En este caso, más que buscar el tema para la entrada, ha sido el tema el que ha saltado sobre mí al haberme visto envuelto en el problema varias veces en los últimos tiempos.
Son miles los casos que existen, pero quizás el más habitual y escandaloso es el de las operadoras de telefonía e Internet. Yo, hace décadas, era abonado de una compañía de la que ni recuerdo el nombre y que fue comprada por Auna. Más tarde Auna fue comprada por Ono que a su vez fue comprada por Vodafone años más tarde. Todo esas maniobras de compra-venta incluían como es natural y como principal patrimonio, los clientes los que en ese momento contaban, venía a ser como una compra al por mayor de esclavos. Y como tales nos trataban, ofreciendo al mundo exterior unas condiciones con las que no contábamos los que ellos consideraban clientes cautivos.
Harto ya de tanto abuso decidí cortar por lo sano, dejando a un lado la pereza que me producía toda la mudanza, y me cambié a otra compañía, concretamente a Digi, creyendo estúpidamente que iba a mejorar. Cierto que mejoraba la tarifa, pero a cambio pasé a ser considerado menos que un esclavo. El que pomposamente llamaban servicio de atención al cliente era un teléfono al que usted podía llamar y que de inmediato le anunciaba que en unos segundos sería atendido por un gestor. En realidad le tenían escuchando alternativamente publicidad propia y una musiquilla hasta que al llegar a los quince minutos de espera −900 segundos− se cortaba la comunicación. Esto podía repetirse tantas veces como usted estuviera dispuesto a soportar, hasta que finalmente renunciaba a comunicarse con la compañía. Ni se le ocurra pensar que a horas avanzadas mejoraría la situación: tras un fallo clamoroso llamé a eso de las 11:30 de la noche y me dijeron con toda la frescura del mundo que esas no eran horas de llamar.
Una vez comprobado que resultaba imposible comunicar telefónicamente con la compañía telefónica, busqué una dirección de correo electrónico a la que pudiera dirigirme. Recibí de inmediato una de esas contestaciones automáticas en la que me decían que para atender mi petición debería facilitarle una serie de datos, incluida una copia de mi DNI, ¡justamente los datos que ya poseían!
Ningún gobierno de ningún partido, por razones que no acabo de entender, ha intentado acabar con este abuso, haciendo incluso que el representante de una asociación de consumidores (Facua) diga: “Las administraciones dejan que las empresas nos roben”, y lo peor es que no tiene remedio, salvo que uno decida aislarse y adoptar la actitud de un náufrago (sin la compañía de alguien llamado Viernes).

