15 marzo 2019

Qué verde era mi valle

Mujer haciendo una cortés petición a un policía
Esta entrada no va en absoluto de nada verde ni de valle alguno, pero se me ocurrió que este título hace una llamada a cierta nostalgia y de eso sí que pretendo ir, a la vista de los tremendos cambios, no precisamente revolucionarios −más bien contrarrevolucionarios−, que estamos viviendo en los últimos tiempos.

Hablo de toda esta permanente reivindicación feminista que nos marea y en mi caso me produce un hartazgo que ya es excesivo e indigesto. Estos días ha podido verse más de lo habitual −que ya es bastante− eso de «si nosotras paramos se para el mundo». Pues estaría bueno que no fuera así, el mundo se para si paran las mujeres, si paran los hombres −¿hace falta decirlo?−, si para Internet, si paran los puertos, si paran los transportes... ¿en tan poquito se valoraban ellas mismas como para poner en duda el síncope mundial −perdón, colapso− sin su aportación?

Ya andaban envalentonadas gracias a personajes como Irene Montero, una auténtica estajanovista del cabreo y la ira feminista, agitando cada día a las mujeres y tratando por todos los medios de cargarse la lengua española con ese desdoblamiento de géneros propio de quien no conoce su idioma y además está orgullosa de su ignorancia. De momento, se dirige a todos en femenino y ha impuesto el nombre feminizado para su coalición con los infelices de IU. Ahora tras tanta huelga feminista y días de la mujer la agresividad ha aumentado hasta el punto de que en la manifestación del pasado 8 de marzo había pancartas que prácticamente pedían la aniquilación de los hombres. Han intentado pegar y expulsar a Inés Arrimadas, imaginen si la tal Inés hubiera sido un hombre.

Se ha podido ver y oír en la televisión dos de los eslóganes gritados y coreados entre otros muchos −también pintados en fachadas− en las manifestantes del día de la mujer: uno era «no salí de tu costilla, tú saliste de mi coño» y «la talla 38 me aprieta el chocho», lo que da una idea del elevado nivel de las reivindicaciones. He asistido en mi vida a bastantes manifestaciones y nunca presencié un tono semejante.

Se sabe que en la vida real no existe la igualdad ni el equilibrio en ningún plano, tan solo un espejismo de algo parecido; las feministas lo resuelven buscando no la igualdad, sino la supremacía en todos los temas. Ya la tienen ante la ley, ahora la exigen ante lo que se les venga a la cabeza y sorprendentemente la sociedad −en la que dicen que mandan los hombres− va cediendo y concediendo sin resistencia de ninguna clase. ¿Acaso hay algo más injusto e ineficaz que el sistema de cuotas?

Leí estos días en la prensa quejas femeninas porque hay pocas mujeres embajadoras. También he leído que ha habido una oposición interna del cuerpo diplomático para ser embajadores a la que se han presentado 103 hombres y 18 mujeres, ¿de verdad esperan que haya un 50% de embajadoras partiendo de esas cifras?, ¿deben nombrarlas para ese puesto por guapas?

Ahí tenemos al ilustre y correoso Pedro Sánchez, no del todo malo, si no fuera por cierta inmadurez y un empeño desaforado en complacer a todos sin atender a la importancia de lo que se le requiere. Por eso se siguen destinando cientos de millones a la prevención de la violencia doméstica con resultado de muerte, menos de 50 mujeres al año, sin dirigir siquiera una mirada al número de suicidios anuales, abrumadoramente masculinos y alrededor de 3.500 en el mismo periodo. No se hace nada para prevenirlos, pese a que según se afirma, bastantes de ellos sean hombres que toman esta decisión tras el divorcio que les deja solos, sin vivienda y sin medios económicos. O injustamente encarcelados a veces.

Su gobierno lo componen 17 ministros, de los que 11 son mujeres, lo que supone casi el 65% (en Suecia 49,15%); así es Pedro: más feminista que nadie. Por supuesto que ministros masculinos con escasa sesera hemos tenido decenas, pero cabe preguntarse qué necesidad había de nombrar a personajes tan escasamente competentes como la ministra de Justicia, torpe y soberbia hasta aburrir, o la de Transición Ecológica, que con tan solo unas frases ha estado a punto de cargarse la industria del automóvil española y desde luego ha producido severos daños; son varios los ERE en esa industria tras sus palabras.

Soy pesimista y me temo que esto no hay quien lo pare, y no será precisamente para bien, sino para que, como ocurre en todas las pseudorevoluciones, el mayor logro sea la ruina y el conflicto entre partes; en este caso entre el hombre y la mujer.

Esta semana hemos podido leer en los medios que las mujeres inventaron los intermitentes, el retrovisor, las luces de freno y los limpiaparabrisas. ¡La semana próxima nos dirán que inventaron el motor de explosión!, ¡y la siguiente, que inventaron la rueda!

09 marzo 2019

Buteflika y la democracia

Cada vez que surge una discusión acerca de la bondad o maldad del sistema democrático tradicional, alguien saca la más famosa frase de Churchill sobre este asunto «La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás» y no mencionan otra atribuida al mismo político que dice «El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio».

Viene esto a cuento de las manifestaciones que están sucediéndose en toda Argelia para impedir que Buteflika, el actual −y ausente− presidente del país vuelva a presentarse como candidato en las elecciones que se celebrarán el próximo 18 de abril. No sé si se han parado a pensarlo: esto evidencia una absoluta −y justificada− falta de fe en el sistema democrático, pues en teoría y si confiamos en ese sistema formal, aun presentándose sería casi imposible que saliera elegido un hombre que lleva gobernando como presidente 20 años, que tiene ya 82, que lleva más de 6 sin aparecer o dar un discurso, que se encuentra en silla de ruedas desde hace tiempo, que en la actualidad se encuentra −según dicen− enfermo en un hospital suizo ¡y que ni siquiera nació en Argelia, sino en Marruecos!

Todo esto debería suponer que no le votara casi nadie, pero hasta el ciudadano normal argelino sabe que ese aforismo de «un hombre, un voto» es el enunciado de una injusticia enorme que da el mismo valor al voto de una persona con formación e información que a un zoquete que se inclina por lo que más le suena o vota simplemente continuidad.

Hace ya mucho tiempo, yo diría que casi cuarenta años, en una charla entre amigos yo expresé mi opinión de que debería inventarse un dispositivo, quizás uno de esos cascos llenos de cables, que en el momento de emitir nuestro voto le diera una puntuación, digamos entre 0 y 10, según lo que el dispositivo pudiera apreciar acerca de nuestro conocimiento, raciocinio y conciencia de la importancia de ese simple acto de votar. En el mismo instante, un amigo que por cierto era más o menos del mismo pensamiento político que yo, saltó con mis palabras poniéndose de pie y calificándome de fascista, afirmando al tiempo que el voto debería tener el mismo valor fuese quien fuese el depositante.

Perdí el contacto con este amigo y no sé por lo tanto si se mantiene en la misma actitud, yo desde luego sigo pensando lo mismo y creo que el mayor inconveniente que puede argumentarse contra mi propuesta es la dificultad de fabricar este artilugio y cómo evitar su manipulación. Soy consciente de que es más una idea teórica que práctica, pero se me ocurre que con su aplicación se haría más real la democracia de lo que en la actualidad lo es, donde buena parte del electorado se deja llevar más por las vísceras que por el cerebro a la hora de votar. Y conste, si eso supusiera retirar el valor de mi voto, resignación. Lo que no puede ser es que el otro día saliera en televisión una encuesta callejera y varios jóvenes sobre los 25 años de edad afirmaran no saber siquiera quién es el secretario general o presidente de los principales partidos. De los programas de cada partido, mejor no hablar.

Tengo pendiente para leer próximamente un libro editado por Deusto titulado Contra la democracia (Against Democracy), publicado en 2016, cuyo autor Jason Brennan (nacido en 1979) creo que propone algo parecido a lo que yo mantuve hace ya décadas, concretamente lo llama epistocracia (el poder para los que saben); sé que mi idea no puede ser original y alguien podría formularla seriamente. Ignoro si el autor es en verdad un fascista profesional o alguien que desea que la democracia sea lo que pretender ser, ya veremos. Espero que el libro sea siquiera ameno y contenga alguna idea útil.