05 octubre 2016

PSOE: la madre de todas las catástrofes

Desde que tuvieron lugar las elecciones de junio he venido siguiendo los acontecimientos y conteniéndome las ganas de escribir algo sobre lo que voy observando, porque parece que ya se ha dicho y comentado todo y porque el asunto es tan complejo que puede abordarse desde muchos ángulos: desde el daño que para España puede significar estar sin gobierno un año −o más− a la comprometida situación en que las circunstancias han colocado al PSOE con el reparto de fuerzas entre los partidos actuales, la difícil salida para Pedro Sánchez cuando ninguna salida es conveniente, la confortable cerrazón de Podemos cuyos votantes la ven como natural e indiscutible, la acostumbrada práctica del PP de echar la culpa de lo que sea a los demás, etc.

La parte más dramática se inicia tras la fallida investidura de Pedro Sánchez el día 4 del pasado marzo. Tras votar en contra, el PP adoptó ese estilo de política tan gallega que consiste en quedarse sentado sin hacer nada, a la espera de que el tiempo por sí solo vaya solventándole la situación. Para la aplicación de este modus galaicum (sí, es latín macarrónico) es imprescindible contar con lo que cuenta el PP, es decir, un electorado al que no asusta la corrupción y que incluso se regodea en ella a sabiendas de que eso les da una ventaja casi sobrenatural sobre los demás partidos. Cualquier otro partido está siendo observado por sus militantes y votantes, mientras que el PP es una fortaleza que apenas si sufre vaivenes y sus seguidores se refugian en él sin importarles los más mínimo que ese refugio apeste.

Es imprescindible para entender el desastre que supuso la fallida investidura de marzo que, hay que suponer que por razones diferentes pero a semejanza del PP, Podemos votó también en contra de Sánchez, quien contaba en esa fecha con sus propios escaños más los brindados por el acuerdo con Ciudadanos y la incorporación final del solitario voto de Coalición Canaria que le permitieron alcanzar la insuficiente cifra de 131 votos a favor.

El caso de Ciudadanos es el que más comentarios provoca de uno y otro lado, según el momento. Para mí, que me siento de izquierdas, se trataba de asumir que el PSOE había perdido claramente las elecciones y que por tanto debía despedirse de aplicar lo que llamaríamos su programa máximo, así que al sumar a Ciudadanos era inevitable aceptar medidas que repugnaban al PSOE y a cualquier votante de izquierdas, pero es un mal trago necesario cuando no se ganan las elecciones ni de lejos. Lo que sea antes que un gobierno del PP y Rajoy.

Llegan las segundas elecciones que supusieron un aumento en los escaños del PP y de su habitual soberbia, diciendo a todas horas que habían ganado las elecciones y que su candidato era el claro ganador. Hasta en eso se trata de engañar a los españoles, porque según la Constitución Española y las leyes electorales, nadie puede considerarse ganador puesto que ganador es, salvo los casos de mayoría absoluta, el que forma gobierno y esto significa conseguir el mayor número de apoyos en el Congreso. Resumiendo: esto no es EE.UU. y por lo tanto no existe el candidato ganador, no tenemos un sistema presidencialista sino parlamentario.

Tras esas segundas elecciones, la disminución de escaños conseguidos por el PSOE y el aumento del PP, comenzó a oírse, fundamentalmente desde Andalucía, cómo empezaban a afilarse los cuchillos de los que tenían intención de saltar al cuello de Pedro Sánchez. Ahí estaba la tal Susana −política de profesión y nada más−, persona de escasa talla moral y cultural, animando a sus iguales de otras comunidades a seguirla en el asalto a la secretaría general. Se oían, débiles aún, las voces de los más derechistas de los llamados barones: García-Page y Fernández Vara −presidentes de sus comunidades por pura chiripa−, encantados de acabar de una vez con el peligro que suponía Sánchez para ese PSOE de centro-derecha que tanto les gusta. El País mediante sus editoriales o artículos de opinión, repletos de insultos y descalificaciones hacia Sánchez, portavoz también del mercachifle y mercenario Felipe González, sirvió de aglutinador y así llegamos a la desagradable jornada del 1º de octubre, por cierto el día en que durante la dictadura se celebraba el Día del Caudillo, en este año coincidente con el 80º aniversario de la exaltación de Francisco Franco, otro gallego, a la Jefatura del Estado.

Como cabía esperar, no pasó nada cuando Rajoy votó en contra de Sánchez el 4 de marzo, nadie dijo nada, nadie se rasgó las vestiduras. Sin embargo, cuando Pedro Sánchez hace lo mismo contra Rajoy el pasado septiembre, casi todo el mundo, la sociedad casi entera, se vuelca contra Sánchez acusándolo de hundir España y de mirar sólo por sus propios intereses. Buena campaña en este sentido del PP, El País y TVE, aparte de otros muchos medios. Y escaso criterio de quienes permiten que piensen y decidan por ellos.

En contra de Pedro Sánchez puedo decir −y quizás sea ese un sentir general− que no acababa de verse claro qué meta perseguía con sus tomas de posición, sus alianzas y sus pronunciamientos. A su favor que, por primera vez desde que yo recuerdo, un líder del PSOE mantiene la palabra dada contra viento y marea y conviene recordar que su designación fue llevada a cabo por las bases que fueron también las que le dieron el encargo de no facilitar la investidura de Rajoy con una abstención. Justamente lo que quienes le sustituyen van a incumplir llamándolo como sea, incluso eso que he oído de «abstención técnica» que no sé muy bien lo que es, sobre todo teniendo en cuenta que el PP exigirá apoyo permanente para poder gobernar.

Resulta cansino reproducir las conversaciones e incidentes que en esa fecha tuvieron lugar en la sede de Ferraz, bastante machacados hemos quedado con la reproducción permanente en los medios, sólo destacar el papel miserable de quienes estaban aguardando la mínima oportunidad para echar abajo al secretario general. Esperados: Susana Díaz, Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara, Javier Lambán y otros. Para mí han sido tristes sorpresas la vergonzosas actitudes de Eduardo Madina y Carme Chacón, de quienes esperaba más coherencia y dignidad. Mientras, TVE proporcionaba la información sesgada como acostumbra y El País afirmaba en portada que quienes se agolpaban a las puertas de Ferraz eran militantes de Podemos.  

Por encima de todo, si he de señalar algo, destacar el horror que me ha producido comprobar la escasísima calidad de bastantes de los actuales cuadros del PSOE −¡esa Verónica Pérez, que no sabe ni hablar!−, no me cabe duda de que ese partido no irá a ninguna parte con esa gente.

Desde las alturas, complaciente y pasivo, Mariano Rajoy contempla lo que sucede, mientras lee el Marca, supongo. Porque, desde luego, no se va a preocupar de «ese complot contra el PP llamado Gürtel». (ver vídeo)

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