a la sección femenina de ese partido que iba a asaltar los cielos, en una auténtica caza del hombre, sin atender a si se trataba de un maltratador habitual, más abundante de lo deseable, o un hombre de comportamiento no reprochable. Tampoco se tuvo en cuenta que son bastantes las mujeres que maltratan a los hombres, aunque lógicamente y teniendo en cuenta que normalmente la fortaleza física masculina es superior, las mujeres maltratadoras se especializan más en el maltrato psicológico que, puedo asegurarlo, no resulta mucho más divertido que el otro y en poblaciones pequeñas todo el mundo conoce casos en que la parte femenina de la pareja tiene en un puño a la parte masculina.  

No sé si alcanzaré la categoría de experto, pero debo estar muy cercano a la titulación porque he tenido la desgracia de vivir de cerca los dos casos y, de entrada, puedo confirmar que el grado de crueldad es similar en ambos sexos, tan solo aflora en cada caso según el poder del que disfruta uno u otro. Ya lo sé: normalmente es el hombre, pero no porque su maldad resulte más natural o espontánea, pese a aquello que sorprendentemente declaró una juez hace tiempo, concretamente Manuela Carmena el 8 de marzo de 2018: "La mayor parte de los actos violentos los cometen los hombres ya que la violencia está incardinada en el ADN de la masculinidad". Ahí queda eso; aunque no acabo de comprender cómo puede considerarse culpable al hombre por algo que está nada menos que incardinado en su esencia. Según esa afirmación, sería como reprochar a un tiburón blanco que muerda a todo lo que se le pone por delante.

Se creó el Ministerio de la Igualdad, cuya tarea fundamental consiste en hacer la mujer igual al hombre (en derechos), pero nada de hacer al hombre igual a la mujer. De ahí que se den paradojas tan increíbles como el trato legal diferente a los dos miembros de una pareja o que incluso el teléfono 016, creado para denunciar casos de maltrato en la pareja, no atienda de ninguna manera la llamada de un hombre. Un hombre que denuncia malos tratos por parte de su mujer en comisaría o ayuntamiento solo recibe carcajadas; luego dicen que no hay denuncias de ese tipo, no puedo entender el motivo. Ignoro cómo se gestionan los casos de parejas en que ambos son hombres o ambos son mujeres, según la ley o el Registro Civil.

Si una mujer denuncia maltrato de su pareja masculina el procedimiento normal es poner en el calabozo al hombre y después investigar. De ahí que se puedan dar casos como las falsas denuncias, que las hay, en las que el hombre vive una situación kafkiana al ser privado de libertad sin saber siquiera el porqué.

Por si quedaban dudas sobre el trato discriminatorio en función del sexo −ahí tenemos a la Constitución, que lo prohíbe en sus arts. 10 y 14− tenemos el caso de una tal Juana Rivas, un rocambolesco asunto más digno del programa televisivo Sálvame que de tribunales de justicia; llegó hasta el Tribunal Supremo. La apoyaron ciegamente la iletrada encargada del área de 'igualdad' de Maracena (Granada) −que llegó a aconsejarle que secuestrara a sus propios hijos−, la líder de Podemos en Andalucía, Teresa Rodríguez; Susana Díaz, entonces presidenta de la Junta de Andalucía; Carmen Calvo, en aquella fecha vicepresidenta del gobierno y, naturalmente, la ministra de Igualdad Irene Montero; aparte de casi todas las féminas con un cargo o fama. Fue condenada a seis años y su pena reducida finalmente a dos años y medio, pero el gobierno dictó un indulto para ella, lo que la libró de la cárcel a la que le tocaba ir; cumplió solo cuatro días. El marido −italiano− no entendía tanto atropello y pidió oficialmente la intervención del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y de la Comisión Europea. Por cierto, según reconoce un juez en su sentencia, lo que Juana Rivas buscaba obtener era la 'Renta Activa de Inserción para mujeres maltratadas'. Igualdad lo llaman en España.
 
Otro ejemplo de feminismo delirante: en las marquesinas de las paradas de autobús de Madrid se enumeran las tres ventajas de usar el transporte público. Una de ellas es "Disfruto con el último libro de mi escritora favorita", es decir, dan por hecho que no se leerán a escritores masculinos.

El remate ha sido la activación de un gesto reservado inicialmente a casos extremos, pero que se está permitiendo que se utilice con ligereza o de manera espuria por mujeres que no entienden eso de 'caso extremo'. Y lo peor es que se les hace caso, con lo cual se puede mandar un hombre al calabozo simplemente con un gesto de los dedos hecho en público por una mujer, como se hacía con el pulgar para condenar a los esclavos en los circos romanos. Totalmente indigno.

El maltrato a la mujer no se debe consentir, pero la injusticia y el atropello al hombre no es el medio.