28 mayo 2010

Español para españoles (15)

 Una persona no es un suceso ni un acontecimiento; una persona es una persona. ¿Piensan que se trata de una evidencia? Pues resulta que no lo es siempre tanto y que muchos hemos cometido la torpeza gramatical –estupidez, más bien- de confundir lo uno y lo otro.

Hace ya bastantes años, tuve la ocurrencia de experimentar una de esas frases que se suponen extremadamente ingeniosas. Ha pasado el tiempo, pero no el bochorno de haber hecho el ridículo de manera atroz con semejante memez. A cierta mujer con quien mantenía una relación sentimental, un día en que esa relación hacía agua, le dije que “ella era lo mejor que me había ocurrido en años”. Pensé que con ello me incorporaba a lo último en el lenguaje y que ella sabría apreciar mi esfuerzo, mi sensibilidad y mis conocimientos. No fue de esa manera, y su respuesta fue algo así como “…¿qué tontería estás diciendo?”. Con eso me quitó las ganas de hacer más experimentos oratorios, destrozó mi estrategia y dejó por los suelos las posibilidades de darme a valer por vía del lenguaje. A cambio, hizo subir varios puntos la valoración que yo tenía de la inteligencia de esta fémina y lamenté no haberme dado cuenta antes.

No es, ni mucho menos, la única mamarrachada que puede emplearse en conversaciones de este estilo. Hay una que me produce hasta escalofríos: es eso de “una cabeza bien amueblada”. Como en tantas otras similares, quien la empleó por primera vez puede que dejara extasiado a su oyente por su capacidad para definir gráficamente la capacidad cerebral de un tercero, su madurez, su comportamiento adecuado a toda situación o su equilibrio emocional. A partir de aquel momento, sólo los escasos de neuronas pueden hacer uso de una imagen que, definitivamente, no debería ser utilizada de manera habitual como se hace, pero es que hay que contar con la falta de capacidad de expresión de los hablantes y su entusiasmo a la hora de emplear frases –de otros- que les parecen el colmo del ingenio.  

La primera de las frases que he citado es de uso restringido a charlas más bien íntimas, pero la segunda es de tipo “universal unisex” y por lo tanto no hay político, presentador de televisión o torpe de nuestro entorno que no la emplee, y lo entiendo, porque es una verdadera tentación apropiársela para airear la desenvoltura de nuestro lenguaje.

Si quien lee esto considera que la frase es recomendable, pese a todo, mis excusas. Si por el contrario, estima que no es para tanto, le propondré que la busque en Google: me aparecen 56.400 ocurrencias. Creo que no está nada mal.

25 mayo 2010

Técnica del golpe de estado

Me siento obligado a asumir un papel que ni me corresponde ni lo vivo con la intensidad que cabría esperar, porque para sumarse a una causa hay que estar más o menos entusiasmado por esa causa –depende del grado de implicación que se nos exija- y no es mi caso, puesto que no he votado en las dos elecciones generales al actual presidente del gobierno ni lo votaría, salvo en caso de lo que podríamos llamar “emergencia democrática”, pero es que me temo que hemos llegado o estamos llegando precipitadamente a esa situación.

Con las debidas distancias, podría corresponderse –insisto, de lejos– con la actitud de muchos españoles que vivieron la II República, cuando al producirse el golpe militar dudaban si sumarse a ese bando, porque no era aquella la república que habían deseado, pero que por decencia permanecieron fieles al régimen legal, democráticamente establecido por los ciudadanos. Había que tener un estómago especial para ponerse del lado de aquel hombrecillo intrigante y cobarde que encabezó a última hora la rebelión, cuando otros ya habían dado la cara que él escondía, mientras juraba lealtad a la república.

Bien, todo esto viene a cuento del escándalo que los senadores de la oposición le han montado hoy al presidente en esa cámara y de los insultos que la honrada y elegante alcaldesa de Valencia le ha dirigido, uniéndolo a la amenaza de un levantamiento fiscal contra el gobierno central.

Cosas como esas son las que me hacen desear haber nacido en otro país, lejos de aquí, porque es admisible cualquier ideología o posicionamiento político no agresivo, pero lo que no es válido –ni se da en países respetables– es ese permanente recurrir a lo que sea para acceder al poder cuando toca estar en la oposición. No puedo olvidar, ni quiero, que éste es el país en que en un tiempo se hizo popular el grito de «¡vivan las cadenas!». Cuando leo en la prensa la cantidad de personas dispuestas a entregar su voto a estos facinerosos, me quedo horrorizado al comprobar con qué clase de ciudadanos comparto espacio.

No hace falta recurrir a los libros de historia para tener presente el golpe del 36, pero es que esta gente sigue empleando métodos violentos para quitar de en medio a quien gobierna, cuando no les gusta cómo lo hace. Creo que todos nos acordamos de aquel «Váyase, señor González» que machaconamente repetían, porque no podían esperar a las siguientes elecciones para acceder a ese poder que consideran suyo. Y aquel eslogan caló en la gente –aunque muchos ni sabían qué había hecho mal aquel presidente– hasta hacerse una cantinela general.

Ahora siguen en las las mismas. Al comienzo de la primera legislatura ya bautizaron al nuevo presidente como "bambi", queríendo extender la idea de que quizás era buena persona, pero un simple demasiado cándido para gobernar. Más tarde se esforzaron para que aquello del «talante» fuera ridiculizado y motivo de escarnio, arma arrojadiza de todos los limpios de corazón –y cerebro– que componían su extenso coro. Después utilizaron a aquel bufón maligno de la AVT para desgastar al presidente con aquello de su pretendida complicidad con ETA. Ya no era ni buena persona, sino la encarnación del mal y la traición. En fin, no ha habido momento en que se limitaran a ejercer una legítima oposición, sino que su trabajo ha sido y es calumniar y desestabilizar al gobierno.

Ya hace algún tiempo, aprovechando una crisis económica cuyo origen está fuera de España –casi todos olvidan o quieren olvidar que las crisis mundiales de los últimos años han coincidido fatalmente con la llegada de los socialistas al poder en nuestro país–, han entrado como auténticas hienas a destrozar al presidente y su gobierno, aprovechando que las circunstancias no le son lo que se dice muy favorables y sabedores de que el número de carroñeros y esa debilidad innegable del actual poder político les permite lanzar un mensaje a los espectadores de su cuerda, “¡aprovechen, que somos muchos!”. Se esgrime ahora que el presidente es una mezcla de pérfido conspirador y un imbécil sin remedio y además tratan de que sea una verdad inamovible que todos den por sentado.

Indigno, no se me ocurre otro calificativo. Hasta la oposición en Portugal ha cerrado filas con el gobierno –también socialista– para hacer frente a la crisis. No sé si los portugueses son mejores que los españoles, lo que está claro es que nosotros somos peores que ellos.

¡Ah!, y que Malaparte me perdone por haberle cogido prestado el título para esta entrada.

24 mayo 2010

La épica del fútbol

Llevo décadas haciendo burla de esa épica grandilocuente y rimbombante que rodea en España todo lo relativo al fútbol y veo con pena que no sólo no se trataba de una fiebre temporal, sino que el asunto va a más, ha contagiado a otros deportes –todos más modestos- e, inevitablemente, ha contagiado a toda la vida nacional, que si de algo no estaba sobrada era de toma de conciencia sobre las obligaciones de todos y de la necesidad de tomarse en serio lo que es serio, relegando a su justo lugar un divertimento como el fútbol, porque guste o no es sólo eso, un pasatiempo.

Hace pocos días, en un titular de primera página de un periódico de alcance nacional, leí la declaración del entrenador de un club de fútbol de primera división que no voy a citar, y que decía nada menos que “si hay que morir, moriremos de pie”. De verdad, impresionante.

¿Cómo puede ser que nadie en su sano juicio diga cosas como ésas, una frase que no sorprendería en boca del general Custer o Millán Astray, pero que demuestran una cretinez inconmensurable en boca de un profesional del balón? Y no es lo único, sólo hay que mirar cualquier día las páginas de "deportes" de un periódico, para encontrarse frases épicas más propias de la guerra de Troya que de un juego de 22 individuos con una pelota.

Y es que las cosas no se improvisan de un día para otro. Hace tiempo que viene calificándose de histórico cualquier encuentro deportivo que destaque mínimamente de los habituales y desde hace mucho repito el mismo chiste a los amigos y conocidos, cuando les pregunto por “el partido del siglo de esta semana” (y seguro que muchos no lo captan).

Lo natural es que si hay tanto acontecimiento histórico alrededor de una pelota, terminemos creyendo que quienes participan en él son héroes, líderes de masas, y no están lejanos a cierta extraña realidad, puesto que realmente arrastran a las masas en el sentido literal de la palabra. Hay incluso algún club que alardea de ser més que lo evidente, lo que debería ser, y el personajillo que lo dirige aspira a un puesto de primera línea en la política. De ahí a repercutir en todo el acontecer nacional no queda ni un paso, por eso es cosa aceptada por todos -casi todos- que los ayuntamientos y hasta comunidades autónomas tengan “deferencias” muy especiales con los clubes de fútbol, se les permita que sus seguidores dañen monumentos que pertenecen a la totalidad de la ciudadanía y hasta se consientan deudas a la seguridad social e irregularidades económico-fiscales de muchos, muchísimos millones, para favorecer a los clubes, ¿quién se va a atrever a poner fin a todo eso teniendo en cuenta la enorme pérdida de votos que acarrearía? Por poner sólo un par de ejemplos, en Madrid se construyó el estadio de uno de los dos equipos principales sin licencia de obras y apropiándose de una vía pública. Al otro se le autorizó un centro comercial en terreno calificado como destinado a instalaciones deportivas, años después se le recalificó nuevamente un terreno de uso deportivo para la construcción de rascacielos, etc. Caramba, si hasta la iglesia mete la cuchara en ese potaje y lo primero que hacen los jugadores de un equipo tras conseguir un trofeo de lo que sea, es correr a ofrecérselo al santo patrón o patrona que corresponda, con gran complacencia de los mitrados locales. Ya se sabe por las sagradas escrituras cómo la corte celestial se entusiasma por el fútbol, ¿no?

Por eso, y sólo por eso, pueden tomarse medidas económicas e impositivas que afectan a todos los ciudadanos, sin mayores consecuencias, aunque tengan un cierto coste electoral, pero ni pensar en tocar lo intocable: el fútbol. Hasta ahí podíamos llegar… Los españoles sabemos defender, hasta nuestro último aliento, lo que de verdad es sagrado.

20 mayo 2010

El libro de los libros


Una más, de las muchas cosas que me alejan de cualquier religión, es la certeza de que «mi dios» está condicionado por las coordenadas geográficas. Nací en Sevilla, pero resulta que si el acontecimiento hubiera tenido lugar doscientos kilómetros más al sur, consideraría natural postrarme varias veces al día con mi trasero en dirección contraria a La Meca. Sin embargo, como vine al mundo en un espacio de preeminencia católica, fui bautizado, tuve que hacer la primera comunión, asistir a mil misas con el librito de «Mi Jesús» en las manos y otras actividades que prefiero no mencionar. Tuve que orientar mi fe a los que sostienen, entre otras muchas cosas pintorescas, que un señor mayor que vive en Roma, elegido por otros señores mayores, todos ellos padeciendo cierto aislamiento de la vida real y víctimas por tanto de cierto desquiciamiento, es el representante legal de un montaje que tiene la tremenda desfachatez -entre otras muchas- de considerar el Nuevo Testamento una continuidad natural del Antiguo Testamento, cuando resulta que éste es antagónico de aquél y está compuesto por una colección de disparates que en su mayor parte ponen los pelos de punta, al recordar que ese contenido tiene vigencia para muchos creyentes, cristianos o judíos. Claro que por eso la religión católica ha puesto y pone buen cuidado en que sus fieles ni se asomen a esas páginas, para evitar sofocos, desmayos y, quizás, hasta deserciones masivas.

¿Cuántos católicos se han tomado la molestia de abrir una Biblia y echar un vistazo al contenido? En realidad, ¿tienen siquiera una Biblia en casa? Yo tengo un precioso ejemplar que me regalaron hace muchos años y lo conservo con cierto cariño, por aquello de la ocasión en que me fue regalado.

Recomiendo abrirlo al azar –el Antiguo Testamento- y salvo que tenga la suerte de que la casualidad ponga ante sus ojos el Cantar de los Cantares o algún fragmento de otro libro en su parte bondadosa, sentirá que se le hiela la sangre en las venas, bien por la cantidad de amenazas y horrores que relata o promete, bien porque entenderá que se trata tan solo de un libro hecho por y para judíos, donde sólo interesa su historia y la relación de virtudes especiales que adornan a estos humanos de primerísima división, pueblo elegido por ese dios al que se le atribuye –entre otras virtudes- ser infinitamente justo. Algo que debería chocar a los pueblos no-elegidos.

Acabo de hacer esto que aconsejo y me encuentro –se trata del Deuteronomio- con una relación de alimentos de origen animal que pueden o no pueden comerse, supongo que atendiendo a misteriosas razones. Sin ir más lejos, parecen estar prohibidos los calamares, el conejo y el avestruz, por poner sólo un ejemplo de cada entorno. Del cerdo, ya sabemos de qué va la cosa, ni siquiera los andares. La relación de animales prohibidos no es exhaustiva, pero las pistas que proporciona dan una idea de la estabilidad mental del autor de la parrafada. He leído ayer en la prensa que el actor Nicolas Cage ha declarado que «sólo come carne de animales que copulan con dignidad y que por eso no come cerdo y por eso come pescados, que practican el sexo dignamente», ¿lo de la Biblia tendrá la misma motivación? La verdad es que no quiero ni pensar cómo se lo montarán los calamares…

La ley del Talión no es como la conocemos, sino más completita y sanguinaria: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». Vamos, es como la que siempre citamos, pero sin dejar resquicio para la duda. Lo de poner la otra mejilla fue sólo una licencia poética de dios-hijo, un día en que le dio hippy.

Leo algunas otras perlas. La posibilidad de que después de tomar esposa, descubramos en ella «algo que nos desagrade», se remedia simplemente redactando un «libelo de repudio», poniéndolo en la mano de ella y «despidiéndola» sin más de casa. Esto debería entusiasmar al colectivo feminista que ahora nos tiene en un puño, pero si hay mujeres en el Opus Dei, ¿qué nos puede extrañar ya?

¿Tenían la idea de que dios era infinitamente misericordioso? Pues atiendan lo que en este libro de la Biblia se avisa que le sucederá al que no cumpla sus preceptos: «Maldito serás en la ciudad y en el campo. Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas», lo que se dice la ruina total; pero por si les ha sabido a poco, hay más: «Yahvéh hará que se te pegue la peste… te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de gangrena… te herirá con tumores, sarna y tiña de las que no podrás sanar», etc. etc. Todo esto por no seguir sus preceptos. Se ve que le pillaron en un mal día y no estaba por ejercer esa misericordia infinita que se le atribuye.

También prohíbe los esclavos... que sean compatriotas, o sea, israelíes; con los de otro origen no hay problema, pueden tenerse sin más escrúpulos. No me extraña el comportamiento del estado de Israel con los palestinos. Teniendo a este dios como ejemplo y guía, ¿quién va a sentir nostalgia de Hitler, Stalin o Pol Pot?

En serio, practiquen el bonito deporte de leer algunos párrafos, tras abrir la Biblia al azar, y verán cómo sus ratos de ocio se enriquecen como nunca imaginaron.

16 mayo 2010

Estado de ánimo económico


Estamos leyendo tanto y tan diverso sobre la situación económica de España, que no entiendo cómo hay quienes son capaces de formarse una idea completa sobre el estado de la economía y utilizar esa idea como doctrina a enfrentar con la de otros o como guía para actuar en la propia vida económica.

Se supone que todos partimos de unas ideas ciertas sobre el origen de la crisis. Ciertas, aunque quienes son incapaces de articular un pensamiento por su cuenta se limitan a recibir las consignas de sus admirados oráculos y las adoptan sin más reflexión o evaluación. Pero son una clara minoría y por cierto la más iletrada.

Decía que casi todas las personas en todos los países aceptan como incuestionable que el origen de la crisis se encuentra en los EE.UU. y sus bonos basura, fundamentalmente los creados a partir de esas hipotecas concedidas a insolventes y vendidas más tarde en paquetes a la banca del resto de los países, que seguramente sospechaban de la bondad del producto, pero que se tapaban la nariz y compraban hechizados por los grandes beneficios que se prometían y con una elevada esperanza de que a lo mejor, no sucedería nada.

Pues bueno, sí que sucedió, quizás facilitado por esa necesidad que posee el capitalismo de sufrir una quiebra cada cierto número de años –y cada vez son menos años- para después fingir que es un sistema sin tacha y, desde luego, porque esos paquetes basados en hipotecas “alegres” pincharon de manera estrepitosa.

Con esa explosión salió a la luz en cada país sus aciertos y sus deficiencias estructurales. En nuestro caso la famosa burbuja inmobiliaria o progreso económico basado en la construcción y la evidencia de un déficit endémico entre exportación e importación, porque lo que manufacturamos no posee valor añadido y por el contrario y debido a la persistencia de ese «que inventen ellos», hay que pagar licencia por la mayoría de lo que fabricamos. Somos un país de torpes sin imaginación, incapaces de investigar y descubrir, o quizás el mundo empresarial prefiere comprar licencias y obtener beneficio inmediato que hacer las cosas bien, invirtiendo en investigación y recogiendo a medio plazo los beneficios de esa iniciativa. No hay que olvidar que –otra más- estamos a la cola en Europa por número de patentes registradas anualmente. Y por favor, que nadie mencione la fregona o el chupa-chups.

Nos llega –nos llegó- el tsunami de esa crisis mundial tras el terremoto de inicio y no tenemos energía ni para recoger los restos que se amontonan en la orilla. Surgen los políticos y economistas que poseen la varita mágica capaz de transformar una economía parásita, basada en la construcción y el turismo de masas, en una economía boyante y con iniciativa. Dudo de que exista la varita mágica y dudo de que esos políticos que tanto vociferan sepan cómo cambiar las tornas.

En ese momento, y llevados de esas voces, todos giran la cabeza hacia el gobierno de turno y, simplemente porque está ahí, se decide culparle de todo y hasta del inquietante volcán islandés. No tengo interés en defender al gobierno actual, porque no sé si las medidas que toma son las acertadas (yo sí sé que no entiendo de economía), pero tengo que mirar con irritación a quienes parecen no tener otro propósito que hundir la -más bien escasa- buena fama de nuestro país en el extranjero y de propiciar la depresión de los ciudadanos propios.

Eso que se mide y publica de vez en cuando y que se llama “confianza del consumidor” debe estar por los suelos y esa confianza es un estado de ánimo que con toda certeza repercute en la situación económica y en la capacidad de que nos recuperemos a buen ritmo. Las medidas de austeridad que acaban de publicarse, congelación de pensiones y bajada de salarios a los funcionarios, son desde luego un mazazo en esa confianza y sobre todo si van acompañadas de las voces apocalípticas de siempre: los que por encima de todo procuran la vuelta de la tortilla, más que el bienestar de todos.

En Europa se nos mira con desconfianza -¿cómo se va a confiar en un país que desconfía de sí mismo y lo proclama?- y vuelve a circular aquella especie de que «África empieza en los Pirineos», como si el límite de un continente pudiera desplazarse a capricho y como si la pertenencia a uno u otro continente marcara un destino.

Lo más triste es que quienes son los verdaderos culpables de nuestra crisis permanecen impunes y a salvo. Ya sean los bancos estadounidenses que vendieron a los demás esos bonos envenenados, ya los bancos españoles que los compraron “inocentemente”, ya quienes en España fijaron esa política de economía subsidiaria (llevamos siglos en ello), ya quienes se creyeron que la construcción sería la panacea que transformaría a España en la 6ª o 7ª economía mundial (hemos estado más de una década en esas). Un sueño que se aleja, y esta vez definitivamente, porque esas que se llaman economías emergentes van a ocupar a medio plazo el puesto al que tienen derecho a aspirar por su tamaño y pujanza.  

Lo refiero en otro comentario anterior. Las diez personas (ciudadanos norteamericanos) a las que se considera responsables del desastre desencadenante de todo lo demás continúan a lo suyo, y entre todas han obtenido el pasado 2009 –con crisis galopante- unos beneficios superiores a los 25.300 millones de dólares, lo decía el Wall Street Journal el pasado abril. Mientras, en otros países, y concretamente en el nuestro, los funcionarios, los pensionistas y tantos otros tenemos que apretarnos el cinturón y no sirve de nada protestar, porque no hay otra salida. Al menos, perteneciendo a este «mundo occidental» que tiene todo irremisiblemente «atado y bien atado».

13 mayo 2010

Elogio de lo intemporal

Acabo de estar leyendo el suplemento dominical del periódico y me invade la misma sensación que otras veces: no sólo tengo un montón de años, sino que soy declaradamente viejo, puesto que no entiendo casi nada de lo que se dice y se propone, pero eso es cosa sabida por mí y a la que estoy acostumbrado ya que, al parecer, llevo más de cincuenta años siendo viejo. Debo ser un profesional de la vejez.

Eso sí, mis neuronas dan para entender que la tesis que planea sobre el conjunto de la revista y, en realidad, de toda la sociedad, es que nada que no sea actual merece la pena. Es cierto, el enfado –por decirlo suavemente me invade cada vez que oigo los argumentos que se dan para descartar algo. Simplemente ese algo es antiguo –o pasado de moda y por lo tanto se acabó, no existe, a otra cosa.

Me inicié en la lectura como hábito a los 9 ó 10 años, con unos libros que me recomendaba un amigo de mi prima favorita, un “anciano” –para mí de 18 ó 20 años. Se trataba de aquellos “libros de Guillermo”, escritos por Richmal Crompton, cuya acción se desarrollaba en los años veinte del pasado siglo y que ya eran antiguos cuando yo los leí, aunque para mí fueron todo un descubrimiento que conformaron mis gustos por la literatura de humor y que continué leyendo con cierta regularidad hasta más de treinta años después. De hecho, todavía hoy les doy algún repaso de vez en cuando, aunque admito que no me hacen reír como antes, en parte porque me los sé de memoria y en parte porque no cuento ya con la inocencia y buen humor de otros tiempos.

En cuanto a la música, aunque yo torpemente cantase –según parece alguna canción de moda entonces, de aquellas del trío Calaveras o Antonio Machín, también llegó de manera intensa a mi vida de la mano de Frank Sinatra, un cantante que ya entonces iba declinando en su fama, aunque disfrutara de algunas remontadas gracias a sus interpretaciones cinematográficas y a algún éxito discográfico ocasional. En la actualidad, creo que debo tener unos setenta discos de este intérprete y sigo escuchándolos como si el tiempo no pasara por ellos (que casi no pasa).

Es muy probable que si me preguntasen qué me llevaría a una isla desierta en materia de lectura y música, escogiera aquellos libros y estos discos -entre otros, para horror y espanto de quienes piensan que la calidad está en lo novedoso y que a eso hay que orientar las preferencias. Soy tan antiguo y tan anciano que no comprendo el reproche fundamental que a estos gustos se les dirige: ya no se llevan y quien insista en declararse su admirador no es más que un inadaptado, un apestado que no sabe mantenerse a flote en el mundo actual.

No voy a hacer una defensa de mis gustos, en primer lugar porque sé que es inútil intentar defender lo que a los ojos de otros es indefendible y en segundo lugar porque siento que ofendería la calidad incuestionable de lo que amo. Soy de los que piensa que si algo es bueno en literatura o música, sigue siéndolo por más que el tiempo pase y nadie me va a convencer para dejar de lado aquellos libros, de escuchar a Sinatra, de conmoverme hasta llorar con Bill Evans o Mozart.

Dejo para otros la admiración sin límites por Harry Potter, Lady Gaga o David Bisbal y, la verdad, creo que sí es cierto que una persona se define por sus gustos y sus no-gustos. Esa frase de «para gustos se hicieron los colores» se inventó para engaño y consuelo de mediocres.

Que nadie piense que esto que digo supone un desprecio por todo lo actual, ni mucho menos. El abanico de lo admirable es muchísimo más amplio que un cantante o un personaje literario de épocas distantes. Evidentemente se trata sólo de un par de ejemplos y no voy a revelar aquí mis gustos por tal o cual elemento de moda, pero es un hecho difícil de rebatir que hace bastantes años, quien sobresalía lo hacía por méritos propios, reales. Hoy basta una campaña publicitaria adecuada para que cualquiera venda sus libritos o sus gorgoritos. Hay un exceso de producción, que hace francamente difícil el descubrimiento de lo realmente bueno.

08 mayo 2010

Mi ombligo es más bonito que el tuyo

Hablo de un asunto sobre el que, como todos aquellos que afectan al ego (y es innegable que todos lo tenemos), resulta muy difícil tratar sin que haya quien no se sienta aludido aunque sea de refilón y, quizás, más o menos agredido. No es mi deseo, así que espero equivocarme. Publicar esto puede que sea escasamente prudente, pero lo que se dice es sobradamente cierto.

Todos conocemos a alguien o algunos que no sienten empacho en describirnos con pelos y señales su dolor de riñones o la herida que se ha infligido en la pantorrilla cuando cultivaba rosas de pitiminí, pero que adoptan un aire de evasión e impaciencia cuando osamos contarle el dolor de cabeza que nos está afectando o esa muela que nos tiene en un sinvivir. No es, de todas formas, de estos de quienes voy a hacer un comentario, con todo y ser el tipo más frecuente.

Estoy pensando en los artistas más o menos amateurs que nos rodean. Casi todo el mundo tiene aquello que se denominaba “violín de Ingres” y, más si cabe, una vez llegada la edad de jubilación, en la que muchos encuentran cierto problema para rellenar con alguna actividad las 24 horas de cada día, aunque luego alardeen de no disponer de tiempo para nada.

Tengo amigos que escriben novela, ensayo o poesía, otros cantan, los hay que gustan de dar disertaciones sobre temas varios, otros tocan un instrumento, alguno practica la pintura, otros han encontrado en la fotografía su pasión profunda y hasta hay –por último quienes se dedican a reexpedir esos correos de abundante circulación a todo bicho viviente. Yo mismo, tras muchas dudas y vacilaciones sobre la utilidad y calidad de mi producción –y así lo expreso en la entrada que inauguró este blog– he optado por cosas como la que están leyendo, simplemente para dar salida a lo que a diario va pasando por mi cabeza; puro desahogo. Como consecuencia inmediata de estas actividades todos, sin excepción, aspiramos a encontrar un público que observe nuestra obra, que la frecuente, y en su caso, haga una crítica –incluso favorable, faltaría más– de aquello a lo que se ha asomado. No se trata de un simple intercambio del tipo "yo soporto lo tuyo y a cambio tú soportas lo mío", sino de algo natural en donde se supone que reside la amistad y un cierto interés por lo que pasa por la cabeza de ése a quien creemos conocer.

Se me ha animado más o menos firmemente a leer o presenciar la obra de cada uno y puedo asegurar que me he esforzado en ello aunque no siempre fuera de mi agrado o afectara a un tema de mi interés, pero es cierto que se puede disfrutar de lo que no esperábamos o aprender algo de todo el mundo (hago lógica excepción de los zoquetes irrecuperables). He atendido impasible a quien me recomendaba leer al menos dos o tres veces su libro de poesía para que pudiera captar la profunda sustancia del texto, no muy asequible en una primera lectura. He seguido las instrucciones de unos buenos amigos cuyo hijo exponía fotos de su autoría en cierta página de Internet, para entrar cada día y otorgarle mi voto, ayudándolo así a intentar conseguir el premio económico que se disputaba, etc. etc. Todo por amistad e, indudablemente, por cortesía.

Casi ninguno de ellos –menos aún los que más me exigían– ha prestado mucha atención a lo que voy publicando y, aun entendiendo yo la discutible calidad de lo que escribo –quizás no mucho mejor que la de mis redacciones colegiales– apenas han entrado alguna vez en esta página y, me temo, echado algo más que una precipitada y distraída mirada a lo que esforzadamente coloco aquí.

Realmente este blog juega un papel muy similar al que en la medicina antigua se esperaba que desempeñaran las sanguijuelas: sólo aliviar el exceso de fluidos y restablecer cierto equilibrio natural, que reclama una válvula por la que dar salida a la presión excesiva. Nada más. Pero no puedo evitar preguntarme cómo es que, siquiera la curiosidad, no empuja a todos a gastar un poco de su tiempo en la producción de los demás y cómo cada uno espera que los otros celebren sus habilidades si no se molesta en prestar atención a las ajenas. Tengo la sospecha de que la contemplación extasiada del propio ombligo es un hábito profundamente arraigado en ciertos sujetos, que con esa rutina dan sentido a su vida.

Lo que yo buscaba no era tanto mostrar mi sorprendente creatividad como encontrar quienes, sintiendo que tienen algo que añadir o rebatir respecto de lo que digo en mis textos, se prestaran al debate mediante los comentarios que pueden incluirse o, si fuera el caso, advirtiéndome de su desacuerdo cuando tuviéramos un encuentro personal, puesto que por lo general, aquellos que tienen conocimiento de este blog, son amigos con los que alguna que otra vez coincido.

Apenas si ha habido alguna ocurrencia en la primera forma –comentarios escritos– y prácticamente ninguna de la segunda, así que frustrado mi propósito, creo que terminaré eliminando este blog y volveré a mi anterior hábito: escribiré comentarios que no publicaré en ningún lugar, los conservaré un poco de tiempo para repasarlos, quizás modificarlos, y una vez que yo mismo descubra cómo pienso acerca de este o aquel asunto, los almacenaré en un rincón del disco duro sin ningún propósito posterior. No estoy por practicar la extorsión para que otros lean mis elucubraciones ni, esa es la verdad, lo que escribo merece más festejos. Decía un amigo a propósito de esta actitud, que es comportamiento de onanista. Seguramente es así, y pienso que la experiencia demuestra que hago muy requetebién. Por cierto, esta entrada la dedico precisamente a este amigo, el ego mejor alimentado jamás visto.

Por descontado, al mismo tiempo, me quito un buen peso de encima, puesto que me sentiré desligado del compromiso de leer, observar, escuchar, lo que otros llevan a cabo.

04 mayo 2010

El desprecio a los mayores

Acabo de leer en la prensa una noticia que me produce indignación por partida doble. Los protagonistas son una pareja de jóvenes del sexo masculino -más o menos- procedentes de Madrid, que en una caseta particular de la Feria de Sevilla, en la que se encontrarían como invitados de unos amigos de unos amigos etc. de los titulares, (sé de lo que hablo), comenzaron a mostrar una pasión desenfrenada el uno por el otro, sin importarle lo más mínimo encontrarse en público. Según cuentan algunos testigos en la prensa, los besos eran tan rotundos que «la lengua de cada uno casi salía por el cogote del otro» (sic), mientras que «las manos no permanecían quietas». Como consecuencia, se les pidió que abandonasen la caseta y ellos se fueron directamente a la comisaría a denunciar la expulsión, ignorando que en una caseta privada están quienes los propietarios-titulares quieren que estén. Y nadie más, que ya le lloverán los reproches a quien tuvo la desgraciada idea de llevarlos allí.

Ese incidente provoca el escándalo en todos los que desean ser políticamente correctos hasta el hartazgo en el tema de la homosexualidad, pero es llamativo que en la declaración de la pareja, se quejan de que «quien les llamó la atención fue una señora mayor de unos 50 años». El párrafo completo muestra un claro desprecio hacia quienes han superado la franja etaria a la que ellos pertenecen, de manera que se da la paradoja de que denuncian una supuesta homofobia, al tiempo que padecen y practican con total impunidad una descarada gerontofobia. Claro que esta última está tan extendida que a nadie le llama la atención y como no hay un Día del Orgullo Aged, nunca se conseguirá un posicionamiento positivo generalizado.

No sé si mis amigos coetáneos lo perciben igual que yo, pero poco a poco me he ido dando cuenta de que el prejuicio hacia los que ya somos talluditos –y no digamos si evidenciamos estar jubilados– está fuertemente implantado en la sociedad. Mi médico –médica- de cabecera, por ejemplo, puedo asegurar que me mira de otra manera desde que supo de mi paso a la vida de pensionista, y emitir cualquier opinión en un entorno de gente joven, tiene una acogida tan atenta como la que recibiría la emitida por un bosquimano mentalmente tarado, recién llegado de su tribu.

He mirado en una página de psicología y es esto lo que dice en relación con la gerontofobia: “Relacionada con la gerascofobia (miedo a envejecer), este término se utiliza no sólo para denominar miedo a los viejos, sino también desprecio o rechazo hacia las personas de la tercera edad. Se trata de un mal social muy común en nuestra época, donde los viejos son relegados a los asilos y muchas veces se los abandona a su suerte; donde se asocia a la juventud con la salud y la belleza y por oposición, a la vejez con la enfermedad y la decadencia.

La gerontofobia parte de ideas tales como que los viejos son improductivos, dependientes y una carga para la sociedad.”

¿Cómo éramos en mi generación con los mayores, cuando teníamos 18 ó 20 años? Pues yo diría que tampoco practicábamos una admiración apasionada por los mayores, pero había respeto y existía hasta una irónica y tierna canción de The Beatles (When I’m Sixty Four) y no era normal el desprecio profundo que actualmente abunda, ni se consideraba, como tan generalizado es ahora, que se es joven gracias a un esfuerzo personal e inteligencia sin igual y que esa condición se mantendrá por los siglos de los siglos.

Habíamos oído mil veces eso de que «cuando seas padre comerás huevos» y quizás eso nos hiciera pensar que la edad traía emparejados ciertos méritos y ventajas. Ahora habría que cambiar la frase y dejarla en algo así como «cuando eres joven, puedes arrebatarle los huevos a tu padre y a quien se te ponga por delante. El mundo te pertenece».

Mientras, ironía de esta sociedad, buena parte de esos jóvenes –y menos jóvenes– carece de ingresos económicos y vive de la pensión que perciben sus padres.