Estoy seguro de que ya
comencé alguna entrada anterior diciendo lo mismo, pero es que la situación no
sólo no mejora sino que va de mal en peor. Si la lengua española está soportando
sin destruirse los malos tratos de sus hablantes, cabe la esperanza de que
pueda superar estos malos tiempos, tan duros por culpa de la globalización y
las tecnologías de comunicaciones. Malo es el trato que los hispanoparlantes de
América dan al idioma, pero aquí nos apresuramos por alcanzar esos niveles con
auténtico espíritu competitivo.

Que no parezca que son los
sudamericanos los únicos maltratadores del lenguaje, los españoles también nos
damos buena maña para eso. Primeramente, el problema es que a nadie le importa
un comino el idioma. Como es algo gratuito no se le da valor, y si alguien se
atreve a llamar la atención a uno de estos malhechores gramaticales, recibirá
una respuesta agresiva y una declaración muy explícita de lo que puede hacer
con sus conocimientos lingüísticos. Si –¡milagro!– posee vestigios de
educación, citará esa falacia de que el idioma lo hacen los hablantes; falacia porque ahora no es como hace
50 años o más, actualmente el lenguaje lo dictan la publicidad y la televisión,
dos entornos donde florece lo más inculto e indocumentado del país, que ya es decir.
No son los únicos tampoco
aquellos ignorantes que sin una formación básica se sienten envalentonados para
no cuidar su lenguaje. Las propias administraciones del estado –local,
autonómica y central– en sus publicaciones y campañas publicitarias cometen
errores continuamente, no digamos la prensa en general o la televisión pública,
que parece un vivero de analfabetos.
De las otras televisiones, mejor ni hablar. Inevitablemente, todas ellas, al referirse a las multitudes que acudieron a presenciar las campanadas de fin de
año al lugar que fuera, dicen “LAS
miles de personas” aludiendo a los asistentes. Para el lector no avisado
aclararé que “miles” es siempre masculino y por lo tanto siempre debe ser "LOS miles...".
Para percibir el disparate pruebe a decir “LOS docenas de hombres”, que viene a
ser un error similar, pero invirtiendo los géneros. Se nota, ¿no?
Hablaba hace solo unos días con
una conocida cuyo trabajo consiste en dar
unos cursillos a los titulados universitarios contratados por las empresas,
enseñándoles a hablar y escribir. Me pedía riendo que cesara en mi manía de
corregir a la gente, porque podía terminar con una buena fuente de ingresos
para ella. Para mayor escarnio, "ella" es extranjera, pero habla mejor que esos nativos que salen de la universidad con dificultades de lenguaje que antes sólo padecían los adolescentes que eran torpes o aún no tenían el bachillerato elemental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.