06 octubre 2019

Gitanos

Sueldo del Congreso embargado por deudas. El de la derecha
Leo hoy un artículo en El País en el que el autor se lamenta de las −supuestas− discriminaciones de que son objeto los individuos de raza −etnia si le gusta más− gitana en la actual República Checa. Según cuentan, son dados a formar guetos y a vivir de la beneficencia pública en cualquiera de sus formas, ¿le suena?

Haga recuento y piense en qué países no hay gitanos; por más que recorro mentalmente Europa y América no encuentro más que países donde sí los hay: Rumanía, Bulgaria, Hungría, Francia, Bélgica, Italia, Portugal, España, Cuba, Colombia, EE.UU, Brasil... ignoro si los disfrutan en lugares tan dispares como Lituania o Noruega, pero no me extrañaría, porque se encuentran incluso en lugares que nunca hubiera podido imaginar.

Según he podido leer, parece lo más probable que esta gente viviera en lo que hoy es Pakistán o la India y se vieran obligados a poner tierra por medio −hace ya cinco siglos− para evitar males mayores. Una parte de esa corriente migratoria llegó a Europa a través de Turquía e incluso países más al norte y otra parte se vino por el norte de África; estos últimos son los que nos han tocado a los países del sur de Europa, aparentemente lo peorcito del lote. No sé cómo llegaron al continente americano.

¿Ha estado alguna vez en un hospital público donde haya gitanos internados? Quienes los visitan no son como cabría imaginar parientes cercanos; allí va toda la tribu dispuestos a inundar todo lo que suene a sala de espera o habitación del interno, a fumar aunque esté prohibido, y a dejar todo hecho un basurero. Y, ay, si algún personal médico-sanitario les pone alguna pega, más le valdría irse directamente a comisaría.

Como casi todo el mundo, he evitado relacionarme con ellos para evitarme problemas, aunque en dos o tres ocasiones no he podido evitarlo o no he querido actuar de una manera que pudiera considerarse racista. Tuve una experiencia hace años cuando quise comprarle un coche usado a mi hija, que entonces iba a la universidad y quería un medio de transporte que le hiciera más fácil trasladarse.

Vi un anuncio en la prensa de un Seat Ibiza que aparentemente me convenía y me puse en contacto telefónico para saber de qué iba la cosa. Nada más comenzar a hablar me di cuenta de qué gente era la que vendía el coche, así que me disculpé y abandoné el asunto. Unas horas más tarde me remordió la conciencia y decidí continuar sin permitir que mis prejuicios me hicieran abandonar. Vimos el coche y nos gustó, nos aseguraron que nunca había tenido una avería, así que decidimos comprarlo y para ello quedamos en la puerta de la gestoría que ellos escogieron −eran dos amigos− en Hortaleza. Aparcaron en la puerta, pasamos al interior de la oficina e hicimos el traspaso. Al salir, ellos se marcharon rápidamente porque nos dijeron que tenían una gestión urgente.

Al entrar en el coche nos quedamos de piedra: habían arrancado el radio-cassette que habíamos visto anteriormente sustituyéndolo por un trasto que no funcionaba y habían quitado también los altavoces de las puertas dejando colgando las guarniciones donde iban insertados. Intentamos ir a donde vivían, según el domicilio dado en la gestoría, pero resultó que era un solar. Luego supimos que el coche lo habían comprado ellos la semana anterior en una agencia de la marca. Podrían haberse conformado con lo que ganaban en la venta, que ya era fraudulenta, pero prefirieron dejar su impronta. Y yo había picado como un pardillo.

Ahora que alguien se atreva a decirme que tengo prejuicios.

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