06 abril 2017

Delito de odio. ¿Seguro?

Andan aireándose con frecuencia los que han dado en denominar delitos de odio. Como me sorprende la alegría e ignorancia con que se califican las actitudes y obras de los demás, me he ido al diccionario para saber qué es exactamente el odio. Dice «1. m. Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea». La RAE persigue eso de que 'lo bueno si breve, dos veces bueno', pero creo que en este caso algo tan poco explícito no sirve de mucho ni es bueno.

Como no se han esmerado demasiado en dar una idea cumplida de la palabra, me voy a consultar el María Moliner; ese es más extenso y define «odio (del lat. «odíum»; «Despertar, Inspirar, Levantar odios, Cobrar, Coger, Tomar, Sentir, Tener; a, por») ¬m. Sentimiento violento de repulsión hacia alguien, acompañado de deseo de causarle o de que le ocurra algún daño. ¤ *Repugnancia violenta hacia una cosa, que hace que no se pueda soportar: ‘El odio a la mentira’. ¤ Se usa también hiperbólicamente: ‘No me explico su odio a este cuadro’» (en todos los casos el subrayado es mío).

Extrañado porque esas definiciones no coinciden con el uso que habitualmente se le da a la expresión, busco la página del Ministerio del Interior donde en un tríptico se afirma «Si una persona se ha mostrado hostil hacia ti por tu raza, orientación e identidad sexual, religión, creencias o discapacidad, ha cometido un delito de odio». Vamos, que la hostilidad pasiva no justificada es delito; para eso no necesitábamos tanto barullo. No parece ser delito que la Administración tutee al ciudadano en una clara manifestación de abuso de confianza con quien le financia.

Finalmente, encuentro en la Enciclopedia Jurídica Seix (Barcelona, 1920) un párrafo de C.Bernaldo de QUIRÓS, en el que se refiere al odio como «Sentimiento que forma con el amor la par de opuestos contrarios o antagónicos en que se manifiesta la vida emotiva y que se caracteriza principalmente por la tendencia, impulsiva u obsesiva, a destruir la persona o el ser vivo sobre que recae, pues el sentimiento en cuestión no se dirige nunca a las cosas. El odio se distingue en este carácter de la simple aversión, que se limita a evitar la proximidad o el contacto de lo que se aborrece; y aun siendo, como antes se ha dicho, antagónico del amor, puede suceder a éste, en una extraña transmutación de valores».

Si usted ha llegado hasta aquí en su lectura, permítame que le manifieste mi admiración por soportar semejante tabarra, puede ser que le preocupe como a mí la ligereza con que se califica de delito de odio lo que no supera el simple rechazo o aversión. Una calificación disparatada, igual a la del régimen de Franco, que acusaba de rebelión continuada al que no se sumó a su golpe de estado y se quedó en su casa o permaneció al lado de la república.

Nadie está obligado a gustar de todo y por lo tanto podría afirmarse en ciertos casos que uno no siente especial cariño o predisposición por algo o por determinadas personas, pero es simplemente fruto de la época buenrollista que padecemos que alguien se atreva a calificar de odio lo que es simplemente distanciamiento o aversión. Por cierto, he descubierto que eso de «discurso o delito de odio» nos viene, cómo no, del inglés hate speech or hate crime. Como ya dije en otras entradas, a mí no me gustan las sardinas asadas, el fútbol o los gitanos, pero al no existir violencia, hostilidad manifiesta o actitud agresiva, el asunto queda simple y exactamente en lo dicho, y nadie tiene derecho a calificarlo de odio; el odio es un sentimiento eminentemente activo y no es ese mi caso ni el de muchos más como yo. Simplemente no me uno al buenismo dominante, a veces explico el porqué y ahí queda todo.

Lo curioso es que la mayoría de las personas siguen dócilmente lo que desde los medios se les va indicando y de ahí que pueda parecer que en esta sociedad el único problema es si niños y niñas vienen equipados con penes y vulvas o viceversa. A nadie le importa, por ejemplo, si una mayoría de la población manifiesta a los cuatro vientos su odio a los ciclistas (¿saben? hay más ciclistas que transexuales*) y su deseo de pasarles por encima con el coche propio. Lo sé porque lo han dicho en mi presencia y puedo leerlo en la prensa casi cada día, cualquiera diría que los ciclistas formamos un colectivo homogéneo de pensamiento único −¿son los automovilistas o los peatones homogéneos?. Por eso y por temor a daños mayores estoy a punto de renunciar a pasear inocentemente en mi bicicleta por los carriles-bici construidos separadamente de las calzadas y aceras porque ellos, muchos peatones, se empeñan en invadirlos y ocuparlos, a veces con los carritos de sus bebés o sus perros, poniendo siempre en peligro a quienes hacemos uso de estas vías para el fin que fueron creadas.

Y tendré muchísimo cuidado en decir cosas como «odio el día de San Valentín», «odio a los desaprensivos» u «odio la papaya», no sea que el peso de la ley caiga sobre mí, sin conmiseración, porque no estoy casado con una infanta ni he presidido un banco.

*Son ciclistas en sus distintas variantes −transporte, ocio o deporte− un 58,2% de los españoles. La transexualidad afecta al 0,005% de la población, es decir, 50 por millón, y conviene recordar que hay más víctimas ciclistas que por violencia machista. A la hora de dar preferencias a problemas conviene saber que en cuanto a la dependencia de personas incapacitadas, de los 1,2 millones de personas que en España tienen un grado reconocido, el 29% no ha recibido ninguna ayuda (datos oficiales de diciembre pasado); esto no parece importar a nadie.

1 comentario:

Mulliner dijo...

No soy experto, pero diría que no hay separación real, salvo entre el odio como sentimiento de rechazo, es decir, aversión, y el odio como motor de agresión y daño. Yo puedo odiar a quienes aparcan en los pasos de cebra y ese odio nunca se traducirá en una agresión física por sí mismo. ¿Recuerdas los dibujos de "Pixie y Dixie"? Ahí el gato repetía una y otra vez "odio a estos roedores" y a nadie se le ocurría que la cosa pasara a mayores ni nadie denunció al gato ante los tribunales por un delito de odio.