26 diciembre 2009

El salto a la libertad

Cada día, al coger el periódico, ya sé que tengo que soportar lo que por frecuencia y extensión podría ser una sección fija: tabarra de turno de los independentistas de alguna parte que siguen encontrando sus raíces diferenciadoras tras mucho rebuscar en hechos acontecidos hace siglos.

¿Y qué me dicen de las raíces identificadoras? Porque ocurre que precisamente en los últimos siglos se han ido formando unas tramas humanas, económicas, culturales, industriales, etc. que hacen muy difícil separar una parte del conjunto. También me pregunto, ¿dónde empezamos y dónde terminamos?

Por poner un ejemplo distante de Cataluña; es sabido que los vecinos suelen llevarse mal y esto es realmente cierto en el caso de Sevilla y Cádiz, que incluso conozco naturales de allí empeñados en marcar diferencias entre las dos provincias. Muy bien: independicemos una de otra (República de Hispalis y República de Gades), pero ahora aparece otro problema, pues existe rivalidad entre la capital Cádiz y Jerez de la Frontera, así que demos la independencia a Jerez (“de la frontera”, como su propio nombre indica).

Bueno, la sierra de Cádiz tiene una idiosincrasia bien diferente del resto, así que no podemos mantener esa falta de libertad y autodeterminación, concedamos la independencia a la sierra de Cádiz y fijemos su capital en... ¿Grazalema? Va a haber problemas con eso... pero ya se arreglará. Tampoco hay que olvidar que en esa sierra hay pueblos más ricos y otros tirando a pobres, ¡anda y que a los pobres los parta un rayo!, ¡ya fundaremos ONGs para ayuda a los pueblos centro-africanos, y así demostrar nuestra rebosante solidaridad! Y otra cosa, ¿qué es eso de que haya pueblos bebiendo y duchándose con agua de un embalse situado en otro municipio?, ¡el que quiera agua y no la tenga que la pinte!, estaría bueno…

En fin, está claro que los españoles tendemos a la tribalización, seguramente porque no tenemos otra cosa mejor en que perder el tiempo (el fútbol no lo llena todo y ahí tenemos el ejemplo de ese líder político-futbolístico surgido de un estadio), así que para regocijo de Francia, EE.UU. y otras potencias hagamos no cuatro, sino 74 naciones diferentes en lo que hoy venimos llamando España. Bueno, los lumbreras lo llaman "estado español" que casualmente es el nombre que impuso el régimen de Franco.

Lo que sí me gustaría –lo juro- es acabar de una vez con este chantaje diario, con esta memez cotidiana, con este berrinche al desayunar, terminemos de una vez con toda esta murga, para poder leer en paz las otras tonterías que vienen en los periódicos, pero que no son tan pegajosas como ésta de los independentismos. Hay que aceptar la independencia de todo el que la pida y así acabamos con ese desagradable sonsonete.

Me imagino la escena doméstica en algún hogar de uno de esos nuevos estados. Por la mañana el marido se levanta primero, se ausenta del dormitorio, vuelve agitado para despertar a su esposa y le grita “¡Montse, la niña está con 39º de fiebre!, ¡también estamos sin electricidad en casa!, ¡acaban de llamar de mi oficina y dicen que estoy despedido!, ¡no sé qué puede estar pasando!” Ella continúa ensoñadora y plácidamente en la cama, y casi susurrando le contesta: “qué importa Jaume, somos una nación con estado propio…¡¡¡hasta tenemos selección propia de fútbol!!!”.
 

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