22 marzo 2025

Hacia la soledad

Si se le pregunta, hasta el más torpe sabrá contestar qué es la soledad. Pero, ¿de verdad sabe lo que es? Unos creen saber lo que es la soledad porque de una forma u otra han perdido la pareja, otros porque han perdido un hijo, un amigo quizás. Desgraciadamente o por fortuna, la soledad es más que eso. Soy casi un maestro en la materia.

Para empezar, ya saben que hay al menos dos tipos de soledad que se corresponden con las dos palabras que en inglés mencionan esa situación. Una es loneliness y la otra solitude; me fastidia decirlo, pero en esta precisión los angloparlantes nos dan sopas con onda, porque en nuestro idioma hacen falta más palabras para marcar la diferencia entre las dos situaciones. Como ocurre con eso del sueño, que en español no se distingue las ganas de dormir con lo que podríamos considerar una ensoñación o algo que pasó por nuestra mente –consciente o no− mientras dormíamos.

La primera se corresponde con eso que solemos llamar soledad no deseada, uno se encuentra desconectado del mundo, no tiene nadie a quien recurrir; ocurre más de lo que imaginamos y produce sufrimiento y daños en lo que uno es. La segunda palabra se refiere a esa soledad que incluso buscamos, porque estamos hasta el pelo de los vecinos y sus perros, o los niños, o...

Hay una soledad sin palabra especial que yo sepa, que nos cae encima según nos hacemos viejos, quizás sea más apropiado llamarlo aislamiento. Desaparecen por ley natural los padres, los familiares que más apreciábamos, los amigos. El teléfono pasa a ser un trasto estúpido porque no sirve más que para llamar a la compañía eléctrica o para pedir cita en algún médico, nada de comunicar alegremente con un amigo para comentar alegremente algo o consultarle cómo resolvió tal o cual problema. No hay con quién charlar y todo lo tenemos que solucionar por nosotros mismos. Es la soledad del superviviente que vive más que otros, pero a costa de quedarse sin los otros.

Antes de fallecer de muerte natural el pasado agosto, el actor Alain Delon intentó sin éxito que le fuera aplicada la eutanasia. ¿La razón? Por supuesto dejar de sufrir por la enfermedad que padecía, pero también, según declaró, porque habían desaparecido todas aquellas personas que le acompañaron en vida: esposa, amigos, compañeros... Quien no la padece no sabe lo que es la soledad.

Soledad es la protagonista de muchos chistes gráficos sobre náufragos y por supuesto era la dolencia de Robinson Crusoe hasta que dio con Viernes. Es el mal que sufren muchos adolescentes, pero en este caso es una situación provocada por ellos mismos cuando voluntariamente se apartan de sus padres y de sus verdaderos amigos, los no tóxicos.

En mi caso, además de la desaparición de mis familiares, falleció el primer amigo que tuve, aquel con el que establecí relación a los cinco años en párvulos. También murió el que había sido amigo mío durante sesenta años, aunque nunca llegamos a la cercanía deseada debido a las diferencias de carácter, opuestas creencias y actitud política pero era al que acudía cuando tenía una duda sobre algo práctico, igual que él hacía conmigo. No falleció otro que me había acompañado los mismos años, pero me vi obligado a cortar con él pese a que habíamos estado muy unidos, porque con la edad, su narcisismo creciente hizo imposible la continuación. 
 
Hoy me han avisado que ha muerto la única amiga que conservaba de donde estuve trabajando casi cuarenta años; había hablado por teléfono con ella hace cuatro días, tenía varios años menos que yo, y estaba perfectamente; aún no salgo de mi asombro y me cuesta asimilarlo. Ya no me queda nadie con quien me uniera amistad.

04 marzo 2025

Adiós a muchas cosas (I)

No es que esté pensando en morirme, aunque nada dura eternamente, pero sí me doy cuenta de que debo decir adiós a muchas cosas a las que estaba acostumbrado y que, debido a que el tiempo pasa y que todo cambia a una velocidad tremenda, no conviene dejar para última hora una despedida a tantas cosas que cambiaron o, sencillamente, ya no existen.
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Hace muchos años que me hice un adorador del lenguaje. Lo tiene todo: antigüedad, elaboración, sabiduría, recursos… y no le viene mal ahora que hay tanto zoquete dispuesto a cargárselo. 

Nunca se ha hablado tan mal y como decía Javier Marías, en la actualidad los españoles más que hablar la lengua chapotean en ella, expresando con ese verbo la inseguridad y desconocimiento de los hablantes. Y no hay nada más fácil que adquirir ese conocimiento que falta, puedo garantizar que para cualquiera que haya hecho la ESO o similar, bastaría con interesarse y dedicarle no más de un cuarto de hora a la semana para ser un hablante casi perfecto, claro que es mucho pedir existiendo eso tan atractivo de las redes sociales o el fútbol.
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Hace menos de una semana, asistí al concierto de una big band (no sé si saben lo que es eso) en un local que con ello pretendía homenajear a la orquesta, creada y dirigida por un tal Bob Sands, neoyorkino él y saxofonista, que tuvo el mal detalle de morir a los 55 años, en 2021, de eso que mueren tantas personas y que mejor no nombrar. El local prometía abrir a las 19:30 para comenzar la actuación a las 20:00, así que llegamos con anticipación para guardar cola y tratar de conseguir un buen lugar en el local, que finalmente abrió sus puertas a las 19:40. Cuando miraba a los que ya estaban en la cola y los que llegaron después confirmé lo que ya sabía: al jazz le queda menos de un par de telediarios (conocida unidad de medida del tiempo); el más joven tendría unos 55 años y todos los demás éramos jubilados o casi. Y no es que el precio de la entrada fuera especialmente elevado, es que a la juventud el jazz simplemente no le interesa lo más mínimo, prefieren los gritos desaforados, los rascaguitarras y las cantantes que enseñan cacho mientras actúan. ¿Se imaginan a Frank Sinatra, Charles Aznavour o Peggy Lee cantando en ropa interior o en bañador?  
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¿Se acuerdan de cuando hablábamos por teléfono? En 1854, el italiano Antonio Meucci construyó el primer teléfono, aunque los americanos se apresuraron a establecer que el inventor del artilugio era el escocés residente en EE.UU. Alexander Graham Bell, que fue solo el que lo patentó. No era un truco desconocido: ya anteriormente consiguieron que se admitiese como inventores del avión a los hermanos Wright, cuando el verdadero inventor del aparato fue el brasileño Alberto Santos Dumont que entonces residía en Francia. Claro que un brasileño no lucía mucho como inventor.

El caso es que la novedad del teléfono fue aceptada con entusiasmo por todo el mundo y hasta hace nada servía para comunicarnos unos con otros cuando estábamos distantes. Hasta que un desgraciado inventó, seguramente con la mejor voluntad, el teléfono móvil, más tarde smartphone, que servía para hablar y para muchas cosas más, cosas que iniciaron la destrucción de la cultura y conocimiento genéricos. Ahora el móvil es utilizado para todo menos para hablar y es responsable de la miseria moral de buena parte de la humanidad.  
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Debió de ser allá por 1958 o 1959 cuando a mí me pusieron en casa pantalones largos (entonces era un ritual que tenía lugar cuando los padres decidían que la exhibición del vello de las piernas del adolescente era indecente o casi) y poco tiempo después una persona, supongo ahora que vecino del edificio donde yo vivía, me pregunto en el ascensor “a qué piso va usted”. Era la primera vez que me usteaban y casi me desmayo de la emoción, ¡ya era adulto! No podía imaginar que pocas décadas más tarde esa distinción desaparecería, desplazada por la infame costumbre de tutear a todos, fuera un notario de 80 años o el mismísimo papa. No es broma: en España una periodista tuteó al rey en una entrevista.
 
Hay más cosas de las que debo despedirme, pero resulta que la longitud de esta entrada puede aburrir al lector, así que lo dejo para otra ocasión.