20 noviembre 2025

Franquismo y franquistas

Llevamos un tiempo en que se repite una y otra vez lo de que a los jóvenes les atrae el franquismo y que están convencidos de que aquello era mejor que lo que tenemos actualmente. Sería para desconfiar de esta afirmación si no fuera porque los adolescentes y jóvenes son, por necesidad biológica bastante ignorantes en su mayoría, muy creídos de sí mismos, y por lo tanto imbéciles. 

En primer lugar y por definición, ninguno de ellos ha vivido bajo el franquismo, algo que sin embargo yo he conocido hasta el hartazgo porque he vivido la dictadura en casi su totalidad, y como consecuencia, tengo experiencia de la época que me permitiría casi escribir un libro. Para empezar, el dictador no les hubiera permitido manifestarse libremente, así que hay un fallo de principio en su actitud que lo vuelve todavía más estúpido.

Hoy se cumplen exactamente cincuenta años de la muerte de ese individuo que sometió a España a una situación de esclavitud e inferioridad que duró décadas y sigue habiendo gente que conmemorará la fecha como si no fuera más bien algo a celebrar: el franquismo quedó lejos y solo queda eliminar sus vestigios. Que no son pocos ni fáciles de borrar. 

El franquismo significó quedar bajo los caprichos del dictador, de la iglesia católica y de los aprovechados afines al régimen. Una mujer no podía viajar sola, ni abrir una cuenta corriente ni obtener el carnet de conducir si no era debidamente autorizada por su marido; por supuesto, el maltrato a la pareja femenina no era cosa condenable y no se sancionaba. En un domicilio no podían reunirse más de tres personas que no estuvieran empadronadas allí, lo que significaba que se podía hacer lo que se quisiera, pero si las autoridades lo consideraban oportuno podían tirar la puerta abajo. Nada de manifestarse públicamente ni escribir nada que molestase al régimen, porque eso significaba que la publicación sería retirada y el autor encarcelado. El cine, teatro, cualquier manifestación artística debería pasar la censura que era muy estricta y no permitía casi nada. Usted podía tener las ideas políticas que quisiera, pero debería guardarlas en su interior o, de lo contrario, sería encarcelado. La prensa era toda del mismo pensamiento y si se atrevía a disentir corría el riesgo de ser clausurado e incluso ver dinamitada su sede, como sucedió con el diario Madrid.

Lo que puede llamarse una delicia, y esto parece que es lo que agrada a los jóvenes en un buen porcentaje. Lo peor es que estas actitudes amparan y fomentan el aumento de posiciones de ultraderecha, en línea con lo que está pasando en muchos países y podría darse el caso de que en unas elecciones resultase vencedor un partido político que aboga por la vuelta del franquismo y la eliminación de las libertades. En un mundo en el que los grandes triunfadores son asesinos declarados como Putin, Trump o Netanyahu –por citar solamente tres− esa vuelta a la dictadura no tendría grandes problemas para hacerse efectiva.

No es que yo esté satisfecho al cien por cien con el gobierno  o régimen actual, algo que considero casi sano, porque coincidir totalmente con quienes tienen el gobierno sería indicio de lavado de cerebro y conformidad sospechosa de sumisión. Detesto la corrupción y los corruptos porque son ellos los que pueden acabar con un sistema que, si bien tiene grandes fallos, es de momento el mejor conocido –como afirmó un popular rufián ya desaparecido– y ojalá dure.

Por encima de todo, el franquismo fue la desaparición de la libertad, eso que tantos desprecian ahora, pero que lamentarían perder. O quizás no. 

07 noviembre 2025

Salvadores y salvados

Veo y escucho en televisión al patrón de un barco de Open Arms ufanándose de haber salvado y rescatado en el Mediterráneo a más de 70.000 inmigrantes ilegales. A veces reflexiono si no seré uno de esos fascistas sin corazón a los que se refieren frecuentemente todos esos falsos progresistas que triunfan en lo suyo y que parecen haber llegado al planeta apeándose de una nube. La respuesta es fácil: no, no lo soy.

Es muy fácil exculparse uno mismo, pero es que no he encontrado todavía un partidario de la inmigración ilegal capaz de refutar lo que yo argumento. En esas lanchas de todo tipo, vienen generalmente varones –también alguna fémina, frecuentemente embarazada− sobre los que no sabemos ni sabremos nada, porque incluso se desprenden de sus pasaportes para que no se pueda conocer su procedencia.

No hay que ser muy listo para suponer que entre esa multitud vienen delincuentes, enfermos, terroristas y personajes de cualquier pelaje porque para entrar en España hay dos vías: venir con pasaporte y visado, en su caso, o venir desde África sin ningún tipo de control.

El argumento favorito en la actualidad es que esos inmigrantes ilegales son en gran parte responsables de la buena marcha de nuestra economía. Parece ser que la ilegalidad debe ser protegida porque beneficia al país. Más que al país, beneficia a los agricultores que emplean con salarios y condiciones de miseria a esos africanos para producir y cosechar su producción de vegetales. Igual que el turismo, del que el gobierno está tan satisfecho, solo beneficia a los hosteleros. También a los que les dan un trabajo para que cuiden de familiares mayores o enfermos que necesitan atención permanente, esto casi siempre procedentes de la América hispana; en este caso, no suele haber lucro. Da la sensación de que si no estuvieran ilegales –sin papeles– no serían válidos para estos cometidos o simplemente esos inmigrantes se buscarían puestos de trabajo como ingenieros o altos ejecutivos, un verdadero misterio porque la mayoría ni siquiera sabe español, no digamos una preparación de mínimo nivel. Por eso se llega a saber que algunos expulsados de España por haber cometido un delito, son admitidos de nuevo como inmigrantes indocumentados. De los menores inmigrantes –menas– mejor ni hablar.

Hay otro sistema, empleado casi siempre por los procedentes de la América hispana: se vienen con tan solo billete de venida y la vuelta abierta sine die, a veces se toman la molestia de reservar un hotel, reserva que cancelan apenas llegan o poco antes de venir, se van a vivir con algún amigo o familiar ya asentado y de inmediato empiezan a buscar por Internet subvenciones previstas para inmigrantes, ayudas de ONG y algunas veces ofertas de trabajo.

El gobierno lo tendría fácil: igual que se hace con los temporeros que se contratan para recoger la fresa en Huelva o aceitunas en varias partes del país, se podrían contratar en origen y ofrecerles garantías en su venida y vuelta y durante su estancia de que hasta donde sea posible evitarlo, no van a sufrir explotación. Que quede claro: la llegada de inmigrantes no es cosa mía si no es masiva, lo que me fastidia es que se permita y fomente la llegada sin cumplir las leyes de inmigración.

Pero nada de esto va a ocurrir. ONG, gobierno y gobernados están satisfechos con el estado actual de la situación y nadie va a mover un dedo para impedir ese disparate. Incluso los de Open Arms y el despistado de Richard Gere están convencidos de que llevan a cabo una labor humanitaria y que todos debemos estarles agradecidos. La única protesta es la que llevan a cabo los botarates de ultraderecha, lo que impide que el asunto sea tomado en serio. 

Por si no está claro, mi postura es que no se permita la inmigración ilegal y se persiga como se hace con otros delitos.