10 septiembre 2020

La pandemia de la pandemia

A finales de 2019 me dio por decir a todos los que me conocían que el mundo iba a una situación que provocaría que para 2050 la vida posible sería algo a lo que ahora no llamaríamos vida y que para 2100 la humanidad habría desaparecido. No era que el espíritu de Nostradamus se hubiera alojado en mí, sino que la lectura acerca del ritmo de crecimiento de la población mundial, la evolución sin salida de la estructura social que conocemos, lo leído sobre el consumo de los recursos materiales y alimentos, la descongelación del permafrost con la liberación de virus desconocidos, la admisión en España/Europa de los sobrantes demográficos de África, etc. me había hecho pensar que esto así no podía continuar y, conociendo la naturaleza humana y su incapacidad para reaccionar pese a los avisos, llegué a la conclusión que describo más arriba.

Yo mismo me sorprendí cuando llegó el coronavirus, una vez que nos dimos cuenta de que el asunto no iba a ser cuestión de uno o dos meses; no esperaba una confirmación tan inmediata de lo que yo venía afirmando. Ahora que estamos pasando lo que unos llaman segunda ola y otros rebrotes aislados, se va perfilando la idea de que esto no acaba a corto plazo y que va a durar no ya meses, sino años. Porque habría que ir explicando a la gente que la vacuna va para largo, que no se la van a poner para estas navidades y que su eficacia dejará mucho que desear. No por mucho correr se va a conseguir una vacuna que nos libere del virus −de sus consecuencias− y no la recibiremos hasta bien entrado el año 2021, como muy pronto. El virus probablemente conviva con nosotros sine die.

Soy de los que piensan que la llegada del virus desde Wuhan no ha sido inocente y que, aunque sus efectos se les hayan ido de las manos a los chinos, había la clara intención de producir unos daños terribles en las economías occidentales de los que difícilmente conseguiremos recuperarnos. Lograron lo que querían y nuestros daños sanitarios y económicos son mucho mayores y persistentes de lo que ellos mismos padecieron y esperaban causar, ¿no resulta extraño? Ahora los chinos andan poniéndose medallas unos a otros para celebrar lo bien que han llevado lo del coronavirus. De traca.

Vistos los efectos del covid-19, no resulta chocante que haya otros virus en espera para rematar la faena, ahora que ha quedado claro que somos extremadamente vulnerables. No necesariamente tendrán que proceder de un laboratorio chino: por ejemplo, dicen que se calcula que existen entre millón y medio y dos millones de diferentes virus y apenas conocemos unos cinco mil. Buena parte pueden llegarnos desde el permafrost, ya que al tratarse de algo que estaba congelado desde hace miles de años −con posibles virus en su interior−, no sabemos nada sobre ellos ni tenemos defensas naturales o sintetizadas.

Hay algo que en todo caso nos ha dañado incluso a los que hasta el momento hemos conseguido librarnos de contraer la enfermedad y que supone una auténtica pandemia dentro de la pandemia: hace meses que los telediarios y los programas de debate no hablan de otra cosa que del covid-19. Ahí están dándole vueltas a lo poco que sabemos, y hemos podido ver mil veces las escenas de extracción de sangre pinchando un dedo o la introducción del palito con el algodón en la punta hasta el mismo cerebro para la prueba PCR o la paquistaní actuando como cobaya humana a la que se inyecta una prueba de alguna vacuna. Tampoco hay manera de librarnos del relato del número de contagiados o fallecidos en tal o cual comunidad e, incluso, en Arenillas de San Pablo con una población de 282 habitantes. Resulta obsesivo.

Tenemos que escuchar la dolida sorpresa de los políticos o autoridades en la materia porque ahora descubren que no hay médicos ni personal sanitario suficientes −hemos dejado que se marchen por Europa miles de ellos hartos de pasar miserias− para atender las necesidades de nuestra población −ay, aquellos recortes− y ahora que comienza el curso de todas las enseñanzas nos lamentamos de que no haya suficientes profesores −ay, aquellos recortes−, porque eso de tener 50 y más alumnos por clase no es admisible, y hablan de contratar 39.000 nuevos enseñantes, como si eso pudiera improvisarse de un día para otro. ¿De verdad piensan que hay ese número de profesionales, sentados en casa haciendo solitarios, esperando ser llamados?

Aunque fastidie a algunos políticos, lo cierto es que esta pandemia nos cogió por sorpresa a todos, ciudadanos llanos y políticos de todos los niveles y que unos lo han sorteado mejor y otros peor y ninguno bien, porque eso supondría tener previamente un país en estado de revista y todos sabemos que esa no es nuestra situación (ni la de casi ninguno). Del caso de la Comunidad de Madrid ya hablaremos otro día.

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