23 febrero 2020

Ser tonto; y además parecerlo

Todos hemos oído eso de que es tan malo parecer tonto como serlo. He leído un artículo de Javier Marías en el que manifiesta su asombro por la cantidad de tontos en circulación que, para colmo, están satisfechos de parecerlo. Vivimos una época en la que buscar el conocimiento se considera propio de cursis y pedantes y por eso el otro día me calificaron de tal cosa y de arcaico por procurar escribir sin faltas de ortografía, frente a un individuo que era un espanto en su escritura −más tarde se supo que era extranjero− al que se consideraba moderno y avanzado; un hombre que dominaba el lenguaje del mañana.

Los españoles siempre hemos tenido mala fama en el extranjero o, mejor dicho, éramos escasamente apreciados, debido a nuestra historia −digamos leyenda negra− y a esos cuarenta años con que nos obsequió el dictador en una Europa que tras la 2ª G.M. no quería saber nada de dictadores ni de sus súbditos.

Esa dictadura ha influido y no poco en la estupidez que nos invade, gracias a que partíamos de un nivel bastante bajo y la modernidad nos ha pillado sin una base previa. La cultura en España ha sido de siempre mal considerada y poco extendida, quizás porque la Iglesia, que tanta importancia tuvo siempre, no veía con buenos ojos a esos listillos que querían saber de todo. Entusiasmados con esa complicidad nos dedicamos a ignorar todo sin aplicar gran esfuerzo y por eso cuando en toda Europa se dedicaban a estudiar e investigar, aquí disponíamos de una cantidad de pensadores y místicos que para qué contar. Y cuando teníamos demasiado tiempo libre, rezábamos.

¿De verdad que nunca les ha extrañado que cuando estudiábamos en el colegio siempre eran postulados, teoremas, leyes, inventos, con nombres extranjeros? De Newton a Venturi, de Copérnico a Gay-Lussac (que no, no tenía nada que ver con LGTB), es inútil buscar un apellido español entre tanta sonoridad foránea. Bueno, están Ramón y Cajal, Isaac Peral y La Cierva en el siglo pasado; y ya. Todo lo más −y no era poco− nos dedicábamos hace siglos a navegar y conquistar nuevas tierras, lo que estaba muy bien, pero no servía para aumentar nuestro acervo cultural. Para colmo, uno de esos resultaba ser un genio, pero no fue valorado como merecía por su emperador −Carlos V− y se le ha considerado siempre del montón. Hablo de Hernán Cortés, «el» de Méjico.

Por suerte, casi nos hemos homogeneizado y una universidad, creo recordar que alemana o danesa, ha descubierto que el CI −coeficiente de inteligencia− ha disminuido notoriamente en toda la población europea en los últimos años. ¿Es que alguien creía que estar pegados al móvil todo el día nos iba a salir gratis? Hace algún tiempo ya comenté sobre el nivelazo de la juventud actual (jóvenes).

Leo en la prensa una encuesta reciente según la cual el 32,8% de los españoles no lee nunca, cuando hace un par de años andábamos por el 40%, ¿significa eso que hemos mejorado? No; significa que cada vez hay más embusteros. No cuesta mucho imaginar que cualquier encuestado asegurará leer algo de vez en cuando y solo los muy satisfechos de su ignorancia admitirán no leer nada; orgullosamente, eso sí. Yo diría además que cada vez es más alto el porcentaje de los que no leen, al contrario de lo que se afirma en las encuestas, porque cada vez hay más estímulos visuales, gráficos; y el saber sí ocupa lugar o al menos, tiempo, que se pierde sin poder enviar y recibir whatsapps, que es lo más cool.

Mire a su alrededor, ¿cuántos leen? Como prueba, si le preguntara a alguno de los que le rodean cuándo perdimos Cuba y dónde está la isla, ¿qué le responderían? (y ya les habría dado una pista valiosa diciendo que es isla...).