18 diciembre 2016

Amigos

Es un tema sobre el que he meditado mucho, quizás porque me preocupa bastante y porque a lo largo de mi vida y mis muchas peripecias vitales he tenido que sufrir vaivenes que inevitablemente afectaban a mi círculo de amigos. Supongo que las experiencias son diferentes según haya sido la vida del sujeto, pero lógicamente no voy a tratar sobre experiencias ajenas que no conozco o apenas sé de ellas por fragmentos de relatos.

Hasta donde yo he vivido, puedo asegurar en primer lugar que las amistades se fraguan en general durante la adolescencia, gracias al colegio, y más tarde en los primeros años tras contraer matrimonio, con lo que eso supone de cambio de ambiente, hábitos y relaciones. Pasada esas épocas es dificilísimo establecer amistades y, al menos en mi caso, después de  muchos años trabajando en una misma empresa y en el mismo centro de trabajo con cientos de compañeros, sólo he conservado la amistad de dos de ellos, un matrimonio originado allí.

Ni hablar de hacer amigos tras la jubilación ni en edades avanzadas, porque entiendo que la amistad requiere originalmente de una cierta inocencia y una entrega de la que todos vamos siendo despojados según transcurren los años. Después, es posible establecer relaciones, pero no amistades. Insisto en que escribo sobre mi experiencia personal y que no pretendo extrapolar esto a la totalidad de la humanidad, aunque evidentemente lo que presencio y aquello de lo que oigo hablar no está muy lejano de mi propio caso. Otra cosa es que los episodios que cada uno vive, sobre todo si son extremos, crean variantes que no son aplicables a otros.   

Ciñéndome a mi experiencia, lo que digo es rotundamente como lo cuento. A mi avanzada edad tengo que decir que los amigos más importantes son aquellos que hice en el colegio y durante la adolescencia, los demás han sido episódicos y por tanto transitorios. Hubo una época tras mi matrimonio en que tenía más amigos de los que podía atender, y en eso influía de manera fundamental que mi esposa era una persona enormemente agradable, amigable y sin hipocresías, y como es natural sus amistades quedaban incorporadas de inmediato como mías. Precisamente el matrimonio, que supuso la aparición de nuevas amistades implicó al mismo tiempo la desaparición de algunos amigos con los que hasta entonces compartía actividades y afectos.

La cuestión es que pasaba el tiempo y la tragedia que me tocó vivir fue enfriando esas amistades posmatrimoniales hasta desaparecer por completo; unos por el propio episodio, otros porque se trasladaron a otra ciudad y alguno simplemente porque falleció.

El primer amigo que tuve lo hice cuando estaba en párvulos y duró hasta hace tres o cuatro años en que falleció tras una terrible enfermedad que lo fue transformando en una sombra de lo que fue, un hombre de inteligencia excepcional y sobresaliente en su actividad. Era sin duda la persona más inteligente que he conocido aunque no me entusiasmara su carácter al cien por cien, algo a lo que tampoco debe aspirarse.

Otro es el caso del que quizás haya sido mi mejor amigo, por duración y constancia de su amistad, pues duró desde mi adolescencia hasta hace bien poco; contrajo en febrero pasado una terrible enfermedad que no se supo diagnosticar en su primer periodo, pero que ha acabado con él a principios de este mes de diciembre. No soy de los que creen en otra vida ni nada por el estilo, pero por si me equivoco y puede verme desde donde esté, quiero mandarle el fuerte abrazo que por lamentables circunstancias no le pude dar en los últimos tiempos. Hasta pronto, José Luis.

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