04 abril 2019

Alguna pregunta

Hace un siglo, había una serie de televisión, cuyos guiones eran del magnífico Adolfo Marsillach, que se llamaba Fernández, punto y coma, que tenía un inicio extraño; se oía la voz del narrador diciendo Fernández nació punto, el mundo le hizo coma, por eso esta es la historia de Fernández punto y coma. Detalles aparte, eran capítulos que me parece que practicaban el surrealismo, aparte el placer de ver actuar a Marsillach, pero quizás por eso me daban que pensar y me hacían preguntarme todo aquello que no acababa de entender. Viene a ser lo mismo que me sucede ahora, pero con todo lo relacionado con lo que llamamos vida normal.

Hay cambios culturales casi repentinos (que 20 años no es nada...) que no consigo entender y a los que no consigo incorporarme. Hace nada, ser marica −hoy se denominan con una palabra extranjera, gay− era lo peor del mundo y súbitamente es casi lo más honroso que se puede llegar a ser. He tenido compañeros de trabajo homosexuales y salvo uno, que era además un cabrón, yo no acababa de entender el porqué de cierta hostilidad general hacia ellos. Posiblemente ahora les ascenderían con mayor rapidez para evitar ser acusados de homófobos.

Hace muy-muy poco, las mujeres le arrojaban sus sujetadores a Jesulín de Ubrique cuando toreaba y, anteriormente, acostarse con un torero era lo más y si no que se lo preguntaran a Ava Gardner. Ahora son casi como leprosos y están expuestos a agresiones cuando caminan por la calle. Una noticia relacionada con Francisco Rivera y algunas opiniones suyas, tan respetables como las de cualquiera, ha hecho que la noticia se llene de comentarios de cuyos autores es fácil imaginar que arrojaban espuma de rabia por la boca al escribirlos. Nunca me han gustado las corridas de toros y ni pagándome asistiría a una, pero ¿por qué esa saña contra la fiesta y esas prisas porque la prohíban? 

Desde siempre, cierto gestos que podían hacerse con los dedos eran considerados groserías del tipo que ninguna persona con un mínimo de educación podía repetir en público. No hace tanto, una persona de categoría y educación fuera de toda duda, José María Aznar, se lanzaba a representar el gesto llamado peineta o peseta dirigiéndolo al público en general; después otros de su misma cuerda como Luis Bárcenas lo repitieron con el respaldo moral que suponía semejante antecedente. Sin embargo no son estos casos los que me asombran, al fin un miembro del PP está legitimado para hacer lo que le venga en gana, lo que me viene maravillando es el entusiasmo con que los jóvenes, abiertos a todo lo que suponga progreso, han abrazado estos gestos y ahora mismo es normal que un cantante haga el gesto a su público, no sé si debe entenderse como una muestra de cariño o de desprecio a tanto imbécil.

Me llamaba la atención que también se prodigara el gesto que habitualmente se llamaba «poner los cuernos», es decir, doblar sobre la palma los dedos corazón y anular manteniendo tiesos el índice y meñique. Esto se da también en amplias capas de la juventud, pero de manera especial en el mundo de los grupos de música que podríamos llamar oscuros. Como tenía la posibilidad de preguntar a un miembro de un grupo musical heavy le planteé la cuestión y simplemente me respondió que era un gesto que repetían con frecuencia aunque no sabía exactamente por qué ni lo que significaba. Entonces, ¿de quiénes parten esas iniciativas y por qué las copian?

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