24 septiembre 2024

Perfectas desconocidas

Suelo leer cada día la versión digital de tres o cuatro diarios –a alguno estoy incluso suscrito− y cada día aumenta mi asombro por la ingente cantidad de jovencitas (o no tanto) que aparecen en sus portadas, como si fueran personajes de gran popularidad. No conozco a ninguna, pero sospecho en dónde se encuentran esas canteras aparentemente inagotables. 

Normalmente no veo concursos en televisión, ni frecuento redes sociales, ni me interesa eso que llamamos influencers, ni uso apenas el móvil; no es extraño que si vivo en medio diferente al de la mayoría de mis compatriotas, el resultado es que mi mundo sea diferente al de mis compatriotas. Y seguramente, mejor.

Por descontado, casi todas responden más o menos al mismo patrón: la mayoría de ellas se han colocado prótesis mamarias y se han inyectado bótox o ácido hialurónico o vaya usted a saber qué –la verdad es que no sé muy bien cuál producto– en los labios para que estos adopten el aspecto de los de una mujer perteneciente a alguna tribu primitiva africana, carnosos o salchicheros, si bien abundan entre quienes se operan de sus labios las presentadoras de televisión y otras bastante conocidas que se arriesgan a un cambio exagerado de aspecto, porque piensan que hoy en día si no estás a la última, no estás.

También suele tratarse de participantes en algunos de esos concursos terribles de la televisión actual y que esperan que su participación devenga en algún contrato sustancioso en televisión, algún papel en una película de esas que luego no ve nadie o, por lo menos, un romance con algún famosillo. Todo eso suele dar dinero y likes en las redes, que es lo que se busca. Y si alcanzan cierto grado de popularidad, siempre les queda eso de Only Fans donde, si no lo saben, colocan sus atrevidos vídeos o fotos recibiendo a cambio una remuneración. Recuerdo que cuando niño solíamos buscar en el diccionario palabras atrevidas y en ramera (o sinónimos) encontrábamos la definición de mujer que comercia con su cuerpo.  ¿Valdría esa descripción para quienes viven sin dar un palo al agua, solamente exhibiendo sus atributos y en ocasiones alguna actuación procaz? 

El caso es que los periódicos hablan de ellas, o de su pareja, o de su cuñado, como si tuviéramos la obligación de conocer a todos esos desconocidos que posiblemente y como refiere el dicho, no son conocidos ni en su casa a la hora de comer. Probablemente, esto debería darme cierto complejo de aislamiento, pero en eso –y sólo en eso− soy similar a los británicos y por lo tanto concluyo que los demás están aislados: en su estulticia.

Últimamente, las famosas –y por lo tanto quienes no lo son aunque lo desean− han dado un paso adelante y andan vistiéndose –más bien desnudándose− empeñadas en que conozcamos cómo tiene sus mamas, su entrepierna y su trasero; la totalidad del negocio. Yo reconozco que me gustan tanto los desnudos femeninos −los atractivos, claro− como me desagrada la pornografía, así que bienvenidos sean esos conocimientos de lo que hasta hace poco se consideraba intimidad, aunque sea a costa de la pérdida de ese misterio que acompañaba a las mujeres –no todas–, que hacía que todos desconociéramos lo que solamente su pareja conocía a fondo.

Es cierto, lo reconozco, que algunas de estas mozas terminan siendo conocidas hasta para el más reticente. Ahí tenemos a la tal Georgina Rodríguez, de profesión pareja de Cristiano Ronaldo, empeñada en que conozcamos cada centímetro de su cuerpo, no siempre de origen natural. Tengo que reconocer que está de buen provecho, pero permítaseme que no me agrade en absoluto pese a sus atributos. 

03 septiembre 2024

El turismo mata o, como poco, asfixia

Hace más de diez años hablaba yo del turismo masivo en este blog y poco después ya avisaba del peligro que suponía. Todavía hay muchas personas que consideran que no es para tanto y ven una gran bendición la llegada de turistas desde el extranjero.

Según cuentan, fue Thomas Cook el que inventó el negocio del turismo, creando una agencia de viajes organizados en 1841. Creo que fue por los años 60 del siglo pasado cuando el gobierno español vio una posible salida a nuestra pobreza tradicional fomentando la venida de turistas de otros países. Éramos entonces poco más de 30 millones, ahora nos acercamos a los 50. El mundo tenía algo menos de 3.500 millones y actualmente nos acercamos a los 8.200 millones, buena parte de los cuales han decidido visitar España por aquello de sus playas, sus monumentos, su gastronomía y sus precios. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que ya no cabemos y no hay para todos. Gracias a eso, Alemania presume de que Baleares forma parte del territorio de su país y, casi en igual medida, Canarias.

A todo esto, ¿sabe quiénes financian los servicios de esos turistas extranjeros? Pues aunque parezca mentira, nosotros; los mismos que no podemos competir con el poder adquisitivo de tanto turista y que nos vamos viendo privados de la posibilidad de disfrutar de nuestro propio país. Somos nosotros los que pagamos la depuración y traída de aguas para el consumo, quienes pagamos la recogida de basuras, las infraestructuras de transporte, etc. etc. Somos nosotros también los que perdemos la posibilidad de adquirir una vivienda porque la demanda es mucha y hasta el señor Mariano Rajoy tuvo la feliz idea de lo que se llamó la “golden visa” que permite que mediante una modesta inversión de algo más de 500.000 €, cualquier extranjero pueda conseguir una visa para asentarse en España y por lo tanto desplazarse por todo el espacio Schengen sin dificultades. Eso complica aún más nuestro problema inmobiliario, pero ¿no es maravillosa esa hermandad universal?

¿Sabe quiénes se benefician del turismo? Indudablemente todos en una muy pequeña magnitud; mayoritariamente los hoteleros que son los que recogen la mayor parte de lo que estos turistas dejan, aunque hay que recordar que buena parte de los hoteles son de capital extranjero y es para sus países para donde va el mayor beneficio. Según nos cuentan, los ingresos por turismo suponen el 13% del PIB, nada del 30 o 40% como he oído decir a algunos. También genera un cierto número de puestos de trabajo, en su mayoría precarios y mal pagados, pero tapona el emprendimiento porque aquello es una solución fácil y asequible; así quedan poblaciones e incluso regiones en los que no se plantean ninguna iniciativa porque saben que el turismo es lo preferido por las autoridades y las industrias dan mucho trabajo.

Para muchos, la principal adversidad del turismo es que nos obliga a competir con gente venida de fuera que posee mayor poder adquisitivo y que por añadidura son los que en sus lugares de origen pueden permitirse viajar. Nos supone subidas de precios en alimentación –la comida para  más de 80 millones no sale del aire–, hoteles, vivienda y todo en general. Hoy mismo, veía en televisión quejarse a los habitantes de una población de La Coruña de que durante el verano no sale agua de sus grifos, debido a que la población se multiplica por tres y no hay agua para tantos.

También he visto a responsables de las poblaciones por las que pasa el camino de Santiago quejándose de los destrozos intencionados que los visitantes producen, difícil de relacionar con quienes supuestamente están haciendo una peregrinación con cierto carácter religioso. Por no hablar de los grafitis hechos en la propia catedral de Santiago.

Es el primer año que no viajo a la población en que nací porque es imposible visitar los lugares más emblemáticos y todo el centro de la ciudad está saturado de turistas y de tiendas de camisetas y baratijas. Desaparecieron los comercios de siempre para ser sustituidos por los de souvenirs baratos y alguna franquicia. Desde hace décadas pasaba mis vacaciones de verano en una población del sur en la que alquilaba un apartamento durante un mes. Se ha puesto tan difícil comer en un restaurante local por culpa de la afluencia que hace cinco años decidimos cambiar a un hotel con casi todo incluido; pero los precios han sufrido tal incremento que hemos tenido que reducir los días a la mitad y aun así gastamos más de lo aceptable. 

Madrid, en donde vivo, se ha vuelto imposible si usted quiere visitar un museo, porque las colas son insoportables. Ni en mi ciudad natal ni en Madrid es posible sentarse en una terraza porque la demanda es terrible. En fin, detesto de tal manera el turismo que hasta he dejado de viajar a otras ciudades extranjeras y no me atrae el desierto de Gobi, que posiblemente –solo posiblemente– no esté saturado todavía.

Dicen los medios que se ha incrementado la construcción de hoteles de cinco estrellas en un 50%, parece ser que para atraer más turismo de calidad. Adivine quiénes se van a ver afectados por una subida de precios: acertó, nosotros los españoles.