03 febrero 2019

Comprando coche

No hay día en que no veamos en la prensa algún debate acerca de lo acertado o errado de lo dispuesto por el gobierno actual: 2040 como fecha límite para la venta de vehículos de combustión interna y desde ya una desincentivación de los vehículos con motorización diésel.

Hace ya 9 años cuando compré mi coche, me convencieron de que lo comprara diésel, porque era menos contaminante, al menos eso aseguraban los expertos. Yo me resistí porque nunca tuve un coche con motor a gasóleo −me parecía más propio de camiones− y porque en mi vida de jubilado los kilómetros anuales descendieron de manera notable, pero la idea de contaminar menos me atrajo y lo compré de ese tipo.

Está actualmente como nuevo, pero uno se cansa incluso de lo bueno, me he planteado comprar un sustituto y ahí he caído en el mismo dilema que todo el que ahora quiere comprar un coche. Hasta ahora uno se planteaba solo si comprarlo de gasolina o gasóleo, pero las posibilidades actuales son muchas en cuanto a los motores: gasolina, diésel, híbrido, eléctrico, GLP, GNC... desafortunadamente el hidrógeno, que quizás sea la verdadera opción del futuro, no está todavía a nuestra disposición.

Como lo del gas no acaba de satisfacer a casi nadie, las opciones se reducen a las tres o cuatro primeras y entre ellas el diésel tiene las de perder porque tras la metedura de pata de la ministra bocazas que soltó aquello de que esos vehículos tienen sus días contados, la gente huye del diésel como de la peste. En mi caso y en el de todos los que tienen un diésel, eso significa que no podemos esperar una valoración favorable de nuestro coche y por lo tanto no podemos contar con lo que nos den para pagar una parte significativa del nuevo.

A la hora de decidirnos por un eléctrico hay que tener en cuenta su elevado precio y falta de autonomía, por lo que no sirve como coche principal o único. Lo que son las cosas, según leo, la fabricación de las baterías y su desecho el día que le llegue la hora, contamina tanto como un diésel en toda su vida útil, pero la moda es la moda. Quedamos por tanto reducidos a dos opciones: gasolina o híbrido. El primero es la opción de toda la vida, la más probada y experimentada, pero en las grandes ciudades estos coches tienen sus días muy contados e incluso no nos valen para acceder al centro de estas ciudades en los días de alta contaminación, que cada día son más.   

Parece que los híbridos son la opción más conveniente, pero no hay que olvidar que son caros y que al disponer de dos mecánicas se pueden multiplicar los problemas y las averías y que el coche pesa más que uno similar con una sola motorización.

A esto nos ha conducido una política cegata que no ha previsto anticipadamente esta situación de la que quizás sea la primera industria exportadora del país (el turismo no es industria), mientras se mantienen en funcionamiento calderas de calefacción de carbón o gasóleo, vehículos pesados que literalmente gasean a los que les rodean y un transporte público no tan excelente como para disuadir del uso del vehículo propio. Para 2040 estará completamente prohibida la venta de vehículos privados de combustión interna, ¿se ha parado a pensar lo que eso significa? Pues que habría que sustituir los que hay a un ritmo de 750.000 vehículos anuales (cálculos oficiales); que para −digamos− 2025 (dentro de 6 años) nadie comprará un coche de combustión −¿qué menos que una posible vida de útil de 15 años? −; que las empresas generadoras y distribuidoras de electricidad nos tendrán en sus manos para todo y que, está claro, harán falta centrales nucleares para producir tanta energía como precisaremos, sin contar con que según nos dicen no hay litio para tanta batería y que la contaminación producida por las baterías desechadas nos matará de verdad al mismo tiempo que los residuos nucleares. Mientras, los optimistas están convencidos de que en cuatro o cinco años habrá baterías no contaminantes, de carga ultra-rápida y del tamaño de una caja de zapatos, que nos darán una autonomía de 2.000 km... Ya veremos, yo no me lo creo.

Entretanto, los «torpes» de los japoneses están promoviendo la compra de vehículos diésel como los menos contaminantes. Lo más gracioso es que eso es cierto para los diésel que ahora se fabrican, pero a nuestra ministra eso no le importa.    

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