09 marzo 2019

Buteflika y la democracia

Cada vez que surge una discusión acerca de la bondad o maldad del sistema democrático tradicional, alguien saca la más famosa frase de Churchill sobre este asunto «La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los demás» y no mencionan otra atribuida al mismo político que dice «El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio».

Viene esto a cuento de las manifestaciones que están sucediéndose en toda Argelia para impedir que Buteflika, el actual −y ausente− presidente del país vuelva a presentarse como candidato en las elecciones que se celebrarán el próximo 18 de abril. No sé si se han parado a pensarlo: esto evidencia una absoluta −y justificada− falta de fe en el sistema democrático, pues en teoría y si confiamos en ese sistema formal, aun presentándose sería casi imposible que saliera elegido un hombre que lleva gobernando como presidente 20 años, que tiene ya 82, que lleva más de 6 sin aparecer o dar un discurso, que se encuentra en silla de ruedas desde hace tiempo, que en la actualidad se encuentra −según dicen− enfermo en un hospital suizo ¡y que ni siquiera nació en Argelia, sino en Marruecos!

Todo esto debería suponer que no le votara casi nadie, pero hasta el ciudadano normal argelino sabe que ese aforismo de «un hombre, un voto» es el enunciado de una injusticia enorme que da el mismo valor al voto de una persona con formación e información que a un zoquete que se inclina por lo que más le suena o vota simplemente continuidad.

Hace ya mucho tiempo, yo diría que casi cuarenta años, en una charla entre amigos yo expresé mi opinión de que debería inventarse un dispositivo, quizás uno de esos cascos llenos de cables, que en el momento de emitir nuestro voto le diera una puntuación, digamos entre 0 y 10, según lo que el dispositivo pudiera apreciar acerca de nuestro conocimiento, raciocinio y conciencia de la importancia de ese simple acto de votar. En el mismo instante, un amigo que por cierto era más o menos del mismo pensamiento político que yo, saltó con mis palabras poniéndose de pie y calificándome de fascista, afirmando al tiempo que el voto debería tener el mismo valor fuese quien fuese el depositante.

Perdí el contacto con este amigo y no sé por lo tanto si se mantiene en la misma actitud, yo desde luego sigo pensando lo mismo y creo que el mayor inconveniente que puede argumentarse contra mi propuesta es la dificultad de fabricar este artilugio y cómo evitar su manipulación. Soy consciente de que es más una idea teórica que práctica, pero se me ocurre que con su aplicación se haría más real la democracia de lo que en la actualidad lo es, donde buena parte del electorado se deja llevar más por las vísceras que por el cerebro a la hora de votar. Y conste, si eso supusiera retirar el valor de mi voto, resignación. Lo que no puede ser es que el otro día saliera en televisión una encuesta callejera y varios jóvenes sobre los 25 años de edad afirmaran no saber siquiera quién es el secretario general o presidente de los principales partidos. De los programas de cada partido, mejor no hablar.

Tengo pendiente para leer próximamente un libro editado por Deusto titulado Contra la democracia (Against Democracy), publicado en 2016, cuyo autor Jason Brennan (nacido en 1979) creo que propone algo parecido a lo que yo mantuve hace ya décadas, concretamente lo llama epistocracia (el poder para los que saben); sé que mi idea no puede ser original y alguien podría formularla seriamente. Ignoro si el autor es en verdad un fascista profesional o alguien que desea que la democracia sea lo que pretender ser, ya veremos. Espero que el libro sea siquiera ameno y contenga alguna idea útil.

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