25 julio 2025

Aislamiento (I)

Me quejaba, a finales de 2016, de la desaparición de «mi mundo», es decir, de todas las personas, amigos y familiares, que formaban parte de mi entorno, pero también de los usos que iban cambiando hasta hacerme sentir incómodo a veces. Solo a veces.

He estado durante la mayor parte de este mes de julio de vacaciones en un resort en el que aproximadamente el 50 o 60% eran extranjeros, concretamente alemanes. Calculo que la mitad de los huéspedes tenía algún tatuaje, españoles y extranjeros y parecían ser felices con ellos. Creo que no acababan de darse cuenta de que un tatuaje es para toda la vida, lo van a tener cuando sean jóvenes –los que lo sean− hasta cuando tengan 80 años –si llegan− y su piel ya no sea tersa, su rostro no sea juvenil y sus articulaciones hayan dejado de ser de primera clase. Me produce aún más asombro esos que se colocan pequeños tatuajes aquí y allí, no relacionados entre sí, como si fuera las paredes del retrete de una tasca.

No asombro, sino terror, siento cuando veo esos que se tatúan un brazo, hombro incluido, con lo que parece ser un paisaje selvático u otra ilustración de la misma índole; parece que esto entusiasma fundamentalmente a los futbolistas, como aquel inglés que estuvo por España, que tenía una esposa que pretendía ser exquisita (?) –pobre horterilla− y que más tarde se marchó a EE.UU. Una suerte.

Ni menciono a los que, como el que vi en televisión el otro día, se tatúan desde la cabeza a las uñas de los pies. A esos los clasifico sin ninguna duda como lunáticos.

No es el asunto de los tatuajes el único que me hace sentir incomodidad. Se ha extendido la costumbre de hablar español mezclando infinidad de expresiones nuevas –inventadas por ellos o por alguien de su entorno− porque ahora se ha puesto de moda creerse aquello de que el lenguaje lo crean los hablantes, lo que podía ser cierto y conveniente antes de la televisión –y la publicidad con la que nos aturden− y las redes sociales, que no son más que un triste escaparate de hasta dónde puede llegar la ignorancia. Por descontado, incluyo en lo inadecuado esas expresiones repetidas en inglés o mal traducidas al castellano. La mayoría no valora poder disponer de un idioma elaborado durante siglos y que puede usarse para expresarse con gran precisión. Como es gratis...

Soy un gran aficionado a la música en casi todas las manifestaciones de cierta calidad, pero me espanta comprobar que eso que actualmente llaman música no tiene nada que lo asemeje a un sonido armónico y agradable. Ahora se matan por asistir a lo que llaman conciertos, en el que los actuantes no tienen ni idea de lo que están haciendo y simplemente tratan de aprovechar su suerte y llevárselo calentito mientras dure. Me he quedado asombrado cuando he sabido cuánto pagan esos aficionado por asistir a esos recitales y cómo se aprovechan quienes mandan en el invento para ordeñar a ese público sacándoles hasta el último euro. En ocasiones, la multitud que asiste enciende al tiempo las linternas de sus smartphones –antes eran mecheros– para mostrar su unión en la admiración al artista de turno y cómo se sienten elevados místicamente por lo que escuchan.

Creo que ya me he manifestado lo suficiente como para que el lector piense que sin duda soy un inadaptado, pero prometo seguir con más de lo mismo. No hay que olvidar que este blog se titula Según lo veo y ese pretendo que sea su contenido. Han desaparecido los comentarios y eso me da la sensación de que la timidez de los lectores les impide manifestarse sinceramente.