27 diciembre 2019

Sin presente

Inicialmente iba a titular esta entrada «Sin futuro», pero pensando precisamente en lo que voy a decir, me pareció más adecuado poner el nombre que al final le di, porque es precisamente de eso de lo que voy a tratar: para los jóvenes no hay presente; ni futuro, está claro.

Es bastante fácil mirar a los jóvenes o a los que ya no lo son tanto porque tienen treinta y tantos, y limitarse a pensar que las cosas están duras para ellos, pero la realidad, la desagradable realidad, es que la situación es mucho peor de lo que podría pensarse en una rápida reflexión.

Ayer mismo se volvía en televisión a insistir en uno de sus temas recurrentes: no nacen niños y la mortalidad es bastante superior a la natalidad. ¿A alguien se le ocurre que la situación anima a formar un hogar y tener hijos? Ya he leído las palabras de algún político afirmando que eso se solucionará con los hijos de los africanos que nos están invadiendo. Cuesta creer que alguien piense seriamente en esa solución. Más de siete siglos y medio de reconquista para terminar abriéndoles la puerta y sustituyéndonos por ellos.

Trato de ver las cosas como los de estas generaciones pueden verlas y, sinceramente, me invade una desesperanza, una tristeza profunda sin solución, como no la tiene según parece la situación de los que ahora tienen entre 18 y algo más de 30 años.

Se habla mucho de todo esto, los políticos dicen preocuparse de esta situación, se intenta atenuarlo facilitando cosas como el abono de transporte a los jóvenes para que así puedan ir desde la casa que no tienen al trabajo que muy probablemente no han conseguido; todo muy ilusionante. No es cierto que sea la primera generación que va a vivir peor que sus padres, en realidad es la primera generación que va a vivir mucho peor que sus padres.    

Podría poner un ejemplo de cómo es la vida para cualquiera de los que se encuentran en este caso, pero lo tengo mucho más fácil: tengo un hijo de 28 años. Con su edad yo tenía un trabajo fijo satisfactorio, había comprado un piso, me había casado y mi mujer ya esperaba nuestro primer hijo. Ese hijo del que hablaba y que tiene ahora 28 ha tenido la inmensa suerte de conseguir un contrato fijo en su trabajo, pero un contrato fijo de los de ahora es más inseguro que los que antes eran eventuales. Su salario es de unos 1.200 euros mensuales −sin pagas extraordinarias, claro−, y vive en un piso compartido con otro como él, gracias a que yo he avalado el contrato que, de lo contrario, no habría conseguido porque los propietarios no quieren alquilar a quienes tienen tan escasos ingresos.

Como vivimos en Madrid, el piso tiene una renta que se corresponde con la fortuna de vivir en una ciudad maravillosa: 900 eurazos. Por supuesto que no encienden la calefacción y su naturaleza se ha adaptado a una temperatura hogareña que muchos no soportaríamos; a pesar de todo, a la renta de la vivienda hay que sumarle el recibo del gas y el de la electricidad, que gracias a vivir en el segundo o tercer país de la UE con la energía más cara, tiene un importe que agrava aún más la situación económica de estos dos infelices. Sé que medio renunció a formar un hogar alguna vez −mala experiencia de una anterior vida con pareja− y ya ha decidido no tener hijos.

Aquí batimos el récord de incongruencia: dejamos que nuestros hijos con estudios pasen penurias o  tengan que irse al extranjero para poder vivir y traemos a gente indocumentada de otros países a los que apoyamos y ayudamos y que, por no saber, no saben ni español. Va a ser verdad que los españoles somos más torpes de lo normal.

Viendo cuáles son las preocupaciones de nuestros jóvenes no puedo evitar sentir desagrado al comprobar que solo les interesa lo inmediato y banal, asuntos estúpidos a veces, pero contemplando cuáles son sus perspectivas futuras quizás sea lo mejor para evitar que se arrojen a la vía del metro. No tienen presente y el futuro quizás sea peor; mejor que vivan en las nubes.

Feliz año nuevo. 

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