Atravesamos
una época en que cualquier resquicio es aprovechado por el feminismo
reivindicativo para organizar una campaña de protesta y reclamación de
pretendidos derechos. Me refiero a ese asunto de si se puede dar de
mamar en público sea cual sea el lugar.
Cuando
yo era niño, vivía en una ciudad de provincias y era normal para mí ver
a una mujer en el tranvía dando el pecho a su hijo. Debo advertir que
casi siempre eran mujeres con cierto aspecto pueblerino a las que no
cortaba lo más mínimo la exhibición. No descarto que alguna vez en el
colegio hiciéramos bromas picantes sobre el tema, pero lo cierto es que
no recuerdo que a nadie le resultara verdaderamente escandaloso o
inoportuno.
Se
perdió esa costumbre y llegan nuevos tiempos, los actuales, en que lo
de ser hombre viene siendo perseguido con saña y ser mujer un
salvoconducto que permite de todo, desde escribir contra el sexo
masculino lo que se desee (ni soñar lo contrario) a desafiar al poder
judicial no acatando una orden del juez y consiguiendo el apoyo
incondicional de todos esos que consideran que la verdad suprema se
encuentra en Facebook y alrededores.
Aparecía
estos días en la prensa la queja de una mujer que lamentaba que le
habían pedido que se saliera de la piscina donde le daba el pecho a su
hijo. Ella argumentaba que peor era algún tipo que estaba en el agua
completamente borracho. Cabría preguntarle si no había en la piscina un
lugar mejor donde situarse que no fuera junto a un beodo y si eso
justificaba en algún caso el amamantamiento dentro del agua, cuando
estaba prohibido comer o beber en el recinto de la piscina. Me pregunto
hasta qué punto sería agradable que, como suele suceder a los bebés
cuando se alimentan, se pusiera de repente a vomitar en el agua.
Hoy
viene en la prensa el caso de una mujer a la que prohíben dar el pecho a
su niño −por cierto que un niño ya crecidito que debería estar jugando
al fútbol como todos− nada menos que en el museo Victoria and Albert
de Londres. Como es natural, se ha producido un revuelo enorme y, como
es habitual, con miles de retuits y comentarios sobre el despotismo
machista a que están sometidas las pobres mujeres. A ver, ya se sabe que
a los niños lo que de verdad les priva es que los lleven a los museos a
mamar. Por cierto, quiero llamar la atención sobre el hecho de que la
protagonista se haya hecho la foto −lo que suena a cosa preparada,
observen además la sonrisa de triunfo− delante de una escultura que
representa precisamente a una mujer amamantando, pero, ha pasado por
alto la diferencia de tamaño y edad de los niños. Si el niño fuera gamba...
Estamos
perdidos y en vez de reivindicar el derecho a dar de mamar en el parque
o en el banco de una plaza, se trata de agitar a todas las féminas por
el supuesto derecho a amamantar en el momento y lugar en que a la mamá
se le ocurra. Supongo que eso incluye hacerlo en medio de una ópera en
el Teatro Real, en una conferencia o durante la Santa Misa.
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