21 febrero 2019

Niños viejos

Puedo afirmar sin equivocarme que soy casi un fenómeno social: no he visto más de 5 minutos de Juego de tronos y no he oído nunca Despacito. Reconozco que no veo mucho la televisión −salvo noticiarios, películas y alguna serie casi siempre cuando dejan de emitirla− y además lo primero me ha sido fácil porque no me ha apetecido nunca ver los «jueguecitos» ya que me bastaba para rechazarla comprobar quiénes eran entusiastas de ella, como por ejemplo el insigne Pablo Iglesias, que tuvo la insolente ocurrencia de regalarle un paquete con DVD de la serie al rey en una recepción. En cuanto a la cancioncilla ocurrió algo por el estilo y bastaba con que sonara lo de Deeeess... para que de inmediato cambiara de canal, y así me he ahorrado acidez estomacal y rebajar aún más la opinión que me merece el gusto musical de la mayoría.

Me consta que hay una serie de programas-concurso en la televisión porque es inevitable asistir a la publicidad que las propias cadenas hacen si uno frecuenta los telediarios de varias de ellas y a las noticias en la prensa. Sé que existe «Gran Hermano» y sus variantes, «Operación Triunfo», «Master Chef» y sus variantes, «La Voz» y sus variantes...   

Precisamente hoy me ha tocado asistir a este último −sin sonido por suerte− porque he tenido que permanecer media hora delante de un televisor con ese programa sintonizado y ya se sabe que un televisor encendido atrae inevitablemente la mirada de quienes se encuentran por los alrededores. He podido presenciar las morisquetas y aspavientos de la tal Paulina Rubio al tiempo que me preguntaba hasta cuándo va a seguir vistiendo, gesticulando y comportándose como una adolescente la que ya se encuentra muy distante de ese periodo de la vida. No es difícil imaginar que dada su inanidad e ignorancia con certeza formaba parte del jurado y por eso estaba sentada en una butaca enorme. Me pregunto qué rencores nos guarda Méjico para enviarnos a esa maldición capaz de hacer desear a quien la observa la rápida llegada del fin del mundo. Puede que sea una venganza por las rancheras de Bertín Osborne, pero creo que se han pasado un poco en la revancha. Además, este último no se ha quedado a vivir allí; una pena. 

He tenido la ocasión de observar a quienes debían ser los concursantes, esforzándose por dar "lo mejor de sí mismos" y los que parecían miembros del jurado dando consejos. Me asombra, ¿algunos de los jueces ha tenido una carrera profesional de éxito incuestionable?, si no es así, ¿de qué van?

Me olvidaba citar a un concurso que aunque no pertenece exactamente a la misma categoría, me toca ver cinco o diez minutos cuando enciendo la televisión para ver el telediario al mediodía. Hablo de «La rueda de la fortuna», en el que el concursante tiene que adivinar las palabras de un panel mediante la inclusión por goteo de vocales y consonantes.

Todos los concursos son abundantes en la presencia de jubilados −facción «abueletes semirurales»− y en todos me he quedado asombrado por el aspecto y comportamiento de los que asisten como público o concursan: son infantiles hasta el punto que me hace pensar que no les ha servido de nada positivo cumplir años y aprender. Todos los concursantes parecen estar convencidos que con ese tiempo de aparición en pantalla han cumplido con los diez o quince minutos de gloria a los que parece que todos tenemos derecho y aparentan emocionarse como si les hubieran concedido el premio Nobel, riendo y a veces llorando conmovidos. Todo el público corea como niños los estribillos que les enseñan o que han aprendido presenciando en la pantalla de su televisor ese mismo espectáculo cien veces. Todos son inevitablemente niños jugando a lo que les ordenan y felices con ello, niños que lamentablemente carecen de la gracia e inocencia que suelen asimilarse a los infantes.

Y pensar que muchos pensaron cuando apareció la televisión que sería una herramienta formidable para formar a la gente...

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