Prestemos atención, por ejemplo, a los anuncios de perfumes en televisión. Ninguno habla de las características o componentes de estos productos, por el contrario hay incluso alguno en los que casi se promete que se podrá aumentar la cantidad de relaciones sexuales mediante su uso y en todos los casos se afirma que incrementará el éxito con el sexo contrario. Solo casi de pasada se menciona el perfume e incluso en ocasiones en los segundos finales un protagonista se abalanza sobre el otro con la clara intención de tratar a fondo eso de la atracción.
Da igual de qué producto se trate, lo de menos es el producto en sí y lo que importa son los efectos que produce sobre los usuarios: euforia, satisfacción, felicidad. ¿Han visto muchos anuncios en los que el protagonista no luzca una sonrisa de campeonato? Y lo curioso es que cuela, nadie se para a pensar en que posiblemente el actor no haya probado jamás lo que se anuncia. Sonríe porque le pagan.
Hace unos quince años a mi hijo, entonces de unos 17, le ofrecieron hacer un anuncio para promoción de los locales de bingo. Era solo una foto y la retribución fue de mil euros. Siempre he considerado a quienes protagonizan anuncios unos pringaos mercenarios, pero en este caso y como era complicado dar marcha atrás, permití la fechoría con el compromiso de no repetir. No se repitió y me alegro, porque desprecio profundamente a quienes protagonizan anuncios, porque el propósito de estos es engañar a sus conciudadanos y su única justificación es que muchos lo hacen. Con eso limpian su conciencia, que no siempre está activa: la pasta es la pasta. A ver cómo lo digo suavemente: me parecen unos pringaos. Supongo que no hace falta que diga que mi hijo no ha pisado en su vida un bingo.
Cuando la publicidad entra en el detalle y deja de ser prometedora de vaguedades, casi siempre es engañosa. Hay infinidad de empresa sancionadas porque el engaño es brutal, pero sucede que la sanción es siempre menor que los beneficios que el engaño ha proporcionado y como el poder de estas empresas es muy superior al de los sancionadores, se les sigue permitiendo ejercer lo que con toda desfachatez llaman autocontrol.
El caso de las bebidas energéticas es sangrante. Se asegura que sus efectos nos transforma en seres superiores, dejando de lado que los principales consumidores son adolescentes y jóvenes que se vuelven adictos a un producto claramente perjudicial. ¿Sabían que casi todas tienen prohibida su fabricación en España y es la UE la que obliga a permitir su consumo mediante la libre importación?
Para terminar no quiero dejar de llamar la atención sobre un elemento inevitable en los anuncios: la presencia de alguien de raza negra. Nada que se justifique por la abundancia de negros en España, sin embargo ahí están. A mi entender son dos los motivos de estas presencias; de un lado mostrar que el anunciante es moderno (puesto que la negritud se asocia a la modernidad) y de otro ir acostumbrándonos a esta convivencia, a tener de vecino a alguien de esa raza. Y no es que yo tenga nada contra los negros o los chinos, pero es que no sé qué pintan ahí, ¿creen que en la publicidad en Japón sale un señor de Lugo?
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