22 octubre 2016

Venga a nos la ultraderecha

Alto ahí, mal pensado. Parece una plegaria para que la ultraderecha se instale entre nosotros, pero lo que quiero decir es justamente lo contrario. Es la izquierda la que irresponsablemente deja a la población con el sentimiento de que nadie defiende su causa y así sus votantes caen en brazos de quienes aparentemente satisfacen esa carencia.

Poco a poco los habitantes y la clase política de los países de Europa van lanzando exclamaciones de sorpresa: ¡hay un partido de ultraderecha! ¡y la gente lo vota! Esto ya ha ocurrido en Francia, Italia, Alemania, Suecia, Reino Unido, Hungría, etc. etc. En España tenemos al PP que es tan de derechas que sirve como dique y barrera de contención eficaz −de momento− que impide la formación de partidos como los de esos países. Pero no nos confiemos.

Es cierto, van apareciendo esos partidos y lo que es peor, día a día van consiguiendo un número de votos que les permite gobernar o participar en el gobierno. ¿Cómo es posible, si tal o cual país ha sido siempre socialdemócrata o socialista? Lo que habría que recordar antes de nada es cuándo emergen los partidos radicales de derechas y qué tiene que ocurrir para que consigan tocar poder. ¿Cuál era la situación de Europa tras la Primera Guerra Mundial, en los años 20 y 30? Estaban en pleno auge también los partidos marxistas, pero los fascismos ofrecían y a veces cumplían temporalmente acabar con lo que los pueblos detestaban: la pobreza y las amenazas internas y externas.

Los partidos de izquierdas actuales van perdiendo peso y preeminencia entre los electorados europeos porque no son capaces de responder a lo que la gente reclama y precisa. De una parte, hay una desmovilización de la población que se ha vuelto desganada y apática y espera que todo se lo den hecho, de ahí la agonía de los partidos de izquierdas y los sindicatos de clase. De otra parte, los europeos ven peligrar su modo de vida y la conservación de sus costumbres; están hartos de la globalización y de que no se les escuche, pero ¿cuál es el principal problema en el que se ve reflejado ese peligro? Para mí está claro: la inmigración masiva de musulmanes y la convivencia con ellos. Peligro por su fanatismo religioso y peligro porque el Islam abarca desde África occidental hasta el sureste asiático, según leo son casi mil cuatrocientos millones de fieles con un nivel de seguimiento de sus normas −mejor lo llamamos fanatismo− muy superior incluso al de los católicos de hace un par de siglos. Y no olvidemos que actualmente en España ellos son más de un millón y en Francia más de seis, por poner sólo un par de ejemplos.

Todo esto está agravado porque los numerosos atentados son siempre islamistas −no existe en este momento otro peligro visible y cercano− y se tiende razonablemente a identificar una cosa con la otra. Tenga presente que si cuando va a tomar un vuelo a usted le toca quitarse el cinturón y los zapatos y dejarse registrar hasta la extenuación es gracias a los atentados perpetrados por musulmanes radicales. Por descontado, ni de lejos todos los islamistas son terroristas, pero no puede negarse que surgen de entre ellos y que hay que mantener unos caros y agobiantes servicios de inteligencia que vigilen entre otros lugares las mezquitas y locales de reunión de los musulmanes para detectar lo antes posible cualquier radicalización, lo que no es infrecuente gracias a la ola de extremismo que recorre los países islámicos y que con los medios de comunicación actuales tienen su efecto inmediato en Europa.

En otra ocasión ya he criticado el alejamiento de los partidos de izquierdas del sentir de sus votantes, porque una cosa es buscar la justicia y otra dedicar el grueso de los esfuerzos a asuntos que no interesan o contrarían a una mayoría y sobre todo a favorecer y proteger la venida de eso que han dado en llamar refugiados y que en su gran mayoría no son más que inmigrantes económicos. Si siguen amparando la inmigración esos partidos desaparecerán del mapa y serán sustituidos por partidos de extrema-derecha.

Varios ejemplos recientes de comportamiento inadecuado se me vienen a la cabeza: según parece, desde hace años, se organiza en Mataró una paella popular a la que acude buena parte de sus habitantes. Este año, los musulmanes locales han exigido que esa paella no contenga cerdo, un ingrediente infrecuente en la paella pero normal por allí. La asociación de vecinos que colabora en el festejo ha puesto como condición para el patrocinio que la paella se elabore sin cerdo y que no haya bebidas alcohólicas, para no ofender a los musulmanes, una petición sorprendente y fuera de lugar porque lógicamente ofende e incomoda a todos los demás.

Es reciente el caso muy comentado de la alumna de un instituto valenciano que asistía a clase con el hiyab y que fue apercibida de que, según el reglamento interno, no se permitía acudir con ninguna prenda en la cabeza. De inmediato la alumna ha acudido a SOS Racismo, que ha presionado al gobierno valenciano para que se derogue la prohibición, que es lo que se ha hecho, ya se sabe quiénes gobiernan con mayoría allí. Los buenistas están de enhorabuena, ¿se imaginan un país musulmán cambiando sus normas para complacer a un cristiano? No, no me vale eso de que nosotros somos diferentes y mejores. Hay grandes diferencias entre un español y un danés, por ejemplo, pero esas diferencias son mínimas si comprobamos las que existen entre cualquier europeo y un musulmán; son mundos distintos y antagónicos.

Y cabe esperar el enfado de los habitantes de siempre, porque es obligación del extraño esforzarse y no lo contrario. La ministra noruega de Integración acaba de decir «Creo que aquellos que vienen a Noruega tienen que adaptarse a nuestra sociedad. Aquí comemos cerdo, bebemos alcohol y mostramos el rostro. Quien viene aquí debe cumplir los valores, leyes y regulaciones noruegos». El problema es que los que llegan exigen derechos sin estar mínimamente dispuestos a integrarse, entre otras razones porque es imposible, ¿cómo van a integrarse aquellos a los que su fe les dice que las mujeres no tienen lugar en su paraíso y que a los varones les corresponden no sé cuántas vírgenes?

Leyendo los comentarios en los periódicos digitales tengo la sensación de que son muchos, la mayoría, los que están en contra de la venida masiva de inmigrantes musulmanes, porque se intuye que eso terminará en conflictos graves como ya los tienen otros países de Europa. ¿Nos negamos a aprender de la experiencia ajena? Pues iremos al desastre, aparición de la ultraderecha incluida.

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