20 mayo 2010

El libro de los libros


Una más, de las muchas cosas que me alejan de cualquier religión, es la certeza de que «mi dios» está condicionado por las coordenadas geográficas. Nací en Sevilla, pero resulta que si el acontecimiento hubiera tenido lugar doscientos kilómetros más al sur, consideraría natural postrarme varias veces al día con mi trasero en dirección contraria a La Meca. Sin embargo, como vine al mundo en un espacio de preeminencia católica, fui bautizado, tuve que hacer la primera comunión, asistir a mil misas con el librito de «Mi Jesús» en las manos y otras actividades que prefiero no mencionar. Tuve que orientar mi fe a los que sostienen, entre otras muchas cosas pintorescas, que un señor mayor que vive en Roma, elegido por otros señores mayores, todos ellos padeciendo cierto aislamiento de la vida real y víctimas por tanto de cierto desquiciamiento, es el representante legal de un montaje que tiene la tremenda desfachatez -entre otras muchas- de considerar el Nuevo Testamento una continuidad natural del Antiguo Testamento, cuando resulta que éste es antagónico de aquél y está compuesto por una colección de disparates que en su mayor parte ponen los pelos de punta, al recordar que ese contenido tiene vigencia para muchos creyentes, cristianos o judíos. Claro que por eso la religión católica ha puesto y pone buen cuidado en que sus fieles ni se asomen a esas páginas, para evitar sofocos, desmayos y, quizás, hasta deserciones masivas.

¿Cuántos católicos se han tomado la molestia de abrir una Biblia y echar un vistazo al contenido? En realidad, ¿tienen siquiera una Biblia en casa? Yo tengo un precioso ejemplar que me regalaron hace muchos años y lo conservo con cierto cariño, por aquello de la ocasión en que me fue regalado.

Recomiendo abrirlo al azar –el Antiguo Testamento- y salvo que tenga la suerte de que la casualidad ponga ante sus ojos el Cantar de los Cantares o algún fragmento de otro libro en su parte bondadosa, sentirá que se le hiela la sangre en las venas, bien por la cantidad de amenazas y horrores que relata o promete, bien porque entenderá que se trata tan solo de un libro hecho por y para judíos, donde sólo interesa su historia y la relación de virtudes especiales que adornan a estos humanos de primerísima división, pueblo elegido por ese dios al que se le atribuye –entre otras virtudes- ser infinitamente justo. Algo que debería chocar a los pueblos no-elegidos.

Acabo de hacer esto que aconsejo y me encuentro –se trata del Deuteronomio- con una relación de alimentos de origen animal que pueden o no pueden comerse, supongo que atendiendo a misteriosas razones. Sin ir más lejos, parecen estar prohibidos los calamares, el conejo y el avestruz, por poner sólo un ejemplo de cada entorno. Del cerdo, ya sabemos de qué va la cosa, ni siquiera los andares. La relación de animales prohibidos no es exhaustiva, pero las pistas que proporciona dan una idea de la estabilidad mental del autor de la parrafada. He leído ayer en la prensa que el actor Nicolas Cage ha declarado que «sólo come carne de animales que copulan con dignidad y que por eso no come cerdo y por eso come pescados, que practican el sexo dignamente», ¿lo de la Biblia tendrá la misma motivación? La verdad es que no quiero ni pensar cómo se lo montarán los calamares…

La ley del Talión no es como la conocemos, sino más completita y sanguinaria: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie». Vamos, es como la que siempre citamos, pero sin dejar resquicio para la duda. Lo de poner la otra mejilla fue sólo una licencia poética de dios-hijo, un día en que le dio hippy.

Leo algunas otras perlas. La posibilidad de que después de tomar esposa, descubramos en ella «algo que nos desagrade», se remedia simplemente redactando un «libelo de repudio», poniéndolo en la mano de ella y «despidiéndola» sin más de casa. Esto debería entusiasmar al colectivo feminista que ahora nos tiene en un puño, pero si hay mujeres en el Opus Dei, ¿qué nos puede extrañar ya?

¿Tenían la idea de que dios era infinitamente misericordioso? Pues atiendan lo que en este libro de la Biblia se avisa que le sucederá al que no cumpla sus preceptos: «Maldito serás en la ciudad y en el campo. Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas», lo que se dice la ruina total; pero por si les ha sabido a poco, hay más: «Yahvéh hará que se te pegue la peste… te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de gangrena… te herirá con tumores, sarna y tiña de las que no podrás sanar», etc. etc. Todo esto por no seguir sus preceptos. Se ve que le pillaron en un mal día y no estaba por ejercer esa misericordia infinita que se le atribuye.

También prohíbe los esclavos... que sean compatriotas, o sea, israelíes; con los de otro origen no hay problema, pueden tenerse sin más escrúpulos. No me extraña el comportamiento del estado de Israel con los palestinos. Teniendo a este dios como ejemplo y guía, ¿quién va a sentir nostalgia de Hitler, Stalin o Pol Pot?

En serio, practiquen el bonito deporte de leer algunos párrafos, tras abrir la Biblia al azar, y verán cómo sus ratos de ocio se enriquecen como nunca imaginaron.

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