04 marzo 2025

Adiós a muchas cosas

No es que esté pensando en morirme, aunque nada dura eternamente, pero sí me doy cuenta de que debo decir adiós a muchas cosas a las que estaba acostumbrado y que, debido a que el tiempo pasa y que todo cambia a una velocidad tremenda, no conviene dejar para última hora una despedida a tantas cosas que cambiaron o, sencillamente, ya no existen.
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Hace muchos años que me hice un adorador del lenguaje. Lo tiene todo: antigüedad, elaboración, sabiduría, recursos… y no le viene mal ahora que hay tanto zoquete dispuesto a cargárselo. 

Nunca se ha hablado tan mal y como decía Javier Marías, en la actualidad los españoles más que hablar la lengua chapotean en ella, expresando con ese verbo la inseguridad y desconocimiento de los hablantes. Y no hay nada más fácil que adquirir ese conocimiento que falta, puedo garantizar que para cualquiera que haya hecho la ESO o similar, bastaría con interesarse y dedicarle no más de un cuarto de hora a la semana para ser un hablante casi perfecto, claro que es mucho pedir existiendo eso tan atractivo de las redes sociales o el fútbol.
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Hace menos de una semana, asistí al concierto de una big band (no sé si saben lo que es eso) en un local que con ello pretendía homenajear a la orquesta, creada y dirigida por un tal Bob Sands, neoyorkino él y saxofonista, que tuvo el mal detalle de morir a los 55 años, en 2021, de eso que mueren tantas personas y que mejor no nombrar. El local prometía abrir a las 19:30 para comenzar la actuación a las 20:00, así que llegamos con anticipación para guardar cola y tratar de conseguir un buen lugar en el local, que finalmente abrió sus puertas a las 19:40. Cuando miraba a los que ya estaban en la cola y los que llegaron después confirmé lo que ya sabía: al jazz le queda menos de un par de telediarios (conocida unidad de medida del tiempo); el más joven tendría unos 55 años y todos los demás éramos jubilados o casi. Y no es que el precio de la entrada fuera especialmente elevado, es que a la juventud el jazz simplemente no le interesa lo más mínimo, prefieren los gritos desaforados, los rascaguitarras y las cantantes que enseñan cacho mientras actúan. ¿Se imaginan a Frank Sinatra, Charles Aznavour o Peggy Lee cantando en ropa interior o en bañador?  
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¿Se acuerdan de cuando hablábamos por teléfono? En 1854, el italiano Antonio Meucci construyó el primer teléfono, aunque los americanos se apresuraron a establecer que el inventor del artilugio era el escocés residente en EE.UU. Alexander Graham Bell, que fue solo el que lo patentó. No era un truco desconocido: ya anteriormente consiguieron que se admitiese como inventores del avión a los hermanos Wright, cuando el verdadero inventor del aparato fue el brasileño Alberto Santos Dumont que entonces residía en Francia. Claro que un brasileño no lucía mucho como inventor.

El caso es que la novedad del teléfono fue aceptada con entusiasmo por todo el mundo y hasta hace nada servía para comunicarnos unos con otros cuando estábamos distantes. Hasta que un desgraciado inventó, seguramente con la mejor voluntad, el teléfono móvil, más tarde smartphone, que servía para hablar y para muchas cosas más, cosas que iniciaron la destrucción de la cultura y conocimiento genéricos. Ahora el móvil es utilizado para todo menos para hablar y es responsable de la miseria moral de buena parte de la humanidad.  
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Debió de ser allá por 1958 o 1959 cuando a mí me pusieron en casa pantalones largos (entonces era un ritual que tenía lugar cuando los padres decidían que la exhibición del vello de las piernas del adolescente era indecente o casi) y poco tiempo después una persona, supongo ahora que vecino del edificio donde yo vivía, me pregunto en el ascensor “a qué piso va usted”. Era la primera vez que me usteaban y casi me desmayo de la emoción, ¡ya era adulto! No podía imaginar que pocas décadas más tarde esa distinción desaparecería, desplazada por la infame costumbre de tutear a todos, fuera un notario de 80 años o el mismísimo papa. No es broma: en España una periodista tuteó al rey en una entrevista.
 
Hay más cosas de las que debo despedirme, pero resulta que la longitud de esta entrada puede aburrir al lector, así que lo dejo para otra ocasión.

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