07 noviembre 2025

Salvadores y salvados

Veo y escucho en televisión al patrón de un barco de Open Arms ufanándose de haber salvado y rescatado en el Mediterráneo a más de 70.000 inmigrantes ilegales. A veces reflexiono si no seré uno de esos fascistas sin corazón a los que se refieren frecuentemente todos esos falsos progresistas que triunfan en lo suyo y que parecen haber llegado al planeta apeándose de una nube. La respuesta es fácil: no, no lo soy.

Es muy fácil exculparse uno mismo, pero es que no he encontrado todavía un partidario de la inmigración ilegal capaz de refutar lo que yo argumento. En esas lanchas de todo tipo, vienen generalmente varones –también alguna fémina embarazada− sobre los que no sabemos ni sabremos nada, porque incluso se desprenden de sus pasaportes para que no se pueda conocer su procedencia.

No hay que ser muy listo para suponer que entre esa multitud vienen delincuentes, enfermos, terroristas y personajes de cualquier pelaje porque para entrar en España hay dos vías: venir con pasaporte y visado, en su caso, o venir desde África sin ningún tipo de control.

El argumento favorito en la actualidad es que esos inmigrantes ilegales son en gran parte responsables de la buena marcha de nuestra economía. Parece ser que la ilegalidad debe ser protegida porque beneficia al país. Más que al país, beneficia a los agricultores que emplean con salarios y condiciones de miseria a esos africanos para producir y cosechar su producción de vegetales. Igual que el turismo, del que el gobierno está tan satisfecho, solo beneficia a los hosteleros. También a los que les dan un trabajo para que cuiden de familiares mayores o enfermos que necesitan atención permanente, esto casi siempre procedentes de la América hispana. Da la sensación de que si no estuvieran ilegales –sin papeles– no serían válidos para estos cometidos o simplemente esos inmigrantes se buscarían puestos de trabajo como ingenieros o altos ejecutivos, un verdadero misterio porque la mayoría ni siquiera sabe español, no digamos una preparación de mínimo nivel. Por eso se llega a saber que algunos expulsados de España por haber cometido un delito, son admitidos de nuevo como inmigrantes indocumentados. De los menores inmigrantes –menas– mejor ni hablar.

Hay otro sistema, empleado casi siempre por los procedentes de la América hispana: se vienen con tan solo billete de venida y la vuelta abierta sine die, a veces se toman la molestia de reservar un hotel, reserva que cancelan apenas llegan o poco antes de venir, se van a vivir con algún amigo o familiar ya asentado y de inmediato empiezan a buscar por Internet subvenciones previstas para inmigrantes, ayudas de ONG y algunas veces ofertas de trabajo.

El gobierno lo tendría fácil: igual que se hace con los temporeros que se contratan para recoger la fresa en Huelva o aceitunas en varias partes del país, se podrían contratar en origen y ofrecerles garantías en su venida y vuelta y durante su estancia de que hasta donde sea posible evitarlo, no van a sufrir explotación.

Pero nada de esto va a ocurrir. ONG, gobierno y gobernados están satisfechos con el estado actual de la situación y nadie va a mover un dedo para impedir ese disparate. Incluso los de Open Arms y el despistado de Richard Gere están convencidos de que llevan a cabo una labor humanitaria y que todos debemos estarles agradecidos. La única protesta es la que llevan a cabo los botarates de ultraderecha, lo que impide que el asunto sea tomado en serio.