Cambiaron las cosas como siempre que hay abuso de por medio: en muchas poblaciones españolas azotadas por ese turismo, ahora masivo, se están celebrando manifestaciones de protesta al comprobar el daño que a los nativos produce esa presencia en plan marabunta que hace imposible la convivencia y secuestra la ciudad para sus habituales habitantes.
Yo, que resido en una ciudad que no es en la que nací, tenía por costumbre visitar cada año una o dos veces mi localidad natal. Este año, por primera vez, no he aparecido por ella, puede más el rechazo que siento al ver todo invadido por turistas que el fastidio de no verla gustándome tanto.
Da igual que el turista provenga de China que del Reino Unido, antes que el beneficio económico que pueda resultar para algunos la llegada de foráneos, está el derecho de los autóctonos a disfrutar sin interferencias o limitaciones del lugar en el que residen.
Hay otra llegada de extraños que también provoca incomodidades y, de momento, algunas protestas. Hablo de la llegada de inmigrantes en cayucos o pateras, que no son de ninguna manera refugiados, pero que son acogidos conforme a unos acuerdos de 1951. El otro día en el telediario, mostraban a una Ana Blanco jovencita –era 1994– dando la noticia de que, “por primera vez”, había llegado a Canarias un cayuco con dos inmigrantes africanos, estos días se cumple el 30º aniversario. Hoy se cuentan por decenas de miles, pero seguimos con los acuerdos de 1951. Cierto, hay sectores a los que agrada el aumento de población indocumentada; imagine por qué.
Es una manera de burlar las leyes de inmigración, pero en vez de ser encarcelados o expulsados, son acogidos y en muchas ocasiones financiados por el Estado, es decir, por todos. Los partidos políticos no se atreven a abordar el problema como correspondería por miedo a perder votos de los biempensantes, lo que es aprovechado por la ultraderecha para hacer de ello uno de sus argumentos políticos.
África tiene en la actualidad unos 1.400 millones de habitantes, pero como procrean sin el menor sentido de responsabilidad, esa población se viene duplicando cada 27 años. Es decir, ellos procrean sin preocuparse de nada y nosotros tenemos que hacernos cargo del resultado de su entusiasmo sexual. Parece que el ejercicio de la compasión se activa de manera notable incluso entre los ateos, facilitando una situación de la que nos arrepentiremos cuando sea tarde, como pasa con el turismo.
La gran mayoría provenía en su día del Magreb, Mauritania y Senegal. Hoy vienen además de Costa de Marfil, Burkina Faso, Guinea Conakri, Gambia, Pakistán, Afganistán, etc. Mañana, vaya usted a saber, seguramente desde todos los confines, porque no es tan fácil encontrar un país de tontos. En España el dilema de los jóvenes es si ir a la universidad o hacer FP. En esos países el dilema equivalente es quedarse o venir a España. Los que ya están aquí o su misma televisión les hacen creer que aquí se vive de lujo, así que la decisión es fácil. Y ya saben que aquí son bien recibidos los que vienen saltándose las leyes.
Digo yo, ¿tan difícil es hacer como Alemania que selecciona a los que llegan ajustándolos a las profesiones que precisan? Australia tiene fama de país bueno y generoso, pero ¿saben lo que hacen con las embarcaciones que su vigilancia costera encuentra camino del país? Simplemente los remolcan hasta unas islas lejanas –Nauru y Papúa Nueva Guinea– y allí los dejan que se apañen. Ya no precisan hacerlo con frecuencia, porque no hay efecto llamada. Hoy mismo oigo en el telediario que desde Canarias han salido los de Salvamento Marítimo de siempre para encontrar un cayuco que está perdido a 320 millas del archipiélago (562 kilómetros), con más de 120 personas. ¡¡Los buscamos a domicilio!! ¿Cuánto ha costado ese rescate?
Recuerden: son ellos o nosotros. Ya casi no tenemos tiempo para reaccionar y poner fin a una invasión que se va a duplicar de año en año. De momento, ya han llegado a Canarias más del doble que el año pasado.
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